Un genio universal y precoz

Blaise Pascal, entre la ciencia y la mística

Nacido hace 400 años, Pascal fue uno de los científicos más avanzados de su tiempo y a la vez un hombre angustiado por el absurdo de la vida humana en la Tierra.

Blaise Pascal

Blaise Pascal

Blaise Pascal. Retrato copia de un óleo de François II Quesnel. 1691.

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Cuando murió en París, en 1662, Blaise Pascal aún no había cumplido los 40 años. Sin embargo, este matemático, filósofo y físico francés nacido en Clermont-Ferrand el 19 de junio de 1623 ya había dejado una huella indeleble en la historia del pensamiento europeo. Dio su nombre a un teorema de geometría, a una ley de dinámica de fluidos y a una unidad de medida de presión, lo cual demuestra la amplitud de sus conocimientos y de los ámbitos en los que hizo aportaciones fundamentales para el saber humano.

Pascal no solo fue un genio universal, sino también precoz. Entre los numerosos testimonios al respecto, quizás el más conocido sea el de su hermana mayor, Gilberte. En la biografía que escribió de Blaise afirmaba que a los doce años, aún sin conocimientos de geometría, reconstruyó por sí mismo el teorema de Euclides sobre la suma de los ángulos internos de un triángulo.

Este temprano desarrollo intelectual se vio favorecido por el entorno familiar. Su padre Étienne, magistrado, poseía una considerable cultura, sobre todo científica y musical, que se esforzó en transmitir a los tres hijos nacidos de su matrimonio con Antoinette Begon: Gilberte, Blaise y Jacqueline. Tras la muerte prematura de su esposa en 1626, cuando Blaise tenía solo tres años, Étienne decidió abandonar su profesión para dedicarse a la educación de su progenie. 

Unos años más tarde se trasladó a París, donde comenzó a frecuentar el círculo del padre Mersenne, centro de los principales debates científicos de la época. Sin embargo, las pérdidas causadas por algunas inversiones desafortunadas lo obligaron a aceptar un cargo de recaudador de impuestos y a trasladarse con su familia a Ruan, en Normandía.

Cronología

Filosofía, ciencia y religión

1623

Blaise, hijo de Étienne Pascal y de Antoinette Begon, nace el 19 de junio. Queda huérfano de madre a los tres años.

1642

Aún no ha cumplido los veinte cuando inventa una de las primeras máquinas calculadoras, la llamada «pascalina».

1646

Pascal descubre en Ruan una variante del catolicismo, el jansenismo. Después
se traslada a París.

1656

Empieza a escribir las Provinciales, ácida sátira de las actitudes y las ideas de los sacerdotes y teólogos jesuitas.

1662

Tras crear el primer sistema de transporte público, Pascal muere en París.

Amante de los experimentos

Fue en esa época, aún adolescente, cuando Blaise empezó a dar a conocer su genio al mundo. En 1640, a los 16 años, compuso el Ensayo sobre las cónicas, un breve tratado de geometría que impresionó a Descartes. Por otra parte, para ayudar a su padre con los complicados cálculos que requería su trabajo como recaudador de impuestos, comenzó a trabajar en la invención de una de las primeras máquinas calculadoras de la historia. El aparato, que vio la luz en 1642 y que pasaría a la historia con el nombre de «pascalina», podía sumar y restar, reservando las decenas de forma automática, mediante un complejo sistema de ruedas dentadas.

Para ayudar a su padre, Pascal creó una de las primeras calculadoras de la historia

Pascalina

Pascalina

Pascalina. Calculadora mecánica inventada en 1642.

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Los años de Ruan también fueron decisivos para madurar su enfoque experimental de la ciencia, que contribuiría a allanar el camino de la Ilustración. En esa época, el tema central del debate científico era el vacío. La vieja teoría medieval del horror vacui, que mantenía que no existe el vacío en la naturaleza, había sido puesta en duda por los experimentos de Evangelista Torricelli. El físico italiano ideó un barómetro que consistía en un tubo de vidrio sellado por uno de sus extremos y colmado de mercurio. Al volcarlo por su boca abierta en un recipiente también lleno de mercurio, la altura de la columna del metal disminuía a causa de la presión atmosférica hasta alcanzar el punto de equilibrio, dejando «vacía» la parte superior del tubo. Pascal repitió las pruebas de Torricelli, pero las sacó del laboratorio y las convirtió en auténticos espectáculos públicos. En algunas ocasiones utilizó vino tinto en lugar de mercurio, lo cual probablemente atraía más al espectador medio francés, y también realizó una famosa versión del experimento en la cima de una colina, el Puy de Dôme, para demostrar cómo variaba la presión atmosférica con la altura.

Pascal mide la presión atmosférica en el Puy de Dôme

Pascal mide la presión atmosférica en el Puy de Dôme

Pascal mide la presión atmosférica en el Puy de Dôme para demostrar las variaciones causadas por la altura. Grabado.

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El período mundano

La vida de Pascal estuvo salpicada por una serie de acontecimientos dolorosos que lo marcaron profundamente e influyeron en su trayectoria intelectual. Poco después de cumplir los veinte años, su salud, que siempre había sido delicada, fue empeorando paulatinamente, hasta el punto de que era casi incapaz de tragar alimentos sólidos. Se ha especulado con que quizá padeciera tuberculosis o un tumor estomacal.

