ELMUNDO.ES | SUPLEMENTOS | MAGAZINE 459 | La peor madre del mundo
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La hija. Joan y Christina Crawford a finales de los a�os 40. La actriz adopt� a su hija mayor en 1939.
La hija. Joan y Christina Crawford a finales de los a�os 40. La actriz adopt� a su hija mayor en 1939.

La peor madre del mundo

Para el p�blico era una generosa estrella de Hollywood, ganadora de un Oscar, que ante la imposibilidad de tener hijos decidi� adoptar cuatro ni�os. Para Christina, la mayor de ellos, una alcoh�lica neur�tica y maltratadora trastornada con la pulcritud. En 1978, un a�o despu�s de la muerte de su madre, Christina escribi� «Querid�sima mam�», un �xito de ventas en el que destripaba el mito de Joan Crawford. Fue la primera biograf�a de un famoso tan expl�cita y tan dura. Treinta a�os despu�s publica una edici�n ampliada y recibe a una periodista –es la primera vez en una d�cada– para hablar de su «progenitora adoptada».


El �scar. Lo gan� en 1946 y 1963 (en la imagen) lo recogi� en nombre de Anne Bancroft. Con ella, Gregory Peck, Sophia Loren y Fernanado Lamas.
El �scar. Lo gan� en 1946 y 1963 (en la imagen) lo recogi� en nombre de Anne Bancroft. Con ella, Gregory Peck, Sophia Loren y Fernanado Lamas.

La familia. Alfred Steele, su cuarto marido, Crawford, Christina, Christopher y las gemelas Cindy y Cathy, en 1956.
La familia. Alfred Steele, su cuarto marido, Crawford, Christina, Christopher y las gemelas Cindy y Cathy, en 1956.

Los negocios. Al morir Steele, la actriz ocup� su puesto en el consejo de administraci�n de Pepsi. La foto es de 1966.
Los negocios. Al morir Steele, la actriz ocup� su puesto en el consejo de administraci�n de Pepsi. La foto es de 1966.

Madre e hija con Phillip Terry, el tercer marido de Joan Crawford, con el que estuvo casada de 1942 a 1946. "Muy al principio, puede que s� me quisiera", afirma hoy Christina.
Madre e hija con Phillip Terry, el tercer marido de Joan Crawford, con el que estuvo casada de 1942 a 1946. "Muy al principio, puede que s� me quisiera", afirma hoy Christina.

por ELIZABETH DAY


Christina Crawford ten�a 13 a�os cuando dej� de creer que su madre la quer�a. Era una edad bien temprana para ver tan profundamente cuestionada la creencia en la bondad del mundo. Pero fue a esa edad a la que ella recuerda que su madre la agarr� por la garganta, le dio un pu�etazo en la cara y le estamp� la cabeza contra el suelo. «Eso no se olvida nunca», afirma ahora, con 68 a�os. «Se situ� muy cerca de mi cara y se le notaba en los ojos... Cualquiera puede ver que alguien est� tratando de matarle».

Era una caracter�stica de la personalidad de su madre que en ?953 nadie m�s conoc�a. Para el gran p�blico, la madre de Christina no era la t�pica maltratadora con accesos incontrolados de c�lera y alcoh�lica. Para todo el mundo era sencillamente Joan Crawford, la estrella de Hollywood.

En la etapa culminante de su carrera, en los a�os 40, Crawford ten�a fama m�s bien de buena persona. Fue una de las primeras ingenuas del cine, una actriz que hab�a superado una infancia de pobreza para convertirse en una de las mujeres mejor pagadas del mundo del espect�culo. A lo largo de cinco d�cadas, interpret� papeles de protagonista con Clark Gable en Amor en venta o con Bette Davis en �Qu� fue de Baby Jane? y gan� un Oscar en ?945 por el papel principal de Alma en suplicio. Viv�a en una amplia mansi�n en Brentwood, en Los �ngeles, y emple� su dinero en adoptar y educar a cuatro ni�os, uno de ellos Christina. Una decisi�n continuamente elogiada en los extensos reportajes que las revistas dedicaban a la felicidad de su vida en familia. Para Christina, sin embargo, la imagen p�blica era una mentira entre oropeles. «La gente fantaseaba sobre qui�n o qu� era yo, sobre mi vida familiar, la vida privilegiada de la hija de una estrella de cine. Pero yo no ten�a nada de eso».

