Francisco de Goya y Lucientes es uno de los grandes nombres de la pintura española de todos los tiempos. Formado en los postulados barrocos, su obra marcaría el inicio del romanticismo y del impresionismo, siendo considerado por la historiografía como el gran precursor del arte moderno. Su trayectoria artística fue larga y prolífica, y devino más convulsa e inquietante con los años. Esta pintura y la que la acompaña en la Sala Prado, Carlos IV, pertenecen a su etapa como pintor de cámara del rey, cuando llegó a ser el gran retratista de los monarcas, la Corte y la burguesía madrileña.

Éste es el retrato de la reina consorte de Carlos IV, María Luisa de Borbón-Parma (1751-1819), nieta de Luís XV de Francia. El matrimonio estaba emparentado por línea materna y paterna, como era habitual cuando estas uniones correspondían a alianzas estratégicas de la política europea. Muchos asuntos de estado fueron conducidos por esta monarca intrigante y su supuesto amante, el favorito Manuel Godoy, en detrimento de un Calos IV apartado de la primera línea de las decisiones políticas. Sobre María Luisa de Parma y sus múltiples infidelidades se ha escrito mucha literatura, destacando sus enfrentamientos con relevantes miembros de la aristocracia de la época así como su popular rivalidad con la poderosa duquesa de Alba, dama muy relacionada con Goya, y reiteradamente representada en su obra.

Después de la entrada de los franceses en 1808 tuvo que acompañar a su marido en la huída: primero, confinados por Napoleón en Francia y, una vez caído este emperador, en Roma, donde acabaron sus días. Los cuerpos fueron trasladados, por orden su hijo, el rey Fernando VII, al panteón real de El Escorial.