Imperiofilia e imperiofobia.
Un balance historiográfico sobre
la revisión del pasado colonial
en España y América
Imperiophilia and Imperiophobia: An Historiographical Analysis
of Colonial Revisionism in Spain and the Americas
Manuel Burón Díaz
Universidad Autónoma de Madrid
manuel.buron@uam.es
Orcid: 0000-0002-1750-0517
Emilio Redondo Carrero
Universidad Complutense de Madrid
evredondo@ucm.es
Orcid: 0000-0002-1672-8659
Recibido: 05-11-2022 / Aceptado: 17-12-2022
CÓMO CITAR ESTE
ARTÍCULO /CITATION
Manuel Burón y Emilio Redondo, “Imperofilia e
Imperofobia. Un balance historiográfico sobre la
revisión del pasado colonial en España y América”,
Hispania Nova, 1 extraordinario (2023): 69-98.
DOI: https://doi.org/10.20318/hn.2023.7615
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HISPANIA NOVA, 1 EXTRAORDINARIO (2023) PP. 69-98 DOI: HTTPS://DOI.ORG/10.20318/HN.2023.7615
MANUEL BURÓN DÍAZ Y EMILIO REDONDO CARRERO
Resumen
Abstract
Recientemente hemos asistido a un considerable
aumento del interés popular y editorial por la historia de los imperios en general y la Conquista de
América en particular. El presente artículo busca
indagar en las relaciones entre imperio e historiografía en las últimas décadas; y, muy específicamente, en todo un tipo de literatura que ha convertido
el pasado colonial en un campo de batalla cultural.
Recently, we have witnessed a significant increase
in popular and publisher interest in the history of
empires in general and the Conquest of the Americas specifically. This article examines the relationship between the empire and historiography
in recent decades. More specifically, it analyzes the
literature that has turned the colonial past into a
cultural battlefield.
Palabras clave
Keywords
Historiografía, Imperio; Conquista de América; Leyenda Negra.
Historiography, Empire; Conquest of the Americas; Black Legend.
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IMPEROFILIA E IMPEROFOBIA. UN BALANCE HISTORIOGRÁFICO SOBRE
LA REVISIÓN DEL PASADO COLONIAL EN ESPAÑA Y AMÉRICA
Ours is definitively a postcolonial epoch
Renato Rosaldo, Culture and Truth, 1993.
Empire is materializing before our very eyes
Michael Hardt y Antonio Negri, Empire, 2000.
Introducción1
El colonialismo, los imperios, la Conquista de América en particular, siempre se han encontrado entre los grandes temas de reflexión e investigación en la historia y las ciencias
sociales. En las dos primeras décadas del siglo XXI, sin embargo, hemos presenciado un
sensible aumento en el uso político de tales episodios del pasado. Quizás hablar de revisionismo pueda parecer excesivo o inapropiado, pero permite referirse a un amplio y global
grupo de propuestas que, desde la historia revisionista argentina a las Revisioning History
Series de Estados Unidos, ha venido a situar al imperio o al colonialismo en el centro de diferentes mecanismos de definición colectiva. Dicha revisión parece haber venido desplegándose en dos posturas antitéticas. Por un lado, nos encontramos la ‘nostalgia’ o ‘melancolía’ del imperio, esto es, la idealización, exaltación e incluso la búsqueda de restitución
de antiguos imperios2. Por otro, la acerada crítica de los pasados imperiales, en realidad
tendente a la denuncia de determinadas situaciones del presente y cuya manifestación más
significativa ha sido una ola de iconoclastia que ha recorrido el globo. La primera opción,
1. El presente artículo se ha realizado gracias a una estancia de investigación en el Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora de México, institución a la que agradecen los autores su disponibilidad
y ayuda en la investigación y la elaboración del texto. Asimismo, agradecen a los doctores Marisa Pérez
Domínguez, Fernando Bravo y Gustavo Prado su apoyo y comentarios en la elaboración del texto. Se puede
encontrar un más amplio contexto historiográfico de la cuestión en la obra también conjunta de Manuel
Burón y Emilio Redondo, Imperios e imperialismo. Orden internacional, historia global y pensamiento político
(Madrid: Editorial Síntesis, 2022).
2. El término lo dio Renato Rosaldo, “Imperialist Nostalgia”, Representations, 26, 1986, 107 – 122. Véase al
respecto el reciente dosier colectivo de Matteo Tomasoni y César Rina Simón (coord.), “Ecos imperiales:
diálogos sobre la imperio nostalgia”, Jerónimo Zurita, 99 (2021): 11-33.
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se podría simplificar, buscar redimir el presente a través del pasado. La segunda, reparar el
pasado en provecho particular del presente. Ambos extremos—el abrazo acrítico y la crítica
ahistórica del pasado— han generado no sólo un boom editorial sobre imperios, sino que
han venido a ocupar un puesto de honor en las batallas culturales del presente.
España no ha sido una excepción en dicho debate. La idea de una nación poseedora
de un pasado imperial que define su esencia o su identidad y que de alguna manera necesita ser revisado —bien para revigorizar su presente, bien para enmendarlo— ha ocupado
buena parte del debate público. Y lo ha hecho bajo un peculiar eje de coordenadas: el que
forman la imperiofilia y la imperiofobia, como si la compleja historia de los virreinatos
americanos, de las colonias o del imperialismo contemporáneo respondieran bien a un
inconfesable anhelo, bien a una oscura aversión. El hecho de que algunos de los ensayos
publicados bajo tales perspectivas se encuentren entre los mayores éxitos editoriales de
las últimas décadas prueba la dimensión del fenómeno. Dicho proceso ha sido paralelo,
paradójicamente, al desarrollo de una valiosa historiografía que, con mucho menos éxito editorial, ha analizado el imperio, no como entelequia o como simple antagonismo,
sino como un importante elemento en la concepción de un orden político moderno. Una
perspectiva que se ha de encuadrar en lo que se ha denominado la crisis del “paradigma
estatalista”, esto es, contra el vicio historiográfico de contemplar la historia con las anteojeras del Estado3. Es preciso aclarar que el presente artículo no se centrará en dicha
historiografía, sino que precisamente busca reivindicarla, contraponiendo aquellos usos
del pasado al estudio y comprensión del mismo. Argüiremos que este retorno del imperio—con todas sus variantes locales: Leyenda Negra, Conquista, relación con Europa,
con la cultura científica o liberal, etc.— cabría entenderse como una nueva tensión en la
pugna por una definición colectiva a través de elementos históricos. Algo que, en el caso
español, cabría relacionar con aquello que en el pasado se denominó literatura existencial o el problema del ser de España. O, por decirlo de otro modo—y sintetizando la tesis
que aquí mantendremos— el revisionismo imperial podría ser contemplado como un
nuevo capítulo de la persistente tesis de la excepcionalidad española en su doble y complementaria vertiente: la apologética y la trágica4.
3. Existe una amplísima bibliografía que ha buscado comprender positivamente la categoría de imperio
y la importancia de tales estructuras a través de los siglos y en diferentes contextos. Por poner algunos
ejemplos, Richard Koebner, Empire (Nueva York: Grosset & Dunlap, 1965); Anthony Pagden, Lords of All the
World: Ideologies of empire in Spain, Britain and France, c. 1500-c. 1800 (New Haven & Londres: Yale University
Press: 1995); David Armitage, Theories of Empire, 1450-1800 (Aldershot: Ashgate, 1998); o James Muldoon,
Empire and Order: The Concept of Empire, 800-1800 (Nueva York: St. Martin Press, 1999), vi. Para historia imperial, virreinal y colonial hispana podrían ser buenos ejemplos, entre muchos otros: Guillermo Céspedes
del Castillo, América Hispana (1492-1898) (Madrid, Marcial Pons, 1992 [1980]). O más recientemente Manuel
Rivero, Gattinara, Carlos V y el sueño del imperio, (Madrid: Sílex Ediciones, 2005); Josep Fradera, La nación
imperial (1750-1918), (Barcelona: Edhasa, 2015); o Tomás Pérez Vejo, 3 de julio de 1898. El fin del imperio español
(Barcelona: Taurus, 2022).
4. Juan Pablo Fusi, “El Estado español en el fin de siglo ¿era normal en relación con Europa?, en Santos Juliá (coord.), Debates en torno al 98: Estado, Sociedad y Política (Madrid: Comunidad de Madrid, 1998), 59 – 70.
También Ricardo García Cárcel, La herencia del pasado. Las memorias históricas de España (Barcelona: Galaxia
Gutenberg, 2014).
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LA REVISIÓN DEL PASADO COLONIAL EN ESPAÑA Y AMÉRICA
Pero que la utilización de un supuesto pasado imperial responda a una genealogía propia, no significa que España haya sido ajena a los amplios debates que sobre tal cuestión se
vienen dando en el mundo. En primer lugar, es de destacar la creciente influencia que, a la
hora de revisar el pasado colonial, ha tenido la academia estadounidense, especialmente a
partir de los años ochenta del siglo pasado, cuando una serie de perspectivas más o menos
afines comenzaron a situar al colonialismo tanto en el centro de sus reflexiones como —lo
que aquí quizás sea más importante— en el de un gran relato histórico encaminado a desenmascarar la historia occidental en cuanto exclusivo proyecto de dominio5. Por otro lado,
y precisamente frente a la pujanza académica de tales perspectivas, en años recientes ha
hecho aparición una corriente que, lejos de denunciar la persistencia del colonialismo en la
actualidad, parecía lamentar su ausencia. Nos referimos aquí a una serie de autores (Samuel
Huntington en Estados Unidos, Niall Ferguson en Gran Bretaña o Alain Benoist en Francia,
por citar solo algunos) que no dudaron en defender la labor pasada de los imperios, incluso
en subrayar sin pudor la conveniencia de una hegemonía mundial en el presente6. Por último, no podemos dejar de señalar el influjo que en dicho debate ha tenido —en España, pero
también en buena parte del mundo— América Latina. Y no es una paradoja menor: la pugna
por el pasado colonial o virreinal entre diferentes corrientes historiográficas, políticas y, en
ocasiones también, entre nacionalismos, convertida en un debate global entre ambos lados
del Atlántico; uno no exento de polémicas —e incluso de encontronazos diplomáticos—
pero tampoco de préstamos, influencias e intercambios. De hecho, no sería descabellado
contemplar la rediviva discusión sobre el imperio y la Leyenda Negra en España como la
versión ibérica de la querella americana entre hispanistas e indigenistas, con todas las variaciones posteriores que se pueda imaginar: arielistas de derechas y de izquierda, panhispanistas
y nuestroamericanistas, tradicionalistas y antimperialistas, etc.7.
Es por todo ello que el presente texto busca presentarse bajo el esquema de las antiguas querellas (o, si se quiere, de las modernas dialécticas). Pues si ya en el año 1992 se
preguntaba el historiador Jacques Lafaye “¿La lascasiana Destrucción de las Indias o la construcción de la América colonial española? Tal es la cuestión ante nosotros”. La respuesta
sigue siendo hoy: ambas8. Entendemos con ello que gran parte de los trabajos dedicados
5. Una perspectiva inaugurada, aunque seguramente con mayor sutileza y justificación, por la denominada Escuela de Frankfurt, principalmente en Marx Horkheimer y Theodor Adorno, Dialéctica del iluminismo
(Buenos Aires: Sur, 1971 [1944]). Esa atención al pasado, con la esperanza de redimirlo, recuerda algo al mesianismo de otro miembro oficioso de dicha escuela, Walter Benjamin: el presente como “oportunidad revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido” (en su conocida tesis número 17 sobre historia). Sin embargo,
en la academia estadounidense parecen haber sido más influyentes escuelas y corrientes posteriores como
puedan ser la antropología cultural de James Clifford, Renato Rosaldo, la escuela poscolonial, los estudios
subalternos provenientes de la India —pero que florecieron con vigor en Estados Unidos— o los estudios
culturales en general. Véase Fredric Jameson, Sobre los estudios culturales (Godot: Buenos Aires, 2016).