Un a�o despu�s de la muerte de su madre, en ?977, de un ataque al coraz�n, a los 69, 72 � 73 a�os de edad, seg�n la fecha de nacimiento que prefiriera creer cada cual, se colm� el vaso de su frustraci�n. En ?978 public� Mommie dearest (Querid�sima mam�), una autobiograf�a feroz que retrataba a Joan Crawford como una perfeccionista s�dica, una alcoh�lica propensa a castigar las faltas m�s leves con un rigor desproporcionado.

Fueron las primeras memorias de un personaje famoso en las que se contaba absolutamente todo, el primer libro en el que se hablaba tan abiertamente de una infancia presuntamente marcada por los malos tratos psicol�gicos y f�sicos. El libro caus� sensaci�n y se mantuvo durante 42 semanas en el primer puesto de la lista de los m�s vendidos del New York Times. En los a�os siguientes, los hijos de Bette Davis y Bing Crosby escribieron libros de memorias parecidos en los que sus padres sal�an bastante malparados, y la pel�cula de ?98? que adapt� Mommie dearest, con el mismo t�tulo y Faye Dunaway en el papel protagonista, se convirti� en un �xito de culto. Sobre la reputaci�n de Joan Crawford cay� una descalificaci�n tan feroz que nunca ha llegado a recuperarse del todo.

Perchas de alambre. Hasta el d�a de hoy, la mayor�a de la gente la asocia con una escena vergonzosa que aparece tanto en el libro como en la pel�cula en la que Joan Crawford monta una bronca brutal al descubrir que los vestidos de Christina est�n colgados de unas perchas de alambre. «�Nada de perchas de alambre!» fue una frase que se incorpor� al lenguaje coloquial para expresar la inestabilidad de una madre neur�tica. En otra ocasi�n, Christina recuerda a su madre sac�ndola a rastras de la cama en plena noche, cuando ten�a 9 a�os, para atizarle en la cabeza con un bote de detergente por haberse dejado restos de jab�n en el suelo del ba�o.

Ahora, 30 a�os despu�s de la publicaci�n de Mommie dearest, Christina Crawford vuelve a sacar el libro con pr�logo y ep�logo nuevos, con testimonios de contempor�neos que corroboran sus afirmaciones y con m�s de ?00 p�ginas y fotograf�as que se suprimieron en la edici�n de ?978.

Christina tambi�n tiene sus detractores. A lo largo de estos a�os, varios colegas de Joan Crawford, entre ellos, su primer marido, Douglas Fairbanks hijo, y la actriz Myrna Loy, han puesto en duda los recuerdos de Christina, a la que han acusado de exagerar y fantasear. Dos de los otros ni�os adoptados por Crawford, las gemelas Cathy y Cindy, afirmaron p�blicamente en su d�a que Christina era una mentirosa e insistieron en que Joan era una madre cari�osa, exigente pero nunca maltratadora.

Han pasado tres d�cadas y el conflicto entre hermanas sigue sin resolverse. Tanto Cindy como el �nico var�n adoptado por Crawford, Christopher, han muerto recientemente. Pero la animosidad sigue enquistada en las nuevas generaciones. Casey LaLonde, hijo de Cathy, de 36 a�os de edad, confiesa por tel�fono desde su casa de Filadelfia que su madre a�n recuerda «un hogar en el que reinaba el cari�o. Mi abuela era una madre muy cari�osa, muy protectora de sus hijos, a los que adoraba, una persona maravillosa. Siempre he puesto un cuidado exquisito en no llamar mentirosa a Christina, pero est� claro que su experiencia fue muy diferente de la de mi madre y mi t�a Cindy».

En marzo de este a�o una nueva biograf�a de Joan Crawford arroj� sobre Christina una luz a�n menos favorecedora. Not the girl next door, de Charlotte Chandler, inclu�a entrevistas con la propia actriz en las que �sta cargaba contra su hija adoptada, a la que acusaba de ingrata. Se mencionaba en el libro una cita textual de Cathy Crawford en la que �sta dec�a que Christina «ten�a su propia realidad... No me explico de d�nde sacaba sus ideas. Nuestra mam� era la mejor madre que cualquiera haya podido tener».

