Las brigadas civiles que desactivaron las bombas lacrimógenas de un efímero gobierno en Perú
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Las brigadas civiles que desactivaron las bombas lacrimógenas de un efímero gobierno en Perú

Decenas de jóvenes peruanos se organizaron de manera espontánea a través de las redes sociales para desactivar las bombas lacrimógenas que lanzaban los policías a los manifestantes en medio de las protestas contra Manuel Merino, en noviembre de 2020. Con implementos artesanales como guantes y bidones de agua con bicarbonato, terminaron en la primera línea de los choques para garantizar el derecho de sus pares a disentir.

Durante las protestas de mediados de noviembre en Perú, varios jóvenes se dedicaron a desactivar los gases lacrimógenos que los policías lanzaban a las multitudes.
Durante las protestas de mediados de noviembre en Perú, varios jóvenes se dedicaron a desactivar los gases lacrimógenos que los policías lanzaban a las multitudes. © Cortesía Rupa Flores
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La noche del martes 10 de noviembre, Carlos corría en sentido contrario a su instinto de supervivencia. Las bombas lacrimógenas buscaban dispersar a quienes como él marchaban de manera pacífica en contra del entonces presidente peruano Manuel Merino, que llevaba pocas horas en el poder tras la destitución de su antecesor Martín Vizcarra. Este sería el inicio de un efímero gobierno que acabó luego de unas manifestaciones en las que murieron dos jóvenes y cerca de 200 quedaron heridos.

Carlos es el seudónimo de un diseñador gráfico de Lima, ciudad epicentro de la violencia policial durante las manifestaciones nacionales más concurridas en las últimas dos décadas. A sus 33 años estaba “desconectado” de la política por hastío. Pero cuando supo por las noticias que Perú caía en manos de un presidente considerado “golpista” y “usurpador” por una parte de la población, salió al igual que miles de jóvenes a protestar, sin prever que acabaría en la primera línea. 

“Avanzamos hacia los policías tratando de repeler las bombas, pero en ese momento no sabía que las podíamos desactivar o que había métodos para contrarrestar la represión”, afirma Carlos, que desde esa noche se organizó con otros manifestantes —armados de botellas de agua con bicarbonato, guantes, mascarillas y tutoriales de TikTok— para neutralizar los gases lacrimógenos.

Pero el hastío político al que Carlos alude no es fortuito. Desde hace al menos 20 años Perú sufre una corrupción enquistada que ha salpicado a sus últimos presidentes. El más reciente de ellos fue Vizcarra que, tras acusaciones de presuntos actos de corrupción cuando era gobernador de la región andina de Moquegua en 2014, fue destituido por el Congreso a solo cinco meses de las nuevas elecciones.

El concepto constitucional que usaron los 105 congresistas a favor de la salida de Vizcarra fue el de “incapacidad moral”. Ese fue el segundo intento de destitución —en menos de dos meses y en medio de la pandemia— de parte de un Parlamento con 68 de sus 130 representantes investigados por fraude y otros delitos como homicidio, según una lista de la Fiscalía publicada por el grupo periodístico 'El Foco'.

Desactivando una ‘dictadura’ desde la primera línea

Que los peruanos salieran a marchar a las calles fue una respuesta casi automática. En la capital, las brigadas que desactivaron estas bombas se formaron de manera espontánea a través de WhatsApp e Instagram. Si bien no existe un registro oficial por razones de seguridad, se calcula que fueron decenas de grupos de jóvenes en primera línea, de distintos niveles socioeconómicos. Algunos de ellos provenían de movimientos feministas e incluso hinchadas de fútbol. El objetivo era uno solo: salvaguardar a los manifestantes y defender el derecho a la protesta.

G. S. son las iniciales de una publicista de 27 años que, sin esperarlo, también acabó en la primera línea. Lo supo de inmediato cuando las bombas lacrimógenas llovieron a sus pies. En dos días aprendió cómo neutralizarlas y a la marcha del jueves 12 de noviembre fue un poco más preparada, hasta con chaleco antibalas. Podría parecer exagerado para una manifestación pacífica, pero no lo fue.

Pasadas las 9:00 p.m., la policía acorraló, con barricadas de fuego y gases lacrimógenos, al tumulto de jóvenes en el que ella estaba. “Se supone que te lanzan el gas para que te vayas, pero nos encerraron para que nos ahogáramos”, explica G. S., quien ese día intentó apagar las bombas a pesar de que no había organización entre los desactivadores. “El jueves no hubo una primera o una segunda línea, no había ni Cruz Roja, éramos puros civiles. Nadie podía ayudarnos”, añade.

En aquel momento el gobierno de Merino defendió el uso de gases lacrimógenos y, a su vez, desmintió que se hayan disparado perdigones contra la población. Sin embargo, diversas ONGs de derechos humanos y videos en redes sociales mostraron lo contrario. Una joven convulsionó por inhalar el gas tóxico y, además, se reportaron 11 heridos, tres de ellos con lesiones de gravedad tras recibir el impacto de proyectiles de armas de fuego.