6. Quizás el ejemplo más significativo de todo ello fuera el polémico artículo de Bruce Gilley del año 2017,
en donde se llegaba a afirmar “[p]or los últimos cien años, el colonialismo occidental ha tenido mala fama
[…] es tiempo de reevaluar tal significado peyorativo”, Bruce Gilley, “The case for colonialism”, Third World
Quarterly, s. n., 2017. Enlace web: https://doi.org/10.1080/01436597.2017.1369037
7. Véase Jacques Lafaye y James Lockhart, “A Scholarly Debate: The Origins of Modern Mexico – Indigenistas vs. Hispanistas”, The Americas, vol. 48, n. 3 (1992): 315-330.
8. Ibidem. p. 315.
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a tal cuestión han solido proyectarse desde un lado u otro de la polémica9. El objeto de
estudio del presente artículo será por tanto la querella actual del imperio como una unidad
polémica, lo que quizás permita reflexionar sobre la misma práctica de la historia; sobre
la inacabable construcción de la narrativa de la nación y de sus límites; y, al fin, sobre la
perenne utilidad —a la postre imbatible— de aquella historiografía que denominaremos
como esencialista o primordialista10. No entraremos aquí en los comunes pormenores del
debate. Averiguar cuál fue la exacta cuantía de la mortandad de los indígenas americanos
en el siglo XVI o entrar en la discusión sobre la incidencia real de la Inquisición son sin
duda preguntas pertinentes —también argumentos arrojadizos del presente— pero, sea
como sea, exceden las posibilidades de este texto. Nos interesa aquí, al contrario, analizar formalmente la querella; confrontar sus posiciones y argumentos, especialmente en
su vertiente americana, atendiendo principalmente a las últimas publicaciones; también
comprobar sus simetrías y coincidencias, para quizás así identificar y categorizar dicho
grupo de propuestas; atender también a sus orígenes y contextos de enunciación; ver sus
inconsistencias y persistencias en el tiempo, también sus estructuras o tropos narrativos —
en el sentido de Hayden White—, todo ello, decimos, es el objetivo del presente artículo.
Imperiofilias
¿Por dónde empezar la tradición imperiófila española? Habría que preguntarse, distinguiendo en primer lugar, cuánto de realidad positiva tuvo el imperio y cuánto de reconstrucción ideológica en la era contemporánea (y cómo ambas lógicas permearon). En este
sentido algunos autores han apuntado al Discurso sobre la nación de Antonio Cánovas del
Castillo (1882) como pistoletazo de salida de la revisión de una historia imperial11. Otros
en cambio se han referido a Julián Juderías y su seminal Leyenda Negra (1914). Otros más se
han referido a la influencia en España de una idea imperial proveniente de una historiografía de raigambre alemana y corte medieval (Eduard Mayer, Hermann J. Hüffer, Peter
Rassow); esa “arrogante historia germánica”, como la denominó Jaime Vicens Vives, y que
9. Aquí quizás con la excepción de la completa nota bibliográfica de Edgar Straehle, “Historia y leyenda de
la Leyenda Negra: Reflexiones sobre Imperiofobia de María Elvira Roca Barea”, Nuestra Historia, 8, (2019):
113- 137.
10. Tomamos aquí los términos del debate historiográfico sobre la construcción de la nación que enfrenta
a “modernistas” o “constructivistas” por un lado y “primordialistas” o “esencialistas” por otro, estos últimos
para referirse a la historiografía nacionalista en sentido amplio. En palabras de Benedict Anderson, dicha
postura perdurará “because there is a political-cultural industry that wants it to, and it has to survive in
a modern form — commodification, in fact. ‘France’ wasn’t divided by the wars between Catholics and
Protestants— all Europe was. To speak of la St. Barthélemy as a ‘French’ event is simply to speak the peculiar antihistorical language of nationalism. Theoretically, I see no problem; politically, of course, there are
huge practical and other problems. I would be enormously interested to see today how the Soviet Union is
figured in Russian nationalist imagining. The point being that the primordialists have most of the practical
cards, and the ‘modernist’ all the theoretical ones”, “Interview with Benedict Anderson “We Study Empires
as We Do Dinosaurs”, Ab Imperio, 3, (2003): 67.
11. Alda Blanco, “Spain at the Crossroads: Imperial Nostalgia or Modern Colonialism”, A Contracorriente,
vol. 5, n. 1 (2007): 1-11. a
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LA REVISIÓN DEL PASADO COLONIAL EN ESPAÑA Y AMÉRICA
en España representaría sobre todo Ramón Menéndez Pidal12. Aunque quizás lo más habitual sea referirse a la larga noche franquista, cuando el imperio, su historia, sus símbolos,
incluso su arquitectura, fueron artefactos políticos en manos del Régimen. Incluso se ha
llegado a apuntar a décadas más recientes, en torno a los fastos de 1992, cuando “cientos
de artículos y libros aparecieron subrayando aspectos positivos del colonialismo español
en las Américas”13. Sea como sea, nosotros nos ceñiremos a su más reciente resurgir, producido a lo largo de las dos primeras décadas del presente siglo. Durante este tiempo la
producción editorial ha crecido sobremanera, siendo tan vasta que, a la hora de establecer
una mínima genealogía de dicha corriente, nos habremos de conformar con analizar con
brevedad varios momentos que creemos especialmente significativos.
A este respecto parece existir cierto consenso a la hora de señalar, no a un historiador, sino a un filósofo, como figura fundamental en este resurgir de la idea de imperio en
cuanto que constitutiva de la historia de España: Gustavo Bueno. La potencia de su teoría,
pero sobre todo la amplia difusión de la que ha gozado a través de su escuela —el denominado Materialismo Filosófico—, de revistas, redes sociales y fundaciones —incluso su
influencia en nuevos partidos políticos— ha resultado en una amplia relevancia que no
conviene menospreciar. Si tuviéramos que resumir, de forma obligadamente imprecisa,
la extensa obra de Bueno podría hacerse en la suma de los siguientes elementos: una base
marxista y hegeliana; el rescate y reivindicación de la filosofía escolástica española; y un
progresivo giro, en sus últimas obras, hacia posiciones marcadamente nacionalistas14. Su
obra Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas (1991) suponía ya un primer
acercamiento a la historia y a la teoría política a través, tanto de las coordenadas filosóficas del Materialismo Filosófico, como de las gnoseológicas de la denominada Teoría del
Cierre Categorial15. En el mismo se ensayaba una filosofía de la historia propia, apoyada
12. Hermann J. Hüffer, La idea imperial española (Madrid: Centro de Intercambio Intelectual Germano-Español, 1933); Peter Rassow, El mundo político de Carlos V (Madrid: Afrodisio Aguado, 1945).
13. Antonio Feros, “Spanish América: All in One. Historiography of the Conquest and Colonization of
the Americas and National Mythology in Spain c. 1892-1992”, en Schmidt-Nowara y Nieto-Phillips (eds.)
Interpreting Spanish Colonialism: Empires, Nations and Legends (Albuquerque: University of New Mexico Press,
2005): 126.
14. Entre otras aportaciones son de destacar la lectura y utilización de Ginés de Sepúlveda en la distinción
entre imperios heriles y civiles; la reivindicación y reedición de figuras como Gómez Pereira, así como de
otros autores de la denominada Escuela de Salamanca. La idea es, de nuevo, combatir la idea del anti-cientifismo y el excepcionalismo español, lo cual no dejar de ser una causa muy razonable, pero no hacerlo a
través de la imposición de otro excepcionalismo, esto es, reivindicando por lo alto un hispanismo filosófico
igual, sino superior, a las demás escuelas de pensamiento. El rescate (o mejor aún, la invención) de la Escuela
de Salamanca desde un punto de vista nacional, y no cosmopolita, como era la Monarquía, o estrictamente
universitario, es un proceso paralelo al del revisionismo del imperio. Véase por ejemplo Enrique González,
“¿Escuela de Salamanca o escuelas de la monarquía? Letras y letrados, siglo XVI”, en Jorge Correo Ballester
(coord.), Universidades, colegios, poderes (Valencia: Publicacions de la Universitat de València, 2021).
15. Para un análisis de la filosofía de la historia según estas coordenadas véase Gustavo Bueno, El individuo
en la Historia (comentario a un texto de Aristóteles, POÉTICA 1451b) (Oviedo: Universidad de Oviedo, 1980).
Enlace web: https://www.fgbueno.es/gbm/gb80indi.htm . La Teoría del Cierre categorial es una filosofía
que propugna la diferenciación y delimitación de las diferentes disciplinas científicas, así como afirma a la
filosofía como única capaz de sobrevolarlas y establecer comunicación entre todas ellas. Gustavo Bueno,
Teoría del cierre categorial (Oviedo: Pentalfa, 1992), 5 volúmenes.
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en la afirmación de la existencia de una identidad histórica sustancial. En este punto se
contradecía una de las más clásicas tesis marxistas, lo que el mismo Gustavo Bueno denominaría como la “vuelta del revés [Umstülpung] de Marx”. Ya que si Marx, como es sabido,
consideraba la lucha de clases internacional como el principal motor de la historia, en el
pensamiento de Bueno este lugar lo ocuparía el Estado. Estado entendido como sinónimo
de sociedad política (“desde Aristóteles a Hegel, el Estado [es] la forma propia y acabada
de la sociedad política”16) independientemente del periodo o el siglo del que estuviera hablando—de la Antigüedad clásica, la Edad Moderna o la Contemporánea. Lo cual suponía
una derivación de aquel mecanicismo histórico que, si en Hegel era principalmente de
base jurídica, en Marx económica, desde esta perspectiva adquiría un carácter más geopolítico. Algo que, dicho sea de paso, venía a entroncar con el éxito reciente de corrientes
y autores afines a un determinismo de base geográfica tan del gusto de la literatura sobre
imperios17. La cuestión ya no era (como en Engels) que el Estado hubiera sido creado a
favor de una suerte de apropiación originaria, relacionado por tanto con la desigualdad y
las clases sociales. En una subversión de prioridades, era el Estado el gran determinador de
las sociedades humanas, de la propiedad privada y —en definitiva— de la historia.
Teniendo en cuenta todo ello —esto es, que para el Materialismo Filosófico el Estado era la base, el motor, y también el nuevo agente revolucionario—, el siguiente paso
era obligado: tomar partido por el Estado propio, tal como la teoría marxista —se podría
afirmar— tomaba partido en la lucha de clases. He aquí el paso de las primeras simpatías
marxistas y comunistas de Bueno hacia posiciones que lo encuadran en un renacido nacionalismo español y en una larga tradición de hispanismo conservador18. Este desarrollo
será confirmado en una obra posterior, España frente a Europa (1999), en donde se propo16. Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las ‘ciencias políticas’ (Logroño: Biblioteca Riojana,
1991): 237.