Hasta ahora, Christina no hab�a respondido. Sin embargo, cuando me encuentro con ella en su casa de Idaho para su primera entrevista en ?0 a�os, sigue en sus trece. Reconoce que tal vez fuera una ni�a muy testaruda, dif�cil en ocasiones, pero se�ala que su hermano peque�o, Christopher, con quien ella comparti� habitaci�n hasta que cumpli� ?0 a�os, confirm� su versi�n. «Cathy ha hablado sobre su experiencia todo lo que ha querido, y �se es privilegio suyo, pero hab�a ocho a�os de diferencia entre nosotras. Ella ten�a dos a�os cuando a m� me enviaron a un internado. Ella no pod�a saber nada acerca de mi experiencia o de la de Chris, no ten�a ni idea, nada de nada».

Perritos falderos.�Quiz�s, aventuro, las gemelas ten�an una personalidad m�s d�cil y eran menos reacias a someterse a la naturaleza dominante de su madre? Se echa a re�r a carcajadas. «Es posible», responde. «Lo que mi madre quer�a eran admiradores incondicionales y perritos falderos, no seres humanos».

Joan Crawford fue, sin duda, un producto manufacturado desde el primer momento, un mito creado por los magnates cinematogr�ficos. Nacida en San Antonio (Texas), su verdadero nombre era Lucille LeSueur. Su padre desapareci� de su vida cuando apenas ten�a unos pocos meses de edad. Padeci� una infancia llena de privaciones y aquello hizo que aborreciera siempre la mugre y el desorden. Resuelta a escapar de su ambiente, lleg� a ser corista en Broadway hasta que fue descubierta por los jefes de la Metro-Goldwyn-Mayer en ?924.

Le ofrecieron un contrato y montaron un concurso en una revista para escogerle un nuevo nombre, pues la pronunciaci�n de su apellido era demasiado parecida a sewer, cloaca en ingl�s. Joan Crawford fue la propuesta ganadora. Cort� las relaciones con su familia, se abri� paso con u�as y dientes hasta la cumbre y se reinvent� a s� misma como una leyenda sin pasado. Las fotograf�as de la �poca inmortalizan a una mujer extraordinariamente llamativa, con unos marcados p�mulos y unas cejas perfiladas que se arquean sobre unos radiantes ojos oscuros. Se advierte tambi�n una determinaci�n poco com�n en la forma de su barbilla y la actitud retadora de su mirada. M�s que resultar bonitas, las fotos tienen potencia, intensidad.

Su car�cter en�rgico y su rotundo atractivo f�sico suger�an que estaba acostumbrada a conseguir lo que se propon�a. Se cas� cuatro veces, la �ltima con Alfred Steele, presidente de Pepsi-Cola, cuyo sill�n en el consejo de administraci�n ocup� tras la muerte del magnate. Y tuvo un sinf�n de aventuras, tanto con hombres como con mujeres, entre las que hay que mencionar un ligue de una sola noche con Marilyn Monroe. Imposibilitada para tener hijos, los adopt�, para lo que recurri� a intermediarios que le garantizaran que no se le aplicar�an las restricciones habituales a mujeres solteras y divorciadas. Uno de los cinco hijos con el que se qued� en un principio fue reclamado por su madre biol�gica a los pocos d�as. Christina fue adoptada sin problemas en ?939, Christopher, en ?943, y las gemelas, en ?947.

Vista desde fuera, era una familia como de cuento de hadas. Sin embargo, las cosas no eran como parec�an. Aunque Joan le dijo a Christina que su madre biol�gica hab�a muerto al dar a luz, la mujer estaba todav�a viva, en realidad. Christina s�lo descubri� la verdad a principios de los a�os 90, cuando se puso a investigar la historia de su familia biol�gica. Para entonces, sus padres (una estudiante que hab�a tenido una aventura con un hombre casado, un ingeniero) hab�an muerto.

Christina recuerda una infancia marcada por los violentos cambios de humor de su madre; en un momento pod�a estar compr�ndole vestidos de fiesta espectaculares y car�simos y al siguiente atiz�ndole con un cepillo de pelo en el trasero tan brutalmente como para partirlo en dos. «Al principio lloraba», comenta Christina, «luego, ya no. La �nica arma que me quedaba era no dar muestras de ning�n sentimiento». Cuenta tambi�n que, por las noches, a su hermano Christopher lo ataban a la cama con cabos de barco para impedirle ir al ba�o.

