Sesenta minutos con los gorilas de montaña en Ruanda

Un encuentro inolvidable

Sesenta minutos con los gorilas de montaña en Ruanda

En el verde corazón del Parque Nacional de los Volcanes habitan uno de los animales más fascinantes del continente africano.

Un viaje por África nos da una medida del tiempo muy diferente a la que estamos acostumbrados. El ritmo pole pole se contagia nada más poner un pie en el continente, pero si hay un momento en el que cada minuto adquiere otra dimensión es durante la hora que pasas junto a los gorilas de montaña.

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Foto: Rafa Pérez

África, el continente de los grandes exploradores

El giro del ventilador a través de la mosquitera de la cama ejerce un efecto placebo. Por lo menos al principio, luego no es más que un monótono aleteo que esparce el calor por la habitación del hotel, haciendo que la pregunta de por qué viajamos a África surja de manera instantánea. La lista de inconvenientes es larga: mosquitos, hormigas que muerden como leones, caminos de un polvo rojo que se pega en tu garganta y que, junto con el calor, hacen del aire una masa espesa irrespirable; pobreza sin distancia televisiva. Sin ser fácil la respuesta, apostaría que es debido a la facilidad que tiene el continente de convertir en mito todo lo que toca. Están además esas grandes crónicas, al estilo as I saw it, escritas por los grandes exploradores, Burton, Speke, Grant, Livingstone, Stanley o Baker, nos dejaron relatos que son una invitación a dejar atrás la comodidad y emprender el viaje.

 

Te levantas temprano para ver los primeros rayos desde la ducha, casi por completo al aire libre. Abres el grifo y el agua sale condenadamente fría; no hay luz, es demasiado temprano para poner en marcha los generadores. En África, a veces las cosas no salen como planeas. Es más, casi nunca salen como planeas. Cuando empiezan a asomar los primeros rayos te olvidas de todos los inconvenientes, es imposible cansarse de ver amanecer o atardecer en el continente. En las aldeas cercanas, esa primera luz es la señal para que empiece una actividad frenética que no cesará ya hasta la noche.

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Foto: Rafa Pérez

los primeros pasos por ruanda

El cruce de la frontera entre Uganda y Ruanda, por el paso de Cyanika, cambia por completo el paisaje. Tras hacer los trámites en una desvencijada caseta, pasas caminando al otro lado de la oxidada barrera. Estamos en el país con la mayor densidad de población de África, de todas partes, a todas horas, sale gente que camina por la carretera llevando todo tipo de objetos sobre sus cabezas: leña, barreños, tinajas, bicicletas. Un hombre vestido con traje de paño marrón, con un pantalón que le queda excesivamente corto, justo por encima de las botas de agua negras, lleva un paraguas para protegerse del sol; las casas de adobe con tejado de chapa han sido colonizadas por las grandes marcas comerciales que plantan sus logos en las fachadas y los cultivos ocupan cada hectárea de los profundos valles y las colinas ruandesas. 

 

Ruhengeri es la puerta del Parque Nacional de los Volcanes, uno de los lugares donde podemos ir al encuentro de los gorilas de montaña, además de los parques nacionales de la Selva Impenetrable de Bwindi en Uganda y Virunga en la República Democrática del Congo. Cuando el militar Robert von Beringe se topó con los gorilas de montaña, en el año 1902, lo primero que se le ocurrió fue disparar a un par de ejemplares para llevárselos al museo. Lo segundo, dar su nombre a la especie: Gorila beringei beringei. Aportaciones prescindibles para una especie en serio peligro de extinción. 

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Gorilas de Ruanda
Foto: Rafa Pérez

Al encuentro de los gorilas de montaña

La noche antes de encontrarme con los gorilas la pasé en duermevela. De nada sirvieron las infusiones relajantes ni el par de tragos de licor Waragi, una suerte de matarratas hecho con caña de azúcar. Los nervios previos a las grandes citas no me habían dejado descansar. Un poco antes de las seis de la mañana los volcanes empezaban a mostrar su silueta, casi sensual cuando rayan la perfección cónica.

En la entrada del parque me recibieron Patrick y Emmanuel, los dos guardabosques que me iban a acompañar, pero apenas escuché sus consejos. Tomé una taza de mal café, con la falsa esperanza de mitigar el pellizco en el estómago, mientras veía el espectáculo de danzas Intore que habían preparado como recibimiento. Este baile está dividido en tres actos, el balé que realizan las mujeres —toma su nombre de la época del colonialismo belga—, la danza de los héroes reservada a los hombres, que van vestidos con una melena hecha de fibras y cascabeles en los tobillos; y la parte en que los tambores son los protagonistas.

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Foto: Rafa Pérez

Por fin nos poníamos en marcha. Tras cruzar varios campos de patatas, de flores de piretro usadas como ingrediente natural de insecticidas y un bosque de eucaliptos, llegamos al muro de piedra que separaba los campos de cultivo del espacio protegido. Al otro lado esperaba la familia de Ugyenda, el silverback —macho dominante— de la manada que nos habían asignado. Ahora sí, las instrucciones iban en serio. Patrick explicaba cuál tenía que ser el comportamiento ante los gorilas y Emmanuel nos enseñaba su lenguaje, insistiendo en que nos podíamos comunicar con los animales. El ascenso estaba plagado de ortigas, pero ante la excitación del momento no se sentía el picor. Otro gallo iba a cantar durante el regreso.

Gorilas de Ruanda
Foto: Rafa Pérez

La imagen que tenemos de los gorilas de montaña, en la mayoría de los casos, es la que nos ha llegado a través de la película Gorilas en la niebla, que mostraba la vida de Diane Fossey. Tan solo una ligera aproximación a lo que se siente cuando estás a escasos metros de ellos. Es sólo una hora. Sesenta minutos en los que literalmente hablas con ellos emitiendo gruñidos que te ridiculizarían en cualquier otro entorno, agachando la cabeza para evitar la mirada directa, sonriendo con las cabriolas de una cría de apenas seis meses que empieza a opositar a macho dominante. Es entonces cuando lo sabes, en el momento en que alguno de los miembros del grupo te contesta, o cuando cruzas durante un segundo la mirada con el silverback, entiendes perfectamente por qué viajamos a África.