La secuela de Ridley Scott, precuelas, spin-offs, series de televisión basadas en ambos protagonistas…La huella de ‘El silencio de los corderos’ es, 30 años después, casi tan larga como las de las sagas nacidas en los ochenta que conquistaron la cultura pop. Está claro que la historia de Hannibal nunca será la de Luke Skywalker, pero cuesta más hablar de asesinos en serie cinematográficos sin nombrar al primero que de aventuras espaciales sin citar al segundo.

‘El silencio de los corderos’ es una de esas películas incontestables. Nos podríamos quedar con su historia, sus interpretaciones, su dirección, su intriga, su terror, su originalidad, su sencillez. Es una obra llena de leyenda que no parece pedirla en ningún momento, un ejercicio de orfebrería cinematográfico que supone el mejor trabajo de un cineasta cuyo talento merecía una carrera más brillante que la que acabó teniendo. En los Oscars de 1991 se alzó (la última en conseguirlo) con los 5 Oscars principales, qué mejor que recordarla también nosotros en 5 puntos.

La fortaleza femenina de Jodie Foster

Dicen que la favorita para el papel era Michelle Pfeiffer pero hoy es difícil imaginarnos a Clarice sin el rostro sereno de Jodie Foster. Ni siquiera la gran Julianne Moore pudo escapar de su sombra en la secuela. Con solo 29 años, la actriz se hizo con su segundo (y por ahora último) Premio Oscar por encarnar a la aspirante a Agente del FBI que acaba convertida en la clave del caso de Buffalo Bill a través de sus entrevistas a Hannibal Lecter.

clarice jodie foster  en el silencio de los corderos
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De solo un metro y sesenta centímetros de estatura y rostro angelical, de tez pálida y grandes ojos azules, ‘El silencio de los corderos’ no pierde tiempo en situar la que es una de las claves del personaje principal de la película. Clarice Starling es tan atrayente porque consigue aunar antónimos como fragilidad y fortaleza. Lo primero es lo que hace que sintamos terror por ella al verla frente Hannibal, lo segundo lo que provoca que confiemos en ella más que en todos los hombres que la rodean. La conocemos sudada, haciendo ejercicio, y la vemos entrar en unas oficinas del FBI en donde todos son hombres que la empequeñecen en espacios cerrados, sacándole como poco una cabeza de altura. Es una dinámica que se repetirá durante toda la película y quizás la clave de que la cinta parezca hoy más moderna que nunca. Clarice es, evidentemente, una mujer en un mundo de hombres, pero su manifiesta desventaja física solo provoca una mayor admiración y apoyo del público. Solo su pequeña figura conseguiría una imagen como la de la secuencia final en visión nocturna, aparentemente atrapada ante el asesino que acabará matando. Hablamos, al fin y al cabo, de una joven estudiante que recibe semen en el rostro por parte de un psicópata en su primer día de trabajo, pero que no llora hasta salir del edificio y estar sola, al lado de su coche.

La lucha de Clarice no es solo contra un asesino (o dos), una dinámica de policía contra delincuente que se ha repetido cientos de veces y que aboga por la igualdad del enfrentamiento, ya sea física o intelectualmente. La lucha de Clarice es mucho más interesante porque es total, contra todos, contra un mundo del que parece partir en desventaja.

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Que sea precisamente la joven, bella y delicada estudiante la única capaz de aguantar un cara a cara con Hannibal Lecter es lo que hace que sus encuentros sean lo mejor de una película excelente. Su batalla deja de ser física para ser puramente intelectual, sin olvidar el toque sexual, de mórbido y elegante coqueteo, entre dos que se reconocen como iguales pese a ser muy diferentes. La fría mirada y voz grave (en su versión original) que utiliza Foster para un personaje que no solo tiene que ser mejor que el resto, tiene que aparentarlo, sigue transmitiendo, en cada primer plano, en cada frase, miedo, fragilidad y falta de confianza. Eso es lo que hace a la excepcional agente Clarice Starling tan humana e inolvidable, su fortaleza, serenidad e inteligente forma de transmitir miedo, mucho miedo.