�Cree Christina que Joan Crawford la quiso en alg�n momento? «Es posible, muy, muy al principio», admite, «pero no era una persona en su sano juicio. Si hubiese hecho hoy parte de lo que me hizo la meter�an en la c�rcel. Pero nadie hizo nada, a pesar de que todo el mundo lo sab�a: el servicio, algunos vecinos... Era un personaje famoso y los sirvientes ten�an un trabajo que no quer�an perder. Y al final ni siquiera eso. Dej� de haber ayuda en casa porque se hac�a muy dif�cil trabajar a su servicio. La agencia de colocaci�n dej� de enviar gente».

Veneno para las taquillas. Conforme su carrera empez� a declinar, los ataques de c�lera, la afici�n a la bebida y la obsesi�n con la limpieza de Joan Crawford se fueron haciendo m�s marcados. Los directivos de los estudios la declararon «veneno para las taquillas» y su autoestima no volvi� a recuperar los niveles de antes. Para una mujer cuya valoraci�n de s� misma se basaba directamente en su trabajo, aquello represent� un golpe brutal.

El estilo de vida de la familia Crawford, t�pico de los personajes famosos, aparec�a reflejado rutinariamente en las revistas, que contaban hasta el �ltimo detalle de las fiestas de cumplea�os y Navidad de unos ni�os que nadaban en la abundancia. Sin embargo, detr�s del papel satinado y del ruido seco de las bombillas de los flashes al estallar, la realidad era completamente diferente, afirma Christina. A los ni�os se les permit�a elegir un solo juguete cada a�o. Los dem�s se volv�an a embalar y se entregaban a hospitales u organizaciones ben�ficas, a pesar de lo cual Crawford obligaba a sus hijos a escribir tarjetas de agradecimiento por los regalos recibidos que no les hab�an permitido quedarse. Cada una de esas tarjetas era revisada personalmente por la madre, que se las devolv�a con anotaciones y correcciones hasta que quedaban a la altura de sus exigencias. «Era como una marcha de castigo», cuenta Christina. «Una cuesti�n de poder y privaciones. De ni�a, aquello me impidi� tener confianza en m� misma. Me sent�a completamente abandonada».

Termin� por acostumbrarse a la soledad. A los ?0 a�os la enviaron a un internado, pero los estallidos imprevisibles y caprichosos de c�lera materna continuaban durante las vacaciones. Al acabar sus estudios, Christina trabaj� una breve temporada como actriz antes de incorporarse al departamento de promoci�n de la empresa Getty Petroleum. Desde la publicaci�n de Mommie dearest ha escrito unos cuantos libros sobre malos tratos a ni�os y en la actualidad es una defensora decidida de los derechos de los adoptados.

Lleva a sus espaldas tres matrimonios fracasados y tom� la decisi�n consciente de no tener hijos propios. «Nunca he visto un matrimonio o una relaci�n que funcionen, as� que no he sabido c�mo hacerlo, as� de sencillo», explica. «La verdad es que no ten�a condiciones para tener hijos y a ratos me sale un genio violento. Tom� la decisi�n de no tener hijos y nunca me he arrepentido».

Una iglesia y una tienda en ruinas. Durante los �ltimos ?5 a�os, Christina ha vivido en pleno campo, en Idaho, en una casita de madera dentro de una extensa reserva india rodeada de con�feras, praderas y monta�as. Los �nicos edificios que hay cerca son una iglesia y lo que fue una tienda para todo, actualmente en ruinas. No acaba de encajar del todo en un lugar como �ste. Vestida con un elegante traje pantal�n de color verde, una blusa escotada y unas alpargatas de esparto con cu�a, lleva el pelo te�ido de rubio y sus ojos azules quedan oscurecidos la mayor parte del tiempo tras unas gafas de sol. Es una mujer extraordinariamente educada y hospitalaria; proclive de vez en cuando a soltar inesperadas carcajadas.

Es tambi�n, creo yo, una mujer desconfiada. Muchas de sus respuestas van acompa�adas de una mirada fija y penetrante y de cierto recelo en la voz. Cuando le pregunto si el dinero ha sido uno de los factores que motivan la reedici�n del libro, se me queda mirando a los ojos sin pesta�ear durante unos cuantos segundos. «Lo vuelvo a sacar porque sigue siendo uno de los pocos relatos reales, aut�nticos, de malos tratos en el seno de una familia y es importante que siga estando al alcance de todo el mundo», responde.

