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Politics is shit; it corrupts everything it touches. Charles Stross.

 

El artículo

LA UNIÓN EUROPEA: UN PROYECTO FALLIDO

29/05/2024


Dentro de unas semanas los ciudadanos de la Unión Europea serán llamados a las urnas para elegir a los miembros de su parlamento. Lo hacen cada cinco años para cubrir el expediente y vendernos que vivimos en un “macroestado democrático y de derecho” (todo en minúsculas y en cursiva, porque es pura pantomima).

Lejos está todo ello del proyecto inicial que Robert Schuman y Jean Monnet construyeron en 1951, con el firme propósito de acabar con los enfrentamientos históricos entre Francia y Alemania. La primera unidad de integración fue la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero), de la que formaban parte (además de Francia y Alemania Occidental) los Países Bajos, Bélgica, Italia y Luxemburgo. El proyecto contó con el apoyo del general De Gaulle y del canciller Adenauer, y con la bendición del presidente Truman (requisito imprescindible que ha dejado huella y que explica su dependencia actual del gobierno de Estados Unidos). Más adelante (marzo del 57) se constituyó la Comunidad Económica Europea (“Mercado Común”) y el Leviathan fue creciendo con la incorporación de nuevos miembros a los que no se exigió demasiadas garantías políticas.
Los porteros de la discoteca, siguiendo precisas instrucciones, se inhibieron por un rato de sus funciones ordinarias.

En este tiempo se ha producido alguna baja (casos de Noruega y Gran Bretaña), pero en la actualidad el club tiene veintisiete socios. El aparato burocrático de la institución (que ahora se denomina Unión Europea) tiene unos 32.000 funcionarios, aunque se estima en 30.000 más los empleos indirectos que genera. Todo esto se financia con recursos procedentes de los contribuyentes de cada Estado miembro, aunque (como ocurre siempre) hay algunos Estados que pagan más de lo que deberían, otros que pagan lo que les corresponde y otros que cobran. Y en el caso de los que cobran (como ha sido el Estado español durante muchos años) el dinero va a los bolsillos del gobierno de turno que los reparte – vía subvención – entre amigos y conocidos, y no a los de los contribuyentes que anticiparon el pago. Una auténtica chapuza.

Un aspecto importante (quizás el más importante de todos) es que la soberanía económica de la mayoría de los Estados miembros está en manos del Banco Central Europeo (el euro como moneda común, la política monetaria, la tasa de interés, el valor de cambio, etc.). Esta zona más restringida se llama Eurozona. Hay algunos países que no han entrado porque todavía no alcanzan los requisitos técnicos necesarios y otros (caso de Suecia y Dinamarca) porque no quieren. El Banco Central Europeo, desde su origen, está tutelado en la sombra por el Bundesbank (Banco Central alemán).

Al frente de la Unión Europea hay un órgano ejecutivo que es la Comisión Europea que en teoría debería depender del Parlamento Europeo (rama legislativa), y ser complementado por el Tribunal de Justicia (rama judicial) y por el Tribunal de Cuentas (auditores). Pero si Montesquieu (el padre del equilibrio de  poderes) levantara la cabeza sería incapaz de interpretar el embrollo que tenemos o tienen entre las manos.

Porque entre otras cosas la Comisión Europea está a su vez “tutelada” por el Consejo Europeo, formado por los jefes de Estado o de gobierno de los Estados miembros. Los Estados intervienen además a través de otro órgano menos conocido (el Consejo de la UE), formado por los distintos ministros de cada país, según el tema a tratar. El presidente o presidenta de la Comisión Europea y los distintos comisarios son elegidos por el Parlamento Europeo, a propuesta del Consejo Europeo y en virtud del resultado de las elecciones. Hay tantos comisarios (27) como países miembros. Todo este andamiaje pretende ser un “Check & Balance” americano a la europea, todo más elaborado, lento y barroco. De hecho, no se sabe quién manda, lo que explica que algunos – caso de la señora Von der Leyen – actúen por su cuenta como si representara la posición global de los Estados miembros.

El Parlamento Europeo que surja de las urnas tendrá 720 diputados (elegidos en cada país según su peso demográfico, con unos máximos y unos mínimos), liderados por Alemania con 96, seguida de Francia (81), Italia (76), España (61) y Polonia (53), lo que supone el 51,4% del total. Este grupo se ha adueñado de la institución, colocando a lo largo de los años a muchos funcionarios procedentes de su propia burocracia. Es por ello que se reparten los puestos más interesantes, al margen de sus posiciones ideológicas, que pueden parecer enfrentadas. Las funciones teóricas del parlamento son aprobar el presupuesto de la Unión, supervisar la legislación europea y controlar a la Comisión. En la práctica sus decisiones (contrastadas con el Consejo de la UE) no son vinculantes, ya que se toman post-facto, después de innumerables discusiones y papeleo. El nivel de abstención global en las elecciones está entre el 45 y el 50%, teniendo en cuenta además que en algunos países el voto es obligatorio.

