Días de vinilo | Crítica | Película

Días de vinilo

Los 80 molan, pero estamos en el 2013 Por Belén Sagredo

Play: suena “Lust for life”, dos yonkis corren por las calles de Edimburgo escapándose de dos encargados de seguridad. STOP (Trainspotting, Danny Boyle, 1996). Play: suena “Hot Stuff”, cuatro desempleados esperan su turno en la cola del INEM y la música se apodera de ellos. STOP (The Full Monty, Peter Cattaneo, 1997). Play: suena “Don´t let me be misunderstood”, “La Novia” se enfrenta en un combate a vida o muerte con O-Ren Ishii. STOP (Kill Bill Vol. 1, Quentin Tarantino, 2003). Y así, tantos ejemplos casi cómo películas se han hecho, sobre cómo una canción se reinventa y resignifica al cobijo de una escena o de cómo una escena no se entiende sin la banda sonora que la acompaña.

Por lo tanto, cuesta mucho entender cómo en una película que tiene a bien titularse: Días de Vinilo sea casi imposible recordar una sola escena en la que la música tenga algún poder de significación, algún valor añadido a lo que se ve.
Es más, que sea casi misión imposible recordar una sola canción de las muchas que suenan durante sus 105 minutos de metraje.

No obstante, basta ver el primer minuto de la película para saber que ésta, la de integrar la música en el discurso de esta comedia argentina o dotarle de algún significado que el espectador pueda procesar, no es en absoluto la intención de su autor Gabriel Nesci; quién más bien la utiliza aquí como mera excusa y/o herramienta nostálgica para servir de unión de las peripecias existenciales de cuatro amigos cuarentones anclados en la adolescencia.

Adolescencia, ya lejana, en que la música se escuchaba en discos de vinilo, los guiones se escribían en máquinas de escribir y la sociedad en general y la juventud en particular aún no se había repuesto de la disolución de los Beatles, la irrupción de Yoko Ono en sus vidas para, según muchos, arruinarlo todo, y el posterior asesinato de John Lennon a manos de Mark David Chapman.

Todos estos elementos, a través de los cuales el director argentino Gabriel Nesci, responsable de la serie cómica Todos contra Juan (Gabriel Nesci, Gaston Pauls, 2008), articula este retrato generacional en clave de comedia, anclado cómo sus propios protagonistas en una nostalgia que no suena aquí a añoranza, a recuerdo pasado sobre el que construir el quiénes somos ahora, sino que huele a rancio, a obsoleto, a pasado de moda.

Días de vinilo

En parte, porque el drama sobre el que descansa la historia y que debería dar la entidad y la verdad a estos cuatro relatos cómicos que se narran – el de Facundo: director funerario a punto de casarse, el de Luciano: locutor radiofónico incapaz de asumir la ruptura con su explosiva novia, el de Damián: un guionista venido a menos que intenta recuperar a su ex escribiendo un guión que se intuye desastroso y el de Marcelo: fanático seguidor y líder de una banda tributo a los Beatles- es tan débil cómo inverosímil, impostado y lo peor: estereotipado con concesiones subrepticias a la guerra de sexos, al papel del hombre y la mujer en las relaciones de pareja y al rol de ésta cómo elemento maduro, sensible, inteligente y comprensivo en el tándem hombre-mujer.

El director castra, con su propuesta, la posibilidad de crecer a sus personajes -sólo hacía el final hay un atisbo de toma de conciencia de esta nostalgia mal entendida por parte de Marcelo- pero a excepción de esto, Nesci impide que sus cuatro amigos evolucionen y que la película lo haga con ellos.

Los mimbres sobre los que Días de Vinilo intenta provocar la risa, se ven y se convierten por momentos en protagonistas molestos que generan todo lo contrario; valga cómo ejemplo el running gag que tiene como protagonista a Leonardo Sbaraglia haciendo de sí mismo: las carcajadas generalizadas que genera su primera y hasta segunda su intervención se convierten en cargantes e innecesarias apariciones en lo posterior.

Si bien fallida en diversas cuestiones, tiene Días de Viniloy algunas de sus secuencias (gracioso sin duda el gag que tiene que ver con los chistes hechos por Damián para los teléfonos móviles), destellos de esa –no tanto nueva, pero si creciente en interés- ola de comedia argentina, que en los últimos años nos ha dejado algunos de los mejores ejemplos de comedia de una cinematografía tan rica como prolífica (El hombre de al lado, Mariano Cohn, Gastón Duprat, 2009; Tiempo de valientes, Damián Szifrón, 2005; El artista, Mariano Cohn, Gastón Duprat, 2008 etc. ).

En parte, gracias a un elenco en el que junto a Sbaraglia,también el resto de actores: Gaston Pauls (Nueve Reinas, Fabián Bielinsky, 2000), Fernán Mirás (Pensé que iba a haber fiesta, Victoria Galardi, 2013), Ignacio Tosseli (El notificador, Blas Eloy Martínez, 2011) y Rafael Spregelburd (El hombre de al lado)–lo mejor sin duda de la cinta- sacan lo mejor de sus dotes actorales y vis cómicas en pro de una propuesta que elevan con sus  interpretaciones.

Y en parte también respecto a las expectativas generadas por Nesci en torno a los personajes femeninos, sólo dibujados con pinceladas y la mayor parte del tiempo en elipsis, pero que de algún modo abren la puerta a una profundidad y al planteamiento de unas cuestiones que los personajes protagonistas, planos en fondo y forma, no generan, cómo por ejemplo ¿Cuáles son las motivaciones de Vera para ayudar a Damián altruistamente, cómo se siente, qué piensa de él? ¿Quién es Yenny, cuál es el proceso vital que le hace aterrizar en Buenos Aires, qué hará después? Y etc. etc.

Pero Nesci, prefiere no correr riesgos y no adentrarse en unos personajes que quizás tuviesen algo más que contar. Prefiere elegir como potencial lista de éxitos mortuoria de Facundo y Lila, una tan convencional para el imaginario pop-cultural de nuestros tiempos cómo la que pueda unir a Tom Waits, Leonard Cohen o David Bowie: no hay opción de discusión aquí, pero originalidad alguna tampoco. Y el resultado es que la frescura y la desvergüenza de aquella Todos contra Juan, queda cómo los discos de vinilo y la máquina de escribir: relegada a un pasado, que los modernos pueden entender vintage, pero que lo que es seguro: ya queda anticuado.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Mario dice:

    Todo lo contrario. Vi una película dinámica, comedia con caracteres bien construidos y que te saca más de una sonrisa.
    Desde la escena original del «bautismo» tiene muchos puntos innovadores. El homenaje a buena música de otros tiempos (que también en la actualidad hay buenisimas bandas y solistas) da un ritmo a la comedia que hacía rato no encontraba en el cine argento. «Y sin explosiones», como quería Sbaragla

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