Juana Manuela Gorriti, nació en Horcones, Rosario de la Frontera, provincia de Salta, en junio de 1816 en el seno de una familia enrolada en la causa patriota. Ese año se declara la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, mientras San Martín se prepara para cruzar los Andes y vencer a los realistas en Chile y en el Perú. Alejada de su país en plena juventud, Juana Manuela representa el perfil de la exiliada y viajera. Irá a Tarija junto a su familia a causa de las guerras civiles y se casará con el entonces capitán Manuel Isidoro Belzú, futuro presidente de la República de Bolivia, con quien tendrá dos hijas, Mercedes y Edelmira. Asilados en el Perú por razones políticas, se separarán años después, él regresará solo a Bolivia y ella permanecerá en Lima con sus hijas. En esa ciudad, Juana Manuela iniciará públicamente su labor literaria y docente, abrirá una escuela para niñas, editará revistas y organizará las famosas Tertulias donde concurrirán de manera asidua personalidades como Ricardo Palma, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello y Carolina Freire de Jaymes, madre del poeta modernista Ricardo Jaimes Freyre. Los textos de Juana Manuela, de notable filiación romántica, visibilizan a sujetos subalternos en América del Sur: las mujeres, los indios y los negros. En La Quena (1845), primera novela de Gorriti publicada como folletín en la Revista de Lima se cuenta la historia de amor entre un mestizo y una española: un verdadero fresco de la sociedad latinoamericana.

En la misma ciudad de Lima, desde 1817 vivía una bella mujer guayaquileña, Rosa Campusano Cornejo, llamada luego la “Protectora” por su relación sentimental con el general San Martín. Rosa había colaborado con el Ejército Libertador en la llamada “guerra de zapa” o de inteligencia y, junto a la quiteña Manuela Sáenz, futura compañera de Simón Bolívar, recorría las calles de Lima para recabar datos sobre los movimientos realistas o para llevar proclamas a la población. A diferencia de Manuela Sáenz, que llegaría a ser coronela del Ejército Libertador, que vestía de hombre y montaba a caballo, Rosa Campusano amaba las sedas, las perlas y pedrerías y prefería desplazarse en carruajes, según cuenta el escritor peruano Ricardo Palma. Rosa era hija natural de un rico funcionario y hacendado del cacao y la mestiza Felipa Cornejo. Muy joven, llegó al Perú con un militar español que la amaba sobremanera y que se sintió atraído por la belleza de esa joven de tez blanca y ojos azules que poseía una cultura refinada. Gran lectora, Rosa fue encarcelada por la Inquisición de Lima por leer “libros prohibidos”. Rosa fundó una Tertulia en su lujosa casa de la calle San Marcelo. Cuando San Martín desembarcó en Pisco con el ejército, la Campusano inició con él una rica correspondencia. Finalmente se encuentran personalmente en junio de 1821, durante el baile de recepción que el Cabildo de Lima ofrece al libertador y a la noche siguiente vuelven a verse en el Palacio de los Virreyes. Desde entonces no se separaron. Vivieron en la residencia de La Magdalena. Cuando San Martín deja el Perú luego de la entrevista con Bolívar en Guayaquil, apenas pueden despedirse. El general retornará a Chile y luego a la Argentina donde lo aguardaban su hija, la pequeña Mercedes Tomasa y su esposa Remedios de Escalada, a quien no pudo ver pues ésta murió antes de que el libertador llegara a Buenos Aires. La verdad, es que San Martin demoró su regreso pues tenía información de que el gobierno porteño intentaría detenerlo por su desobediencia al no haber contribuido con sus tropas a la defensa de la ciudad del puerto ante los caudillos de las provincias, otra actitud centralista de Buenos Aires que daba una y otra vez la espalda al continente americano para mirar a Europa. Rosa se casa con el noble suizo Juan Adolfo Gravert, matrimonio muy conveniente por cuestiones sociales y que situaba a Rosa en un lugar importante. Sin embargo, al poco tiempo Gravert la abandona para volver a su patria. Unos años después, la Campusano forma pareja de nuevo con un rico alemán que se dedicaba al negocio del calzado, Juan Weninger y con el que tendrá un hijo, Alejandro Weninger.

