Obras desapercibidas

Las joyas del arte eclipsadas en los museos más famosos del mundo

Las hilanderas

Las hilanderas

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Los grandes museos del mundo reúnen una colección de obras tan grande que muchas veces actúan como galaxias llenas de estrellas en las que la más brillante no deja ver a las otras. De igual forma, joyas verdaderamente excepcionales de la historia del Arte corren el peligro de pasar desapercibidas ante la desmesurada atención que concentran La Mona Lisa, Las Meninas o los frisos del Partenón en el Louvre, el Prado o el Museo Británico, respectivamente.

El extensísimo catálogo de estas instituciones puede abrumar al visitante, que nunca tendrá suficiente tiempo para dedicar la atención que merecen auténticas obras maestras que abarrotan sus pasillos y paredes. En este artículo te presentamos algunas de estas obras en las que, más allá del fetiche de cada museo, merece la pena detenerse.

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El escriba sentado

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El escriba sentado

Más allá de la Gioconda, el Museo del Louvre posee oitras obras de arte de mirada penetrante y cautivadora que interpelan al visitante. En las saladas dedicadas al antiguo Egipto se encuentra el escriba sentado, una estatuilla de terracota realizada a mediados del III milenio a.C. de un realismo excepcional. El hombre representado con un evidente sobrepeso, signo de su elevado estatus social, se encuentra en la típica postura de los escribas egipcios, dirigiendo su mirada hacia el espectador con unos vivaces ojos de cuarzo pulido enmarcado en cobre.

La disputa del santo Sacramento

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La disputa del santo Sacramento

Los visitantes de la Estancia de la Signatura en los palacios vaticanos pueden observar frente a la pared en la que Rafael realizó su célebre Escuela de Atenas otra de las mayores obras maestras del joven pintor: la Disputa del Sacramento. Ambas obras formaban parte de un conjunto iconográfico destinado a ensalzar la Verdad, revelada y la natural. La Disputa refleja el triunfo de la Iglesia o de la Fe. Dios, en el cielo, es contemplado y adorado en la tierra en la imagen de la hostia consagrada. La disposición de los personajes en sdos niveles permite asociar las figuras terrenales con los personajes celestiales, comenzando por la propia divinidad y el pan convertido en su cuerpo que se encuentran justo debajo de Él.

Autorretrato de Vige´e Lebrun

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Autorretrato de Vige´e Lebrun

La National Galleery de Londres cuenta con pinturas tan famosas como La Venus del espejo, El matrimonio Arnolfini, una versión de los célebres Girasoles... Y este autorretrato de Élisabeth Vigée Lebrun, pintora de la corte de Luis XVI y María Antonieta que realizó centenares de retratos de la aristocracia francesa presentando sus insignes protagonistas con una sencillez alejada del atildamiento rococó de la época. En su propio autorretrato, Vigée luce una sin maquillar, unas cejas sin depilar y unos labios entreabiertos y rosados, un rasgo de naturalidad que contrastaba con la pose solemne de los retratos aristocráticos.

Trono de Tuttankamo´n

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Trono de Tutankamón

La máscara mortuoria de oro macizo de Tutankamón es sin duda la gran estrella del Museo Egipcio del Cairo. Pero en el tesoro hallado en la tumba del faraón había más de 5.000 piezas que constatan cómo los antiguos egipcios convertían en arte los objetos de la vida cotidiana. El trono del faraón niño, es un buen ejemplo. Howard Carter se refería a él como "otro de los grandes tesoros artísticos de la tumba". En el Antiguo Egipto, las sillas eran un símbolo de autoridad y prestigio. Realizado en madera con un revestimiento de oro y ricamente adornado con vidrio, fayenza y piedras incrustadas, el trono señalaba la función como soberano de Tutankamón. El respaldo presenta una escena con el faraón y su mujer con el disco solar, el dios Atón, que con sus rayos otorgaba la vida a la familia real.

El cisne amenazado

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El cisne amenazado

Sin duda la sala que más gente congrega en el Rijksmuseum de Amsterdam es la que exhibe, casi en solitario, la enorme (por calidad y superficie) Ronda de Noche, de Rembrandt. Pero este museo posee muchas otras obras de arte espectaculares de verdaderos genios de la edad de oro holandesa. El cisne amenazado es una sencilla obra maestra de Jan Asselijn. El ave a tamaño natural defiende con furia su nido del atraque de un perro. La obra fue seleccionada como una de las diez más importantes de Holanda.

