Los primeros 80 años del 'Txopo' Iribar, un tipo sencillo que resultó ser un portero "cojonudo"
Los primeros 80 años del 'Txopo' Iribar, un tipo sencillo que resultó ser un portero "cojonudo"
Un cántico que se convirtió en icono

Los primeros 80 años del 'Txopo' Iribar, un tipo sencillo que resultó ser un portero "cojonudo"

Leyenda del Athletic Club, respetado por los más jóvenes y los veteranos, el histórico portero cumple 80 años. Un hombre sobrio cuya figura se agigantaba en la Catedral

Foto: Iribar, en una imagen de archivo. (EFE/Luis Tejido)
Iribar, en una imagen de archivo. (EFE/Luis Tejido)

Hubo un tiempo en que el fútbol era sinónimo de fidelidad a unos colores. Queda poco o casi nada de ese romanticismo caduco propio de la época televisiva en blanco y negro. Entre los privilegiados que a principios de la década de los sesenta pudieron comprar un televisor, ese color negro sobresalía en las pantallas gracias a la figura de un jugador al que apodaron El Txopo por su forma de saltar a coger un balón con los brazos estirados. Aquel chaval era José Ángel Iribar, un tipo sobrio, de pocas palabras y al mismo tiempo capaz de enmudecer a un estadio entero. Llegó, vio y venció con el Athletic, su equipo de toda la vida. Por no malgastar adjetivos valga esta frase del periodista Santiago Segurola para entender mejor la dimensión del personaje que hoy cumple sus primeros 80 años. "No era imbatible, simplemente era el mejor".

Nació en Zarautz (Guipúzcoa) el día de la Festividad de los Santos Ángeles de la Guarda, una conmemoración que en 1670, durante la época del Papa Clemente X, se estableció el 2 de octubre, pero que entre 1927 y 1973 pasó a ser el 1 de marzo. O sea, lo de llamarse José Ángel fue un capricho del calendario cristiano. Su niñez la pasó en el caserío Makatza donde en verano solía ayudar a sus padres en algunas tareas domésticas como segar, llevar hierba para dársela de comer a los animales o a darle duro a la azada en la huerta. De reojo, siempre se quedaba mirando a la playa que tenía a menos de cien metros de su casa que, con marea baja, se convertía en un gigantesco campo de fútbol donde los porteros podían tirarse al suelo sin miedo a hacerse un rasguño. No como en el patio del colegio La Salle donde estudió, y donde el cemento no era el mejor aliado de los porteros.

placeholder José Ángel Iribar realiza una estirada en 1966. (Central Press/Hulton Archive/Getty Images)
José Ángel Iribar realiza una estirada en 1966. (Central Press/Hulton Archive/Getty Images)

Como cualquier otro chaval de su edad, le gustaban todos los deportes. Hacía atletismo, jugaba a pelota en el frontón, subía al monte pero, sobre todo, disfrutaba con el fútbol desde que los Reyes Magos le trajeron un balón. El propio Iribar recuerda que una de las cosas que más le marcaron durante su adolescencia fue cuando escuchó en la radio la narración de un partido entre el Málaga y el Athletic. El periodista comentaba a sus oyentes algo incrédulo cómo Zarra había tirado el balón fuera cuando tenía toda la portería libre. Lo insólito de aquel gesto de fair play fue debido a que el ariete rojiblanco había golpeado al guardameta malagueño y había caído lesionado al suelo. Nunca olvidó aquella muestra de deportividad y de respeto al rival, algo que llevó a rajatabla durante su dilatada carrera.

Con 17 años aterrizó en el Basconia, de Basauri (Vizcaya), una especie de club convenido con el Athletic. El consentimiento familiar tenía una condición: un año para despegar como futbolista, de lo contrario, vuelta al caserío y a los estudios de tornero en la Escuela Maestría de los Antonianos. Pasó la prueba con nota, y eso que en su primer partido tenía una lesión en el codo que le impedía tirarse al suelo sin hacerse daño. Otro mito del Athletic, el basauritarra Piru Gainza, se percató de la presencia de un portero que sacaba con enorme acierto el balón con la mano. Era la temporada 1961-62. El resto de la historia ya es conocida. Un año después fichó por el Athletic donde estuvo 19 temporadas y disputó 614 partidos, un record en el club bilbaíno. Una hernia discal que le provocaba muchos dolores y pérdida de flexibilidad le apartó del fútbol. Tenía 37 años.