La mirada de Anthony Hopkins

No podemos evitar sentir algo de alivio porque Sean Connery rechazará el papel para el que querían la elegancia de todo un caballero inglés. Sin embargo, hay caballeros y caballeros y el carisma de Connery no parece poder coexistir con la descomunal vena siniestra de la que Hopkins dotó al personaje. Podríamos hablar de la máscara antimordiscos que le ponen, de cuando arranca mejillas de un bocado o de cuando hace el famoso y petrificador seseo con los la boca.

Todo ello sigue poniéndonos los pelos de punta. Sin embargo, lo inolvidable del Hannibal de Hopkins es justo lo contrario, sus momentos de normalidad. Obviamente, es más fácil parecer un psicópata haciendo cosas de psicópata como las anteriormente citadas. Pero Hannibal es un caballero, un doctor en psicología, una mente que deja por idiotas a los psicópatas más inteligentes. Por eso es precisamente su simple forma de estar parado, con los brazos pegados al cuerpo, su manera de girar el cuello sin apenas moverse, su forma de esbozar una sonrisa, su “Hola Clarise”, lo que hace inolvidable al personaje.

Aunque no podemos decir que ‘Hannibal’ (2001) no sea una película estimable, es curioso comprobar como el personaje se empequeñece fuera de prisión y armado, con verdadera capacidad de matar. Las escenas que más funcionan en ‘El silencio de los corderos’, y por lo que es un thriller realmente especial, no son las de los asesinos cometiendo atrocidades. Repetimos, son las conversaciones entre Clarice y Hannibal con un cristal de por medio y sin armas. En una película en la que un hombre despelleja a sus víctimas, la imagen del terror siempre será la mirada, fija y penetrante, de Anthony Hopkins, una de las más brillantes creaciones de un intérprete que podemos recordar.

hannibal lecter anthony hopkins en el silencio de los corderos
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La historia de Thomas Harris

Un tipo del censo intentó hacerme una encuesta, me comí su hígado con alubias y un buen chianti.

Cuando repetimos la cantinela de que el libro siempre es mejor que la película, normalmente lo solemos hacer ante cine mediocre. Cuando una película sale tan bien como ‘El silencio de los corderos’, por el contrario, a veces nos olvidamos demasiado del mérito de la novela. Reconocida por la Asociación de Escritores de Misterio de Estados Unidos como una de las 100 mejores novelas de misterio de todos los tiempos, la historia que hoy nos ocupa fue publicada por Thomas Harris en 1988, solo tres años antes de ser adaptada al cine.

A la historia tenemos que reconocerle ideas fundamentales como la protagonista femenina, la elegancia del caníbal, el simbolismo de las mariposas, el carácter conversacional, y no de acción, del terror y la original estructura criminal, con dos psicópatas implicados. En vez de aducir a la manida estructura de veterano policía a la caza de inteligente criminal, tenemos a la joven aprendiz y al asesino veterano como ayudante.

hannibal lecter anthony hopkins en el silencio de los corderos
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Es precisamente esa dinámica de enemigos íntimos entre Clarice y Hannibal lo que hace la búsqueda policial de Buffalo Bill tan original sin perder un ápice de emoción (más bien al contrario). Además, tal planteamiento soluciona el problema del final. Normalmente, tenemos dos opciones, o gana el policía deteniendo al asesino o es este último el que se sale con la suya. Harris logró una historia en la que la heroína caza al asesino que está buscando, pero también una en la que el verdadero demonio de la historia, Hannibal, triunfa y se hace con su libertad. Desde el entrenamiento de Clarise hasta el mismo final, como en la película, con Hannibal libre, la historia de ‘El silencio de los corderos’ nunca deja de ser perturbadora.

