La respuesta a la pregunta del título podría contestarse rápidamente. ¿Que por qué ‘Harry Potter y el prisionero de Azkaban’ es la mejor película de la saga? Fácil: porque fue cuando Hermione Granger le pegó un puñetazo a Draco Malfoy. Los júbilos se escuchan aún desde todas las salas de cine de aquel junio de 2004. Pero por el simple placer de explorar todas las grandezas de esta tercera película, y determinar por qué se convirtió en un punto de inflexión para la franquicia creada por J.K. Rowling, seguiremos adelante. Tras dos entregas que convirtieron el fenómeno literario en fenómeno cinematográfico, y éste en icono de toda una generación, la franquicia se enfrentó a un momento crucial en la historia del niño que sobrevivió: su paso a la edad adulta.

Ese fue el elemento que dinamitó la imagen que había creado Chris Columbus en ‘Harry Potter y la piedra filosofal’ y ‘Harry Potter y la cámara secreta’, llenas de aventuras de tono infantil y sentimientos primarios (no en vano el cineasta estuvo también detrás de películas como ‘Solo en casa’ o ‘Aventuras en la gran ciudad’), para dar paso a una estética mucho más oscura. Una donde los protagonistas empiezan a entender el peso del pasado en su historia, donde los peligros se multiplican y las lógicas políticas empiezan a entrar en acción. No es algo que se inventase el ahora multioscarizado Alfonso Cuarón (gracias a 'Gravity' y 'Roma', principalmente), director del filme, ya que ese ‘coming-of-age’ más sombrío estaba en las páginas de las novelas, pero sí fue él quien asentó el tono y estética que se mantendría en todo el resto de la saga.

¿Es esta tercera entrega la mejor del mundo ‘pottérico’? ¿O simplemente a la que le tocó abrir una nueva etapa en la historia del célebre personaje interpretado por Daniel Radcliffe? Está claro que cada ‘potterhead’ tiene su parte favorita, pero sería un error olvidar lo que ‘Harry Potter 3’ aportó, lo que cambió, lo que mejoró, lo que nos enseñó. A Hermione dándole cera a Draco, entre otras cosas.

Harry Potter y el prisionero de Azkaban
Warner Bros. Pictures

Adultez y cambio

Fijémonos en la escena que abre la película: es Harry (Radcliffe) en la casa de sus tíos, cubierto por una sábana blanca e intentando alumbrar su libro de magia con su varita. Hasta en un par de ocasiones su tío entra mosqueado, porque ha visto la luz, pero el mago se lanza en plancha sobre la cama y se hace el dormido. Esta acción que inicia los eventos de la película es más importante de lo que parece, porque representa los últimos vestigios de infancia de los que el personaje podrá disfrutar en su historia. Esto de esconderse entre las sábanas con una linterna cuando tus padres te han dicho que es hora de dormir es propio de un niño pequeño, y casi chirría ver esta situación con Radcliffe, que ya no es ningún renacuajo. Pero es precisamente lo que nos viene a decir Cuarón: la infancia que vivimos en las dos películas anteriores se ha acabado, y ahora los personajes no se podrán permitir el lujo de ser niños. Ahora, les toca ser adolescentes.

En esta primera escena también observamos otro detalle importante: cómo la cámara atraviesa el cristal de la ventana. Será un recurso recurrente en esta película, que jugará con las transparencias, la invisibilidad y los reflejos. El más importante de ellos es también el que nos enseña la lección quizás más importante de la historia: la escena del ‘boggart’. En una de las clases de Defensa contra las Artes Oscuras, impartida en este curso por Remus Lupin (David Thewlis), los alumnos se enfrentan a un ser que toma la forma de sus peores miedos y que vive en un armario cuyas puertas delanteras están cubiertas por un espejo. Así, el director compone este increíble plano en el que la cámara avanza hacia el reflejo de la clase en el armario y atraviesa la imagen para colocarse de nuevo por arte de magia (no es magia, es cine) frente a los jóvenes estudiantes. Casi como diciendo que es necesario mirar en el interior de uno mismo para poder enfrentarse a todo aquello que nos impide avanzar.