Su historia pudo haber cambiado si el presidente del Basconia hubiera oído los cantos de sirena que llegaron desde Madrid y Barcelona. Y es que después de que los vizcaínos apearan en 1962 a los colchoneros de la Copa, su entonces técnico, José Villalonga, quedó prendado del joven guardameta. El siguiente rival copero fue el Barcelona de Kubala, quien le ofreció fichar por el Barca a pesar de que le habían metido diez goles. Ya en el Athletic, le tocó debutar el 23 de septiembre de 1962 en la Rosaleda, el mismo día que al otrora pichichi rojiblanco Fidel Uriarte. Carmelo Cedrún, otro mito del club que llegó a disputar 344 partidos de Liga y 62 de Copa con el Athletic, cayó lesionado cuando iban perdiendo 2-0 frente al Málaga. Iribar no encajó más goles. Eso no impidió que su técnico, Ángel Zubieta, le volviera a sentar en el banquillo hasta la última jornada de Liga frente al Español en Barcelona. Dos goles encajados, y de vuelta a Bilbao.

Foto: Alejandro Requeijo posa con 'Invasión de Campo' en la redacción de El Confidencial. (S.B.)

La temporada siguiente se aceleró el relevo de Cedrún. Comenzaba a forjarse la leyenda de El Txopo que, como jugador, finiquitó en Las Palmas el 10 de noviembre de 1979. Fue el entrenador austriaco Helmut Senekowischt el que protagonizó el "cambio tranquilo" en la portería del Athletic cuando dio la alternativa a Peio Aguirreoa. Su carrera estuvo jalonada de anécdotas. Algunas angustiosas, como cuando tuvieron que hacer un aterrizaje de emergencia al incendiarse el ala de un avión en el que viajaban a Málaga. Otras, más divertidas. El propio Iribar recuerda en una entrevista en Jotdown.com que al poco de debutar en La Catedral el árbitro pitó un penalti al Real Madrid a raíz de una falta cometida fuera del área. Los ánimos estaban caldeados y El Txopo se acercó a Puskas para decirle que lo lanzara fuera. "Sí, lo voy a tirar fuera ahora, hijo de puta", le dijo el jugador húngaro. Amancio trató de apaciguar los ánimos: "Tranquilo, que éste lo primero que aprendió al venir a España fue decir hijo de puta". El caso es que el delantero merengue no falló.

A los 21 años debutó con España en un partido clasificatorio para la Eurocopa frente a Irlanda. Debió convencer a su entrenador José Villalonga, el mismo que años antes le quiso para el Atlético de Madrid. La figura de un bigardo algo tímido y todo vestido de negro de casi 1,90 metros comenzaba a hacerse popular también lejos de San Mames. El formato de aquella Eurocopa era de tan solo cuatro equipos: dos países del Este (Hungría y la URSS), Dinamarca y el anfitrión (España). Los españoles doblegaron a húngaros en la semifinal (2-1, con prórroga incluida), y a los soviéticos en la final por el mismo resultado con el famoso gol de Marcelino en Chamartín. Era su cuarto partido como internacional del total de 49 que disputó con la selección española y su primer título, que le sirvió para estrechar la mano de su ídolo, el portero ruso Lev Yashin, La Araña Negra, y la de Franco, de quien políticamente estaba en las antípodas. "Tú eres el benjamín del grupo", fue lo único que le comentó el dictador. Aquel triunfo le reportó el suficiente dinero para comprarse un coche Simca 1000 y para pagarse el viaje de novios en La Toja.

Foto: Amancio con Benzema en el césped del Bernabéu. (Reuters/Isabel Infantes)

La exitosa carrera de Iribar, que llegó a ganar en 1970 el trofeo Zamora, iba forjándose poco a poco en los campos de fútbol. Sin embargo, una final de Copa perdida frente el Zaragoza de "Los Cinco Magníficos" fue la que le inmortalizó. Todo ocurrió el 29 de mayo de 1966 en el Santiago Bernabéu. Según el cronista del Nodo, en el campo había 30.000 aficionados "del Bilbao" que lucían "boinas" en un partido dirigido por un colegiado de apellido Guirigay. Con esa presentación, ¿qué podía salir mal al Athletic? Pues todo, porque perdieron 2-0 (Villa y Lapetra).

