Los mil y un días en Isfahán

Irán y volverán

Los mil y un días en Isfahán

Aunque no hacen falta tantos días para conocer esta ciudad, sus encantos exóticos son inolvidables.

La arquitectura persa islámica parece escapar al influjo de la gravedad. En la mezquita del Shah, se pasa directamente de un espacio cubierto y completo en sí mismo a otro a la intemperie. Pero nunca hay sensación de encierro y el escenario arquitectónico que nos rodea es siempre perfecto.

Isfahán es una de las ciudades más bellas e interesantes del mundo y su plaza Naghsh-i Jahan, una de las más humanas que se pueden conocer. Probablemente, porque fue la capital del imperio selyúcida y safávida o porque tiene edificios musulmanes, cristianos, judíos y zoroastristas. Da igual, lo que importa es que, una vez que se ve, es inevitable volver. De Isfahán dicen que tiene los comerciantes más hábiles, que es conservadora, que ama la familia y que posee las mejores facultades de ingeniería y arquitectura del país.

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iStock-881442556. Mezquitas y sinagogas

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Mezquitas y sinagogas

Lo primero que hay que hacer es ir a la plaza central. Hay que verla varias veces, al menos con la luz y la actividad de la mañana, la tarde y la noche; sus mezquitas y palacio ya se visitarán más adelante. Después, explorar Jubareh o el barrio judío en la parte antigua, pasear por los pequeños callejones con restos de más de 15 sinagogas, y ver los minaretes Sarban y Chihil Dukhtaran, que muestran los trabajos espléndidos de ladrillo de los selyúcidas. La proximidad de la mezquita del viernes (Masjed-e Jameh), a la que se puede ir andando, habla de la simbiosis de las comunidades musulmanas y judías en Isfahán. Esta mezquita es la más antigua de Irán y una visita imprescindible –sirvió como modelo para varias mezquitas posteriores de Asia Central–. Verla con detalle la convierte en un excelente museo al aire libre con el que conocer y diferenciar los valores selyúcidas y safávidas.

iStock-869071026. El palacio de... los frescos

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El palacio de... los frescos

El palacio Chehel Sotún o de las Cuarenta Columnas es un tesoro. No solo por sus esbeltas columnas de madera –que no son cuarenta, número que simboliza la cantidad más grande en Persia, sino dobles o triples al reflejarse en el estanque de delante–, sino por los frescos del interior. Los visitantes se suelen fijar en los superiores, que son también magníficos, pero hay que reparar en los inferiores, hechos con la misma pericia y técnica que las miniaturas orientales. Los colores planos, la perspectiva incierta de las figuras y paisajes, las narraciones que cuentan y que se siguen con tanta facilidad son iguales al estilo de uno de los miniaturistas más conocidos, el también safávida, Reza Abbasi. Chehel Sotún fue mandado construir por el gran sha Abbas I, artífice de la mayoría de los palacios, puentes, mezquitas, paseos y jardines del esplendor isfahaní, para la recepción de dignatarios y embajadores.

iStock-1134493515. Lo que pasa en Jolfa...

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Lo que pasa en Jolfa...

Jolfa, o el barrio armenio, es otro de los atractivos de la ciudad, una de las zonas más ricas y con mayor ambiente. Hay quien dice «que todo puede pasar en Jolfa». Resulta habitual pasear por sus escaparates, elegir un restaurante, pararse en cualquiera de sus cafés cosmopolitas donde se reúnen los estudiantes para discutir sobre Proust o el cine iraní. La mejor hora es al ponerse el sol y por la noche.

iStock-1070402534. Esplendor cristiano

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Esplendor cristiano

Pero antes merece la pena visitar la catedral de Vank y el museo armenio. Construido en 1871, el museo presenta un recorrido por varios de los objetos más significativos de la historia de los armenios en la ciudad desde principios del siglo xvii, cuando Abbas I funda el barrio de Jolfa. Destacan los vestidos tradicionales, pero sobre todo la colección de documentos visuales y textuales sobre la masacre armenia de 1915.

iStock-537044817. Puentes sin apenas agua

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Puentes sin apenas agua

Más adelante, habrá que cruzar el río Zayandeh para volver a la plaza central. Está seco desde 2009 debido a la sequía que sufre el país y al desvío de sus aguas para regar campos de cultivo. No hace mucho, cuando había agua, era el lugar preferido al caer el sol y para el paseo. Dicen que muchos isfahaníes aún no se han recuperado de la depresión de ver su lecho vacío. El agua reflejaba los puentes y ahora se ha perdido el espíritu de sus arquitecturas. El Zayandeh nace a 4000 m de altura y es uno de los ríos más grandes del país. De los 400 km que tiene, siete recorrían la ciudad y atravesaban once puentes de nombres mágicos y formas diversas.