Parqué

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Los acuchilladores de parqué

El Museo de Orsay, en París, cuenta con una de las mayores colecciones de pintura impresionista del mundo, con cuadros de Monet, Renoir o Cézanne. Eclipsada por obras maestras de este movimiento, como la Noche estrellada sobre el Ródano de Van Gogh, o el Almuerzo sobre la hierba de Manet, aparece una joya del movimmiento realista, Los acuchilladores de parqué (1875), de Gustave Caillebotte. La pintura es una de las primeras representaciones del proletariado urbano, aunque su autor, un burgués acomodado, no la realizara con ninguna pretensión de denuncia social. Rechazado por el Salón oficial por su temática "vulgar", Caillebotte, buscó refugio en los impresionistas y presentó su obra a la segunda exposición del grupo, aunque alguno de los valedores de este movimiento vanguardista, como Émile Zola, la calificaran de "pintura burguesa a fuerza de exactitud".

El mercado de Mileto

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El mercado de Mileto

El Museo de Pérgamo en Berlín alberga la obra más emblemática de la civilización babilonia, la Puerta de Ishtar. Al cruzarla, el visitante del museo accede a otra sala en la que, en lo más parecido a un viaje en el tiempo, en la que se encuentra con otra monumental puerta, la del mercado de Mileto, ciudad griega de Asia Menor, construida en el siglo II y destruida por un terremoto hacia el siglo X. Redescubierta por arqueólogos alemanes a inicios del siglo XX, la monumental entrada fue reconstruida de nuevo no sin hacer añadidos modernos que rodearon la restauración de polémica.   

Tondo Doni

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Tondo Doni

Más allá de las archiconocidas obras maestras de Sandro Botticelli, El nacimiento de Venus y La Primavera, en la Galería de los Uffizi pueden contemplarse otras de las más grandes obras maestras del Renacimiento italiano. Es el caso de esta Sagrada Familia más conocida como Tondo Doni, de Miguel Ángel Buonarroti. Realizada hacia 1503 por encargo del tejedor florentino Agnolo Doni, el tondo (del italiano redondo, circular) refleja la pintura "escultórica" que más adelante Miguel Ángel sublimaría en sus frescos de la Capilla Sixtina. El Tondo Doni está concebido como una escultura en la que la composición piramidal de la sagrada Familia ocupa casi todo el panel con unas poses y movimientos inspirados en la escultura del periodo helenístico que tan bien conocía el artista florentino. El marco también fue realizado por el propio Miguel Ángel.

La caza del león

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La caza del león

En la planta baja del Museo Británico, a medio camino entre las salas del colosal arte egipcio, con piezas como la Piedra de Rosetta o esculturas gigantes del faraón Ramsés II, y el espacio dedicado a la monumental escultura del Partenón, una serie de pasillos y salas oscuras esconden un tesoro asirio de los siglos VIII-VII a.C. Dos colosales toros alados con cabeza humana de cuatro metros de altura flanquean la entrada a estas salas que cobijan los relieves del palacio de Nínive del último rey asirio, Asurbanipal, decorados con escenas de la caza del león, una actividad reservada a los reyes y considerada un símbolo del deber del monarca de proteger y luchar por su pueblo.

Almendro en flor

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Almendro en flor

Doce girasoles en un vaso es tal vez la obra más emblemática del Museo Van Gogh de Amsterdam, pero en la tienda de la pinacoteca destaca otro estampado entre los productos más vendidos, el de este Almendro en flor, que el artista pintó en 1890. Una oda a la vida que el artista pintó en un  destello de felicidad al final de su vida, ante el próximo nacimiento de su sobrino y ahijado, un bebé que llevaría su nombre, Vincent. Desgraciadamente, la pintura fue más bien un canto del cisne, puesto que el artista moriría pocos meses después de terminarla.

Las hilanderas

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Las hilanderas

Considerado el mayor genio de la pintura en España de todos los tiempos, Diego Velázquez cuenta con muchas de las obras más destacadas del barroco. Ninguna de ellas brilla como Las Meninas y eso ha velado pinturas como Las Hilanderas o La fábula de Aracne, una obra injustamente maltratada por el tiempo con una lectura mucho más compleja que el simple reflejo de una escena costumbrista en un taller de tapices a finales del siglo XVII. Las hilanderas es en realidad un cuadro mitológico, recrea la fábula en la que Aracne, castigada por la diosa Palas por haber osado elaborar un tapiz más hermoso que el suyo convirtiéndola en araña, animal tejedor por excelencia. En la obra, Velázquez parece entablar un diálogo con los maestro anteriores, ya que el tapiz que cuelga al fondo de su obra representaría una famosa obra de Tiziano, El rapto de Europa.