«Un tranvía llamado Deseo» (1951): la locura y el teatro en el cine | Crítica - Revista Cintilatio

Un tranvía llamado Deseo
La locura y el teatro en el cine

País: Estados Unidos
Año: 1951
Dirección: Elia Kazan
Guion: Tennessee Williams (Teatro: Tennessee Williams)
Título original: A Streetcar Named Desire
Género: Drama
Productora: Warner Bros.
Fotografía: Harry Stradling Sr.
Edición: David Weisbart
Música: Alex North
Reparto: Vivien Leigh, Marlon Brando, Kim Hunter, Karl Malden, Rudy Bond, Nick Dennis, Peg Hillias, Richard Garrick, Ann Dere
Duración: 122 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1951
Dirección: Elia Kazan
Guion: Tennessee Williams (Teatro: Tennessee Williams)
Título original: A Streetcar Named Desire
Género: Drama
Productora: Warner Bros.
Fotografía: Harry Stradling Sr.
Edición: David Weisbart
Música: Alex North
Reparto: Vivien Leigh, Marlon Brando, Kim Hunter, Karl Malden, Rudy Bond, Nick Dennis, Peg Hillias, Richard Garrick, Ann Dere
Duración: 122 minutos

Comentamos algunos detalles de la obra de más éxito de Tennessee Williams llevada al cine. Y de cómo su director, Elia Kazan, un tipo especialmente controvertido en Hollywood, no lo tuvo nada fácil a la hora de estrenarla.

Elia Kazan, que antes de viajar como tantos cineastas exiliados de Europa a Estados Unidos para trabajar —esta anécdota la retrata como otras de su vida entre otros filmes, en América, América de 1963— tenía doble nacionalidad griega y turca, habiendo sido su padre asesinado por militantes de derechas griegos, lo que hizo que viviera el cine de una manera particularmente intensa y densa, sobre todo tras ser fichado por el Comité de Actividades Antiamericanas por resultar abiertamente anticomunista (él siempre lo reconoció): a través de su conocido Código Hays, dio tanto a la industria del teatro en Broadway, como a la de Hollywood a través de Jack Warner y Charles K. Feldman grandes obras de arte como esta. Un ejemplo claro de cómo ilustraba estos capítulos vitales es su conocida obra maestra La ley del silencio (1954), posterior a esta en solo tres años, y en cómo fue emblemática la secuencia en el palomar, también con Marlon Brando (aquí Stanley Kowalski), utilizando a estos pájaros como propiciadores de su histeria particular y también de la colectiva.

Empezó su carrera como decíamos compaginando cine y teatro con adaptaciones menores en las que siempre utilizaba el mismo tipo de reparto: comedietas ligeras y un largometraje con Gregory Peck sobre el racismo del que terminó renegando. Más adelante, dirigiría en las tablas neoyorquinas la obra Muerte de un viajante de Arthur Miller a la que seguiría esta entrada en los infiernos de Blanche DuBois, llamada Un tranvía llamado Deseo cuyo autor era veterano en las lides de que sus obras se llevaran al cine, Tennessee Williams, y que ofició finalmente en la oscarizada película de Kazan como guionista. Frente a los directores que como Alfred Hitchcock corregían los errores interpretativos gracias al denominado storyboard, Kazan prefería improvisar sobre texto con ellos e ir repitiendo tomas hasta dar con la buena. Le gustaba aparecer por el set de rodaje como dos horas antes de empezar a rodar, para imaginarse el material, la puesta en escena y sobre todo la atmósfera de la película, en este caso claustrofóbica en casa de Stanley Kowalski, pero a la vez abierta, utilizando como escenarios reconfigurados de la Warner, un embarcadero en que Blanche coquetea con Mitch jugando a ser La dama de las camelias, la bolera donde Stanley acaba a gorrazos con todos, la estación de tren desde la que Blanche hipotéticamente piensa en huir…

Vivien Leigh y Marlon Brando protagonizan Un tranvía llamado Deseo.

Hay que decir que la película sufrió la censura de Hollywood sobre todo en dos instantes concebidos por Williams en su material inicial: por un lado, aquel que implica la violación de Kowalski a Blanche, lo que hace que se rompa en pedazos como el espejo en que la vemos reflejada. El otro momento distinto en la obra con respecto al filme es la manera en que Blanche arrastra su traumático pasado. En teatro, el personaje de Vivien Leigh, hermana de la amada de Stanley, Stella (Kim Hunter), ambas herederas de una fortuna de la que Kowalski se sabe digno heredero por haberla dejado embarazada, esconde un trauma mayor que el que aquí se muestra; se trata del abandono, no solo de tantos hombres que la toman por persona ridícula, sino de un marido homosexual que la deja por otro hombre. Kazan aquí sustituye la anécdota, convirtiendo al ausente en un suicida que lo único que sabe hacer es escribir poemas; esta escena, gracias a la que conquista solo de primeras a Mitch (Karl Malden) sirve también para dar importancia al segundo, más que como mero jugador de póquer y subordinado en el trabajo de Stanley. Hubo más cortes por parte de la censura de la época como, por ejemplo, cuando Blanche, en su concienzuda creencia de creer en la bondad de los desconocidos, besa a un joven repartidor de periódicos (siendo la escena o secuencia original algo más larga). En este sentido, el montaje de David Weisbart fue fundamental tanto para su comercialización como para adquirir los cuatro Óscar que ganó, siendo este 1951 el año en que participaban también gigantes como Humphrey Bogart y Katharine Hepburn con La reina de África (John Huston).

Se trata por tanto de un rasgado melodrama, en cualquier caso, donde algunos echaron de menos a la actriz Jessica Tandy, a quien Kazan consideró siempre la protagonista de esta historia; en su lugar actuó Vivien Leigh, también seguramente por razones comerciales (la acción transcurre en el sur, concretamente en Nueva Orleans) si bien pudo sustituir también a la primera en Broadway —la obra estuvo nueve años en cartel— a las órdenes de Laurence Olivier. Tanto la obra de teatro como la película no pueden ser más impopulares hoy en día y esto, que se ve igualmente en el guion e interpretación, lo notamos también en cómo Kazan legitima por encima de todo las razones de Stanley, ya que al parecer quedó atrapado por el magnetismo de Brando. Para obtener el efecto dramático conseguido, aunque también mutilado por esta censura, fueron fundamentales la música de Alex North y la fotografía, que hoy día da la impresión de estar más gastada de lo normal, de Harry Stradling Sr., autor del look decadente y falsamente luminoso en Blanche. Sobre la adaptación al cine también trabajó Oscar Saul, y es este apartado técnico el que convierte el filme en demasiado teatral aún siendo pura imagen. Debido quizá también a la fotografía, la película nos hace recordar A Electra le sienta bien el luto (1947) de Dudley Nichols, basada en la también popular obra de la época, escrita por el coetáneo Eugene O’Neill, si bien en esta última el argumento se hace repetitivo y redundante en más de una ocasión.

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