En Ruan, Blaise entró en contacto con una variante austera del catolicismo hostigada por la Iglesia romana: el jansenismo, que lo acompañaría durante el resto de su vida. Era característico de Pascal afrontar el sufrimiento oscilando entre el consuelo de la fe y la búsqueda de los divertissements (distracciones) que le ofrecía la vida social. Con este espíritu, en 1647 se trasladó a París, donde vivió lo que él mismo definiría como su «período mundano», que consistió en frecuentar los salones literarios y a los personajes de la alta sociedad de la época. 

En 1651, dos hechos marcaron su existencia: su padre murió y poco después su querida hermana menor, Jacqueline, decidió tomar los hábitos e ingresar en el convento de Port-Royal, un hecho que Pascal vivió como una especie de abandono.

 

Pensamientos místicos

En 1654 tuvo lugar otro momento crucial: en la noche del 23 de noviembre de ese año, Pascal redescubrió el sentido de Dios a través de una intensa experiencia mística que describió con detalle en el Memorial, un texto que se encontraría a su muerte, cosido a sus ropas. Su renovado fervor espiritual lo llevó a distanciarse cada vez más de sus estudios científicos para dedicarse a largas estancias en el convento de Port-Royal

Allí intensificó su compromiso con la defensa del jansenismo, que durante ese período fue explícitamente calificado de herético por dos bulas papales sucesivas. Entre 1656 y 1657, bajo el seudónimo de Louis de Montalte, Pascal escribió la que se considera una de las obras maestras de la literatura francesa: Las provinciales. Se trata de una colección de cartas que, por un lado, rechazan los ataques contra la teología jansenista y, por otro, critican con mordaz ironía a sus adversarios más acérrimos, los jesuitas, reprochándoles su laxitud moral y su indulgencia hacia las debilidades humanas.

En esos mismos años, Pascal empezó la redacción de una obra maestra que no llegó a terminar y de la que solo poseemos fragmentos: los Pensamientos. En ella capta el sentimiento de desorientación del ser humano frente a la dolorosa y trágica naturaleza de la existencia. «No sé quién me puso en el mundo, ni qué es el mundo, ni qué soy yo mismo [...]. Me encuentro confinado en un rincón de esta inmensa extensión, sin saber por qué estoy aquí y no en otra parte [...]. Lo único que sé es que pronto he de morir; pero lo que más ignoro es [...] esa misma muerte».

 

Amor por la ciencia

En esta ausencia de puntos de referencia, propiciada por la revolución astronómica del siglo anterior –que había desplazado al ser humano del centro del universo–, Pascal identifica un único instrumento para orientarse, la dignidad del pensamiento: «El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza; pero es una caña pensante [...]. Trabajemos, pues, para pensar bien: he aquí el principio de la moral». Con todo, hay que señalar que el amor por la ciencia nunca abandonó a Blaise. Lo atestiguan sus estudios de 1658 sobre el problema geométrico de un tipo de curva, la cicloide, que el filósofo y matemático alemán Gottfried Leibniz utilizó más tarde para descubrir el cálculo infinitesimal. Unos años antes, enfrentándose al matemático Pierre de Fermat en un intercambio epistolar, Pascal había desarrollado una de las primeras aproximaciones al cálculo de probabilidades, disciplina que tendría un éxito notable en las décadas siguientes. Pascal fallecería el 19 de agosto de 1662, probablemente por las consecuencias de la enfermedad que lo acompañó durante toda su vida.

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Los Pascal, una familia de genios

Blaise Pascal no fue el único intelectual de su familia. Su padre era un conocido magistrado de la Cour des Aides (un tribunal de apelación de litigios fiscales) de Clermont-Ferrand. Por su parte, Jacqueline, su hermana menor, comenzó a componer versos desde niña, y a los 13 años, una vez introducida en la corte, compuso un soneto y un epigrama por el embarazo de la reina Ana de Austria. En 1639, tras verla recitar, el cardenal Richelieu le consiguió a su padre el encargo que llevaría a los Pascal a Ruan. Al año siguiente, sus versos le valieron el premio de poesía Puy de Palinods.

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Página del Memorial, escrito por Pascal en 1654

Página del Memorial, escrito por Pascal en 1654

Página del Memorial, escrito por Pascal en 1654.

RMN-Grand Palais

Apuesta vital

Pascal dio una peculiar aplicación religiosa al cálculo de probabilidades: ante las dudas de la fe es mejor apostar por la existencia de Dios, porque la ganancia potencial es infinita (la vida eterna), mientras que la pérdida se reduce a la renuncia a los placeres mundanos.

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El Pont Neuf

El Pont Neuf

Una línea de carrozas de Pascal atravesaba
el Pont Neuf, junto a la Conciergerie.

Jerome Labouyrie / Alamy / Aci

Paradas de carroza

En 1662, pocos meses antes de su muerte, Pascal creó, en colaboración con algunos personajes destacados de la aristocracia francesa, el que se considera el primer experimento mundial de transporte público. Consistía en una red de cinco líneas de carrozas que conectaban los principales barrios parisinos. El sistema presentaba las características esenciales del transporte público moderno: rutas fijas, salidas a intervalos regulares y precio del billete (cinco sueldos) independiente del número de viajeros. A pesar de sus características visionarias, el experimento solo duró unos quince años.