17. Quizás sean los más conocidos Jared Diamond, Armas, gérmenes y acero: breve historia de la humanidad
en los últimos trece mil años (Madrid: Debate, 1998); o Robert Kaplan La venganza de la geografía (Barcelona:
RBA, 2012).
18. Aunque con sensibilidades distintas —y crecientes disensiones— habría que encuadrar a la escuela de
Gustavo Bueno dentro de una larga tradición de pensamiento conservador e hispanista y, específicamente,
de aquel afanado en el uso histórico de la idea de imperio. Es una tradición ha sido bien estudiada y delimitada, inmejorablemente resumida en Pablo Fernández Albadalejo, “Imperio e identidad: consideraciones
historiográficas sobre el momento imperial español”, en SEMATA. Ciencias Sociais e Humanidades, vol. 23
(2011): 131-148. Incluye autores tan diferentes como Pompeyo Gener, Ramiro de Maeztu, Eugenio D’Ors,
Menéndez Pidal, Vicente Gay, Montero Díaz, o Antonio Tovar, por citar algunos. También incluía autores
extranjeros leídos y debatidos en España, y en América Latina, como puedan ser el francés Charles Maurras
o el alemán Carl Schmitt. Dicha tradición usó y reivindicó el imperio como antítesis del liberalismo (en
contra precisamente de la “literatura decadentista”) y como base de su nacionalismo, formando, en palabras
de Fernández Albadalejo: “un ideal católico de imperio al que, insistiendo en el argumento, se le abría la
‘Hispanidad’ como ‘impulso final y latente de universalismo”. En este sentido el iliberalismo característicos de
las dos primeras décadas del siglo XXI podría explicar, al menos en parte, el resurgir actual. Eugeni D’Ors,
Glosari (Barcelona: 1982); Pompeyo Gener, Heregías. Estudios de crítica inductiva sobre asuntos de España (Barcelona: F. Fé, 1887); Antonio Tovar, El imperio de España (Madrid: Afrodisio Aguado, 1941); Ramón Menéndez Pidal, Idea imperial de Carlos V (Madrid: Espasa Calpe, 1955); Carl Schmitt, “El concepto de imperio
en el Derecho Internacional”, en Revista de Estudios Políticos, I (1941): 83-101. Véase también Pedro González-Cuevas, La tradición bloqueada. Tres ideas políticas en España: el primer Ramiro de Maeztu, Charles Maurras y
Carl Schmitt (Madrid: Biblioteca Nueva, 2002).
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LA REVISIÓN DEL PASADO COLONIAL EN ESPAÑA Y AMÉRICA
nía una filosofía de la historia específicamente española, una además que se articularía —y
esto es lo que aquí interesa— en torno a la idea de imperio. Habrá de notarse de nuevo, ya
desde el título de esta última obra, cómo la revisión imperial de la historia de España se
hacía atendiendo a las pautas clásicas del debate existencial español, aquel que comenzó en
1898 y que tenía en la relación con Europa su más intenso punto de fuga (y en el rechazo
a la Unión Europea su punto de anclaje en el presente, exactamente igual que en paralelo
sucedía en otros contextos como el británico). Bueno intentaba probar que la identidad
fundamental de España, su esencia y principal razón de ser histórica, no habría de hallarse,
como en otras naciones, en la monarquía o siquiera la religión: su identidad estaría constituida en el imperio.
Supuesto que la Historia Universal tiene que ver esencialmente con la Idea de Imperio (…)
si España tiene una significación histórico-universal ésta habrá de estar dada en función de
la Idea del Imperio español. El propósito ‘técnico’ principal de este libro no es otro que el de
exponer el decurso de la realidad de España, a lo largo de su historia, desde la Idea filosófica
de Imperio español19.
Toda esta fundamentación, aquí inevitablemente simplificada, permitió a Bueno
lanzar las siguientes afirmaciones, expuestas en adelante con un consciente matiz escéptico: España sería la nación más antigua de Europa, si no del mundo; que sólo en ella latiría
la identidad del imperio, frente a todas las demás20; que además el español fue un imperio
generador, y no depredador, como serían el resto (exceptuando quizás el romano y el soviético)21; que España empieza con la Reconquista, concretamente en el Reino de Asturias y
particularmente en Oviedo (en donde por azar se localiza la sede de la Fundación Gustavo
Bueno), ciudad a la que no duda en calificar además de “capital imperial” (“a la manera
19. Gustavo Bueno, España frente a Europa, op. cit, 13, 18 y s.
20. “[H]abrá que concluir que la identidad (esencia o estructura) de España no se ‘agota’ en su condición
de nación. La Historia de España será, según esto, antes que la Historia de una nación, la Historia de una
sociedad, cuya unidad política (que no es la forma exclusiva de su unidad) tiene que ver más con la Idea de
Imperio, que con la Idea de Reino, o de ‘conglomerado de Reinos’, o de federación o de confederación de
Reinos o de Estados”, op. cit. 76. El imperio le sirve a Bueno para argumentar que España es una realidad
anterior (y quizás superior) a las demás. Una afirmación no muy original, apareció también, por poner un
ejemplo, en la obra de Francisco Javier Conde, catedrático de derecho en Madrid: “la idea española de nación
tiende espontáneamente a desembocar en el concepto universal del Imperio y se convierte en un principio
jerarquizador del mundo histórico. La interpretación de lo ‘universal’ como posibilidad de realización de la
idea de Humanidad lleva derechamente a la noción del Imperio”, Francisco Javier Conde, Escritos y fragmentos políticos, I, (Madrid: Gráficas Hergón, 1974 [1939]): 364.
21. Tesis tomada de Ginés de Sepúlveda, quien la exponía para diferenciar la Monarquía hispánica del imperialismo del islam (aquel que “se ejerce sobre los siervos para bien del que impera”) pero que reaparecerá
en el XIX con Maldonado Macanaz, ya articulada contra el anglosajón (“extermina, oprime o transige según
la resistencia que halla”) y en el XX de nuevo con Vicente Gay. Incluso mucho más adelante el propio Jaime
Vicens Vives abogaría por un imperialismo “clásico y mediterráneo” frente al “materialista y violento” de
Gran Bretaña o Estados Unidos, tesis por cierta estrictamente pareja a la del hispanismo latinoamericano
de finales del XIX. Juan Ginés de Sepúlveda, Tratados políticos (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1963
[1571]); Maldonado Macanaz, Principios generales del arte de la colonización (Madrid: M. Tello, 1873), 97; Vicente Gay, Qué es el imperialismo (Madrid: Gráfica Universal, 1941); Jaime Vicens Vives, España. Geopolítica
del Estado y el Imperio (Madrid: Yunque, 1940).
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de Constantinopla”); mantiene también que ‘el problema de España’ (y no el de Francia
o Inglaterra…) es un problema esencialmente filosófico; y, aún más, que sólo la filosofía
(y no la historia, la política, la economía…) es capaz de abordar la historia de España, ya
que su complejidad y universalidad desborda aquellos ‘saberes de primer grado’ como la
historia22. Y, acabando, que España ha de mirar no a Europa, sino a América Latina, a la
Iberosfera (por usar un término recientemente popularizado) esto es, y en definitiva, al
imperio. Derivándose, por lo demás, que América —frente a Europa y el mundo anglosajón— se volvía el catalizador de todo este grupo de propuestas. Excusamos señalar en
detalle la relevancia que han tenido todas estas fundamentaciones en el debate político
español de principios del siglo XXI23.
Si el marxismo —cabría concluir a las ideas del filósofo riojano— había sustituido
aquella entelequia monista del género humano por la entelequia dialéctica de la lucha de clases,
Gustavo Bueno habría hecho lo propio, sustituyendo la dialéctica de clases por la dialéctica
entre Estados. Y ese no es un problema menor, pues toda la argumentación historiográfica
que se ha desplegado desde hace casi un siglo, no sólo contra el maniqueísmo marxista, sino
contra la propia idea de las clases sociales (el anacronismo de proyectar las clases sociales del
diecinueve a toda la historia; la dificultad de una diferenciación positiva entre ellas; la existencia de toda clase de pactos e inversiones interclasistas, etc.) podría ser aplicada asimismo a
la propuesta de Bueno. Para empezar porque el Estado no ha sido una realidad inmanente a la
historia, tal como vienen advirtiendo diferentes corrientes historiográficas, desde la Escuela
de Cambridge a la historia jurídica. En palabras de Carlos Garriga, “las investigaciones de los
últimos años no han dejado de confirmar e ilustrar en esa línea la ajenidad de la sociedad y
22. “Esta crítica va especialmente referida a los historiadores. Se presupone que, si España es un proceso
histórico, habrían de ser únicamente los historiadores quienes tuvieran la responsabilidad y competencia
para tratar de ella en los términos de referencia. Pero este presupuesto es erróneo (…) [pues] la Historia
positiva no tiene como horizonte la Historia Universal. Suponemos que la Historia Universal, que es ya por
sí misma una idea filosófica, sólo puede ser considerada por la Filosofía de la historia”, op. cit. 29. Y este es
el error categorial —si se permite la ironía— de Bueno, pues, ceñido, a las categorías de la Filosofía de la
Historia (esto es, de una nueva teodicea) se sitúa en un plano ahistórico. “Si la época moderna —según una
posible definición— es la neutralización de la escatología bíblica, entonces la filosofía de la historia es la
venganza que la escatología neutralizada se toma contra esa neutralización”. En este sentido véase el antídoto anti-teleológico que proporciona Odo Marquard, Las dificultades con la filosofía de la historia (Pre-textos:
Madrid, 2007): 22 y 24.
23. El programa político del partido político Vox en sus puntos referidos a migración sigue declaradamente las propuestas de Gustavo Bueno, buscando alentar la migración latinoamericana y restringiendo todas
las demás. El presidente de dicho grupo parlamentario llegó a subir al estrado del Congreso de los Diputados
con un ejemplar de España frente a Europa. El término iberosfera —que no es nada excepcional en el contexto
actual, pues es paralelo a la francophonie francesa, a la anglosphere derivada del brexit—parece responder a la
obra y la argumentación de Bueno. Como ejemplo, la fundación de un medio digital denominado La Gaceta
de la Iberosfera, coronado por cierto con el lema de Ramiro de Maeztu: “Ser es defenderse”. Y es que efectivamente la idea de que España ha de girar hacia una esfera hispánica tiene claros ecos en la obra de Maeztu:
“Para los españoles no hay otro camino que el de la Monarquía Católica (…) No tengo el menor interés en
que empleados de Madrid vuelvan a recaudar tributos en América. Lo que digo es que los pueblos criollos
están empeñados en una lucha de vida o muerte con el bolchevismo, de una parte, y con el imperialismo
económico extranjero, de la otra, y que si han de salir victoriosos han de volver por los principios comunes
de la Hispanidad”, Ramiro de Maeztu, Defensa de la hispanidad (1934), 280.
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LA REVISIÓN DEL PASADO COLONIAL EN ESPAÑA Y AMÉRICA
el derecho moderno a toda lógica estatal”24; en donde —continúa Angermeier— “la política
de los soberanos no discurría por la vía ni la perspectiva de lo nacional”, siendo totalmente
inadecuado aplicar las “anteojeras de la estatalidad” en una época dominada políticamente
por otras muchas tendencias y lógicas políticas no estatales25. O, dicho más en resumen,
equiparar —tal como hacía Bueno— la polis griega, con los ‘pueblos estatales’ (Staatsvolk),
con la monarquía compuesta de la Edad Moderna o la Prusia de Bismarck es como equiparar
a Espartaco con Rosa Luxemburgo: un absoluto disparate histórico. En definitiva, Gustavo
Bueno había, efectivamente, dado la vuelta a Marx, tal como Marx había hecho lo propio con
Hegel, hasta quedarse —en un proverbial giro de 360 grados— en el mismo sitio26. El resultado era la vuelta a ese historicismo teísta de Hegel con el Estado, al repliegue relativista de
lo propio, al esencialismo de un supuesto peligro de la desustancialización de la nación27; y,
en definitiva, al uso de una categoría ahistórica de Estado que, incluso cuando es imposible
hablar de ella, se presupone.