Es una escena que nos deja una importante lección: la única manera de vencer los miedos es enfrentarse a ellos. Y relativizarlos. Ellos lo hacen con el conjuro ‘Ridiculous’, convirtiendo el terror en comedia, aunque a Harry Potter le hará falta algo más que poner patines en las patas de una araña para sobreponerse a lo que se le viene encima. Este conjunto de pesadillas que vemos en la película casan perfectamente con el sentimiento de angustia adolescente ('teenage angst') por el que apuesta Cuarón. Sólo hay que fijarse en las tonalidades sombrías de la imagen, que ya nada tienen que ver con los alegres colores del Hogwarts que conocíamos, o la necesidad de despojarse de su uniforme para expresar cierta individualidad a través de su ropa. Durante gran parte del filme, les veremos vestir ropas de calle, algo que de alguna forma rompe la ilusión de vivir en un tiempo pasado o un lugar extraño, para empezar a identificarnos de verdad con los personajes que vemos en pantalla.

En esta película, Harry y sus amigos, Hermione Granger (Emma Watson) y Ron Weasley (Rupert Grint), tienen que empezar a decidir en qué clase de personas se quieren convertir. Es un momento crucial que, de alguna forma, explora el ‘Patronus’, que representa a través de un animal el alma o la personalidad del mago que lo invoca. La individualidad se expresa más profundamente a partir de aquí. Los tres protagonistas, decíamos, viven un momento de cambio: Harry tiene que empezar a lidiar con su pasado, Hermione vive una lucha permanente contra su propia ambición y autoexigencia (que la lleva a jugar con el tiempo para poder asistir a todas sus clases), y Ron, aunque no consiga avanzar en ello, convive con un infantilismo que le irá pasando factura en las próximas entregas de la saga.

Que Cuarón decida atravesar cristales en muchas de las escenas le sirve para, metafóricamente, marcar el fin de la infancia (la escena inicial), adentrarse en el interior de sus personajes (el armario del ‘boggart’) y, en otro plano muy significativo (el de Harry mirando al exterior a través de un reloj), cargar el peso del tiempo, y especialmente del pasado, en los hombros de su protagonista:

Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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La importancia del pasado

Una de las cosas que más destacan de ‘Harry Potter y el prisionero de Azkaban’ es que Voldemort casi no tiene ningún peso. Ni aparece ni apenas se le menciona, aunque su presencia siempre pulula en la historia. En cambio, conocemos historias nuevas del pasado, expandimos el universo más allá de las fronteras de Hogwarts y nos damos cuenta de que, si quitamos todos los elementos mágicos, es una película que se sostiene porque, ante todo, es muy humana. Una que habla de un pasado con el que no nos hemos reconciliado, una adolescencia que se nos hace cuesta arriba, un inicio de aceptación de las injusticias y una profunda incertidumbre por el futuro. Sí, también hay hipogrifos, conjuros, libros que muerden y viajes en el tiempo, pero Cuarón consigue expresar un momento vital muy concreto con el que, más allá de las especificidades de la historia mágica, todos (especialmente, su ‘target’ adolescente) se pueden identificar.

Como apuntábamos, la película introduce a través del Giratiempo la posibilidad de los viajes temporales, un recurso que a veces se antoja como un método perezoso de arreglar los entuertos de un relato. Para Rowling y Cuarón, sin embargo, juega dentro de una reflexión general sobre la importancia del tiempo y, particularmente, de cómo el pasado condiciona el presente de formas inesperadas. Es un recurso que, además, nos regala un momento maravilloso: cuando Harry se da cuenta de que quien le salva con su ‘Patronus’ no es su padre, sino él mismo. La idea de ese reflejo entre un hijo y el padre que nunca llegó a conocer, pero que aun así vive en él, es una idea preciosa, a la que se añade una escena-clímax en los eventos de la historia:

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Esta manera de integrar el pasado en el presente es algo propio del paso a la edad adulta. El origen no es algo que importe demasiado cuando somos niños y las cosas son en blanco y negro, pero, conforme crecemos, los grises inundan nuestra visión de la realidad y todo aquello que ha construido nuestra existencia se convierte en algo que hay que aprender a abrazar. O, quizás, contra lo que luchar: es la situación de Lupin, cuya transformación en hombre lobo responde, según la propia J. K. Rowling, a una metáfora sobre la lucha contra el estigma por enfermedades como el SIDA. "Todo tipo de supersticiones parecen enfocarse a enfermedades transmitidas por la sangre, probablemente debido a los tabúes que rodean a la sangre misma; la comunidad de magos es tan propensa a la histeria y los prejuicios como la muggle, y el personaje de Lupin me dio la oportunidad de examinar esas actitudes”, dijo en su momento. Aunque ya sabemos que la novelista es muy dada a decir muchas cosas (demasiadas) fuera de la ficción.

Pero volvamos al pasado. En esta película conocemos la verdadera historia de Sirius Black (Gary Oldman), el padrino de Harry en busca y captura por haberse escapado de la prisión de Azkaban, pero cuyas desgracias deben ser atribuidas a la traición de un amigo, Peter Pettigrew (Timothy Spall), responsable en cierto modo también de la muerte de los padres del protagonista en manos de Voldemort. Y, además, rata de Ron durante más de una década. Esta película tiene tantos giros que haría llorar de emoción a Shyamalan. También es la película donde conocemos el Mapa de los Merodeadores, una de las subtramas preferidas por los fans, que más de una vez han pedido su propio spin-off. Con las palabras adecuadas, ese trozo de pergamino se convierte en un mapa en movimiento de Hogwarts, desde donde se puede ver la situación de todas las personas del castillo y por dónde avanzan sus pisadas. Aunque ese es sólo de uno de los muchos elementos, momentos y frases míticas que nos dejó esta película.

Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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¿Y todos esos momentos memorables?

Si de algo no se puede acusar a ‘Harry Potter y el prisionero de Azkaban’ es de no tener escenas y frases para el recuerdo. Si pensamos en algunos de los momentos más icónicos de la franquicia, es muy probable que acabemos varias veces explorando las escenas del filme de Alfonso Cuarón, que no sólo tuvo buen ojo para convertir en imágenes un relato de transición muy íntimo y humano, sino también para dejarnos algunos momentos que podríamos reproducir una y otra vez. Y frases de esas con las que acompañar una buena foto en Instagram.

Hablamos, por ejemplo, de cuando Harry convierte (merecidamente) a Marge en un globo:

De nuestro primer encuentro con los pesadillescos dementores:

Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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De cuando Albus Dumbledore tocó nuestro corazón al decir que:

De cuando todos contuvimos la respiración aquí:

Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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Y de cuando todos quisimos tener hojas de té para leer profecías ocultas:

Y POR SUPUESTO, este momentazo:

Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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Y, ojo al dato: no muere nadie, a pesar de ser una de las películas más oscuras de la saga.

Sí, hay muchas razones para considerar 'Harry Potter y el prisionero de Azkaban' como una de las grandes joyas de una franquicia que sigue arrasando allá donde va, ya sea en forma de 'spin-off' (con la saga de 'Animales fantásticos y dónde encontrarlos') o encima de los escenarios (con el teatro 'Harry Potter and the cursed child'). No nos cabe duda de que su universo seguirá expandiéndose, explorando nuevas historias o volviendo a viejos conocidos, pero lo que siempre recordaremos es este filme como el que empezó a cambiar las cosas en la saga original. El que no ayudó a pasar de la niñez a la vida adulta, del blanco y negro a los grises, de vivir en las aventuras del presente a tener que cargar con el peso de nuestro pasado, queramos o no.

Además, nos dio la frase para acabar cualquier misión en la vida:

TRAVESURA REALIZADA.

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Headshot of Mireia Mullor
Mireia Mullor

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.

En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.

Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.