Al menos por 20 segundos o medio minuto no puedes respirar y te desesperas porque no sabes si podrás hacerlo

El sábado 14 de noviembre, los desactivadores se organizaron de manera distinta. Inspirados por las técnicas de protestas en Hong Kong y Chile, esta vez sí hubo una primera línea equipada, inclusive con escudos construidos por ellos mismos y una serie de herramientas donadas por simpatizantes.

Apagar una bomba lacrimógena es mucho más difícil de lo que enseñan los tutoriales. “No hay una ciencia y todo es artesanal”, indica Carlos. Hay quienes dicen que se debe agarrar el cartucho con guantes, introducirlo rápidamente a un bidón con agua y bicarbonato tapando la salida del aire. Pero en esta dinámica, “lo cierto es que al menos por 20 segundos o medio minuto no puedes respirar y te desesperas porque no sabes si podrás hacerlo”, dice G. S.

Para que los desactivadores se mantengan en primera línea, fue fundamental el trabajo de los denominados ‘limpia caras’, jóvenes que les echaban agua con bicarbonato en el rostro. Esta mezcla ayudaba a soportar un poco el ardor que el gas producía en los ojos y permitía respirar con más calma, según relatan los manifestantes.

“Lo más complicado era no perder a mis compañeros en el caos. Soy pequeña y necesitaba encontrar estrategias para no ser arrastrada por la multitud. Los ‘limpia caras’ logramos que los desactivadores sintieran que no tenían que retroceder porque había alguien que les ayudaba a calmar la sensación de estar ahogados”, cuenta A. M., una mujer de 24 años que formó parte de las brigadas.

La represión policial de ese sábado ocasionó la muerte de Inti Sotelo y Bryan Pintado, los dos jóvenes que recibieron múltiples disparos con armas de fuego, de acuerdo con los certificados de necropsia de la Fiscalía difundidos por el grupo periodístico de investigación 'Convoca'. Cualquiera de la primera línea pudo haber sido un blanco fácil.

Guillermo, de 31 años, es un jefe de prácticas de una universidad de Lima que aquella noche estuvo neutralizando bombas. Para él este trabajo era un “enunciado político” ya que sentía que el Estado afirmaba con esas armas que los manifestantes no tenían “derecho a respirar, ni ver, ni cambiar el destino”. Sin embargo, él no quería ser ningún héroe.

“Me sentía raro cuando nos aplaudían al pasar en la marcha. Uno tiene la idea de un héroe invencible, pero yo tenía mucho miedo, miedo de no volver a ver a mi familia, de perder un ojo, mi vida, mi libertad”, dice Guillermo. Tras esa manifestación donde se registraron más de 40 desaparecidos, detenciones arbitrarias y denuncias de tortura y agresión sexual por parte de la policía —según reportó la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos y la Defensoría del Pueblo—, Merino, sin más opciones, renunció.

La “Generación del Bicentenario” se mantiene vigilante 

El mandato de Merino, político de perfil bajo cuyo cargo como cabeza del Congreso lo llevó a asumir el poder tras la salida de Vizcarra, duró apenas seis días. Pese a que la Justicia peruana ha abierto una investigación en su contra por violaciones a los derechos humanos, el expresidente ha negado responsabilidad sobre los hechos. “Me queda la sensación que existieron manos oscuras que provocaron la violencia y la muerte para culpar al gobierno de turno", señaló en un video difundido por medios locales.

Esta violencia indiscriminada a la que se enfrentaron los jóvenes, a quienes les acuñaron el nombre de “Generación del Bicentenario”, en referencia al aniversario de la Independencia del país, les ha dejado secuelas psicológicas.

“Fue un escenario totalmente de guerra. Al llegar a casa, aún sentía los estruendos de las bombas que los policías lanzaban. Emocionalmente fue desgastante”, rememora Carlos. Entre los efectos se registran temor, angustia, frustración, falta de atención, tristeza patológica y problemas para dormir, según detalla el psicólogo Daniel Díaz, a cargo de un grupo que atendió a los manifestantes.

“La renuncia de Merino es el primer paso para decir que estamos cansados de que trabajen a espaldas del pueblo. Pero no me siento tranquilo, hay cosas que viví en primera línea y aún me cuesta asimilar, pienso que pude ser uno de los fallecidos o heridos”, agrega Hullka, un estudiante de periodismo de 24 años.

La grave crisis política que llevó a Perú a una sucesión de tres mandatarios en menos de diez días, también ha develado la existencia de una generación que defiende sus derechos y la democracia. Actualmente, bajo el gobierno de transición de Francisco Sagasti, las manifestaciones continúan clamando Justicia y reparación para las víctimas, e inclusive una nueva Constitución. Y pese a que la represión ha cesado, las brigadas se mantienen vigilantes para que ninguna voz vuelva a ser silenciada.

 

* Este reportaje es una colaboración de las periodistas peruanas Rosmery Cueva y Sally Jabiel. France 24 en Español lo publica con el fin de visibilizar las historias de una generación que se quitó el velo frente a una crisis política profunda y de marras.

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