24. Carlos Garriga, “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”, Istor, 16, 2003, p. 5. Y si
dice Bueno —y dice bien— que no se puede concebir en la historia “una dictadura (en el sentido clásico, el
de Cicerón) anterior a cualquier tipo de constitución republicana”, se le olvida aplicar lo mismo al Estado,
pues —podríamos decir— es imposible concebir el Estado antes que los panegiristas del mismo (Hobbes,
Puffendorf) lo contrapusieran a los demás órdenes y, principalmente, al imperio. Gustavo Bueno, Primer
ensayo sobre las categorías de las ‘ciencias políticas’, op. cit. 130.
25. H. Angermeier citado en Pablo Fernández Albadalejo, op. cit., p. 148. “Ni individuos ni Estado, sino
personas como estados y corporaciones con capacidad para auto-administrarse (pluralismo institucional)”,
Carlos Garriga, op. cit. p. 12. Véase Bartolomé Clavero, “Principio constitucional: el individuo en Estado”,
en Happy Constitution. Cultura y lengua constitucionales, (Madrid: Trotta, 1997): 11-40. Véase también la definición de Estado que da José María Portillo: “[S]e constataba, sin embargo, un hecho común a la Europa
de finales del siglo XVIII. Junto con un proceso de transformación sociológica —en el que la tradicional
concepción de status se estaba viendo afectada por nuevas formas de asignación de posición social— estaba
también configurándose un espacio público, de ejercicio de poder político, en el que el tradicional orden
feudo-corporativo de status plurales tenía cada vez menos repercusión. La asociación entre un estado social
—nobleza, clero, magnates urbanos— y poder político tendía a diluirse a favor de un único polo de poder, el
del príncipe y su corte. Lo mismo podía decirse de otros espacios donde posición social y asignación del poder se estaban escindiendo —gremios, universidades, consulados de comercio, etc.— Dicho de una manera
más simple: el estado del príncipe se estaba configurando como el Estado”, José María Portillo, “Estado”, en
VV. AA, Diccionario político y social del siglo XIX español, (Madrid: Alianza Editorial, 2002): 296.
26. El propio Bueno se da cuenta de ello: “Al tomar el Estado como criterio inspirador de esquemas de
ordenación del curso de las sociedades políticas, no nos comprometemos con una concepción ‘estatista’ de la
sociedad política —una concepción que, con Hegel, considerará al Estado como la forma suprema y definitiva que la sociedad política haya podido darse a sí misma— precisamente porque el Estado es una idea cuya
estructura puede ser establecida de forma tal que, desde ella, sea posible construir dialécticamente estructuras
o sistemas políticos que la desbordan y la envuelven”, Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las
‘ciencias políticas’, op. cit., 236.
27. Argumento, por cierto, de origen ilustrado por ejemplo en Montesquieu (quizás el primero) o Raynal,
retomado en Spengler y resucitado recientemente, entre otros, por Samuel Huntington. Guillaume-Thomas
Raynal, Histoire philosophique et politique (París: s.e., 1772); Oswald Spengler, The Decline of the West (Londres:
Allen & Unwin, 1918); Samuel Huntington, Who we are? The Challenges to America’s National Identity (Nueva
York: Simon & Schuster, 2004).
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Imagen 1. Una ilustración del filósofo Gustavo Bueno “dando la
vuelta” a Marx, tal como Marx había hecho lo propio con Hegel. Del
cómic Panfleto Materialista en honor del filósofo riojano, dibujado por
Juan José Méndez Iglesias (Oviedo: Pentalfa Ediciones, 2014), 27.
Gustavo Bueno había dado una sólida fundamentación filosófica a la idea de imperio
en relación con la historia de España, habiéndola posicionado, no en el debate historiográfico —de donde en realidad nunca había salido— sino en el debate ideológico del presente. Pero sería otra autora, María Elvira Roca Barea, quien más de quince años después
vendría a difundir sus ideas de una manera extraordinaria. Porque eso parecía ser Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el imperio español (2016): el espíritu
y algunas de las ideas principales de la densa obra de Bueno deshuesados, una vez sacada
toda fundamentación gnoseológica y filosófica, preparados para un consumo de masas.
Dicha obra se caracterizaba en primer lugar por reunir de nuevo todos los ingredientes
de la literatura existencial española, expuestos a través de un desordenado conjunto de
episodios históricos —afrentas, generalmente, llevadas a cabo por una variopinta gama de
enemigos (protestantes, erasmistas, liberales, indigenistas…)— capaces de articular un cómodo pero artificial maniqueísmo histórico, el que marcaban los enemigos de lo propio y
lo vernáculo (“la unanimidad del prejuicio hispanófobo, capaz de atravesar lenguas, siglos
y hasta religiones”). La cuestión no era tanto la falsedad de los datos que aportaba Roca
Barea, sino que estos habían sido agrupados de tal manera que permitían empaquetar esa
dosis de orgullo y agravio tan característica de toda literatura nacionalista. Roca Barea
recurría a lo que Edgar Straehle muy acertadamente ha caracterizado como cherry picking,
publicar solo aquellos resultados que apoyen una tesis previa; conformando a la fuerza un
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curioso bazar en donde encontrar todo tipo de glorias propias y ofensas ajenas28. Con ello
se conformaba un curioso pastiche histórico —algo sumamente característico de todo este
grupo de propuestas— no dudando en mezclar a Tony Blair con Felipe II, Noam Chomsky
con Bartolomé de las Casas, o a Don Quijote con “Lonely Planet”. El lector va atravesando
tan confuso recorrido sin dejar de leer, tan azorado por la indignación del ultraje como
reconfortado por la euforia de una grandeza pasada. Su inesperado éxito daría lugar a una
demanda y a todo un nicho editorial sobre imperios, exploraciones y leyendas negras.
Una literatura que se mostrará desacomplejadamente parcial en la apología y la nostalgia
del imperio, característica manifestada en el amplio uso de la primera persona del plural,
incluso en la descripción de hechos sucedidos hace cinco siglos. Nos encontramos ya indiscutiblemente en el campo de las identidades, tal como se constataba especialmente en la
versión audiovisual del libro de Roca Barea: el documental España, la primera globalización
de José Luis López-Linares (2021) o en aquel tan significativo título de la exposición organizada por el Museo Naval de Madrid: Fuimos los primeros: Magallanes, Elcano y la Vuelta al
Mundo (2019). Ese nosotros, en definitiva, que supone otra de las trampas retóricas de toda
nostalgia imperial: la analogía entre imperio y nación, tal como la analogía entre pasado y
presente lo es de toda nostalgia.
En este punto sería interesante comenzar a destacar las afinidades que existen entre
las imperiofilias y las imperiofobias, es decir, entre todas aquellas perspectivas que, poniendo
al imperio o al colonialismo en el centro de una teleología o una dialéctica histórica, se
aproximan a ella bien trágica, bien apologéticamente. Para Roca Barea, los imperios (o al
menos buena parte de ellos) serían los subalternos, esto es, los perseguidos y silenciados
de la historia (“La leyenda negra acompaña a los imperios como una sombra inevitable (…)
proyecta las frustraciones de quienes las crean y vive parasitando a los imperios, incluso
más allá de su muerte”). Se debía ahora rescatar su voz y su labor, tal como los historiadores de los Subaltern Studies habían hecho con las más bajas castas hindúes o con los pueblos
colonizados (la propia autora llegará a afirmar lo siguiente: “no hay, en esencia, diferencia
apreciable entre la imperiofobia y el antisemitismo o cualquier otra forma de racismo”). Si
autores como Franz Fanon o Edward Said habían señalado cómo Occidente sólo adquirió
sentido frente a Oriente; Roca Barea subvierte los términos desde el punto de vista de la
nación: toda Europa sólo pudo conformarse frente a España (“Si privamos a Europa de la
hispanofobia y el anticatolicismo, su historia moderna se torna un sinsentido”29). Además,
España había sido expoliada y calumniada durante buena parte de su historia, lo que le
28. De nuevo, es iluminador cotejar la reversibilidad de los argumentos y métodos de este tipo de perspectivas. Por poner un ejemplo, así criticaban David North y Eric London, dos teóricos marxistas, la argumentación del 1619 Project. Dicho proyecto, dirigido desde el diario New York Times, provocó una notable
polémica al buscar promocionar un nuevo relato de nación que ponía al colonialismo y la esclavitud en el
centro del proceso de construcción nacional estadounidense: “The writers rummage carelessly through
the past, cherry-picking incidents to concoct a narrative that conforms to their racialist viewpoint. They
explain historical events in terms of what the authors claim, often incorrectly, to have been the immediate
motives of the actors”, David North y Eric London, “The 1619 Project and the falsification of history: An
analysis of the New York Times’ reply to five historian”, World Socialist Web Site, 28 de diciembre de 2019,
https://www.wsws.org/en/articles/2019/12/28/nytr-d28.html
29. María Elvira Roca Barea, op. cit. pp. 41 y 475.
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permitía articular un trágico curso histórico, un sentido del sujeto de la historia en cuanto
que víctima, extraordinariamente parejo al que aquellas corrientes derivadas de la Teoría
de la Dependencia habían dibujado respecto a América Latina. España, en definitiva, debía volver a su esencia histórica (católica, imperial, global) tal como autores como Walter
Mignolo (The Idea of Latin America, 2005) habían dicho que América Latina debía volver
a la suya (indígena, comunal, vernácula). Estas corrientes estaban de acuerdo en su cierre
identitario, esto es, en una suerte de resistencia a la modernidad que parecían representar
Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña, en poner coto a la globalización y a la pérdida
de identidad que provocaba. En resumen: el ataque y agravio histórico constantes a la
nación propia, el victimismo y el decadentismo, la fatalidad producida en la historia por
algún tipo de maniqueísmo, el expolio y el maltrato exterior, coaligado con la acción de
una élite patria incapacitante, la vuelta a las esencias y a la pureza cultural, todo ello en fin,
convierte Imperiofobia en una suerte de las Venas abiertas… de España30.
