Biografia de Pío XI

Pío XI

(Ambrogio Damiano Achille Ratti; Desio, 1857 - Roma, 1939) Papa romano bajo cuyo pontificado (1922-1939) se dio soluci�n a la "cuesti�n romana" en el Tratado de Letr�n, por el cual se reconocía el Estado independiente del Vaticano y se regularon las relaciones de la Santa Sede con el entonces Reino de Italia.


Pío XI

Hijo de un hilandero, realiz� sus estudios de secundaria en el seminario diocesano y su carrera sacerdotal en Roma, donde fue ordenado sacerdote en 1879. Doctor en Derecho Can�nico y Teolog�a, regres� a Mil�n y durante cinco a�os ocup� la c�tedra de Elocuencia Sacra en el seminario, para pasar luego a ser Prefecto de la Biblioteca Ambrosiana, donde permaneci� durante veintiséis a�os. En ella desarroll� una intensa actividad literaria y cient�fica con la que se dio a conocer no s�lo en Italia, sino tambi�n en el extranjero.

Entre sus estudios de car�cter estrictamente religioso destacan Acta Ecclesiae Mediolanensis (tres vol�menes) y la revisi�n del Missale Ambrosianum. Durante sus vacaciones, gustaba de los viajes instructivos por Europa y de las excursiones alpinas, afici�n que m�s tarde recordar�a al nombrar a San Bernardo de Menton como patrono especial de los monta�istas. En 1914 fue nombrado prefecto de la Biblioteca Vaticana. Visitador y nuncio apost�lico del papa en Polonia (1918-1920), fue nombrado arzobispo de Mil�n y cardenal en 1921, cargo que apenas pudo estrenar, pues el 6 de enero del a�o siguiente era elegido sucesor de Benedicto XV en el solio pontificio.

P�o XI ha pasado a la historia principalmente por la "Conciliaci�n" entre la Santa Sede y el Estado italiano que tuvo lugar durante su papado. La tensi�n se hab�a originado con la unificaci�n de Italia en la segunda mitad del siglo XIX, por la cual la Santa Sede perdi� los Estados Pontificios y se produjo la ruptura entre la Iglesia y el Estado italiano. Desde su primera enc�clica (Ubi arcano Dei, diciembre de 1922), P�o XI manifest� su deseo de zanjar la cuesti�n "en una paz verdadera y, por lo tanto, no separada de la justicia". Las circunstancias parec�an propicias, pues el gobierno de Benito Mussolini (primer ministro del rey V�ctor Manuel III) hab�a dado muestras de acercamiento a la Iglesia.

Las conversaciones, que comenzaron en la reuni�n de As�s del d�a 4 de octubre de 1926, estuvieron dirigidas por el cardenal Pietro Gasparri como secretario de Estado de la Santa Sede y Benito Mussolini como primer ministro del rey de Italia. Tras dos largos a�os de conversaciones, el d�a 11 de febrero de 1929 se firm� el Tratado de Letr�n, en el cual se recogieron tres convenciones: a) un Tratado Pol�tico, por el que se constitu�a de forma neutral e inviolable el Estado de la Ciudad del Vaticano; b) una Convenci�n Financiera, por la cual el Estado italiano compensaba econ�micamente a la Santa Sede por la renuncia al Patrimonio de San Pedro; c) un Concordato, que regulaba las mutuas relaciones entre la Santa Sede y Estado de Italia.

P�o XI destac� como gran animador de las misiones y como mecenas de las ciencias en las m�s variadas expresiones. En el primer aspecto, unific� el movimiento misionero en torno a las Obras Misionales para la Propagaci�n de la Fe, para la Santa Infancia y para el Clero ind�gena; cre� el Museo Misionero en el palacio de Letr�n (Roma); consagr� en Roma a los primeros obispos chinos y japoneses e instituy� 78 nuevas misiones en tierras de infieles.

Pero su inter�s por las misiones abarc� tambi�n la orientaci�n, el est�mulo y el esp�ritu de las mismas: insisti� en que el misionero no debe presentarse ya como una avanzadilla de poderes pol�ticos europeos, ni el catolicismo debe aparecer como una religi�n importada de Europa, sino que debe adaptarse a las realidades de cada regi�n. Por todo ello mereci� el apelativo de "papa de las Misiones".

Como mecenas de las ciencias reform�, adapt�ndolos a las exigencias de los tiempos, los programas de seminarios y universidades cat�licos, con la constituci�n apost�lica "Deus scientiarum Dominus" (1931); fund� el Instituto Pontificio de Arqueolog�a Cristiana; instal� una emisora de radiodifusi�n en el Vaticano, que �l mismo inaugur� el 12 de febrero de 1931 con su mensaje "Qui arcana Dei"; fund� la Academia Pontificia de las Ciencias, con 70 miembros escogidos de entre los m�s ilustres cient�ficos del mundo.

Las otras enc�clicas suyas nos dan tambi�n raz�n de sus grandes preocupaciones. Las m�s notables son (adem�s de las ya mencionadas) Divini illius Magistri (1929), sobre el derecho de la Iglesia a la educaci�n cristina de la juventud; Casti connubii (1930), sobre el matrimonio y la familia cristiana; Quadragessimo anno (1931) -recordando los cuarenta a�os de la Rerum novarum de Le�n XIII-, en la que insiste en la instauraci�n de la sociedad seg�n los principios de la religi�n cristiana; Acerba animi (1932), denuncia de las injustas condiciones a que fue sometida la Iglesia cat�lica en M�xico; Mit brennender Sorge (Con viva preocupaci�n, 1937), una expl�cita condena de las doctrinas del nazismo, as� como las comunistas ser�an condenadas en la Divina Redemptoris promissio, que sali� cinco d�as despu�s; y Dilectissima nobis (1933), en la que, reflexionando sobre la situaci�n que viv�a Espa�a en aquellos d�as, defiende la libertad y la civilizaci�n cristiana.

Hondamente preocupado por el imparable ascenso del nacionalsocialismo de Hitler, consinti� en establecer con �l un concordato en 1933, concordato que el F�hrer no respet� ni siquiera en sus principios. Las relaciones estaban ya rotas cuando Hitler visit� a Mussolini en Roma (mayo de 1938) y se abstuvo de visitar el Vaticano. Angustiado por el terrible hurac�n que ve�a impotente cernirse sobre Europa, P�o XI ofreci� su vida a Dios "por la paz y la prosperidad de los pueblos", y muri� justo antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial.

C�mo citar este art�culo:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en [fecha de acceso: ].