Historia de la música

Isaac Albéniz, el compositor viajero

Virtuoso del piano y excelente compositor, el músico español Isaac Albéniz fue un niño prodigio y triunfó muy pronto a nivel internacional. La obra de Albéniz, que pasó largas temporadas en París y en Londres, estuvo muy influenciada por el folclore español y cambiaría de manera definitiva el panorama musical de la España de su tiempo.

Isaac Albeniz tocando el piano junto a su hija Laura.

Foto: PD

El músico y compositor Isaac Albéniz está considerado uno de los autores más importantes de la historia de la música española. Sus composiciones para piano (Suite española, España, Seis hojas de álbum, Cantos de España, Iberia), para piano y orquesta (Rapsodia española, Concierto fantástico) o sus incursiones en la música orquestal (The Magic Opal, Pepita Jiménez, Merlín) son mundialmente conocidas y apreciadas por los amantes de un instrumento musical tan versátil como es el piano. Aunque su catálogo de creaciones musicales no sea particularmente amplio, la mayoría de críticos está de acuerdo en afirmar que el principal atractivo de la obra de Albéniz reside, principalmente, en dos aspectos: la combinación de folclore español con una depurada técnica compositiva.

La vida de Albéniz no fue precisamente tranquila. Por el contrario, se caracterizó principalmente por sus constantes viajes. Cuando aún era un adolescente, y siendo ya un reputado pianista, el músico estuvo constantemente de gira por España, Hispanoamérica y Estados Unidos. Muy pronto, al no lograr triunfar en Madrid, Albéniz decidió trasladarse a París donde mantuvo contactos con artistas de la talla de Debussy, Ravel o Dukas. Posteriormente marchó a Londres, y se instaló en la capital británica gracias al patronazgo de un adinerado banquero llamado Francis Coutts, aunque nunca olvidaría su país natal. Albéniz también recalaría en Barcelona, donde entabló una estrecha amistad con Felipe Pedrell, considerado uno de los fundadores de la musicología española. Pedrell influiría profundamente en los aspectos nacionalistas y folclóricos de la obra de Albéniz.

Isaac Albéniz, un niño prodigio

Nacido en la localidad gerundense de Camprodón el 29 de mayo de 1860, Isaac fue el último de cuatro hermanos y muy pronto demostró ser un auténtico niño prodigio: con apenas cuatro años, el pequeño Isaac interpretó Las vísperas Sicilianas de Verdi en el Teatro Romea de Barcelona. Su primer maestro fue el músico y compositor catalán Narcís Oliveras, y cuando a los seis años se trasladó a París con su madre y su hermana Clementina recibió clases del pianista, compositor, pedagogo y musicógrafo Antoine François Marmontel. En 1868, la familia se trasladó a Madrid, donde Albéniz estudió piano y solfeo en la Escuela Nacional de Música y Declamación (el Real Conservatorio). El joven dio conciertos por toda España, e incluso actuó en Puerto Rico y Cuba en 1875. En mayo de 1876 se matriculó en el Conservatorio de Leipzig, pero en septiembre de ese mismo año, gracias a una beca otorgada por el rey Alfonso XII, pudo matricularse en el Real Conservatorio de Bruselas, donde estudió piano con Louis Brassin. Allí se graduó en 1879, y también le otorgaron de manera unánime un cum laude.

Gracias a su talento, el joven recibió en 1876 una beca del rey Alfonso XII que le permitió acceder al Real Conservatorio de Bruselas.

Retrato de Isaac Albéniz realizado por el artista Ramon Casas.

Foto: PD

De nuevo en España, Albéniz se estableció ya como un experto virtuoso, y empezó a componer y a dirigir sin descanso. Mientras era director de una compañía ambulante de zarzuelas escribió tres de estas piezas que por desgracia no se han conservado. En 1883, Albéniz se mudó a Barcelona, ciudad donde se casó el 23 de junio de ese mismo año, en la iglesia de la Virgen de la Merced, con Rosa (Rosina) Jordana Lagarriga, con quien tuvo un hijo y dos hijas. Fue durante su estancia en la Ciudad Condal, cuando el músico empezó a estudiar composición con Felipe Pedrell, con quien trabó una profunda amistad. Pero poco después, en 1885, Albéniz se trasladó a Madrid. En la capital recibió la protección del conde de Morphy, y asistía a las veladas musicales organizadas en su domicilio privado. También formó parte del claustro del Instituto Filarmónico, un centro de libre enseñanza presidido por el aristócrata.

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Albéniz se rodea de grandes músicos

Respecto a la vida de Albéniz, existe una temprana biografía, Isaac Albéniz: Notas crítico-biográficas de tan eminente pianista, escrita en el año 1886 por el periodista Antonio Guerra y Alarcón, en la que el autor revela que junto con docenas de obras para piano y tres zarzuelas, Albéniz compuso también otro tipo de piezas: cuatro romanzas para mezzosoprano en francés y tres romanzas en catalán. Pero a pesar de los datos aportados por el autor, muchos historiadores y críticos afirman que la biografía contiene algunas contradicciones y errores. Por ejemplo, en ella se dice que Albéniz conoció (y estudió) con el compositor Franz Liszt, que fue polizón en los barcos que zarpaban rumbo a América y que recorrió Europa viajando como un bohemio sin rumbo (en realidad, todos sus viajes fueron cuidadosamente planeados por su padre, Ángel Albéniz).