Si bien la cantidad de títulos de esta corriente imperiofílica ha sido ingente, solo mencionaremos brevemente un jalón más, acaso porque nos permite hablar de la dimensión
americana de la querella. Es el referido a la reciente obra Madre Patria (2021) de Marcelo
Gullo, politólogo argentino y experto en relaciones internacionales. La novedad de dicho
texto reside en un planteamiento de la crítica a la hispanofobia y la Leyenda Negra desde
una perspectiva latinoamericana, abogando por una unión de los pueblos hispánicos (una
suerte de “antimperialismo panhispanista”) con el objetivo de combatir a los enemigos de
América Latina, representados en el liberalismo y el imperialismo anglosajón. En su argumentación sabremos reconocer los elementos más habituales de la literatura existencial
española: Leyenda Negra, ataques a la Ilustración (“la leyenda negra ilustrada”), el enemigo
británico (“madre de la hispanofobia”), la Conquista de América (una conquista liberadora
frente al “imperialismo antropófago”: de nuevo la subversión de un maniqueísmo previo),
la llamada a la migración latinoamericana (“sólo una migración masiva de hispanoamericanos podrá salvaguardar España”), así como todo tipo de conspiraciones y supuestas
esencias: “¿Qué pasaría —dice el argentino— si a un pueblo se le tergiversa o falsifica su
30. Nos referimos obviamente a Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (La Habana: Casa
de las Américas, 1971), quizás el libro sobre imperios más leído en español. Carlos Granés ha denominado a
la influencia de las teorías americanas “la latinoamericanización del mundo”: “Entre 2016 y 2018 ocurrieron
cosas desconcertantes, inesperadas: salió adelante el Brexit en Reino Unido, Donald Trump fue elegido
presidente de Estados Unidos, ganaron poder y legitimidad gobiernos en Hungría y Polonia para que el
tuvo que inventarse la categoría de ‘democracias iliberales’, y los independentistas catalanes organizaron
un simulacro separatista que fue, al mismo tiempo, una performance sediciosa y un disimulado intento de
golpe de Estado. No solo las tácticas populistas y el uso incendiario y fraudulento de las redes sociales y la
información fueron indispensables en todo este proceso; también el discurso victimista e identitario. La
política de la identidad estadounidense, el nacionalismo europeo y el populismo latinoamericano forjaron
una extraña alianza que ponía en primer plano a las víctimas (…) Si la política de la identidad, el poscolonialismo y el decolonialismo decían que la modernidad occidental o el sistema político estadounidense eran
esencial y estructuralmente racistas, heteropatriarcales y excluyentes, Trump entraba en la guerra cultural
revirtiendo este mensaje y convenciendo al hombre blanco del Medio Oeste, damnificando a causa de la
desindustrialización y la globalización, de que también él era víctima de las élites académicas y culturales
de las ciudades. Toda invención identitaria tenía un fin similar: echar en cara las propias miserias y exigir
de la contraparte reconocimiento, visibilidad, espacios y cuotas de poder”, Carlos Granés, Delirio americano.
Historia política y cultural de América Latina (Madrid: Taurus, 2022), 505.
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LA REVISIÓN DEL PASADO COLONIAL EN ESPAÑA Y AMÉRICA
pasado? ¿Qué le sucedería a un pueblo si sus niños y sus jóvenes estudian una historia,
la de su propio pueblo, intencionalmente falsificada? La respuesta es simple: ese pueblo
perdería su ‘ser’, su ‘ser’ nacional”, eso le pasaría a España”31. Se podría afirmar que, para
este grupo de perspectivas, fenómenos como la globalización o la migración jugaban el
mismo papel que el liberalismo para un Jaime Balmes o un Menéndez Pelayo en la España
del siglo XIX, o incluso para los hermanos Irazusta en la Argentina de principios del XX,
es decir, como una suerte de perverso cuerpo extraño que venía a corromper la verdadera
esencia de la nación, de toda América Latina32.
De esta manera, así como Inglaterra fomentó la Brevísima de Bartolomé de las Casas y como
durante la Guerra Fría la CIA promovió al Doctor Zhivago de Pasternak, la inteligencia cubana impulsó el libro Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano. Y estos son hechos que ciertamente ocurrieron, independientemente de la buena voluntad
de Bartolomé de las Casas, de Boris Pasternak y de Eduardo Galeano33.
Sin embargo, aunque las ideas de Gullo buscaban decididamente aportar algo a la
maltrecha autoestima del lector español, lo cierto es que no eran nada nuevas. Suponían
algo así como una mezcla de tres corrientes de pensamiento: el panhispanismo anti-anglosajón, la tradición conservadora latinoamericana, y, por último, la historia revisionista argentina, tradiciones todas ellas con más de un siglo de antigüedad. En primer
lugar, un panhispanismo que fue americano mucho antes que español, y que se originó
principalmente en aquellos círculos literarios que a finales del siglo XIX comenzaron a
articular una cultura latina e hispánica para defenderse de una amenaza estadounidense,
misma que a partir de 1898 se hacía más inquietante34. En segundo lugar, el posicionamiento de Gullo apunta a los usos políticos de la historia propios del pensamiento
conservador latinoamericano. Dicha tradición tendió a buscar la esencia del carácter
nacional y americano en el pasado hispánico y en la tradición católica; en clara contra31. Marcelo Gullo, Madre Patria (Madrid: Espasa, 2021), 20 y 126.
32. Santos Juliá, Historia de las dos Españas, (Madrid: Taurus, 2004), 90.
33. Marcelo Gullo, Madre Patria, op. cit. 18.
34. “Las bases doctrinales del panhispanismo eran relativamente sencillas: influido por el romanticismo
de raíz herderiana, afirmaba la existencia de una gran comunidad etno-cultural hispánica de la que España, la antigua madre patria, reclamaba su condición de cabeza y guía (…) el panhispanismo tuvo desde sus
orígenes un fuerte componente de oposición a la hegemonía y la expansión norteamericanas, algo que
acabaría siendo una de sus señas de identidad más perdurables (…) Este panhispanismo incluyó también
del lado español un fuerte componente de imperialismo de sustitución. España era una nación ya casi sin
colonias, pero que había sido dueña de uno de los mayores imperios de la historia de la humanidad, cuyo
resultado habría sido una gran comunidad de naciones, hijas de la misma raza, de las que la madre patria se
convertiría en líder espiritual”, Tomás Pérez Vejo, 3 de julio de 1898. El fin del imperio español, op. cit., p. 190
y s. Literatos como el Rubén Darío de El triunfo de Calibán, el Santos Chocano de Alma América (1906) o el
peruano Riva-Agüero al defender una nacionalidad basada en la religión y en el hispanismo, son buenos
ejemplos de todo ello. Lo cuenta Carlos Granés: “Mientras que los arielistas de izquierda indigenizaban la
identidad latina, extranjerizaban al blanco hispanista o al que sentía apego por la colonia y buscaban a las
masas populares, los arielistas de derecha se enrocaban en un elitismo alérgico a los nuevos movimientos
populares (…) y en general a la democracia”, Carlos Granés, Delirio americano. Historia política y cultural de
América Latina, op. cit., 94.
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posición a sus rivales decimonónicos —los liberales— que hicieron lo propio remitiéndose al pasado prehispánico35. Si el pasado colonial o virreinal sería para los primeros
el momento fundacional de la nación, produciendo fértiles mestizajes, para los liberales
sería una historia ajena, extraña: trescientos años de oscuridad y dominio hasta la liberación de las Independencias. Las fuentes de las que bebe Gullo acaso aparecen todavía
más nítidas cuando atendemos a la metáfora con la que encabeza su obra, la de la madre
patria, de clara raigambre conservadora; por la cual la nación era contemplada como
aquel hijo pródigo que, una vez alcanzada la edad adulta, se independizaba iniciando una
nueva vida36. Por último, habría que hacer referencia a la historia revisionista argentina,
pionera como tanto de lo producido en el Cono Sur. Fue profundamente conservadora
al principio, peronista y populista un tiempo después, para declararse visión oficial de
la izquierda nacional y adquirir finalmente el estatus de historia institucional (que no
académica) a partir de la década de 2010, apoyada en organismos oficiales encargados de
sostener dicha perspectiva. Tal historiografía poseía desde el principio muchos de los
elementos que caracterizan a las actuales imperiofilias e imperiofobias: su carácter anti-liberal; su profundo nacionalismo y su férrea defensa de lo vernáculo, el señalamiento
de los enemigos históricos (y de su relación con los enemigos del presente), y específicamente de aquellos elementos extranjerizantes de la nación; argumento por cierto de clara
raíz maurrasiana, como acertadamente señaló Halperin Donghi37.
Valgan los tres ejemplos precedentes para dibujar una leve trayectoria y cuadro general de aquello que se ha denominado como “imperio nostalgia”, una de las perspectivas
que, en los últimos años, ha situado al imperio y a la historia americana en una suerte de
centro de la identidad histórica de la nación en el presente. Tales perspectivas se caracterizan, entre otros rasgos, por su esencialismo, su presentismo, vernaculismo y por una visión
apologética y monumental del pasado. En este sentido, los episodios de la colonia, el impe-
35. “El proyecto político de los conservadores hispanoamericanos en general (…) [p]arte del convencimiento de la existencia de una civilización española, raza española en su vocabulario, con unas características propias y diferenciadas del resto de las civilizaciones que pueblan América, en particular la anglosajona
(…) lo que los lleva a oponerse a las políticas liberales no por modernizadoras sino por considerarlas opuestas al espíritu de la raza y un peligro para la supervivencia de una civilización que creen distinta de la anglosajona”, Tomás Pérez Vejo, Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas
(México: Tusquets, 2012), 80.
36. Así lo resumía un periódico mexicano en la segunda mitad del XIX: “Al modo que un joven y una niña,
llegados a la conveniente sazón, tienen derecho a constituirse jefes de una familia nueva (…) de igual suerte
las naciones colonias, cuando han llegado a tanta madurez que puedan gobernarse por sí mismas, tienen
derecho a emanciparse de la nación metrópoli”, citado en Tomás Pérez Vejo, España en el debate público mexicano, 1836-1867. Aportaciones para una historia de la nación (México: El Colegio de México / Instituto Nacional
de Antropología e Historia, 2008), 28.
37. Rodolfo y Julio Irazusta, La Argentina y el imperialismo británico (Buenos Aires: Cóndor, 1934). “Al
trazar ese inventario de carencias, los revisionistas argentinos mantienen su fidelidad a las líneas de análisis
de la derecha francesa. Como para ella, las deficiencias de la política interna (consecuencia inevitable tanto
de su marco institucional como de su inspiración ideológica) estaban ligadas por un lazo de causalidad recíproca con la abdicación de los intereses nacionales frente al extranjero. Para los maurrasianos el personal
político de la Tercera República estaba formado por agentes —en sus momentos más caritativos reconocían
que no siempre conscientes— de Alemania o Inglaterra”. Tulio Halperín Donghi, “El revisionismo histórico
argentino como visión decadentista de la historia nacional” (Buenos Aires: Siglo XXI, 2005): 17.
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IMPEROFILIA E IMPEROFOBIA. UN BALANCE HISTORIOGRÁFICO SOBRE
LA REVISIÓN DEL PASADO COLONIAL EN ESPAÑA Y AMÉRICA
rio, la Leyenda Negra —y tanto América en España como España en América— han servido
de líneas de división entre diferentes grupos y proyectos políticos en un debate que antes
que ideológico o mucho menos historiográfico, ha sido enteramente identitario38.
Imperiofobias
¿Dónde, igualmente, comenzar la genealogía de la imperiofobia actual? En España sería
necesario remitirse al menos a la llamada “literatura de la decadencia” misma que vio
en el imperio y en la Conquista de América, no un orgulloso culmen o una inveterada
esencia, sino precisamente la causa de su imparable declive o su debilidad nacional. Una
larga tradición de pensamiento con antecedentes en Gracián, Saavedra Fajardo, Jovellanos, Cabarrús, curiosamente de nuevo en el joven Cánovas de La historia de la decadencia
de España (1854), o en el 98 de la mano, por ejemplo, de Ángel Ganivet y su Idearium
español39. Si los conservadores —apoyándose sobre todo en la obra de Menéndez Pidal— señalarían al imperio y a Carlos V como origen y grandeza de España, la tradición
liberal decimonónica vio en los Comuneros de Castilla, antagonistas precisamente de
aquellos, a los verdaderos padres de la nación. El antimperialismo de la Guerra Fría
—ese poderoso esquema dialéctico del mundo basado en “la supuesta fatalidad de que
los hombres viven del sufrimiento de otros hombres” como lo definió Odo Marquard—
añadiría un grado más a tal oposición40. Todo ello, decimos, podría ser visto como un
antecedente de la corriente imperiofóbica, no sólo constituida como una mera respuesta
a la ‘imperio nostalgia’ sino como resultado de numerosas influencias historiográficas.
