(PDF) George Santayana : de la estética a lo estético | Giuseppe Patella - Academia.edu
limbo Núm. 28, 2008, pp. 91-97 issn: 0210-1602 George Santayana: de la estética a lo estético Giuseppe Patella Resumen En este trabajo se profundiza en la estética de Santayana y se afirma que, frente a una estética reducida a doctrina especial o disciplina autónoma, Santayana sostiene un primado de lo estético, es decir, una dimensión espontánea y directa de toda la experiencia. Es precisamente este primado de lo estético como categoría de espontaneidad vital e imaginativa, lo que caracteriza toda la trayectoria intelectual del filósofo hispanoamericano. Abstract This article deepens Santayana’s aesthetics and claims that against an aesthetics considered as an autonomous discipline and reduced to a special doctrine, Santayana affirms a primacy of the aesthetic, i.e. a direct and spontaneous dimension of whole experience. It is precisely this primacy of the aesthetic as category of vital and imaginary spontaneity what characterises all the philosopher’s intellectual trajectory. ¿Qué es la estética? La relación entre George Santayana y la estética no es ni mucho menos perspicua o pacífica. A pesar de que el filósofo de origen español (Santayana nace en Madrid en 1863, se forma en América y reside, durante muchos años, en Europa, sobre todo en Roma, donde muere en 1952) es autor de distintas obras de carácter estético, entre las que destacan The Sense of Beauty (1896), Interpretation of Poetry and Religion (1900), The Reason in Art (1905) y Three Philosophical Poets: Lucretius, Dante and Goethe (1910), que lo convierten en uno de los pensadores más importantes de la filosofía analítica contemporánea, la estética como disciplina filosófica no juega un gran papel en su pensamiento. De hecho, en su ensayo What is Aesthetics? sostiene que no reconoce, dentro de la filosofía, ningún ámbito autónomo que reciba ese nombre, y 91 92 Giuseppe Patella que el mismo término “estética” resulta “demasiado amplio”, demasiado “vago” e indefinido, un producto ambiguo de “determinados accidentes históricos y literarios”. ¿Cómo se explica, entonces, la postura paradójica de Santayana, que aun cuando escribe sobre estética e inicia, incluso, su carrera de filósofo y de docente en la Harvard University con El sentido de la belleza (cuya primera edición italiana, a cargo de quien esto escribe, apareció en 1997 para las Aesthetica Edizioni de Palermo), niega contemporáneamente el estatus disciplinar de la materia? Tal vez la obra What is Aesthetics?, escrita a distancia de ocho años de su primera obra estética e inmediatamente después de la importante Reason in Art, constituya una primera respuesta al problema, dado que confirma los intereses iniciales del autor y ofrece interesantes claves de lectura. En ella Santayana sostiene que el grupo de actividades que calificamos como estéticas es demasiado heterogéneo para ser reducido a unidad y que, consecuentemente, resulta del todo imposible delimitar un ámbito de la experiencia con la pretensión de describirlo o representarlo adecuadamente desde el punto de vista estético. No hay fuerza, órgano o facultad sensible, por natural o humana que sea, que pueda definir una actividad aislada semejante. La experiencia estética, variada y difusa como es, se extiende a todos los aspectos de la vida, se demuestra multiforme y compleja como la existencia misma. En este sentido, intentar diferenciar la esfera estética de todos los demás intereses humanos significaría hacer de ella una especie de oropel, convertirla en algo tristemente despreciable. No sólo, según Santayana, mantener con orgullo tal pretensión de individualidad e independencia estéticas, limitándose a la comodidad de una situación específica y excluyendo, por tanto, cualquier afinidad posible con todo lo que la circunda, sería un poco como presumir de estar deliberadamente loco. Un ideal de belleza completamente autónomo constituiría, por tanto, algo sumamente irracional, tal y como lo sería una matemática sin aplicaciones naturales o una moral sin conexiones con la vida. “El reino de lo bello —concluye Santayana— no es un recinto científico”. El interés de este breve ensayo reside por tanto en la importancia que el autor da a la conexión de la esfera estética con todos los demás aspectos y dimensiones vitales. No cabe duda de que la oposición de Santayana a una consideración disciplinar de la estética tiene como fin evitar que sus juicios se limiten a un sector único de la experiencia, así como pretende transformarlos en verdaderos instrumentos de conocimiento y valoración de las distintas realidades. Si hay algo que Santayana niegue tajantemente, es la posibilidad de considerar el fenómeno estético como algo aislado en relación a cualquier otro fenómeno vital o cultural. De esta manera, frente a una estética anquilosada y reducida