Alejandro Weninger se crió con su padre, pues Rosa no contaba con los ingresos necesarios para mantener a su hijo. Sin embargo, Alejandro mantuvo estrechos lazos con su madre y la visitaba asiduamente en los altos de la Biblioteca de Lima, donde las autoridades le habían cedido un par de habitaciones; la Biblioteca de Lima, creada precisamente por San Martín y que guardaba los libros (mayormente en francés) que habían acompañado al general en su campaña. Rosa caminaba con dificultad y se apoyaba en un bastón, era muy pálida y delgada como la describió Ricardo Palma, amigo de Alejandro. En ella se mantenían los rasgos bellos y, a través de sus palabras y modales, se adivinaba a la hermosa y distinguida dama que había sido. El “Protector del Perú”, o sea San Martín, la había nombrado Caballeresa de la Orden del Sol, junto a otras damas destacadas del Perú, entre ellas Manuela Sáenz. La sociedad limeña no vio con agrado estas distinciones y Rosa fue muy criticada. Años después, el gobierno peruano le retiró la condecoración. Pero ante la situación de pobreza en que se encontraba la Campusano, ese mismo gobierno comenzó a pagarle una pequeña pensión para que ella no cayera en la indigencia.

En esa época, mediados y fines de la década de 1840, Juana Manuela Gorriti publicaba sus narraciones por entregas en la Revista de Lima. Ricardo Palma se convirtió en un asiduo visitante de la Gorriti y luego compartió con la escritora salteña las famosas Veladas de Lima. Es posible que Rosa y Juana Manuela se hayan conocido en algún lugar de esa ciudad señorial. Además, Alejandro Weninger era amigo de Ricardo Palma y compartía con el joven escritor sus amistades y gustos. Rosa vivía con su magra pensión pero en realidad era la guardiana del gran tesoro que había legado el libertador a la Biblioteca de Lima: sus libros. Juana Manuela tuvo que salir precipitadamente de la ciudad de las torres y balcones para ir a Bolivia a rescatar el cuerpo de su marido asesinado. Sus libros se difundirán en toda América, España y Francia. Volverá a la Argentina en 1874. Ricardo Palma seguirá convocando a los escritores de la famosa Tertulia fundada por la Gorriti y escribirá sobre Rosa Campusano Cornejo y Manuela Sáenz, las dos mujeres que marcaron los tiempos de la emancipación y las guerras por la independencia en Sudamérica.

Cuando Bolívar entró en Lima, luego del alejamiento de San Martín, fue el momento de Manuela Sáenz, la “Libertadora”, en alusión al “Libertador” Simón Bolívar. Manuela había llegado al Perú junto a su marido, el acaudalado médico inglés James Thorne. Conoció a Rosa Campusano Cornejo y cultivaron una imperecedera amistad. Las dos actuaron como “tapadas”, mujeres-espías que se cubrían con un rebozo y recorrían las calles de Lima para llevar proclamas y pasar datos. Manuela era hija de una importante señorita de Quito que murió a causa del parto y de un funcionario español casado. Su padre no la abandonó y se ocupó de ella, la encomendó al Convento de las Monjas Conceptas y a menudo solía llevarla a su casa, donde su esposa la cuidada con cariño. Manuela se crió entonces con una madrastra que la educó muy bien y con sus hermanos y hermanas por parte de padre. Luego fue enviada al colegio Santa Catalina de Siena en Quito donde recibió la educación más distinguida para una niña de esa época: lectura, música, bordado, costura, pintura, francés e inglés. En 1821 viajará de Lima al Ecuador por cuestiones de herencia y conocerá a Simón Bolívar cuando éste entra triunfante en Quito. El flechazo del amor fue inmediato entre los dos. Manuela dejó a su marido inglés y comenzó su vida junto al Libertador. Heroína total, fue coronela del Ejército de Colombia, comandó a los húsares en Pichincha, Junín y Ayacucho, acompañó a Bolívar hasta que el venezolano murió cuestionado y perseguido y ella tuvo que exiliarse en Jamaica.

Rosa, Manuela y Juana posaron sus plantas en las célebres calles de Lima, vivieron y sufrieron en esa ciudad de enrejados, con canto de campanas, arrullada por las olas del Pacífico; neblinosa Lima, la ciudad más aristocrática de América. Tres mujeres precursoras, tres heroínas, en un mismo escenario: Lima, la Ciudad de los Reyes.

(*) Poeta, novelista, ensayista. Premio Casa de las Américas de Cuba de Novela, 1993. Premio “Novelas Ejemplares” 2020 de Universidad Castilla La Mancha y Ed. Verbum de Madrid.