El psicópata, que no el transexual

Hitchcock, que algo sabía de suspense, siempre hablaba de algo llamado Macguffin. Se ha convertido en un lugar tan común en las críticas y análisis como, ciertamente, en las historias. Para recordarlo rápidamente, diremos que un Macguffin es el cebo que mueve la historia, algo que importa a los personajes pero no al espectador. Es, por ejemplo, el maletín de ‘Pulp Fiction’. No podemos decir que la presencia del Buffalo Bill que interpreta Ted Levine sea un puro McGuffin, es un personaje que nos importa, que asusta, pero sí que actúa como tal en la historia de verdad, la de Hannibal y Clarice. Toda la caza del psicópata es el vehículo para que se mueva la historia y los personajes que interpretan Jodie Foster y Anthony Hopkins. Sin embargo, pocas veces en la historia del cine un Macguffin ha destacado tanto como este.

ted levine buffalo bill  en el silencio de los corderos
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Al contrario que el Hannibal de Hopkins, el Billy de Ted Levine es un psicópata al uso, un desequilibrado horrible y algo desastroso. Su papel nos ayuda a ponernos en situación a través de ciertos lugares comunes del psicópata y enaltecer, por comparación, la singularidad de Hannibal. Hay veces que los lugares comunes funcionan y estos no quieren decir que el desquiciado psicópata de Levine no asuste ni impresione. Su forma de tratar a las víctimas, manteniéndolas tres días en un agujero, untando de crema su piel y luego despellejándolas para hacerse un traje de mujer, crea un perfil de asesino tremendamente poderoso. Y eso sin olvidarnos del detalle de los capullos de polilla en la garganta o la negra comicidad que aporta su perrita Precious.

Sin embargo, 30 años después, se ha criticado este personaje, como tantos otros, por recurrir a la homosexualidad y la transexualidad como rasgos perturbadores del villano. Aunque podríamos excusarlo diciendo que el verdadero terror de la historia, Hannibal, no guarda relación con ninguno de esos perfiles, sí tenemos que admitir que parte de la caracterización tenebrosa de Buffalo Bill viene supeditada a su deseo de convertirse en mujer. Sin embargo, el propio Hannibal, Doctor en psicología, se encarga dentro de la propia película de desvincular la transexualidad de su perfil psicótico:

Billy no es un transexual de verdad, pero intenta serlo. Ha intentado ser muchas cosas […] Nuestro Billy no nació siendo un criminal Clarice. Se convirtió en uno por culpa de abusos sistemáticos. Billy odia su propia identidad y piensa que eso le convierte en transexual.

Magia y trucos de Jonathan Demme

Muy probablemente el mejor cineasta americano de las últimas décadas, Paul Thomas Anderson, suele citar a Martin Scorsese y, sobre todo, Jonathan Demme, como sus referentes. Y lo cierto es que no cuesta ver dicha influencia. Sin embargo, la filmografía del autor de ‘El silencio de los corderos’ es, cuanto menos, difusa. Desde ‘La cárcel caliente’ hasta ‘Philadelphia’, pasando por ‘Algo salvaje’, ‘La verdad sobre Charlie’ o ‘Ricki’, sin olvidar ‘Stop Making Sense’, el cine de Demme se define más por su adaptabilidad que por lugares comunes o catalogables.

No podemos tomar nada de ‘El silencio de los corderos’ como rasgos definitorios de un estilo que brillaba, más que por su ausencia, por su metamorfosis. Sin embargo, decir que ‘El silencio de los corderos’ es solo una buena historia acompañada por dos grandes interpretaciones sería increíblemente reduccionista. Desde la niebla del entrenamiento inicial hasta el nublado paisaje caribeño final, pasando por la iluminación del pasillo de la prisión, el plano cenital de Hopkins tras asesinar a los guardias, Clarice rodeada de hombres… ‘El silencio de los corderos’ es un constante desborde de estilo y puesta en escena precisa. Podríamos hablar de su forma de dirigir al espectador en la fuga de Hopkins cambiando su cuerpo con el de un policía, también en su forma de jugar sin obviedades con la mariposa y las calaveras, pero la jugada maestra sucede, sin duda, en la secuencia final. Si hubiese que piropear algo de la dirección de la película, sería el juego de miradas y primeros planos entre Clarice y Lecter. Pero, en cuanto a truco de magia que Demme se sacó de la manga nada destacada en ‘El silencio de los corderos’ como el falso montaje paralelo del final.