a doctrina especial o disciplina autónoma, sostiene con firmeza un primado de lo estético, es decir, una dimensión espontánea y directa de toda la experiencia; un “sentido de lo inmediato, de lo que no está adulterado, de lo inexplicable, del instante hecho de la experiencia”, tal y como escribe en una larga autoconfesión filosófica. Es precisamente este primado de lo estético como modalidad de vida y de existencia, como categoría de espontaneidad vital e imaginativa, lo que caracterizará to- George Santayana: de la estética a lo estético 93 da la trayectoria intelectual del filósofo hispanoamericano. En función del mismo defiende explícitamente, en la introducción a su obra maestra El sentido de la belleza, la “superioridad de la experiencia estética sobre la teoría estética”. Se explica así por qué para Santayana una estética entendida como disciplina independiente carece completamente de sentido, dado que la estética es la experiencia misma, la experiencia concebida en su totalidad e inmediatez, una actitud completa y expresiva, libre, espontánea, de disfrute agradable y de contemplación vital, que Santayana considera de orden superior. En este sentido, experiencia estética y experiencia moral coinciden, constituyéndose ambas como expresión de los intereses naturales del individuo y orientándose, la primera, hacia un ideal que armoniza platónicamente belleza y bondad. Más que en la estética en sí, es en lo estético donde reside la clave de la filosofía de Santayana, una filosofía que carece de lugar para una disciplina especial articulada académicamente con aquel nombre, pero que ofrece, de todos modos, una reflexión específica elaborada sobre la experiencia estética y el misterio de la belleza. El sentido de la belleza Ahora bien, si la existencia de una esfera estética autónoma es imposible porque carecería completamente de sentido, hemos de deducir, a su vez, que tampoco existirá una región de lo bello separada de la vida. De hecho, no es precisamente la belleza en sí la que constituye el objeto de la principal obra estética de Santayana (El sentido de la belleza), sino más bien la belleza en cuanto objeto de la experiencia humana, es decir, en cuanto aquello que se advierte, se percibe y se experimenta directamente, a medida del propio horizonte vital. Se comprenden así las palabras del prólogo donde el autor afirma haber realizado su investigación “bajo la influencia de una psicología naturalística”. El propósito de la obra es, de hecho, indagar acerca del origen de la belleza, poner en claro su naturaleza, considerar todos sus elementos, ya sean materiales, formales o expresivos, captando las características que la distinguen o aproximan a otras experiencias y llegando, finalmenete, a individuar su significado completo. Tal es The Sense of Beauty, a la vez sentimiento, percepción y donación de sentido. Ahora bien, ¿qué se esconde, en concreto, tras nuestro “sentido” de lo bello? ¿Cuáles son el origen y la naturaleza de la belleza? Según Santayana, existe un impulso vital espontáneo que origina nuestros valores, de manera que éstos están directamente relacionados con el placer y sus satisfacciones posibles. Percepción, placer y valoración son partes de un mismo proceso: “Si nuestras percepciones no estuviesen vinculadas a nuestros placeres, deberíamos cerrar inmediatamente los ojos al mundo” [Santayana (1896)]. Toda percepción implica una valoración y por tanto, un valor, dado que para Santayana, según la lección de Spinoza, “no existe un valor independientemente de su valoración respectiva […]. En la valoración, en la preferencia, radica la esen- 94 Giuseppe Patella cia de la excelencia” [ibidem, p. 2]. Vinculada al placer en cuanto apreciación, preferencia, valoración, la belleza forma parte de la esfera de los valores, y se constituye ella misma como juicio, como valor. No sólo, al igual que los demás valores, que “parten de la reacción inmediata e inexplicable del impulso vital” [ibidem], también la belleza se origina en dicha reacción, como respuesta a la solicitación de lo que halla ante sí. Los valores estéticos son, por consecuencia, esencialmente vitales y, al igual que todos los demás valores, contribuyen al éxito y a la plenitud de la vida. Santayana califica el valor de la belleza como valor positivo, intrínseco y objetivado. Esta es sobre todo un valor, es decir, un acto de valoración, en lugar de una mera sensación de elementos externos o de relaciones, e implica un movimiento afectivo, volitivo y valorativo: “Es imposible que un objeto sea bello si no es capaz de provocar placer: una belleza a la que la humanidad fuese siempre indiferente supondría una contradicción” [Santayana (1896), p. 11]. La belleza constituye, por tanto, un valor positivo, dado que presupone la percepción de algo bueno (o, en el caso de la fealdad, de su ausencia), y es, además, un valor intrínseco, pues