El Parlamento Europeo – con escasas excepciones -  es el refugio al que los partidos nacionales envían a aquellos políticos amigos que resultan incómodos en el país por razones diversas, o que buscan una jubilación dorada o que tienen ganas de alcanzar cierta notoriedad, foguearse y aprender idiomas. Razones más que sobradas para que en la mente de muchos ciudadanos sea considerado un “cementerio de elefantes”. Ahora bien, unos elefantes de lujo. Y esto es así porque cada uno de los 720 diputados tiene unos ingresos brutos mensuales de 15.000 euros (9.975 € de sueldo + 4.778 € de dietas), y otros beneficios adicionales. Disponen además de 28.000 euros mensuales para contratar asistentes u otros servicios. Si contrastamos estas cifras con las remuneraciones del sector privado en cualquier país, comprenderemos el interés de los políticos profesionales para entrar en este selecto club.

Y ahora cuando recibo señales de alerta sobre la importancia de estas elecciones y la conveniencia de votar las opciones centristas (supuestamente representadas en España por el PP y el PSOE, ambos escorados a la derecha) para evitar el auge de la extrema derecha, no sé si ponerme a llorar o dejarlo para otro momento. Porque ese parlamento, tan democrático y moderno, es el mismo que no levantó mínimamente la voz para manifestar su repulsa ante la violencia del Estado español contra sus propios ciudadanos en el caso catalán, violencia física, verbal, fiscal, legal y de cualquier forma imaginable, violencia que sigue su propia trayectoria y parece no tener fin. Y es que mientras los pegaban, los amenazaban, los insultaban y arruinaban sus vidas, ellos no dijeron nada, ni lo dicen ahora, porque siempre han considerado cínicamente que “éste es un tema cuya soberanía pertenece a los Estados miembros”. Ellos no están para estas cosas, sino para preocuparse por el “cambio climático, la sostenibilidad, los aumentos del presupuesto de Defensa y la guerra de Ucrania”. Malditos bastardos.

Llama también la atención que esas señales de alerta no tengan en cuenta que en una de las corrientes de la calificada como extrema derecha de la Unión Europea (grupo de los conservadores y reformistas) se halla el partido VOX, partido que por cierto gobierna junto al PP en Aragón, Comunidad Valenciana, Castilla y León, Extremadura y las Islas Baleares. Que la derecha histriónica (Abascal) gobierne con la derecha retrógrada (Núñez Feijoo), ante la mirada aprovechada de la derecha de la izquierda oficial (Sánchez) es algo a lo que nosotros ya estamos acostumbrados, sin que nadie en la “civilizada” Europa manifieste su preocupación. ¿A qué viene pues ahora tanto revuelo?

El Parlamento europeo que salga de las urnas, como la Comisión que de él se derive, continuarán sometidos a los dictados de Washington, alimentarán la rusofobia, serán incapaces de encontrar puntos mínimos de acuerdo con la República Popular China, mantendrán la ambigüedad política en el tema migratorio, guardarán un medio silencio cómplice en el conflicto Israel-Palestina, descapitalizarán a sus países miembros vía endeudamiento, permitirán el auge del sector financiero del neoliberalismo y se llenarán la boca con proyectos que blanqueen sus reales intenciones.

Detrás de los debates televisados en los que los principales candidatos al puesto de presidente de la Comisión explican sus aburridas teorías, se esconde una guerra fratricida en la que todo vale. La señora Von der Layen, por ejemplo, pretende ser reelegida y se ofrece a colaborar con la señora Meloni, jefe del gobierno italiano, que no solo militó de joven en un partido fascista sino que se ha consolidado en esta línea, con un gobierno de ese talante en el que destacan individuos como el señor Antonio Tajani, otro reputado y orgulloso fascista que fue presidente del Parlamento europeo y al que el rey de España galardonó con el premio Carlos V. En otro frente el presidente Macron (el exbanquero de Rothschild transformado en político profesional) esconde bajo la manga la candidatura de Mario Draghi (ex Goldman Sachs), que fue presidente del Banco Central Europeo y que apuesta por una Unión Europea política. Todavía no se sabe dónde pretende colocarlo – quizás como presidente del Consejo de Europa – pero sí lo apoya basándose en su prestigio como economista y para contrarrestar las carnavalescas andanzas de la señora Von der Layen.

Me cuesta ir a votar cuando me encuentro con un tinglado como éste. Se me revuelve el estómago ante tanta desvergüenza. Pero lo haré, aunque sé que sirve de muy poco. Votaré por los exilados, por Toni Comín, por los servicios prestados a Cataluña desde el exilio, por representar a los que han sufrido el acoso constante de muchos de los urdidores de este enorme,  desconcertante y turbio fiasco.

Y a los ilusos que todavía esperan que esa Europa les eche una mano, les diría que s’ho facin mirar”.

 

 

 

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