Entonces ocurrió algo que aún perdura en la memoria de los aficionados. Iribar fue, de largo, el mejor del equipo. Los hinchas le sacaron a hombros con un cántico que es historia del club: "Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno". Durante su carrera no logró ganar ninguna Liga, pero sí dos Copas. La primera ante el Elche, donde jugaba el ex madridista José Araquistain (1969), y la segunda frente al Castellón de Vicente del Bosque (1973). Por cierto, en aquel equipo del Athletic jugaba otro futuro seleccionador nacional, Iñaki Sáez, y un expresidente de la Real Federación Española de Fútbol como Ángel María Villar.

Durante su etapa de jugador hubo días de vino y rosas. Por ejemplo, cuando se lesionó al estilo Santiago Cañizares al hundirse el plato de ducha mientras se duchaba, lo que le provocó un gran corte en un dedo del pie, o cuando en 1973 estuvo a punto de morir a causa de unas fiebres tifoideas. Permaneció varios días ingresado en el hospital de Basurto. El parte médico firmado por el doctor Guillermo Barrallo hablaba de fiebres tifoideas "originadas por el bacilo de Eberth". Esa enfermedad traía muy malos recuerdos a la entidad rojiblanca porque, tal y como se rumorea, fue la misma que provocó la muerte Rafael Moreno, Pichichi. "Temblaba sin parar por la fiebre, daba saltos en la cama y parecía que iba a volar. La cama estaba completamente mojada, como si me hubiera sumergido. No sabía si estaba en este mundo o en el otro. Mi cuerpo se convirtió en un ring donde se enfrentaban la vida y la muerte. Fueron las tres semanas más duras de mi vida", recuerda el propio guardameta en el libro, "Iribar, la alargada sombra del Txopo", del periodista Pedro Mari Goikoetxea.

A nivel deportivo, su mayor decepción fue perder dos finales seguidas en 1977, una circunstancia que tristemente se repitió en 2012 frente al Atlético de Madrid en la Europa League y frente al Barca en la Copa. En aquella ocasión el Athletic venía de hincar la rodilla frente a la Juve por el golaveraje en la final de la Copa de la UEFA. La famosa foto de Txetxu Rojo sentado en el suelo y de espaldas al fotógrafo da una buena imagen de lo frustrados que quedaron los jugadores y toda la hinchada rojiblanca. La final de Copa contra el Betis, dirigido entonces por otro histórico del Athletic como Rafael Iriondo, tampoco sirvió como bálsamo. El partido, tras la prórroga, acabó con un 2-2 en el marcador. La primera tanda de penaltis no fue concluyente (4-4). Tras 19 lanzamientos, le tocó el turno a Iribar. Falló. La gloria fue para otro guipuzcoano, el guardameta José Ramón Esnaola, que sí había acertado con la potería rival en el anterior lanzamiento.

placeholder Iribar, representando al Athletic en el 2012. (EFE/Luis Tejido)
Iribar, representando al Athletic en el 2012. (EFE/Luis Tejido)

Para la historia también la fecha del 5 de diciembre de 1976. Ese día los capitanes de la Real Sociedad y del Athletic, Inaxio Kortabarria y José Ángel Iribar, respectivamente, saltaron al campo portando una ikurriña, que en aquella época era ilegal. Hacía un año que había fallecido Franco y faltaba solo un mes para que el entonces ministro de la Gobernación, Rodolfo Martin Villa accediera a "tolerar" la enseña vasca. En realidad, ni la autorizó ni la prohibió, simplemente se limitó a tolerarla. El decreto de 19 de enero de 1977 establecía una doble consigna para los gobernadores civiles. Por un lado, que la bandera española ondeara en lugar preferente, y por otro, que cesara la persecución a quienes exhibieran la ikurriña.

Aquella ikurriña fue confeccionada por la hermana de José Antonio de la Hoz Uranga, un jugador de la Real Sociedad que antes de comenzar el partido comunicó su idea a la plantilla del Athletic. Nadie puso pegas. Así recordaba Uranga aquel día en una entrevista en Noticias de Gipuzkoa: "Kortabarria e Iribar se quedaron allí, pero yo tenía que volver a los vestuarios y los policías nacionales me dijeron que eso no iba a quedar impune. Con la ikurriña no sé qué pasó, si te digo la verdad. La cogería algún jugador. No nos la quitaron porque ahora está en el museo".

