Elogio del riesgo: las vidas cruzadas de la anarquista Emma Goldman y la filósofa Anne Dufourmantelle | Babelia | EL PAÍS
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Elogio del riesgo: las vidas cruzadas de la anarquista Emma Goldman y la filósofa Anne Dufourmantelle

La activista de origen ruso entregó el curso de su vida a una causa, mientras que la pensadora francesa dio su vida en un instante

La anarcocomunista estadounidense de origen ruso Emma Goldman (1869-1940).
La anarcocomunista estadounidense de origen ruso Emma Goldman (1869-1940).Library of Congress

Leo en paralelo la biografía de la anarquista judía Emma Goldman Viviendo mi vida, publicada en 1931, y el ensayo de la filósofa y psicoanalista francesa Anne Dufourmantelle Elogio del riesgo, publicado en 2011. Poco tienen que ver estas dos mujeres a las que separa un siglo y sin embargo emerge a mis ojos un vínculo entre sus maneras de pensar y estar en la vida, que resulta aún más poderoso en los tiempos que vivimos: aceptar el riesgo como condición para vivir en libertad. O para vivir, a secas.

Goldman fue un personaje histórico con una vida de una riqueza e intensidad excepcionales. La narra a lo largo de las más de 1.000 páginas que ocupan los dos volúmenes de su biografía con la misma desenvoltura y talento que, de acuerdo a sus coetáneos, mostró como oradora y activista. Goldman se consagró a la causa obrera ya en sus años adolescentes, cuando, tras llegar a Nueva York procedente de Rusia, descubrió que la América libre no existía para los trabajadores como ella. La revuelta de Haymarket de 1886, a raíz de la cual cinco trabajadores fueron condenados a muerte y que dio lugar a la celebración del Primero de Mayo, la marcaron para siempre. Poco a poco fue acercándose al movimiento obrero anarquista, cuya causa terminó abrazando de manera ardiente e incondicional hasta alcanzar el renombre de “la mujer más peligrosa de Estados Unidos”. Al mismo tiempo, al contrario que muchos de sus compañeros, no renunció a disfrutar de la vida y a buscar el amor, el placer y la belleza. “Quiero libertad, el derecho a la autoexpresión, el derecho de todo el mundo a cosas hermosas y radiantes; el anarquismo significa eso para mí”, escribe.

“Vivimos en una sociedad ultrasegura donde constantemente se nos insta a protegernos. Pero no correr riesgos es no atreverse a ser libre”, dijo Dufourmantelle.

En su ensayo, Anne Dufourmantelle habla de la desobediencia “como uno de los mayores riesgos, dado que el cataclismo que desencadena está más allá de aquello a lo que se opone”. Así, desde niña, Goldman no anhelaba otra cosa que romper con su padre, que la maltrataba. Una vez logró huir a América, se casó por convención, pero terminó rompiendo con su matrimonio y abandonando para siempre la comunidad judía de Rochester que la había condenado al ostracismo por su decisión. Liberada de ataduras, vivió posteriormente en uniones libres (aunque no sin dificultad, como ella misma reconocía); la más duradera, con Alexander Sasha Berkman. Amaba a los niños, pero renunció a tener hijos, formándose más adelante como matrona profesional. Conoció la precariedad y la marginalidad, haciendo siempre lo imposible por difundir y reunir fondos para “la Causa”. Entró y salió de la cárcel varias veces, acusada de agitación e incitación a la violencia. Creó su propia publicación, Mother Earth. Junto con Berkman, fue deportada a Rusia, que terminó abandonando horrorizada ante la falta de libertad del nuevo régimen soviético. Vivió posteriormente en Alemania, Reino Unido y Canadá. Se retiró a Saint-Tropez para escribir su autobiografía y estuvo en las comunas anarquistas que surgieron durante la guerra civil española.

La desobediencia puede adoptar proporciones épicas como en el caso de Goldman. Pero, sugiere Dufourmantelle, hay desobediencia en cualquier acto, por pequeño que sea, que se sale de lo que se espera de nosotros o esperamos nosotros mismos. Ese pequeño acto —un “no” cuando se espera un “sí” o un “sí” cuando se espera un “no”— puede ser la llave de una “metamorfosis interna” que nos cambiará para siempre. Dufourmantelle evoca el viejo concepto griego de kairós para referirse al instante en que uno arriesga, consciente —o inconscientemente—, el curso de su vida: el tiempo cronológico se detiene y entra en juego un tiempo de otra calidad, llamémoslo divino o trascendente. Sin embargo, constataba Dufourmantelle en una entrevista realizada en 2011 con motivo de la publicación de su ensayo, hay en nuestras sociedades una enorme aversión al riesgo. “Vivimos en una sociedad ultrasegura donde constantemente se nos insta a protegernos y, cuando no queremos hacerlo, se nos dice: ‘Pero hazlo al menos por tus seres queridos’. Se juega con el miedo. Es la lógica de la depresión”. Continuaba: “Muy concretamente, no correr riesgos es no atreverse a ser libre”. Si arriesgar exige coraje y consciencia, no es, necesariamente, el “tamaño” objetivo del riesgo lo que lo hace determinante, sino nuestra experiencia subjetiva de él.

“Dos años de prisión por haber defendido sin concesiones el ideal de uno. Es un precio pequeño”, escribía Goldman célebremente al conocer la sentencia que en junio de 1917 la condenaba por organizar un movimiento contra el reclutamiento obligatorio de jóvenes estadounidenses para luchar en la I Guerra Mundial. Cien años más tarde, en julio de 2017, en una playa cercana a Saint-Tropez, Anne Dufourmantelle se lanzaba al agua para salvar a unos niños atrapados en las olas. Los niños sobrevivieron. Ella falleció de una parada cardiorrespiratoria. Es difícil imaginar una encarnación más precisa, poderosa y, al tiempo, provocadora de su elogio del riesgo. Un tributo a esos instantes en que arriesgamos; quizá los únicos en los que somos verdaderamente libres, en los que estamos realmente vivos.

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