La necesidad de escribir es una manera de entender lo que sucede | El Nuevo Herald
Artes y Letras

‘Mala carne’: una novela delicada y hermosa

Sofía Almiroty
Sofía Almiroty

“Muchos de nosotros veremos cumplirse uno de los mayores miedos que tenemos, que no es el miedo a la muerte, sino a la organización social de la muerte. Muchos de nosotros moriremos en una cama de hospital, después de días, semanas o meses de haber sido privados de los más simples derechos humanos”, escribió el autor argentino C.E. Feiling, que falleció a los 36 años de leucemia, en una cama del Hospital Británico. Rosa Funes, una de las protagonistas de Mala Carne (Índigo Editoras), novela de la escritora Sofía Almiroty (Buenos Aires, 1986) no quiere ser parte de esa organización y acepta la invitación de su nieta de emprender un viaje al pueblo donde nació en el Sur de la Argentina.

Rosa padece un complejo cáncer de piel que lentamente perfora el cuerpo y dinamita el sistema nervioso. Para calmar el sufrimiento es que su nieta le suministra dosis de morfina cada vez mayores. Pero una enfermedad, a veces, establece una oportunidad. Almiroty la aprovecha para armar una novela delicada y hermosa que llega al centro emocional de los lectores y, claro, también de esas mujeres, distantes generacionalmente pero muy cercanas tanto por los lazos de sangre como por la intimidad que ese viaje les otorga, donde ya nada será igual.

Sofía Almiroty es escritora. Estudió Comunicación Social y Escritura Creativa (UNTREF). Muchos de sus trabajos han sido publicados en La Nación Revista, Anfibia, Compost, entre otros medios. Co-fundó Amplitud, una organización social que brinda capacitaciones para medios comunitarios y donde trabajó como tallerista, coordinadora de comunicación y productora de los programas de la ONG durante más de diez años. Formó parte de La Sede, un grupo de investigación corporal escénica con el que participó de obras y residencias. Actualmente coordina talleres y clínicas donde el archivo y los registros personales son el foco de la investigación y brinda acompañamientos narrativos a artistas y proyectos independientes.

portada
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¿Qué fue lo que te llevó a escribir Mala carne?

Primero que nada la necesidad de escribir como manera de entender lo que sucede, como manera de entender lo que pienso, como decía Clarice Lispector. Luego, cuando se dan muchos factores que convergen, una toma la decisión de abordar un proyecto de escritura. Quise crear una experiencia literaria que de alguna manera diera lugar a canalizar cuestiones que hubiera querido que fueran diferentes en la vida. Algo muy básico si se quiere, sacarme de encima mucha bronca y tristeza, y la literatura –como cualquier forma del arte– suelen ser dispositivos que sirven a ese propósito. En mi caso, ver cómo el cuerpo de mi abuela se degradaba en formas que nunca hubiera imaginado, me impulsaron a intentar crear un nuevo lenguaje para nombrar lo fatídico, como dijo Jorga Barón Biza cuando escribió El desierto y su semilla, una novela sobre la carne fundamental de la literatura argentina y que fue de inspiración para mí. El horror, la deformidad, la frustración, la humanidad en sí misma, funcionan como motores creativos fundamentales. Eso y la búsqueda como paliativo del sinsentido. Supongo que así quedó entonces esta novela donde la narradora intenta encontrar la causa de la enfermedad y entonces recorre la vida íntima, familiar, geográfica y política de su abuela. Luego más adelante, a medida que la escribía y encontraba llaves de sentido, quise que el libro fuera un homenaje a mis abuelas y a las mujeres de su generación.

¿Cómo hiciste para separar la ficción de la memoria?

Creo que ficcionalizar la vida es justamente apoyarse en cierta distancia que en mi caso fue muy necesaria para habilitar mayor libertad para contar una historia y apasionarme con ella. Sin sentir que debía rendir cuentas de cierto pacto de realidad e incluso a miembros de mi familia. Esta ficción es un poco la vida de mi abuela Rosa pero no lo es, es un poco la vida de cualquier mujer de su generación. Como en un relato clásico, donde el personaje se ve transformado de un estado a otro, acá es una enfermedad autoinmune lo que literal transforma el cuerpo de la abuela. Así que la distancia fue lo que me dio libertad creativa, y esa libertad creativa desplegó el mapa para poder empezar a jugar con la materialidad de la vida y hacerla literatura con las herramientas que propone: personajes, formas de hablar, de decir, de mirar, hibridación de géneros, en un punto recorridos por diferentes modos de generar narración. Y cuando se empieza a narrar, como con cualquier artificio, es muy gozoso poder darse el lujo de hacer, deshacer, recortar como a una le da la gana. En parte, esa libertad que no tuvo la abuela en muchas cuestiones, es también la que impulsó la historia.