se trata de un placer que vale por sí mismo sin más necesidad inmediata. Resulta, finalmente, un placer objetivado, es decir, un “placer condiderado como la cualidad de una cosa”, dado que, estimulando los sentidos y la imaginación, el objeto resulta casi indicado como la causa de la belleza misma. La belleza correspondería, además, al sentimiento de placer experimentado al contemplar un objeto, que se proyecta sobre él de tal manera que parece una cualidad del objeto mismo en lugar de una simple reacción personal ante éste. En la experiencia de la belleza pueden encontrarse elementos tanto del sujeto como del objeto. El sentido de la belleza halla su origen, precisamente, en la unión de ambas categorías, en esa especie de “conspiración de los placeres” que supone la conjunción entre la mente y la naturaleza, el yo y el mundo. Sólo así Santayana puede concluir tan schillerianamente El sentido de la belleza, cuando escribe: “La belleza es el testimonio de una posible conformidad entre alma y naturaleza; por tanto, un motivo por el que creer en la supremacía del bien” [Santayana (1896), p. 67]. No por ello nos encontramos, sin embargo, ante una concepción de tipo romántico. En realidad, cuando la belleza se define como un “placer objetivado”, lo que se afirma es que lo bello, lejos de constituir un sentimiento personal, subjetivo, parece constituir un atributo real del objeto, de aquella experiencia misteriosa e innegable mediante la cual el objeto mismo es causa y origen de una sensación placentera y armoniosa. Como escribe Mario Perniola, en Santayana, a diferencia de las aproximaciones de carácter empatético, no se trata de transmitir el sentir subjetivo a las cosas, sino, al contrario, de enfrentarse con la singularidad de una experiencia que escapa a la propia subjetividad y que induce, más bien, a admirar la belleza de las cosas mismas, tal y como si ésta fuera una característica intrínseca a ellas [Perniola (1996), p. 20]. George Santayana: de la estética a lo estético 95 El sentido de la belleza no puede radicar, por tanto, en una facultad individual de nuestra conciencia, más bien al contrario, posee la consistencia de todo aquello que de vital y concreto surge a partir del encuentro con el objeto de la mirada estética. El placer que deriva de una tal contemplación es, propiamente dicho, un “placer objetivado”. Por consiguiente —contrariamente a la lección romántica— la intuición lírica, la expresión individual, la inspiración personal enmudecen y carecen de valor para el artista, cuya inspiración más verdadera es sólo errabundaje entre lo vago y lo indistinto. Por su parte, El sentido de la belleza cuenta con una amplia sección dedicada precisamente al problema de la indeterminación de la experiencia estética, donde Santayana polemiza explícitamente contra aquellas poéticas que, como el romanticismo y el simbolismo, partían del valor de lo amorfo, de lo indeterminado, encarnando aquello que él calificará despectivamente como “abuso reservado a los payasos de la moda literaria” [Santayana (1896), p. 35]. La falta de precisión y de forma constituye para el autor un signo inconfundible de confusión, de mera aproximación e incompetencia, propias tan sólo de “un filósofo que no ha aprendido a escribir, de un pintor que no sabe pintar” [Santayana (1896), p. 32]. La dirección misma del progreso, escribe, “va en el sentido de la distinción y de la precisión, no en el de la emoción y la fantasmagoría amorfas” [Santayana (1896), p. 36]. Una estética de la vida Si, como se ha visto, el sentido de lo bello surge de la reacción inmediata del impulso vital en relación a la solicitación de aquello que se le presenta, los valores estéticos son esencialmente vitales, y, como los demás valores, contribuyen a la plenitud de la vida, a la armonía. Lo bello y el arte nacen, en efecto, tan espontáneos como la vida misma, y como la razón, por otra parte (The Life of Reason es el título de una de sus obras más importantes), actividad siempre viviente y operante que se encarna en la materia y en el tiempo. La belleza será por tanto inseparable de la inmediatez y la espontaneidad de la existencia y, por consiguiente, inherente a la vida en cuanto tal: “Cuanto menos nos alejemos de las necesidades elementales del ser humano y de las posibilidades naturales de satisfacerlas, más nos aproximaremos a la belleza”, indica en [Santayana (1905), p. 151]. Santayana se propone, por tanto, introducir el fenómeno de la belleza en ese contexto más amplio del proceso vital del que el ser humano y las cosas forman parte, comprendiéndolo en función de un peculiar vitalismo organicista y estético según el cual la belleza está estrechamente relacionada con todo el universo natural y con la unidad fundamental de la conciencia humana. En su obra What is Aesthetics? escribe: Todo aquello que tiene que ver con la imaginación debe haberse relacionado anteriormente con los sentidos; debe haber provocado reacciones animales, ocupando la atención e introduciéndose en el proceso vital. 