Poco antes de retirarse del fútbol, Iribar coqueteó con la política. Corría el año 1978, y no dudó en formar parte de la primera mesa nacional de Herri Batasuna cuando le propusieron llevar el área de cultura. Le había quedado marcado el fusilamiento de Juan Paredes, Txiki, un joven nacido en Extremadura que emigró a Zarauz y que vivía cerca de su casa. El miembro de ETA fue condenado a muerte por el atraco a un banco en Barcelona donde falleció el policía Ovidio Díaz López en el tiroteo. Fue la última ejecución del franquismo. Murió el 27 de septiembre de 1975 junto a su compañero Ángel Otaegi y los militantes del FRAP José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena. Aquellos fusilamientos dieron origen a la famosa canción de Luis Eduardo Aute 'Al alba'.

Por aquellos años comenzó a ir por los colegios de Vizcaya para que los niños no se acercaran a la drogas e hicieran deporte de la mano de un pediatra muy conocido en Bilbao. El médico en cuestión era Santiago Brouard, otro miembro fundador de la coalición abertzale que en 1984 fue abatido a tiros en su consulta por dos mercenarios de los GAL. Su carrera política duró poco más de un año porque, según dijo después, le quitaba tiempo para hacer lo que más le gustaba, jugar al fútbol. "Creí que podía aportar algo en el ámbito de la cultura, sin más", llegó a confesar algo decepcionado años más tarde.

placeholder José Ángel Iribar, en el homenaje a José Francisco 'Txetxu' Rojo Arroita. (EFE/Luis Tejido)
José Ángel Iribar, en el homenaje a José Francisco 'Txetxu' Rojo Arroita. (EFE/Luis Tejido)

El público de San Mames jamás podrá olvidarse de ese tipo sencillo que llegó a rechazar una oferta del presidente Luis de Carlos para fichar por el Real Madrid. Siempre alejado de la polémica por su carácter un tanto reservado, su figuraba se agigantaba sobre el césped. No era un portero de grandes reflejos. Tampoco le hacían falta porque siempre estaba bien colocado. Querido y admirado por la chavalería del Athletic y por lo más veteranos, nadie discute su figura como buque insignia del club. Los que le vieron jugar aun le recuerdan como un portero capaz de desplazar con su mano un balón casi a la mitad del campo. El destinatario del pase era casi siempre el recientemente fallecido Txetxu Rojo, que lo bajaba con mimo a la hierba gracias a su privilegiada zurda.

Su partido homenaje se celebró en San Mames el 31 de mayo de 1980. El invitado, por expreso deseo del homenajeado, fue la Real Sociedad que acudió de forma altruista. Su último gesto, el de donar todo el dinero recaudado a la elaboración de un diccionario de euskera (su lengua materna), español y francés, define a la perfección la persona que es. Como técnico consiguió el hito de subir al Bilbao Athletic a Segunda División y más tarde tuvo que sustituir a Javier Clemente tras su enfrentamiento con Manu Sarabia. Llegó a pasar apuros en 1987 cuando el equipo tuvo que jugar los play offs por el descenso y ya lo dejó. Ninguna calle de Bilbao, de momento, lleva su nombre pese a que en los últimos años alrededor de 150 vías han modificado su identificación bien por la entrada en vigor de la Ley de Memoria Histórica, bien por expreso deseo del Ayuntamiento. Lo mejor es que aún hay tiempo para hacer propósito de la enmienda y que la villa reconozca a Iribar como lo que fue para Bilbao y toda la provincia de Vizcaya: una leyenda.

Hubo un tiempo en que el fútbol era sinónimo de fidelidad a unos colores. Queda poco o casi nada de ese romanticismo caduco propio de la época televisiva en blanco y negro. Entre los privilegiados que a principios de la década de los sesenta pudieron comprar un televisor, ese color negro sobresalía en las pantallas gracias a la figura de un jugador al que apodaron El Txopo por su forma de saltar a coger un balón con los brazos estirados. Aquel chaval era José Ángel Iribar, un tipo sobrio, de pocas palabras y al mismo tiempo capaz de enmudecer a un estadio entero. Llegó, vio y venció con el Athletic, su equipo de toda la vida. Por no malgastar adjetivos valga esta frase del periodista Santiago Segurola para entender mejor la dimensión del personaje que hoy cumple sus primeros 80 años. "No era imbatible, simplemente era el mejor".

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