Hay muchas obras que hablan de la relación de padre e hijos, pero son pocas las que retratan el lazo entre abuelos y nietos. Creo que esa particularidad es otro de los grandes aciertos de la novela.

Mis abuelas fueron esenciales en mi red de crianza. Mis padres eran muy jóvenes y por suerte ellas tenían ganas y tiempo para poder apoyarlos. Mi infancia estuvo marcada por mis cuatro abuelos. Y necesité homenajear eso, agradecer, plasmar el amor en la diferencia. De hecho, relacionado con la pregunta anterior, la escritura a partir de la memoria y la idea de archivo con la que trabajo, son siempre en parte homenaje y en parte una manera de leer una época. Es esto lo que intentan los monólogos que están en voz de la abuela. Esos monólogos fueron escritos a partir de conversaciones con ella que grabé. Tomar ese material y hacerlo parte de la obra fue una manera de seguir plasmando la relación intergeneracional entre dos mujeres de épocas y contextos totalmente distintos que se amaron profundamente. La ficción no es más que un compendio de estrategias para contar una historia. Y lo que me conmueve es el amor en –y a pesar de– esa distancia idiosincrática infinita.

Hay cierta idea de sacrificio en Mala carne, ¿no?

Esto se fue acentuando con la escritura de la novela. Entender la vida de esta mujer que perteneció a una época donde el sacrificio se exaltaba como valor es parte de lo que propone la novela, que supone esta encarnación del sacrificio y la frustración como factor para la enfermedad. De ahí que traza cierto recorrido historiográfico con el imaginario de la piel y la carne. Para esto, como dice la narradora de Mala carne, un libro fundamental fue La carne viva de Pablo Maurette, que recorre estas referencias y relaciones entre la literatura y la idea de encarnación y el lugar preponderante del cuerpo.

El viaje que emprende la narradora es un descubrimiento también de ese mundo del pasado donde se crió la abuela. ¿Conoce el pueblo que describe la novela?

El pueblo está inspirado en donde nacieron mi abuela, mi madre, mis tíos. Es un pueblo en la estepa patagónica a donde llegaron mis antepasados libaneses y vascos, y que en mis relatos de infancia siempre ocupaba la sobremesa. Para una niña criada en la urbanidad de los años 90, las historias de ese pueblo y sus paisajes ocupan un lugar enorme en la mitología familiar. Así que toda historia es una manera de intentar narrarnos, como dice un poco Borges, con esa idea de que cualquier historia es un poco la historia del mundo. Por supuesto no lo dice exactamente así, pero me doy el lujo de reinterpretarlo. Esta desfachatez es un poco la que impulsó la novela. Desfachatez para tomar prestado y manipular la vida y los lugares a través de la literatura.

Mala carne tiene una serie de referencias culturales que sirven de marco teórico para reforzar el estado de ánimo de los protagonistas como el proceso de la enfermedad de Rosa Funes. ¿Cómo surgió esta estrategia narrativa?

Un poco como vengo reflexionando con nuestra conversación, desde mi oficio de escritora es que encuentro en el quehacer artístico y narrativo una manera de trabajar con la materia de este mundo, parafraseando a Sharon Olds. Una estrategia narrativa es un truco, y ese truco genera emociones, propone corrientes de sentido, resoluciones epocales. Creo que es parte del juego y de lo que más disfruto al escribir que, en definitiva, es una manera de sentir y pensar el mundo.

La novela va por la segunda edición. ¿Puede contar algún feedback que le hicieron los lectores?

¡Es una noticia hermosa en este momento! Acabo de tener a mi primera hija y en la soledad del puerperio, que implica habitar el tiempo de otra manera, recibir la noticia de que esta historia está circulando en España, en un país que no es el propio, es muy emocionante. La editorial La niña azul hace un trabajo artesanal de recorrer ferias que es fundamental y apuesta a la tradicional potencia del boca en boca y el poder de las y los libreros para que circule un libro. Por suerte, para acompañarme en este momento, también recibo mensajes de lectores muy emocionados por la experiencia de internación tan común y tan humana retratada con humor y con tragedia, la relación con el personal médico, la situación límite de la muerte y el personaje irritantemente adorable de la abuela.

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