“El Bronx” de Medellín no es solamente una calle del centro
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“El Bronx” de Medellín no es solamente una calle del centro

Las intervenciones de la Alcaldía parecen un chispazo que se borra en un día ante el creciente fenómeno en toda la ciudad.

  • Foto tomada el pasado dos de febrero, horas después de una intervención de la Secretaría de Seguridad. FOTO ESNEYDER GUTIÉRREZ CARDONA
    Foto tomada el pasado dos de febrero, horas después de una intervención de la Secretaría de Seguridad. FOTO ESNEYDER GUTIÉRREZ CARDONA
  • Foto tomada el 22 de enero tras uno de los operativos de limpieza y seguridad realizados por la Alcaldía. Horas después, los habitantes de calle volvieron al lugar. FOTO CORTESÍA
    Foto tomada el 22 de enero tras uno de los operativos de limpieza y seguridad realizados por la Alcaldía. Horas después, los habitantes de calle volvieron al lugar. FOTO CORTESÍA
03 de febrero de 2024
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El Bronx de Medellín no queda en la cuadra que conecta a la calle 56 con la Avenida Cúcuta, en el centro. Tampoco en la Avenida de Greiff, ni en la glorieta de La Minorista ni en las orillas del río Medellín o en el Parque de Bolívar o en el Lleras.

El Bronx, al menos en Medellín, no es un lugar en el mapa. Es, en cambio, un problema de salud, pobreza, seguridad, medio ambiente, todo al mismo tiempo y en todas partes.

La Secretaría de Seguridad de Medellín se ha ufanado de los tres operativos que lleva este año en el sector de Cúcuta con La Paz. Según el último informe que presentó el secretario de Seguridad, Manuel Villa, en estas intervenciones se sacaron 14 toneladas de basuras, 80 armas blancas y un kilo de droga. En la administración de Quintero también hubo operativos parecidos. EL COLOMBIANO registró uno en septiembre del 2023, en el que se sacaron cuatro toneladas de basura y se incautaron algunos cuchillos y bolsas de droga.

Quizás el golpe más duro que haya recibido el Bronx ocurrió en la pasada alcaldía de Federico Gutiérrez, en agosto del 2018. En ese entonces, el Bronx quedaba en la Avenida de Greiff, a unas pocas cuadras de donde queda ahora. En un operativo que el alcalde Gutiérrez calificó como “perfecto”, participaron 800 personas, casi todas de la Policía, se hicieron 11 allanamientos al mismo tiempo, se demolieron edificios, se incautaron armas, se sacó basura y se llevaron a 500 habitantes de calle para centros de atención de la Alcaldía. Ese mismo día, en una finca en Copacabana, las autoridades capturaron a alias “Don Omar”, quien era supuestamente el “Zar del Bronx” y cabecilla de una organización delincuencial dedicada a la venta de drogas en el centro de la ciudad.

Pero esa vez pasó lo mismo que pasa ahora cada que hay una nueva intervención: apenas el camión de la basura y las tanquetas de la Policía se van, los habitantes de calle regresan y con ellos el hambre, las enfermedades, los escombros, las pipas y las candelas, el crack y el bazuco. En 2019 en la ciudad había aproximadamente 3.000 habitantes de calle, ahora son más de 9.000.

Es un sábado cualquiera, no ha pasado ni una semana desde el último operativo de la Alcaldía, y en sector de La Paz con Cúcuta todo está igual que siempre: las litografías están abiertas, las fábricas de puertas y ventanas tienen material ocupando media calle, hay sillas de oficina envueltas en papel de cocina en todas las aceras y hay un grupo de monjas vestidas de negro, en el calor de una ciudad donde la última vez que llovió se publicó en el periódico, motilando y afeitando habitantes de calle. Hay uno sentado sobre un banco pequeño mirando hacia el suelo mientras la monja le vacía un galón de agua en la cabeza. Está casi desnudo y suena música de comunión. Es un bautizo. Hay otro que se motila frente al espejo con los ojos cerrados y se frota la cabeza tantas veces y con tanto gozo como si fuera el pene.

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En la cuadra que sigue queda el Bronx. Queda, no es. Si fuera, hace rato se habría extinguido de tanta escoba y bolillo que le han voleado.

Hay que entrar con permiso o con alguien conocido, una buena bocanada de aire viene bien. Todo adentro va en cámara rápida, en el suelo, los hombres agachados juegan dados, o se tiran de un lado a otro una cajetilla de fósforos, otros duermen, otros arman la pipa, otros la prenden, otros la fuman, otros la compran: a un costado hay mesas con carpas, como en una feria de artesanías, donde se vende la droga. “¿Qué necesita, papi?”. Hay un frasco en la mesa donde se echan las monedas del pago. Nadie se lleva nada. Nadie entra ni sale sin que los que manejan el negocio de la droga lo sepan. Los jíbaros, dicen los que conocen, a veces apadrinan a las mujeres, muchas veces niñas de 10, 11, 12 años, que terminan enganchadas con la droga y explotadas sexualmente. Apadrinar quiere decir que nadie, salvo ellos, las pueden tocar.