96 Giuseppe Patella El sentido de un perpetuo fluir de la vida constituye, así, la raíz del pensamiento de Santayana, un fluir vital permanente que lo abarca todo, tanto la materia como el espíritu, de manera que lo material mismo se constituye en oposición a la inercia, como algo a la vez fluido y dinámico. La vida es, de hecho, aquello que auna materia y espíritu, y el espíritu mismo, aun cuando se genera en la vida orgánica, es material, vive en cada actividad, se encarna en la naturaleza. La unidad dinámica de la vida preside la experiencia humana, que es siempre experiencia inmediata de la vida misma. Aprendemos a conocer las cosas a través de la experiencia vivida y no mediante sofisticadas abstracciones intelectuales. En realidad, según Santayana, los términos que nos ponen directamente en contacto con la realidad son precisamente el hambre, el miedo, las necesidades naturales, en lugar de la abstracción, el razonamiento o el concepto. Todo ello constituye lo que él denominará “fe animal” (cfr. Scepticism and Animal Faith), es decir, un acto instintivo que nos coloca en contacto directo con las cosas, independientemente de cualquier abstracción conceptual; una fe animal que es precategórica respecto a toda construcción conceptual y que testimonia la existencia de la realidad misma. De este modo, si no partimos de la aceptación de la naturaleza de todas las cosas, de la inmediatez necesaria del universo natural, no podemos apreciar verdaderamente nada, dado que todo lo que percibimos es un producto concreto de nuestro proprio organismo. En el epílogo a su única novela, The Last Puritan, puede leerse: Los aspectos y los sonidos son productos del organismo; son formas de la imaginación; y todos los tesoros de la experiencia no son sino invenciones o imaginaciones espontáneas, provocadas por el choque con las cosas materiales. Integrar la belleza y el arte, así como cualquier otra actividad humana, con la vida, restituirles la fuerza y la vitalidad del gérmen precategórico originario constituye, probablemente, el objetivo más profundo de todo el pensamiento de Santayana. En su visión unitaria y dinámica de la vida, en esa especie de vitalismo cósmico, es posible adivinar una reminiscencia del organicismo cósmico de carácter neoestoico, justificada, además, por la referencia constante que Santayana hace al pensamiento de Spinoza; reminiscencia que resulta especialmente evidente en una concepción según la cual “los accidentes existen únicamente a causa de la ignorancia: en realidad, todos los acontecimientos se siguen uno a otro en una derivación continua e ininterrumpida” [Santayana (1963), p. 2]. No obstante, Santayana se distancia en cierto modo del optimismo spinoziano, adjuntándole una contemplación del mundo que es a un tiempo amorosa y desencantada, casi como la sugerencia neoestoica de una “última religión” basada en la armonía íntima entre el ser humano y el universo, en ayuda y socorro recíprocos. En cada parte del universo, por remota y humilde que sea, existe, según el autor, un anhelo de perfección, es decir, una “profecía de belleza”, una promesa de felicidad. Cada de- George Santayana: de la estética a lo estético 97 talle tiende, por conatus, a lo universal: en cada cosa se da “una eterna belleza que se esconde sigilada en su parte más íntima” y “por el hecho mismo de que una cosa sea perceptible se da una cierta profecía de su belleza” [Santayana (1936), p. 35]. Si todo lo que existe es, por tanto, dinámico y activo y cada ser humano resulta un centro vital de la misma manera en que lo es su actividad racional, mental (en cuanto actividad biológica y viviente), entonces verdaderamente bello será todo aquello que esté en sintonía con el movimiento perpetuo de la vida, todo aquello que de forma intensa y sublime corresponda a su armonía y la aumente. Ello es así porque “aquello que no es favorable a la vida carece de la textura de la belleza” [Santayana (1896), p. 65].Tal es, sintetizando, el peculiar vitalismo estético de Santayana; un vitalismo que reclama continuamente nuevas perspectivas de interpretación para la investigación filosófica y estética contemporáneas, y que, sin destacar por su originalidad, ejerce una fascinación a la que resulta difícil escapar. Università di Roma “Tor Vergata” Facoltà di Lettere e Filosofia Via Columbia, 1 00133 Roma, Italia patella@lettere.uniroma2.it Referencias bibliográficas Patella, G. (2001), Bellezza, arte e vita. L’estetica mediterranea di George Santayana, Milán, Mimesis. Perniola, M. (1996), L’estetica del Novecento, Bolonia, Il Mulino. Santayana, G. (1896), The Sense of Beauty, Nueva York, Scribner’s; edición italiana de G. 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