'Nina': venganza con personalidad
Las primeras películas son un escenario propicio para seguir las ideas propias, asumir riesgos y exhibir autoría. Andrea Jaurrieta lo hizo con ‘Ana de día’ (2018), singular debut sobre la presencia del doble, la identidad y el radical cambio vital por el que fue nominada a los Goya, y lo revalida con ‘Nina’, una historia de venganza construida sobre el trauma y el dolor que se arrastran. Basada libremente en la obra homónima de José Ramón Fernández, describe lo que supone para una mujer volver al pueblo del que se marchó sola y desprotegida años atrás. Patricia López Arnaiz, consolidada como una estupenda actriz, canaliza tanto las implicaciones emocionales como la fuerza cinematográfica que la directora imprime al retrato protagonista. A pesar de algunos desequilibrios y de que la exposición dramática caiga a ratos en una cierta redundancia, este segundo trabajo desprende una más que interesante personalidad.
El relato, con un atractivo lado de ‘thriller’ y con detalles indicativos de que Jaurrieta también ha mirado al ‘western’, suma a las evocaciones en torno a la cuestión del difícil e incómodo regreso el sugerente hecho de que está determinado por lo que Nina no ha sido capaz de llevar a cabo (así lo resalta el prólogo). En medio de la situación de tener que quedarse más tiempo del deseado, los recuerdos que la asaltan dan lugar a que la narración se detenga en tramos que explican lo sucedido cuando era menor de edad. Un cauce de contextualización definido por la turbiedad que proyecta Darío Grandinetti en la seductora figura del escritor maduro.
La capacidad de Jaurrieta como autora se manifiesta en la relación con el amigo de juventud enamorado de ella, el pasaje con los cazadores, el simbolismo de los sangrados, el poderoso gesto de Nina al producirse el reencuentro durante la procesión, las dos desagradables escenas en el interior del coche y en la manera de cerrar el tenso desenlace.