En este sentido habrá en primer lugar que convenir que es imposible, y seguramente
indeseable, escribir sobre imperios —por no hablar de imperialismos— sin una mirada crítica e incluso reprobadora. Pero una cosa es comprender en toda su dimensión
—también la trágica— fenómenos como la Conquista o la época virreinal, y otra muy
diferente “ofrecer el aval de la historia para la crítica del presente”, dicho de nuevo en
palabras del historiador Tulio Halperin Donghi41. Pues si la “imperio nostalgia”, como se
ha visto ya aquí, ponía al imperio o la Conquista en el centro de la identidad nacional,
su antagonista, la imperiofobia se caracterizaría por hacer lo propio: el hecho colonial
español vendría a probar ya no la fortaleza o perennidad de una esencia nacional, sino
su debilidad o incoherencia, su consustancial atraso o su natural carácter opresor.
38. Aquello que Claus Offe denominó conflictos identity-based (definiciones colectivas), diferentes de los
conflictos ideológicos y los económicos. Y ello aunque los tres suelan ser a menudo confundidos e indistinguibles. Claus Offe, “Homogeneity and Constitutional Democracy: Coping with Identity Conflict Through
Group Rights”, Journal of Political Philosophy, 6, 2 (1998): 113-141.
39. “España ha sido la primera nación europea engrandecida por la política de expansión y de conquista;
ha sido la primera en decaer y terminar su evolución material, desparramándose por extensos territorios
y es la primera que tiene ahora que trabajar en una restauración política y social”, Ángel Ganivet, Idearium
español (Granada: Tip. Lit. Vda e hijos de Sabater, 1897), 137 y s.
40. Odo Marquard, Las dificultades con la filosofía de la historia, op. cit., 20.
41. Tulio Halperin Donghi, “El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia
nacional” (Buenos Aires: Siglo XXI, 2005): 16.
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De nuevo y seguramente no por casualidad —pues como se habrá advertido no nos
movemos en el plano exclusivo de la historia— el autor que ha dado nombre a la perspectiva imperiófoba ha sido otro filósofo: José Luis Villacañas. A pesar de poseer una extensa
y valiosa obra previa, dicho autor dedicará un libro en exclusiva —Imperiofilia y el populismo nacional–católico (2019)— a refutar las inflamadas tesis de Roca Barea. De esta manera
quedaban constituidos los dos curiosos bandos nacionales en la querella de los imperios,
con marcadas diferencias y curiosos paralelismos. Si la autora de Imperiofobia venía a trazar una línea histórica que permitía discriminar lo propio de lo ajeno, y lo hacía a través
de muy poco sutiles señalamientos (“en Lutero se encuentra ya el programa nazi reunido”;
“Torquemada, comparado con Calvino, parece una mascota”); Villacañas tampoco se abstendrá de lanzar este tipo de valoraciones, acabando de deslizar el debate hacia un ámbito
completamente ajeno al de la historia. El imperio español era para el filósofo español, de
toda la historia “el más rústico y primario de todos”:
Un imperio débil, de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna, anclado en ideales
arcaicos y regido por formas políticas todavía improductivas, no sólo incapaz por eso de elaborar nuevos ideales, sino obligado a oponerse a cualquier innovación que el tiempo presentara
[Por ello] no pudo acceder a la forma específicamente moderna de construcción nacional42.
Si Roca Barea se esforzaba en disculpar al Tribunal de la Inquisición por su baja
incidencia y porque “las sesiones [de tortura] no pasaban de 15 minutos”; el autor de Imperiofilia en cambio, veía en el poder de la Inquisición nada menos que el origen de la
actual incapacidad española, de “[c]arecer de ese sentido de la comunidad libre, asentada
en convicciones espirituales compartidas, [tal] es el efecto de la Inquisición”43. Villacañas
proyectaba más allá, hasta el presente, su triste diagnóstico. Para él, el propio éxito del libro de Roca Barea venía a probar la tesis —en nada novedosa— de la deficiencia nacional:
“[Sus] miles de lectores (…) son testimonio de un momento desdichado de España que ha
visto fracturada la ilusión de haber conquistado finalmente el estatuto de pueblo unido”44.
De esta manera, aquella conjura global de la hispanofobia, que con tanta adrenalina dibujaban Roca Barea o Gullo, parecían tener su exacto reflejo en la conspiración advertida en
el presente por Villacañas:
Solo hoy, desde luego, conocemos el conjunto de fuerzas que se han puesto en pie para alterar
los fundamentos morales y políticos de nuestro mundo; solo ahora intuimos el dinero que se
42. José Luis Villacañas, Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Otra historia del imperio español (Madrid: Lengua de Trapo, 2019), 13. Hay que señalar que Villacañas ha dedicado extensas obras a explicar los
orígenes conceptuales del imperio, José Luis Villacañas, ¿Qué imperio? Un ensayo polémico sobre Carlos V
y la España imperial (Córdoba: Almuzara, 2008); e Imperio, Reforma y Modernidad. Vol ii. El fracaso de Carlos
V y la escisión del mundo católico (Madrid: Guillermo Escolar Editor, 2020).
43. Villacañas, Imperiofilia, op. cit., p. 166. El argumento de la Inquisición como factor incapacitante en la
historia de España tiene antiguos precedentes en la “literatura de la decadencia”. Por ejemplo, Juan Antonio
Llorente, Adolfo de Castro, o el joven Cánovas, la Inquisición habría ido “enroscándose, a manera de serpiente, en torno del pensamiento español hasta que estrechó su anillo tanto que lo ahogó y le dio muerte”,
Antonio Cánovas del Castillo, Historia de la decadencia de España (Málaga: Algazara, 1992 [1854]), 54.
44. Villacañas, Imperiofilia, op. cit., p. 13.
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está movilizando en este sentido, y solo en la actualidad presentimos las aspiraciones fundamentales que se pretenden conseguir con actuaciones de todo tipo, desde manipulaciones de
cuentas de Facebook hasta intervenciones programáticas como Imperiofobia. Solo hoy sabemos que España no está fuera de estas operaciones mundiales45.
Se habrá de notar que ambas visiones aluden a una excepcionalidad o incapacidad histórica. Si Roca Barea veía en la historia imperial, que era la historia patria, el origen de una
singularidad causada por el constante ataque de malvados agentes externos (protestantes,
erasmistas, liberales…), Villacañas dibujaba una historia condicionada por una excepcionalidad que era endógena, marcada por la ausencia de unas élites “legítimas y cohesionadoras,
que den voz a lo común”, por la “carencia de un liderazgo adecuado” por su “incapacidad de
conformar los elementos protonacionales en una genuina formación nacional”; o incluso
por “la existencia de una población [demasiado, se entiende] heterogénea”, y “de culturas
diferentes peninsulares en su seno”. O, dicho de otra manera, si para Bueno o Gullo, el
problema era el peligro de dejar de ser (la vieja teoría de la desustancialización de la nación,
achacada al imperio ya por Montesquieu, al liberalismo en Balmes, o actualmente a la inmigración en Huntington) para Villacañas el problema era el no ser o incluso el no haber sido,
la inexistencia o deficiencia de la comunidad política. Para Villacañas, como para Ortega, el
“patriota español será el que oponga a la realidad nacional presente las más profundas negaciones”, en palabras de Santos Juliá46. La querella nos muestra aquí su exacta reversibilidad
ya que, se podría afirmar, no resulta menos esencialista la visión que subraya la grandeza o
trascendencia universal de una nación, que aquella que la caracteriza por su incompleción o
su originaria deficiencia. La tesis de la excepcionalidad —de la no normalidad histórica de la
nación española— tanto por exceso como por defecto.
Vayamos con la dimensión americana de la querella y, en particular, con el episodio
de la Conquista, caro lugar común para las historiografías nacionalistas a un lado y a otro
del océano47. No es lugar aquí para plantear una historiografía detallada de la cuestión,
pero baste decir que pocos episodios han sufrido con más insistencia y encono una constante revisión, levantando periódicas polémicas, útiles a la hora de galvanizar en torno
a ellas diferentes sensibilidades políticas. Ya vimos cómo la Conquista de América o el
45. Ibid., p. 14.
46. Santos Juliá, op. cit., p. 246.
47. Se puede apuntar aquí lo mismo que dijimos respecto a la historiografía de los imperios. Da igual los
avances y obras notables que se hayan dado en las últimas décadas al respecto del conocimiento de la Conquista y de la historia virreinal americana: la revolución filológica a partir de los 1970 que señaló y estudió
las fuentes indígenas; la obra de autores como James Lockhart que ponía el acento en la continuidad de
las comunidades del altiplano mesoamericano; la participación de los indígenas en la propia Conquista; el
valor de los mestizajes y la no periferia de territorios supuestamente coloniales —por citar algunos de los
principales y más valiosos despliegues historiográficos— parece ir siempre por detrás en el debate público,
decíamos, frente a una historiografía esencialista imbatible en su utilidad política. Véase Richard Andrews,
Introduction to Classical Nahuatl, (University of Texas Press, 1975); James Lockhart, The Nahuas after the
Conquest: A Social and Cultural History of the Indians of Central Mexico, Sixteenth through Eighteenth Centuries
(Stanford: Stanford University Press, 1992); Laura E. Matthew y Michael R. Oudijk (eds.), Indian Conquistadors. Indigenous Allies in the Conquest of Mesoamerica (Norman: University of Oklahoma Press, 2007); Serge
Gruzinski, Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización (México: FCE, 2010).
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periodo virreinal fueron fundamentales desde el nacimiento de las repúblicas americanas,
pues permitieron posicionar en la historia a liberales y conservadores al respecto de los
supuestos orígenes de la nación. Tras la general victoria del liberalismo, la función simbólica de tales episodios no disminuiría durante todo el siglo XX, espoleada desde diferentes
corrientes de pensamiento que, una y otra vez, vinieron a situar Conquista y Colonia en
el centro de su pensamiento: indigenismos e indianismos, dependentismos y antimperialismos, decolonialismos o nuevas teologías48. De hecho, se podría afirmar, el actual debate
global sobre el pasado colonial debe mucho a la temprana experiencia latinoamericana.
Algo que se manifestaría con especial nitidez en los años ochenta del siglo XX cuando,
en torno a la conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, se
daría otra peculiar querella por la significación y la semántica de la Conquista. Entonces
pareció imponerse la visión aproblemática del mexicano Miguel León Portilla (el “encuentro” entre dos mundos), frente a otras posturas como el “desvelamiento” de Leopoldo Zea
o la “invasión” de Rodolfo Stavenhagen. Será precisamente esta última postura, aquella
que ponía el acento en la violencia y el desgarramiento causado por la Conquista, la que en
los últimos años se habría ido imponiendo, no sólo en América —donde alcanzará incluso
el rango de historia oficial— sino a lo largo de todo el mundo.
