Gertrude Belle Elion y el laboratorio de los 1000 remedios

Gertrude Belle Elion y el laboratorio de los 1000 remedios

Fármacos contra la malaria, la leucemia, la gota, la meningitis, el VIH o el herpes son solo algunos de los remedios que salieron del laboratorio de esta bioquímica y farmacóloga que cambió para siempre la medicina.

Héctor Rodríguez
Héctor Rodríguez

Editor y periodista especializado en ciencia y naturaleza

Actualizado a

George Hitchings y Gertrude B. Elion, 1948
GlaxoSmithKline PLC

A lo largo de la historia, la humanidad mantenido una danza eterna con la enfermedad; una relación compleja e indisoluble. Como una fuerza selectiva implacable, las enfermedades han desempeñado un papel fundamental en la evolución de nuestra especie, desencadenando una carrera armamentística en la que nuestro sistema inmunológico ha tenido que adaptarse constantemente para luchar contra ellas.

Sin embargo, las reglas de esta guerra ancestral se vieron modificadas para siempre con el desarrollo de la medicina y la farmacología. Desde los primeros remedios tomados de la propia naturaleza, pasando por el revolucionario descubrimiento de las vacunas, hasta los actuales avances en el campo de la edición genética destinados a prevenir y combatir enfermedades, en el transcurso de esta lucha por la supervivencia se han producido numerosos saltos cualitativos que han transformado la realidad humana, y que en los últimos 120 años han triplicado la esperanza de vida de nuestra especie. 

Pero si hablamos de algunos de los hitos más significativos en la historia de la medicina y la farmacología, sería imposible, además de injusto, no mencionar a una de las científicas cuyo legado transformó para siempre nuestra relación con la enfermedad. Nos referimos a Gertrude Belle Elion, cuyo laboratorio se convirtió en el crisol de descubrimientos farmacéuticos más revolucionarios del siglo XX.

La historia de Belle Elion comenzó en Nueva York un 23 de enero de 1918, en el seno de una familia de inmigrantes europeos de escasos recursos. La mala posición económica familiar, unido a la situación de Estados Unidos durante la Gran Depresión, motivó que tras acabar su educación secundaria Elion no pudiera ingresar a la universidad. Sin embargo, gracias a sus excelentes aptitudes y calificaciones pudo obtener una beca para estudiar en el Hunter College de Nueva York a la edad de 15 años, dos antes que la media de los alumnos, y donde se licenció en 1937. 

Tras ello, Elion anhelaba continuar su educación superior en la Universidad de Nueva York, sin embargo, la falta de recursos no le permitió seguir ese camino convencional. Su fervor por la investigación la llevó a emplearse de forma gratuita como asistente en un laboratorio químico, labor que combinó con su empeño como docente en la Universidad de Duke y el Hospital School of Nursing de Nueva York hasta que dos años después, en 1939, se inscribió en un programa de posgrado en Química en la Universidad de Nueva York, obteniendo su maestría en ciencias químicas en 1941.

Elion nunca llegaría a obtener el titulo de doctora, sin embargo el estallido de la Segunda Guerra Mundial, al igual que ocurriría con otras científicas de la época, impulsó su entrada al campo de la investigación ante la falta de técnicos. 

La inclinación de la investigadora por la medicina se había gestado en dos momentos clave de su vida: la pérdida de su abuelo a causa de una Leucemia, y el fallecimiento de su prometido a raíz de una endocarditis bacteriana, una enfermedad que tan solo algunos años después habría podido ser combatida con la llegada de la penicilina. Fue así que, tras pasar un tiempo como química analítica en una empresa de alimentación y otro como investigadora en la farmaceutica Johnson & Johnson, una joven Elion obtuvo un trabajo como ayudante del químico estadounidense George H. Hitchings, donde empezó a especializarse en los campos de la farmacología, la bioquímica y la inmunología. 

George Hitchings y Gertrude B. Elion, 1988
Will & Deni McIntyre

La relación establecida con Hitchings, así como con el farmacólogo Sir James W. Black duraría de por vida. Sus investigaciones iniciales se vieron notablemente influenciadas por el descubrimiento, en 1953, de la estructura en doble hélice del ADN. Fue entonces cuando, aún siendo muy desconocidos los ácidos nucleicos, Elion y Hitchings plantearon una hipótesis intrigante: si las células de los seres vivos necesitaban sintetizar ácidos nucleicos, tal vez podrían interferir en el crecimiento de bacterias, parásitos o células cancerosas introduciendo moléculas defectuosas en el organismo.

Esta teoría sería conocida como la teoría de los antimetabolitos, y a partir de ella Elion y Hitchings utilizaron las diferencias bioquímicas entre las células humanas normales y de los patógenos responsables de enfermedades para diseñar medicamentos que pudieran eliminar o inhibir la reproducción de estos patógenos específicos sin dañar las células del organismo que los albergan. 

Los resultados no tardaron en aparecer, y a finales de la década de los años 40, en 1948, los investigadores ya habían sintetizado la 6-mercaptopurina, el primer tratamiento contra la leucemia. Dos años después, en 1950, llegaría la pirimetamina, un medicamento exitoso en el tratamiento de la malaria, al cual le siguieron otros revolucionarios fármacos como el Alopurinol, la trimetoprima o el aziclovir para el tratamiento de la gota, la meningitis o el herpes respectivamente. 

Otros grandes avances que hay que agradecer a los investigadores fue el desarrollo de el fármaco AZT para el tratamiento del SIDA, o la azatriopina, un antimetabolito inmosupresor empleado en los procesos en los que es necesario modificar la respuesta inmunitaria del organismo, como en los trasplantes de órganos, permitiendo aumentar la supervivencia de los trasplantados y disminuyendo el rechazo. 

Los logros de Gertrude Belle Elion no pasaron desapercibidos. Aunque oficialmente Elion nunca obtuvo su doctorado, su excepcional trabajo fue reconocido con 3 doctorados honoris causa de las universidades George Washington, Brown, y Míchigan, así como con numerosos galardones entre los que se incluyen el Premio Nobel de Fisiología o Medicina que recibió en 1988 junto a Hitchings y Black. Sin embargo, su mayor satisfacción probablemente provino de saber que sus descubrimientos farmacológicos transformaron las vidas de miles de personas y brindaron esperanza a pacientes cuyas enfermedades, hasta entonces, parecían incurables.