A mitad de cuadra apareció Paola. “Hoy es sábado, hágame unas trenzas bien perras”, le dijo a Andrea Moreno, la influencer del Bronx, a la que saludan y hasta le hacen fila si la ven peinando mujeres debajo de los puentes o en la manga de la minorista.

Sus peinados trenzados se hicieron virales en Tik Tok, donde tiene 176.000 seguidores y en Facebook donde está cerca al millón. Los videos han tenido tanto alcance que hasta la gente del Bronx los ve y le preguntan a Paola que si ella es la que sale en internet cuando la están peinando.

“Espere me lavo el pelo y voy para que me peine, por favor, ¿sí?”, le suplicó, mientras rebuscaba dos monedas de $500 para comprarse un sobrecito de champú y juagarse la espuma en el baño, que en realidad es un hidrante que bota agua a chorros.

“Amor, yo peino a estas mujeres porque es devolverles la condición de humanidad. A ellas las ven como un desecho, pero ellas son mujeres y quieren sentirse bonitas”, dice Andrea mientras camina por el Bronx, como si conociera de memoria los pasos que hay que dar para salir de lo que ella misma llama “una calle con demonio”.

Anduvo un par de cuadras más hasta una manga a ver si encontraba otras mujeres que quisieran sentirse bonitas ese día. Allí solo encontró hombres que le pidieron una motilada, “es que esas monjas motilan muy feo”.

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“Me boletiaste mucho en esas redes. Todos me preguntan que si yo soy la del video”, le reclamó Paola, que ya tenía pensado el peinado desde hacía más de una semana: unas trenzas bien apretadas para que no se le dañaran en las peleas. En la última riña que tuvo le fue muy bien, que ganó porque no tenían de dónde cogerle el pelo. Andrea comenzó a tejerle la cabeza con mañita para que no quedara ni un cadejo por fuera.

Andrea tiene 24 años, dos hijos y viene desde Zaragoza. Es alta y lleva el cabello teñido en partes con un rojo cobrizo que a Paola no le gustó porque la hace ver vieja.

Aprendió a trenzar sola. Ensayaba en las cabezas de sus hermanas hasta que supo hacerlas perfectas, de todos los tamaños, colores y marañas. Ese arte hoy le permite levantar a su familia y de paso devolverle autoestima a esas mujeres del Bronx que muchas veces prefieren un peinado al sancocho que Andrea les ofrece para almorzar.

Andrea cuenta que cuando estaba niña se acercó a una mujer habitante de calle, pero su mamá la regañó. No le hizo caso y le respondió que era una igual a ella, que no le tenía miedo.

Con esa premisa, en su juventud, se lanzó a las calles del Centro para buscar a su amiga Geral, que había decidido quedarse ahí. Cuando la encontró, le rogó que se devolvieran para la casa, Geral le pidió que la dejara solo una noche más para despedirse. Esa misma noche la asesinaron.

Aún en medio del luto, Andrea no dejó de ir al Centro. Se sentaba días enteros con las mujeres del Bronx a escucharlas y peinarlas. Hasta que encontró a Michel, la primera niña que logró rescatar de esa calle. Llegó cuando tenía apenas siete años. El año pasado, Michel entró a un centro de rehabilitación con la promesa de no volver al Bronx.

Niñas como ella no son extrañas allí. A diario Andrea se encuentra niños hasta de seis años, consumiendo y durmiendo en ese mundo que en las noches se llena de mecheros, agujas, humo y lucecitas como cocuyos que reflejan las pipas.

Pero, a diferencia de Michel, no todas quieren irse. A Salomé, que tiene 13 años y quedó enviciada después de probar marihuana con crack, la “secuestradora” la tuvo que sacar a la fuerza. La secuestradora se llama Mónica y hace parte de la Fundación Yonathan Forero, que acompaña a Andrea cuando alguna de las mujeres se quiere rehabilitar o cuando un menor de edad está en riesgo. Le dicen así porque tiene la fuerza suficiente para soportar las patadas y los puños que le dan cuando les toca llevarse a los niños a un mejor lugar.

Andrea, Paola, Geral, Michel, Salomé, los 9.000 habitantes de calle de Medellín, los campaneros, los de los dados, los jíbaros y sus jefes son el Bronx, no el cruce de la Avenida Cúcuta con la calle 56 en el Centro.

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