Según una temprana biografía sobre Albéniz, este compuso también cuatro romanzas para mezzosoprano en francés y tres romanzas en catalán.

Portada de Cantares de España de Isaac Albéniz.

Foto: PD

Sea como fuere, el caso es que a medida que iba dando conciertos, la reputación de Albéniz como pianista y compositor iba en aumento. Durante la primavera de 1889, el autor viajó a París donde actuó en los Conciertos Colonne (un ciclo de conciertos dados por la prestigiosa Orquesta Colonne, fundada en 1873 en París), donde interpretó su Concierto para piano, op. 78. En 1890 se puso en contacto con el empresario Henry Lowenfeld, que contrató sus servicios como compositor. Como resultado de aquella entente, Albéniz tuvo que trasladarse junto con su familia a Londres, y a través de Lowenfeld logró introducirse en el mundillo del teatro musical londinense. En la capital, Albéniz trabajó en el Teatro Lírico y más tarde en el Teatro Príncipe de Gales. Lowenfeld encargaría a Albéniz la composición de El Ópalo Mágico, una comedia lírica, del estilo de los compositores Gilbert y Sullivan, muy de moda en la Inglaterra de aquellos años, que fue estrenada en el Teatro Lírico el 19 de enero de 1893. La obra sería traducida al español en el año 1895 por Eusebio Sierra, y fue estrenada en Madrid con el nombre de La Sortija.

Las composiciones de Albéniz

Los contactos teatrales del compositor español en Londres llamaron la atención del poeta y dramaturgo Francis Burdett Money-Coutts. Burdett era el heredero de una inmensa fortuna bancaria, la célebre firma Coutts and Co., y en julio de 1894 adquirió el contrato que Albéniz había firmado con Lowenfeld. De este modo, con el apoyo financiero de Coutts, Albéniz pudo vivir sin estrecheces el resto de su vida y dedicarse a componer con comodidad obras como Henry Clifford (estrenada en el teatro del Liceo de Barcelona en 1895), Pepita Jiménez (Liceo de Barcelona, 1896; Neues Deutsches Theater de Praga, 1897; Monnaie de Bruselas, 1905) y Merlín (compuesta entre 1898 y 1902, obra que nunca fue estrenada en vida de Albéniz). Esta última debía ser la primera de una trilogía de óperas basadas en el romance de sir Thomas Malory titulado La muerte de Arturo. Lancelot, la segunda ópera de la trilogía, quedó incompleta en 1903, al igual que la tercera, Genevre.

Gracias al apoyo financiero de Coutts, Albéniz pudo vivir sin estrecheces el resto de su vida y dedicarse a componer con comodidad.

Retrato del compositor español Isaac Albéniz.

Foto: Cordon Press

Tras su etapa en Londres, Albéniz regresó de nuevo a París. En la capital francesa conoció a los compositores Vincent d'Indy, Paul Dukas y Gabriel Fauré, gracias a cuya amistad mantendría unos estrechos vínculos con la comunidad musical francesa. Desde 1898 hasta 1900, Albéniz enseñó piano en la Schola Cantorum de París, hasta que por motivos de salud tuvo que volver a España, donde llevó a cabo un arduo trabajo junto al compositor Enrique Morera con el objetivo de promocionar la obra lírica catalana. Sin embargo, sus esfuerzos para ver producida su propia obra fracasaron y finalmente Albéniz acabó regresando a París, un lugar donde su música era unánimemente elogiada e interpretada. Con el tiempo, su residencia en París empezó a ser, además, un refugio para artistas españoles como Joaquín Turina o Manuel de Falla. Allí, estos jóvenes compositores hallarían el apoyo y el ánimo necesarios para desarrollar su propia obra. Con el tiempo, Albéniz redujo sus apariciones públicas y prefirió dedicarse por completo a la composición y a la producción de sus trabajos operísticos.

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Finalmente, Albéniz fue poco a poco volviendo a sus composiciones para piano. Ejemplo de ello son obras como La Vega (1896-1898) y la que está considerada su obra maestra, Iberia (1905-1908). Pero la grave enfermedad que el compositor había sufrido durante toda su vida (al parecer, padecía de nefritis crónica) le acabaría causando la muerte el 18 de mayo de 1909, poco antes de que el Gobierno francés le hiciera entrega de la Gran Cruz de la Legión de Honor a petición de otros destacados pianistas como Fauré, Debussy y su gran amigo Enrique Granados. A pesar de su grave dolencia, Albéniz nunca había dejado de trabajar ni de componer. Tal era su pasión por la música que un cronista del Heraldo de Madrid, Louis Bonafoux llegó a escribir de él: "Albéniz está con los riñones rotos, pero conserva toda su innata fuerza vital y el optimismo, que lo llevan tercamente a seguir viviendo, y lo que es más grave, ¡a trabajar!".