Y es en este mismo sentido que Estados Unidos ha venido paralelamente revisando
su historia nacional y su pasado colonial. Y lo ha hecho con atención a una de las categorías de análisis dominantes en las últimas décadas: las identidades culturales. Esto no
implica un mito nacional menos fuerte, no un menor nacionalismo, sino la sustitución
de la anterior y unitaria nación política en favor de las diferentes minorías culturales.
Raza, etnia, género o preferencia sexual —silenciadas y apartadas durante buena parte de
la historia— suponían perspectivas necesarias, tanto como causas justas, pero todas ellas
carecían de la unidad o coherencia de la anterior nación política (por no hablar de la ya
olvidada clase económica). Es entonces cuando se echaría mano del concepto de colonialismo, entendido en sentido amplio, atemporal y todavía en marcha; aquel que apelaba en
el presente a todo “grupo internamente imperializado”, que señalaba cualesquiera “formas
de opresión basadas en el género, la preferencia sexual o la raza”, por decirlo en palabras
del antropólogo Renato Rosaldo. El colonialismo vendría a servir así de argamasa cultural,
de nuevo gran relato capaz de unificar toda identidad y experiencia histórica. Una buena
manera de acercarse a este grupo de perspectivas sería a través de la serie documental de
Raoul Peck Exterminad a todos los salvajes (2021) basada a su vez en tres de los autores con
más incidencia en el revisionismo histórico estadounidense (Sven Lindqvist, Michel-Rolph Trouillot y Roxanne Dunbar-Ortiz). Dicha obra proponía una historia del imperialismo que, en realidad, no era sino de la historia occidental que, a su vez, culminaba en su
máxima expresión: Estados Unidos. Una historia basada exclusivamente en el expolio, el
colonialismo o la esclavitud: “[E]l camino a Auschwitz comenzó en los primeros días de
48. Aquí se podrían citar autores hoy tan leídos como Aníbal Quijano (la “colonialidad” como “una matriz
de poder”), Enrique Dussell (la “Filosofía de la Liberación” latinoamericana) o Walter Mignolo (la modernidad como mera colonialidad). Véase especialmente Enrique Dussel, “Descubrimiento o invasión”, Concilium.
Revista Internacional de Teología, 220 (1998): 481-488. Véase Rafael Núñez Florencio, “El espejo del pasado: la
conquista, España y su historia como estigma”, en Revista de Libros, 20/IV/2022. Enlace web: https://www.
revistadelibros.com/el-espejo-del-pasado-la-conquista-espana-y-su-historia-como-estigma/
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la cristiandad y tal camino llega también al corazón de América”, se afirmaba, dibujando
una clara y demoledora teleología. En este mismo sentido, la Historia indígena de Estados
Unidos de Roxanne Dunbar-Ortiz (2014) proponía una nueva narrativa y periodización de
la nación norteamericana, ya no la clásica (Colonia, Guerra de Independencia, Democracia Jacksoniana…) sino la oculta y ahora desvelada (“Colonización, Despojo, Colonialismo
de asentamiento y Genocidio”). El hilo conductor y el mito de origen de la nación estadounidense ya no era la de los padres peregrinos, la lucha por la democracia o la libertad
de los pueblos, sino la dominación colonial y la esclavitud, falla de origen de un “Estado
basado en la ideología del supremacismo blanco, de la extensión de la esclavitud africana
y de una política de genocidio y de robo de tierras”49. La historia como una sucesión de
holocaustos, la ya vetusta tradición de la crítica a la Ilustración —basada en la identidad
entre occidente, dominio y razón— llevadas al paroxismo:
Cada uno de los genocidios tiene, por supuesto, sus propias características distintivas. Sin embargo, dos eventos no tienen por qué ser idénticos entre ellos para facilitarse las cosas. La
expansión europea por el mundo, acompañada como estuvo por una desvergonzada defensa
del exterminio, creó hábitos políticos y de pensamiento que abrieron el camino para nuevas
atrocidades culminando en la más horrible de todas: el Holocausto50.
Tales perspectivas tampoco han sido ajenas a España y América Latina, en donde
ha sido cada vez más común la analogía entre Conquista y Holocausto, así en autores
como puedan ser Pedro Salmerón o Guy Rozat en México, el argentino Juan José Rossi
o Antonio Espino en España51. Este último autor parecía interpretar el mismo papel que
Marcelo Gullo desde América, en tanto en cuanto exportaba la narrativa histórico-esencialista dominante en Latinoamérica (aquello que se denomina de manera imperfecta
como indigenismo) tal como el argentino hacía lo propio con el panhispanismo52. Su libro La conquista de América. Una revisión crítica (2014) ya poseía un título revelador, pero
más significativo aún será el cambio sufrido en su reedición, sin duda para acomodarlo al
patetismo creciente de tales tendencias historiográficas: La invasión de América. Una nueva
lectura de la conquista hispana de América: una historia de violencia y destrucción (2022). Dicha
49. Sven Lindqvist, The Dead Do not Die. ‘Exterminate all the Brutes’ and Terra Nullius (Nueva York & Londres: The New Press, 2014 [1992]); Michel-Rolph Trouillot, Silencing the Past: Power and the Production of
History (Boston: Beacon Press, 1995); y Roxanne Dunbar-Ortiz, An Indigenous Peoples’ History of the United
States (Boston: Beacon Press, 2014), xiii.
50. José Luis Villacañas, Imperiofilia, op. cit., 14.
51. Juan José Rossi, La invasión europea de América. Abya Yala soujzgada (Buenos Aires: Ediciones Colihué,
2015).
52. Se ha ido popularizando poco a poco un sentido laxo e ideológico del concepto de indigenismo cuando, en puridad, por tal solía entenderse cualquier aproximación que tuviera como principal objetivo y preocupación lo indígena. Es el caso, por ejemplo, de la conocida definición del mexicano Luis Villoro, que
entiende el indigenismo como un “conjunto de concepciones teóricas y de procesos concienciales que, a lo
largo de las épocas, han manifestado lo indígena”. Es cierto que luego del Primer Congreso Indigenista interamericano de Pátzcuaro en 1940 se convertiría en política cultural de muchos países —y una no exenta de
intereses nacionales y construcciones históricas— pero aun así seguiría conservando parte de su significado
primero. Véase Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, (México: El Colegio de México
- Fondo Económico de Cultura, 1987), 14.
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obra suponía, como se habrá deducido, una historia de la Conquista de América desde el
exclusivo prisma de la atrocidad y la violencia. Todo lo que era civilizador y dorado en
las descripciones de Gullo o de Roca Barea, aquí adquiría el enfoque del “uso del terror,
de la crueldad, de la violencia extrema de una manera sistemática con fines político-bélicos”53 —si atendemos al que será el siguiente título de Marcelo Gullo, Nada por lo que pedir
perdón. La importancia del legado español frente a las atrocidades cometidas por los enemigos de
España (2022) nos daremos cuenta de la reversibilidad de los argumentos de uno y otro
bando—. En definitiva, en esa revisión de la Conquista el comedido telos que la articulaba
era el concepto de atrocidad. Lo cual avisaba al lector de lo que se encontraría en un libro
como el de Espino: un catálogo de calamidades, una historia de la conquista de América
exclusivamente basada en la “utilización, consciente y programada, de prácticas aterrorizantes”, en “el uso de la violencia extrema crueldad”, algo que, más que homenajear a
Bartolomé de las Casas, habría hecho las delicias del mismísimo Michel Foucault.
Y algo similar cabría decir de muchas de las más recientes propuestas historiográficas acerca de la Conquista y la Colonia provenientes de América Latina. Es especialmente interesante el caso mexicano, en tanto en cuanto la Conquista ha supuesto un punto
de fuga fundamental en su potente imaginario nacional. Como además México, desde el
comienzo del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, está inmerso en un anunciado
proyecto de refundación nacional, se podrá apreciar mejor la necesidad de tensar un relato
de nación; de blandir un pasado diferente, ya no al de otras naciones, sino del proyectado
por gobiernos anteriores; en favor, claro está, de aunar simpatías alrededor del nuevo
proyecto político. Una de las obras que mejor representaría dicha visión oficial, y la más
novedosa revisión del pasado de la Conquista en el México de la Cuarta Transformación,
es La batalla por Tenochtitlán (2021) del historiador Pedro Salmerón Sanginés54. Como hemos visto en otros contextos, se parte de la idea de la Conquista y la Colonia exclusivamente
como genocidio y como proyecto disciplinario de Occidente:
Se nos ofrece como un triunfo de la modernidad (…) también se nos presenta como un brutal
genocidio. Se nos presenta como una empresa abocada a destruir una cultura que resulta mucho más humana y armónica que la occidental, en una cadena de acciones perpetradas por
mero afán de lucro y dominio. En fin, se erige ante nuestra vista como el traumático origen de
la nación mexicana y de nuestro ser mestizo, pletórico de insuficiencias, accidental.
Para seguidamente proclamar una conspiración o “historia oculta” patrocinada por
todos cualesquiera rivales, lo que a su vez requerirá de la oportuna liberación epistemológica: “Pero ¿si no fuera así? —dice Pedro Salmerón— ¿si nada o casi nada fuera como
nos enseñaron a creerlo? Porque tras años de intentar orientarme (…) sobre la llamada
conquista (…) en realidad se desprendían del mismo relato o mejor dicho, de la misma
manera de contar el cuento”. Aquella consideración de las fuentes indígenas como las
fuentes más puras de la nacionalidad mexicana fue un camelo. Los actores subalternos y
las voces indígenas habrían sido utilizados, no rescatados: “durante mucho tiempo con53. Antonio Espino, La conquista de América. Una revisión crítica (Barcelona: RBA, 2014), 7 y 22.
54. Pedro Salmerón Sanginés, La batalla por Tenochtitlán (México: Fondo Económico de Cultura, 2021).
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sideramos que en esos documentos estaba la voz de los mexicas y otros pueblos nahuas.
Sin embargo, el cuento que se contaba en esa Visión de los vencidos no era en realidad
muy distinto (salvo en lo formal o en lo poético) de la versión canónica”. En definitiva,
la historiografía mexicana al completo en cuanto que historia colonialista. El argumento
central es interesante, tanto por lo novedoso como por lo sorprendente, lo toma Salmerón
de Guy Rozat: la Conquista no ha existido, ha sido un invento de las élites. Pero no ha
existido —se podría colegir— no porque no se haya dado un dominio, sino porque no se
ha producido una liberación. Toda la historiografía, desde las Cartas de Relación de Hernán
Cortés hasta la Visión de los vencidos de Miguel León Portilla (“un eurocentrista típico”, dice
Rozat) había sido extranjera u occidentalizante. “[L]a mayoría de los relatos que han sido
producidos sobre la Conquista durante siglos, así como en la actualidad, han sido escritos
desde territorios simbólicos exteriores a América”, denuncia el investigador —no sin cierta ironía, de origen francés— Guy Rozat; siempre con la obligada ayuda de grupos de poder internos, tan incapacitantes como obstinados, pues su genealogía se extiende desde los
españoles, a los porfiristas, o al todopoderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI):
“Hay una lógica colonial de los textos de historia de los siglos XVI, XVII y XVIII, y si esta
no aparece hoy con tanta claridad, es porque han sido revisitados a partir del siglo XIX y
XX”55. “[M]ientras sigamos creyendo que hay un ser mexicano —concluye Salmerón Sanginés— (…) el PRI habrá ganado la batalla cultural. Y esta idea de ‘el mexicano’ se sostiene
toda sobre dos ladrillos: el de la ‘conquista’ y el de la ‘raza’”56. Nótese que lo importante, por
tanto, no es la comprensión del pasado, sino ganar la batalla cultural del presente, bandera
—aunque no siempre se nos aparezca tan explícita— de todo este tipo de perspectivas. En
definitiva, la visión de Salmerón suponía una enmienda al relato de nación dominante durante toda la segunda mitad del siglo XX, aquel patrocinado por los anteriores gobiernos
frente a los cuales se define. Pues, se podría concluir, no existe ilusión de emancipación
o refundación política sin que la acompañe una suerte de desvelamiento epistémico; algo
que en historia siempre tiene que ver con un pasado y una verdad ocultos y falseados por
la historia oficial y académica. Es por ello por lo que todos estos revisionismos tienen
siempre una función casi performativa: desvelando un pasado verdadero sustraído, aran
el terreno para la superación de un presente políticamente indigno. Como decía Tulio
Halperin Donghi para el caso argentino, “el revisionismo histórico (…) no ha de explicarse por la excelencia de sus contribuciones, en verdad modestísimas, lo debe más bien a
su capacidad de expresar sus cambiantes orientaciones de ciertas vertientes de la opinión
colectiva”57. Algo que puede extenderse a buena parte de las aportaciones a un lado y a otro
de la querella de los imperios.