Todos hemos sufrido con la forma que Demme eligió para engañarnos, como a la heroína, y meternos en la boca del lobo mientras el montaje nos muestra un dispositivo policial en el lugar equivocado. La palabra intriga, suspense, queda definida por un recurso puramente cinematográfico como es utilizar el montaje para engañar, para su beneficio, al espectador tanto como lo han sido los personajes. Cuando ya hemos descubierto el pastel, como Clarice, y sabemos que se encuentra totalmente sola ante el peligro, llega la segunda magistral lección de estilo. Más allá de la mirada que creó Hopkins para su Hannibal Lecter, si ‘El silencio de los corderos’ también se puede catalogar como terror es por la escena de Clarice a oscuras siendo observada por Buffalo Bill, desde atrás, mediante unas gafas de visión nocturna, lentamente apuntada con una pistola. Un terrorífico poderío visual, que empequeñece a Clarice más que nunca cual presa deslumbrada, confusa y asustada, sin que no podemos imaginar el terror de pretendida grabación casera como ‘El proyecto de la bruja de Blair’ o ‘Paranormal Activity’, por no hablar del mundo del videojuego.

Sin duda, la excelente última secuencia de ‘El silencio de los corderos’ tiene que ir a cuenta, casi exclusivamente, de un director ya fallecido cuyo talento siempre amenazó con darnos todavía más de lo mucho que nos dio.

jodie foster, anthony hopkins y jonathan demme con su oscar
John T. Barr//Getty Images
Jonathan Demme, Jodie Foster y Anthony Hopkins posan con sus Oscars.
Headshot of Rafael Sánchez Casademont
Rafael Sánchez Casademont

Rafael es experto en cine, series y videojuegos. Lo suyo es el cine clásico y de autor, aunque no se pierda una de Marvel o el éxito del momento en Netflix por deformación profesional. También tiene su lado friki, como prueba su especialización en el anime, el k-pop y todo lo relacionado con la cultura asiática.

Por generación, a veces le toca escribir de éxitos musicales del momento, desde Bizarrap hasta Blackpink. Incluso tiene su lado erótico, pero limitado, lamentablemente, a seleccionarnos lo mejor de series y películas eróticas. Pero no se limita ahí, ya que también le gusta escribir de gastronomía, viajes, humor y memes.

Tras 5 años escribiendo en Fotogramas y Esquire lo cierto es que ya ha hecho un poco de todo, desde entrevistas a estrellas internacionales hasta presentaciones de móviles o catas de aceite, insectos y, sí, con suerte, vino. 

Se formó en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Murcia. Después siguió en la Universidad Carlos III de Madrid con un Máster en Investigación en Medios de Comunicación. Además de comenzar un doctorado sobre la representación sexual en el cine de autor (que nunca acabó), también estudió un Master en crítica de cine, tanto en la ECAM como en la Escuela de Escritores. Antes, se curtió escribiendo en el blog Cinealacarbonara, siguió en medios como Amanecemetropolis, Culturamas o Revista Magnolia, y le dedicó todos sus esfuerzos a Revista Mutaciones desde su fundación. 

Llegó a Hearst en 2018 años y logró hacerse un hueco en las redacciones de Fotogramas y Esquire, con las que sigue escribiendo de todo lo que le gusta y le mandan (a menudo coincide). Su buen o mal gusto (según se mire) le llevó también a meterse en el mundo de la gastronomía y los videojuegos. Vamos, que le gusta entretenerse.