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Howard Carter descubrió la tumba de Tutankamón el 4 de noviembre de 1922.

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Curiosidades de la historia: episodio 151

La tumba de Tutankamón: el descubrimiento del siglo

El 4 de noviembre de 1922, después de más de una década de intenso trabajo en el Valle de los Reyes, la gran necrópolis de los faraones egipcios, el arqueólogo Howard Carter halló el primer escalón de una tumba desconocida.

El 4 de noviembre de 1922, después de más de una década de intenso trabajo en el Valle de los Reyes, la gran necrópolis de los faraones egipcios, el arqueólogo Howard Carter halló el primer escalón de una tumba desconocida.

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Howard Carter descubrió la tumba de Tutankamón el 4 de noviembre de 1922.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

El 4 de noviembre de 1922, después de más de una década de intenso trabajo en el Valle de los Reyes, la gran necrópolis de los faraones egipcios, el arqueólogo Howard Carter halló el primer escalón de una tumba desconocida. Durante las semanas siguientes, los miembros de su equipo vaciaron de escombros el corredor descendente hasta llegar a una puerta que estaba sellada, lo que parecía indicar que el sepulcro no había sido violado por ladrones en la Antigüedad.

El 26 de noviembre, junto a lord Carnarvon, mecenas de la excavación, su hija lady Evelyn y el arqueólogo Arthur Callender, Carter se dispuso a atravesar la puerta. Tras realizar un agujero en la parte superior izquierda y dejar salir el aire rancio estancado en la habitación durante siglos, Carter se asomó con una linterna y quedó deslumbrado por el brillo del oro de los lechos funerarios, el trono del faraón, las estatuas doradas saliendo de las capillas, los carros de metal noble arrinconados en una esquina… Un tesoro como no se había visto nunca antes en la historia de la arqueología.

La noticia pronto llegó a la ciudad de Luxor, y desde allí se extendió por todo el mundo. Desde las primeras reseñas aparecidas en la prensa europea en diciembre de 1922 se creó un clima de expectación ante un hallazgo que aún reservaba sorpresas.

En efecto, tras explorar las dos primeras estancias de la tumba, la Antecámara y el Anexo, en febrero de 1923 Carter penetró en la Cámara Funeraria propiamente dicha, donde descansaban los sarcófagos del faraón, así como en otra dependencia conocida como el Tesoro.

 

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En febrero de 1923 Carter penetró en la Cámara Funeraria propiamente dicha

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En los dos años siguientes, la apertura del ataúd del faraón y la aparición de su momia marcaron el punto culminante de lo que se conoció como el descubrimiento arqueológico del siglo. Desde un principio, lord Carnarvon tuvo muy claro que había que aprovechar el interés del público por la tumba de Tutankamón, al menos para recuperar una parte de la fortuna que había invertido en los últimos años en excavaciones en Egipto.

El conde inglés, al contrario de lo que normalmente se piensa, era una persona con una sensibilidad muy especial para el arte y la arqueología. No era ningún esnob o advenedizo de la egiptología, un aristócrata adinerado que dilapida su fortuna en un capricho temporal. Tanto él como su esposa, lady Almina, apoyaron siempre a Carter en un proyecto de cuya importancia fueron conscientes desde un principio. Pero eso no impedía que también buscaran algún tipo de rentabilidad económica.

Una exclusiva arqueológica

Carnarvon vendió los derechos de la difusión de la noticia en exclusiva al periódico londinense The Times. Éste le pagaría 5.000 libras por contar la historia y además le entregaría el 75 por ciento de los beneficios por la venta de los textos y fotografías a otras publicaciones.

Este acuerdo con The Times evitaba a los miembros del equipo de Carter tener que atender a diario a periodistas que solicitaban entrevistas o información sobre los acontecimientos de cada jornada. Del mismo modo, si alguien quería fotos oficiales de los objetos descubiertos en la tumba debía pedirlas al diario londinense.

Como sólo se podía fotografiar libremente el exterior de la sepultura, había fotógrafos que estaban al acecho de las piezas que se extraían de la tumba de Tutankamón para llevarlas a la cercana tumba de Seti II, donde se había instalado el laboratorio para consolidar y restaurar los objetos. En cierta ocasión, Carter contó hasta ocho disparos para fotografiar unas vendas que nada tenían que ver con Tutankamón, sino que procedían de otra tumba.

 

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El interés por Tutankamón creció como la espuma.

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El día de la apertura oficial de la Cámara Funeraria, el 17 de febrero de 1923, Carter hizo que uno de sus obreros saliera cada poco al exterior para dar información a los medios internacionales allí reunidos. Primero, el egipcio habló del hallazgo de tres momias. Luego eran cinco y finalmente ocho, junto al descubrimiento de la enorme estatua de un gato. Todo era falso. Solo The Times dio la noticia correcta de la aparición de una pared de oro, que se correspondía con la más externa de las capillas de la Cámara Funeraria.