55. Guy Rozat, “La conquista de México no ocurrió”, en VV. AA, Repensar la Conquista. Tomo I: Reflexión
epistemológica sobre un momento fundador (Xalapa: Universidad Veracruzana), 59 y s.
56. Pedro Salmerón Sanginés, La batalla por Tenochtitlán (México: Fondo Económico de Cultura, 2021),
11y 257.
57. Tulio Halperin Donghi, “El revisionismo histórico argentino…”, op. cit., 17.
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Conclusiones
En las primeras décadas del siglo XXI hemos asistido a un aumento del interés por la
historia de la Conquista de América en particular y por la literatura sobre imperios en
general. También a un enconamiento en el debate colectivo sobre la significación y la
memoria de tales episodios. En el comienzo destacábamos la importancia de los avances
y las nuevas aportaciones que la historiografía ha venido realizando en este campo. Bien
puede ser un alegato por la comprensión de la visión pasada de los imperios como el
realizado por James Muldoon, o el intento de historia anti-teleológica y horizontal de
Christopher Bayly, o la coadyuvancia entre imperio y nación en Josep Maria Fradera,
por citar tres autores muy diferentes. Si algo urge en el campo de estudio del pasado colonial, si existe actualmente un principal desafío para tal historiografía, es cómo
contrarrestar la pujanza de la historia nacionalista. Dicha literatura posee, en palabras
de Benedict Anderson, “todas las cartas prácticas”; es decir, que —al contrario que la
erudita y tarda historiografía profesional— goza de una inalcanzable y muy redituable
utilidad en el presente58. En este texto hemos buscado confrontar algunos de los autores
y obras más recientes y de más éxito en dicha literatura, esperando quizás así identificar —más allá de enconamientos, de las diferentes posiciones ideológicas o meramente
geográficas— aquello que los caracteriza, cuáles son sus argumentos de fondo, de qué
tradiciones provienen, cuáles son sus estrategias o estructuras narrativas.
Lo primero que quizás convendría destacar es su caracter ahistórico, esto es, la
tendencia a situar obstinadamente los sujetos y episodios históricos que busca comprender o analizar fuera del contexto en que se desarrollaron. Por poner el ejemplo más
a mano: hablar, bien de holocaustos, bien de nación española, en el siglo XVI —o en sus
más finas elaboraciones, trazar un desbrozado curso histórico que una oportunamente
tales episodios— supone la más habitual manera de dotar de un sentido (político) a la
historia59. Por lo mismo, el naciocentrismo es otro de los rasgos comunes a este conjunto
de perspectivas. En realidad, habrá que admitir que el análisis del pasado desde la lógica
y la plataforma del Estado-nación (“las excluyentes anteojeras estatales” al decir del historiador Pablo Fernández Albadalejo) supone uno de los grandes obstáculos a los que se
enfrenta todo el estudio contemporáneo de la historia. En las visiones que hemos denominado como primordialistas o esencialistas el obstáculo se convierte en rasgo distintivo.
Dicho en resumen: ni la Monarquía Católica era España, ni esta conquistó México, y
este último país tiene poco o nada que ver con la antigua Triple Alianza o con México
58. “[N]ingún historiador serio puede ser nacionalista político comprometido, excepto en el mismo sentido
en que los que creen en la veracidad literal de las Escrituras, al mismo tiempo, son incapaces de aportar algo a
la teoría evolucionista”, Eric Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1780 (Barcelona: Crítica, 1991), 20
59. “[L]a historia es un centauro, una contradictio in adjecto; pues la historia, es decir, la coordinación, es
la ‘no-filosofía’ y la filosofía, es decir, subordinación, es la ‘no-historia’, dejó dicho Jacob Burckhardt. Luego
Schopenhauer, “la historia (…) le falta el carácter fundamental de la ciencia, la subordinación del saber, en
lugar de la cual ella debe mostrar la mera coordinación de ese mismo saber, en lugar de la cual ella debe
mostrar la coordinación de ese mismo saber. De ahí que no exista ningún sistema de la historia”. Contra
ello dice Hegel, “de manera profiláctica” como señala Odo Marquard: “la diferencia entre lo subordinado y
lo coordinado se basa sobre la diferencia aconceptual entre lo universal y lo particular, y sobre su relación
en una reflexión exterior”, Marquard, op. cit., 231.
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Tenochtitlán. No es, se podría concluir, que la historia sea una eterna batalla entre unas
comunidades delimitadas y circunscritas (he aquí el esencialismo), sino que precisamente
tales comunidades se constituyeron, y se siguen constituyendo, a través de la constante
revisión y pugna de dichos episodios del pasado.
A todo ello habría que añadir el presentismo dominante en todas estas visiones, es decir,
el vicio de “buscar los deseos del presente en el pasado”, en palabras de Eric Hobsbawm. “Por
decirlo con términos técnicos, el anacronismo es la técnica más común y cómoda para crear
una historia que satisfaga las necesidades de [diferentes] colectividades”60. Claro que toda
historia está escrita y proyectada desde el presente, que ningún pasado es definitivo, pero
una cosa es admitir la condición histórica y la diferente experiencia de cada historiador, y
otra muy diferente utilizar el pasado para crear o reforzar antagonismos entre comunidades,
memorias o partidos políticos del presente. Quizás, después de todo, la nación no sea el
principal actor histórico que encontramos en este tipo de narrativas, sino su negativo: el enemigo, lo foráneo, lo exterior. Episodios como la Conquista, instituciones como la Inquisición,
movimientos como el liberalismo o la globalización actúan aquí como cedazos históricos,
permitiendo separar el metal precioso de la superflua ganga, esto es, el verdadero cuerpo de
la nación frente a lo extraño a ella. Y es así porque dicha literatura siempre sabe llevarnos
cuidadosamente de la mano a identificar en el presente a los descendientes de aquellos que
fueron ajenos, dañinos o heterodoxos a la nación. Algo que además suele funcionar en un
doble sentido: al interior de la propia comunidad (quizás una burguesía trunca, una migración no deseada) y al exterior (una leyenda negra o un imperialismo avasallador). Existen
pocos maniqueísmos más potentes en la actualidad, cabría afirmar, que aquel que se dibuja a
través de la historia del colonialismo y del antimperialismo61.
Otra constante que se habrá identificado en las obras aquí analizadas es la tentación de plantear una suerte de historia mistagógica, es decir, aquella que pretende desvelar un pasado oculto, mistérico, hurtado. Sería fácil identificar buena parte de dicha
literatura sólo en sus títulos y sinopsis simplemente por el manido recurso de luchar
contra mitos, desvelar mentiras oficiales o señalar y combatir enemigos: bien puede ser
“desmontando mitos y leyendas negras” (Stanley G. Payne), la “historia secreta del siglo
diecinueve”, (Mike Davies) o la “historia oculta” de una Argentina antimperial (Marcelo
Gullo). La ilusión de la conspiración reserva al autor el beneficio del desvelamiento, algo
que podría calificarse sin excesivo temor como populismo historiográfico62. Además, al
60. Eric Hobsbawm, Sobre la Historia (Barcelona: Crítica, 1998), 400.
61. “Esto es lo que a veces denomino el neomaniqueismo de la filosofía de la historia institucional: el
hombre creador como acusado y el acusador alias ‘el hombre redentor’, dejan de ser el mismo personaje, se
escinden. Bajo la presión de la hipertribunalización, la Historia se presenta como la fuga hacia delante, como
absoluta inculpación, dejando tras de sí la condición de absoluto inculpado como constitución de aquellos
seres que no representan la vanguardia; la ley de movimiento de la vanguardia histórica —solo después
denominada ‘dialéctica’— es, a la vista del mal, la fuga a la mala conciencia en que uno se convierte para los
otros, dejando que los otros tan sólo la tengan, de tal modo que el acusador se exime propiamente de la necesidad de tenerla: se deja de comparecer ante el tribunal mientras se pasa a encarnar su máxima instancia”,
Odo Marquard, Adios a los principios (Valencia: Institución Alfons el Magnànim, 2000), 71.
62. Mike Davies, Los holocaustos de la Era Victoriana tardía. El niño, las hambrunas y la formación del Tercer
Mundo (Valencia: Publicaciones de la Universitat de Valencia, 2006): 16; Marcelo Gullo, La historia oculta: la
lucha del pueblo argentino por su independencia del imperio inglés (Biblio: Buenos Aires, 2013).
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estigmatizar toda historiografía como espuria, al tener que extraer toda argumentación
exclusivamente de sí misma, dicha perspectiva se abstiene de conocer y entrar en un
debate que a duras penas podría sostener.
La batalla por el revisionismo del pasado colonial en España se ha dibujado bajo el
singular eje de coordenadas que forman la imperiofilia y la imperiofobia. De un tiempo a
esta parte numerosos autores dibujaron, bien un pasado de destrucción y violencia —lo
que no hacía sino confirmar sus más firmes sospechas acerca de la triste y cainita excepcionalidad española—, bien una arcadia dorada, que solo anunciaba el camino a esa oculta
grandeza que algunos se empeñaban en negar. El debate sobre la historia imperial en España nos remite a la literatura sobre el ser nacional y la decadencia, a la antigua pugna entre menendezpelayistas y orteguianos. Siempre moviéndose entre la elegía nacionalista y
la autoflagelación, con argumentos en nada novedosos: el de la deficiencia o el de la gloria
nacional, el de la España una o invertebrada, el de la ‘nación prima’ o la ‘nación tardía’, y, en
cualquier caso, el de España como excepción. Aunque, se puede concluir, no hay nada menos
excepcional que la búsqueda de excepcionalidad en toda perspectiva identitaria. Y si en
algo no ha de atribuirse excepcionalidad ninguna a la historiografía española reciente es
en el proceso global de revisión del pasado imperial y la historia colonial. Tales episodios
históricos han terminado convirtiéndose en auténticos campos de batalla culturales en el
control por la representación del pasado.
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IMPEROFILIA E IMPEROFOBIA. UN BALANCE HISTORIOGRÁFICO SOBRE
LA REVISIÓN DEL PASADO COLONIAL EN ESPAÑA Y AMÉRICA
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