En su cuarto de estar, amplio y sin tabiques, sorprende de manera inmediata la ausencia de fotograf�as, como si el interior de la casa se hubiera despojado de todo aquello que pudiera recordarle su pasado. De las paredes cuelgan frusler�as an�nimas sin mayor valor (una reproducci�n enmarcada de Shakespeare, un reloj que da las horas con un trino de p�jaros...). A pesar de un breve acercamiento en los �ltimos a�os de Joan, tanto Christina como Christopher fueron excluidos de su testamento, en el que se afirmaba textualmente que la decisi�n obedec�a a «razones que ellos conocen de sobra». Christina impugn� con �xito aquel testamento. Dej� de referirse a Joan Crawford como su madre hace unos cuantos a�os y ahora habla de ella como «mi progenitora adoptada». Es evidente que no la ha perdonado. «Ella nunca asumi� ninguna responsabilidad. El perd�n es un proceso entre dos personas», a�ade.

Ahora reedita el libro. Y la familia de su hermana Cathy ha montado en c�lera. «Christina dijo todo lo que quiso y todo el mundo se enter� la primera vez», comenta Casey LaLonde. «El libro fue una monstruosidad. Los recuerdos que yo tengo de ella son los de una abuela normal, cari�osa, que se desviv�a por cuidarnos. Nunca hubo nada extra�o o perverso en ella. Cuando se public� el libro por primera vez Joan no estaba ya aqu� para defenderse. Fue muy cobarde».

Neil Maciejewski, historiador del cine que dirige una web de homenaje a Joan Crawford, reconoce que la actriz «era alcoh�lica, una mani�tica dominante, y probablemente no era la mejor madre del mundo, pero he dialogado con mucha gente que la conoc�a y tengo la impresi�n de que Mommie dearest no es un retrato que le haga justicia. Recientemente habl� con Betty Barker, que la conoci� bien porque fue su secretaria desde los a�os 30 hasta su muerte. Es una mujer ya anciana que no tendr�a motivo para no decir la verdad y me ha dicho que Joan ten�a sus defectos, pero que de ning�n modo maltrataba a sus hijos».

Es posible, no obstante, que una estrella de cine tan obsesionada con su propia imagen, una mujer tan extremadamente perfeccionista, empe�ara todos sus esfuerzos en ocultar cualquier conducta de maltrato. Christina podr� ser tambi�n muchas cosas como, por ejemplo, una persona sin ilusiones, triste, un poco a la defensiva, pero no da la impresi�n de ser una persona fantasiosa o mentirosa.

«Cruel» con sus hijos. Y tambi�n cuenta con defensores. La fallecida actriz Helen Hayes, cuyo hijo jugaba con Christopher, escribi� en su autobiograf�a que Joan era «cruel» con sus hijos y que sus contempor�neos en Hollywood estaban «enormemente preocupados» por lo que les pudiera pasar a los ni�os. «Habr�a resultado in�til que hubi�ramos protestado», escribi� Hayes. «Joan s�lo se enfadaba con sus hijos y probablemente s�lo daba rienda suelta a su c�lera con ellos».

Quiz�s podr�a haber intervenido, como tantos otros, y haber pinchado la burbuja de silencio, pero Joan Crawford era una contrincante de cuidado. Christina afirma que aquella noche de hace tanto tiempo en que su madre trat� de estrangularla intervino una secretaria que las separ� y llam� a un funcionario de protecci�n de menores para que acudiera a la casa. Seg�n Christina, el funcionario explic� que no pod�a hacer nada; que tendr�a que esperar hasta cumplir los ?8 a�os, en que podr�a abandonar su casa seg�n su voluntad. Si se recib�a alguna llamada m�s en instancias oficiales, Christina terminar�a en un centro de reclusi�n. «Eso me oblig� a pensar de otra manera», explica, secamente. «�Que la v�ctima pudiera ser castigada y el culpable quedara impune...! Eso hizo que me volviera un poco c�nica».

C�nica, pero no aterrorizada. Nunca m�s. «Lo m�s gratificante de salir bien de aquello es que no tengo miedo», afirma. «Si ella entrara ahora por esa puerta le dir�a que no es bien recibida y que hiciera el favor de marcharse, porque eso es precisamente lo que no pude decirle de ni�a». El tono de su voz se ha vuelto casi inaudible y se ha quebrado; pr�cticamente est� hablando en un susurro. Mantiene la mirada unos segundos, se levanta y se pone a trastear en la cocina. Incluso ahora, tantos a�os despu�s, Christina Crawford no quiere que nadie la vea llorar.

+ 'Mommie dearest. 30th anniversary edition' (Seven Springs Press), de Christina Crawford, no est� publicado en espa�ol.



     
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