Once puentes atraviesan el río Zayandeh. Los más conocidos son el Khaju y el Sio Se Pol. Con sus represas, permitían controlar el flujo de agua de campos y jardines y regular el consumo.  Pero lo más extraordinario es que su finalidad también era fomentar el entretenimiento público y el ocio.

El Sio Se Pol tiene 33 arcos y dos niveles. Los arcos forman pabellones para disfrutar de la sombra y las vistas. El Khaju presenta dos niveles. En el inferior se alternan los nichos abiertos y los pilones para guarecerse del sol; el superior tiene un pasadizo amurallado alineado con una arcada de nichos dobles y un pabellón octogonal que mira hacia el río. Hay que verlos iluminados y atravesarlos para conocer y compartir la animación de los isfahaníes. Al caer el sol, en el piso inferior del Khaju los hombres cantan y las arcadas de piedra se llenan de música.

George Curzon, virrey británico de la India, consideraba el puente de Khaju (en la imagen), del siglo xvii, el más hermoso del mundo. Pero desde 2009 el río está seco. Durante las vacaciones escolares del Año Nuevo persa, el embalse de Chadegan abre sus compuertas para que las aguas fluyan otra vez.

iStock-157395369. La plaza entre las plazas

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La plaza entre las plazas

La Plaza Naghsh-i-Jahan, también llamada Plaza del Imán (Meidan Emam), es una de las más grandes del mundo. La construyó Abbas I para tener al lado de su palacio Alí Kapu lo esencial de la ciudad: centros religiosos, comerciales y zonas verdes. En la plaza, se visitan los monumentos, se compra en el bazar inolvidable pero, sobre todo, se acude para ver cómo viven los isfahaníes. Para ello se atraviesa el centro y se pasea rodeando la infinidad de parterres. El mejor momento es el viernes por la noche, día festivo. Las familias y jóvenes van de pícnic a cenar y a disfrutar del ambiente y los jardines. Un paseo entonces, entre los cascabeles de los caballos, el reflejo del agua y las invitaciones a compartir cena con los isfahaníes, no se olvidará jamás.

iStock-157393870. Monumento a monumento

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Monumento a monumento

Y, por fin, llega el momento de centrarse en los monumentos de la plaza Naghsh-i Jahan. Primero la mezquita Masjed-e Shah. Sus mosaicos azul, azul turquesa, blanco, negro, amarillo, verde y marrón destacan por encima de cualquier otra cosa. El impacto óptico es extraordinario y cuando se entra en zigzag, la mirada se llena de color. Los elementos de la arquitectura y la decoración islámicas se caracterizan por la capacidad de repetirse simétricamente ad infinitum, como metáfora de la eternidad.

iStock-1134992307. La mezquita más grande de Irán

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La mezquita más grande de Irán

La mezquita Jāmeh o gran mezquita de Isfahán es la más importante de Irán. Fue fundada en el siglo viii por la tribu Banu Taym siguiendo el estilo abasí. Tras el incendio del siglo xii se reconstruyó y se convirtió en la más venerada de la ciudad hasta que Abbas erigió la Masjed-e Shah. Es el primer edificio islámico que adaptó el diseño de un patio con cuatro iwanes propio de los palacios sasánidas a la arquitectura islámica de carácter religioso. El patio de 2500 m2 es el corazón de 17.000 m2 de espacios edificados. En su interior están representados todos los estilos arquitectónicos y decorativos significativos de la época medieval persa, tan ricos y diversos y con una técnica de construcción tan depurada que ha servido como modelo para la arquitectura persa en general. Merece una visita larga y detenida con un guía.

iStock-157397547. La cúpula infinta

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La cúpula infinta

Después, merece la pena ir a la mezquita Sheikh Lotf Allah, que lleva el nombre del erudito religioso más destacado de la época, suegro del monarca, y que representa la piedad personal de Abbas I pues era allí donde iba a rezar. Pequeña, íntima, desprovista de minaretes e iwanes, característicos estos últimos de la arquitectura persa parta, invita también al recogimiento y la reflexión en su interior. Del esplendor infinito de su cúpula, mejor no decir nada, así será una sorpresa aún mayor para el viajero.

iStock-91695305. Interiorismo y virguerías

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Interiorismo y virguerías

Desde esta maravilla de mezquita se cruza hacia el palacio Ali Kapu, residencia de Abbas, para contemplar la vista de la plaza desde la terraza –se dice que mandó construir un paseo para ir caminando desde allí a Chehel Sotún–. En el último piso, hay una bella sala de música con el techo de marquetería y unas concavidades de yesería extrañas que no hay que perderse. ¿Qué contenían y qué uso se les daba? Y, para terminar, recorrer los soportales del fastuoso bazar y ver, comprar y comprobar que los isfahaníes son, además, unos comerciantes espléndidos.