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Critica de “El viento que arrasa”, de Paula Hernández: En el nombre del Padre

El nuevo trabajo de la directora de «Herencia», «Lluvia», «Un amor» y «Los sonámbulos» vuelve sobre los vínculos familiares con una mirada tan fascinante como desgarradora.

La luz se filtra entre los tablones de madera que improvisan un templo en una zona rural. Un pastor evangélico (Alfredo Castro) saca con sus palabras a Satán del cuerpo de sus fieles. Cuerpos con dolencias, personas que buscan en él la sanción física y espiritual. La ceremonia se desarrolla extática, mientras Leni (Almudena González), tras bambalinas, observa tranquila a través de una rendija la performance de su padre. Toma notas y graba el sermón.

Así inicia Paula Hernández su octava película, que se estrenó en Argentina el 21 de marzo de este año, tras su paso por los festivales de Toronto y San Sebastián en septiembre de 2023.
Basada en la primera novela de Selva Almada («El mono en el remolino»), la directora explora en este film el vínculo entre padre e hija en un cruce entre el coming of age y la road movie en el que el propósito de los personajes no es llegar a ningún lado, sino recorrer el país misionando.

Leni tiene 18 años y asiste a su padre, el reverendo Pearson, en su trabajo a lo largo del paisaje del Noreste argentino, de un lado y otro de la frontera con Paraguay y Brasil. En ese entorno que debiera parecerle hostil, ella se desenvuelve cómoda administrando el negocio de su papá. Lo graba, le escribe sermones y canciones, le prepara la ropa y hace copias de los cassettes que venden a su paso. Pareciera no tan guiada por su fe religiosa sino por la certeza de que el reverendo hace un bien a la comunidad y que sin ella él no podría concretarlo. Pero últimamente este vínculo está erosionado: Leni se está convirtiendo en mujer y se encuentra cada vez más incómoda en un mundo dominado por los hombres, en el que no encaja.

El auto en el que viajan se avería y padre e hija se ven obligados a esperar el arreglo en la casa-taller del Gringo (Sergi López) y su hijo Tapioca (Joaquín Acebo, uno de los mayores aciertos del film). Pero se avecina una tormenta, que pondrá en juego y cambiará para siempre los vínculos entre los personajes.

La familia como espacio de conflicto, opresión y poder es un tema que la directora ha trabajado a lo largo de su filmografía en películas como «Los sonámbulos» (2019) o «Las siamesas» (2020). En todas ellas indaga en este vínculo “sagrado” para problematizarlo, desmontarlo y, a veces, dejarlo desmoronarse frente a nuestros ojos. En este caso, se enfoca en el lazo entre padre e hija, atravesado también por la religión y que se enfrenta a otro vínculo muy distinto, entre el Gringo y Tapioca.

El film se nutre también de un gran trabajo en la construcción de los espacios y climas, donde la fotografía cumple un rol fundamental. El paisaje y el ambiente operan sobre los personajes tanto como las personas.

Alfredo Castro destaca encarnando al reverendo Pearson, creando un retrato de alguien convencido de su vocación como misionero, que sabe hacer uso de su don de la palabra, frente a otros que están más cómodos en el silencio, como Tapioca, o la misma Leni, que está en la búsqueda de su propia voz. Contra la palabra avasallante de su padre, ella encontrará la música como refugio y como vía de escape de un mundo que cada vez le pertenece menos. Para que ella pueda encontrarse, es necesario que la figura paterna (y con ella, la de Dios) caiga, así como la de la familia.

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