La ternura (2023), de Vicente Villanueva

Siglo XVI. Impelida por el rey de España Felipe II, la reina Esmeralda viaja en barco con sus dos hijas casaderas, las princesas Salmón y Rubí, para las que se han concertado sendos matrimonios. Pero las tres mujeres concuerdan en que tal panorama no resulta nada apetecible, creen que los hombres son seres insoportables, por lo que propician su naufragio en una isla supuestamente desierta, donde podrá disponer a su antojo del propio destino, en un paisaje idíloco. Pero descubren que en la isla vive el leñador Marrón, con sus dos hijos Verdemar y Azulcielo, precisamente con un deseo semejante, llevar una existencia alejada de las mujeres. De hecho uno de los jóvenes ni siquiera ha visto nunca a una mujer, piensa que son monstruos espantosos. Las recién llegadas vestirán atuendos masculinos, bigotes y barbas postizos, más cascos guerrero, y simularán ser varones. Con lo que el enredo queda servido, pues surge la atracción.

Adaptación de una obra de teatro de Alfredo Sanzol estrenada en 2017, que bebe de las comedias de enredo de William Shakespeare “Noche de reyes” y “Sueño de una noche de verano” para plantear un esquema de amores alocados y guerra de sexos. La idea es simpática, y ciertamente hay algunos pasajes graciosos; además hay un esfuerzo por mantener la elegancia en los momentos equívocos, y no se ha aprovechado el planteamiento para convertir el film en una trama woke para que cada cual construya la identidad sexual a su antojo, algo que en los tiempos que corren no habría extrañado demasiado. Lo que hay son intercambios dialógicos con cierta chispa sobre los lugares comunes que unas y otros sostienen sobre el otro sexo, y las paradojas de la atracción física que les desconcierta, pues creen al otro un hombre, cuando en realidad es una mujer, y viceversa.

De todos modos, el film que dirige Vicente Villanueva, también responsable del guión, es un tanto irregular. Quizá es mejor que sus anteriores cintas –la esforzada Sevillanas de Brooklyn, la menor El juego de las llaves–, pero el arranque en el océano huele a creación digital a kilómetros, los momentos disparatados del último tramo, con encantamientos, son bastante abruptos, y hay bastantes bromas algo toscas. Pero se aprovecha bien el precioso telón de fondo de las islas Canarias donde se ha rodado, y los actores, especialmente los veteranos Emma Suárez y Gonzalo de Castro, componen bien sus personajes, echándole ganas a la función.