El enfado de Carter

Realmente, lo que buscaba el egiptólogo británico era proteger la excavación y los intereses de la casa de Carnarvon. Por ello, no es de extrañar que se enojara cuando en 1924 la Exposición Imperial Británica celebrada en Wembley, muy cerca de Londres, presentó, sin pedir ningún permiso a los arqueólogos, una réplica de la tumba de Tutankamón.

Aquello le parecía una falta de respeto no sólo hacia su trabajo, sino también hacia la memoria de lord Carnarvon, que había fallecido un año antes. Los encargados de la muestra justificaron su iniciativa diciendo que no habían usado ninguna de las imágenes de Burton para reproducir las piezas, sino que las tomaron de las fotos que turistas y otros medios habían sacado de los objetos fuera de ella.

En cualquier caso, el éxito de la reproducción de la tumba fue enorme e hizo que el interés por Tutankamón creciera como la espuma. Las visitas de personalidades ilustres fueron otro modo de dar publicidad al descubrimiento de la tumba. La reina de Bélgica, Isabel Gabriela de Baviera, fue la gran estrella en la apertura oficial de la Cámara Funeraria. Entusiasta del antiguo Egipto, tenía muy buena relación con lord Carnarvon y, por extensión, con Howard Carter.

La amistad llegó hasta tal punto que hoy podemos ver en el Museo de Arte e Historia de Bruselas algunas piezas que vienen de la tumba del faraón niño. En efecto, en sus visitas a la tumba Carter regaló a la reina Isabel varios amuletos de azadones y un fragmento de apenas unos centímetros del lino que cubría una de las capillas de la Cámara Funeraria. Hoy pueden verse en la sala de arte egipcio del mencionado museo.

Gira triunfal

Otra vía de difusión del descubrimiento fueron las conferencias que Carter realizó por todo el mundo después de que un conflicto con las autoridades egipcias lo llevara a dimitir junto con su equipo en febrero de 1924. El arqueólogo comenzó entonces una gira de conferencias por numerosos países. Amigo del duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, Carter visitó España a finales de ese mismo año y los días 24 y 26 de noviembre dio dos conferencias en Madrid.

Pero lo que pocos saben es que su cena con Alfonso XIII le permitió recuperar su permiso para trabajar en Egipto. El rey español medió con la diplomacia egipcia gracias al rey Fuad. La casa de Alba conserva el telegrama de la embajada española en El Cairo en el que se dice: «Arreglado asunto Carter Valle [de los Reyes] […]. Carter autorizado continuación trabajos buenas condiciones. Ruego le comunique grata noticia».

Nace la Tutmanía

El impacto del descubrimiento de la tumba de Tutankamón recorrió un mundo sin redes sociales ni internet. Rápidamente el faraón se convirtió en un referente de la cultura popular, protagonizando lo que se denominó la Tutmanía, una versión muy particular de la egiptomanía en la que todo gira alrededor de la figura del faraón niño y de los grandes iconos artísticos de su tumba, como la máscara o el ataúd de oro.

La figura de Tutankamón apareció en las más variopintas creaciones: canciones ligeras, vodeviles, espectáculos de magia, películas de éxito... Las referencias solían situarse en un registro frívolo o humorístico. Por ejemplo, la canción Tut-Ank-Amon escrita para Carlos Gardel en 1924 empezaba: «Al aparecer Tut-Ank-Amon / hizo entre las damas sensación».

Pero también había creaciones más sofisticadas, como el poema sinfónico En la tumba de Tutakamón, compuesto en 1925 por el músico suizo Alexandre Denéréaz, un enamorado de los tesoros de la tumba. Igualmente, el joyero francés Louis Cartier alcanzó el refinamiento más absoluto con la colección de joyas y relojes inspirada en Tutankamón y en el antiguo Egipto que sacó a la luz en esos años.

Pectorales con escarabeos idénticos a los descubiertos por Carter o puertas de templos de nácar con piedras preciosas dando vivos colores a las agujas del reloj son aún hoy algunas de las piezas más buscadas por los coleccionistas. La Tutmanía no había hecho más que comenzar.

Algunos investigadores señalan que la egiptomanía nació con la expedición de Napoleón en 1798 y la posterior publicación en el primer tercio del siglo XIX de la obra Description de L’Égypte, aunque, en realidad, la fascinación por el mundo egipcio ha existido siempre. Pero no hay duda de que el descubrimiento de la tumba de Tutankamón en 1922 echó más leña a un fuego que, un siglo después, nos sigue abrasando con verdadero deleite.