Hierve (2021), de Philip Barantini

Navidad. Andy Jones, el chef de un restaurante de alto copete, sufre la presión de que todo marche como la sede en fechas tan señaladas, con lleno completo, y los comensales demandando máxima calidad. Pero desde que llega al local, tarde por problemas familiares, los problemas se concatenan uno detrás de otro, hay mil detalles que cuidar, relacionados o no con la actividad culinaria. Un inspector de sanidad puntilloso se ha presentado inopinadamente, y saca pegas a esto y aquello. Parte del personal, que lleva poco tiempo trabajando en el restaurante, demuestra con creces su bisoñez. Un socio financiador se ha presentado con una crítica gastronómica sin avisar. Entre los clientes no falta la pareja donde él, que tiene previsto pedirle la mano a ella, espera que todo vaya a pedir de boca, o el individuo tocapelotas, que se hace el simpatiquillo con una camarera rubita, pero al que sienta como una patada, racista que es él, que se la cambien por una negrita. Está el pluriempleado gay que trabaja de DJ en un local cercano, la relaciones públicas sobrepasada, la que espera una subida de sueldo, etc, etc.

La cinta que dirige y coescribe Philip Barantini es sobre todo un ejercicio de estilo, pues está rodada en un solo plano, lo que supone hacer filigranas coreográficas con todos los actores y figurantes, yendo de aquí para allá, entrando y saliendo, incluso recibiendo a una ambulancia.

Pero no se queda en el puro formalismo, sino que sabe atrapar las situaciones de estrés en un entorno laboral exigente, y desarrollar mínimamente una pléyade de variados personajes, donde la parte más jugosa le corresponde a Stephen Graham, el chef, estamos ante un actor que crece con cada papel que se le dan, y que ha superado las limitaciones de un físico no precisamente de galán para desarrollar una maravillosa carrera interpretativa.

El mayor pero que se puede poner al film es su mirada un tanto desesperanzada y deprimente, de personajes atrapados en un círculo vicioso de difícil salida, donde demasiado pronto se llega al “punto de ebullición “ al que alude el título original.