Baby (2020), de Juanma Bajo Ulloa

Una joven drogadicta da a luz un bebé en su apartamento de alquiler. El lugar es una verdadera pocilga y ella solo parece tener interés en conseguir droga. Decide entonces vender a su hijo y para ello se trasladará a un punto encuentro en una zona boscosa, frente a un lago. Allí dará su bebé a una mujer. Sin embargo, al poco tiempo se arrepentirá y volverá al lugar para recuperar a su hijo.

El director Juanma Bajo Ulloa (La madre muerta, Airbag) lucha por recuperar el prestigio que antaño tuvo en el panorama cinematográfico español. Con Baby firma una película audaz por muchos motivos y da muestras de su talento en diversas facetas; pero no en otras, por desgracia. Plantea en este caso una especie de cuento siniestro sobre la adopción ilegal de niños que trae reminiscencias de las historias retorcidas de los hermanos Grimm y ofrece una amplia imaginería en este aspecto, con la mujer en apuros, la bruja, las hijas raritas, la casa horripilante en medio del bosque.

Lo más llamativo Baby es que es una película muda: ¡no se pronuncia ni una palabra en todo el metraje! Bajo Ulloa intenta aguantar durante más de hora y media narrando únicamente con imágenes, con miradas, con gestos y con la inspirada banda sonora de Bingen Mendizábal y Koldo Uriarte. Hay que reconocer su enorme mérito, pero, también, que hubiera sido mejor recortar la duración muchos minutos, porque el gran hándicap de la película es el guión. La estancia en la casa de la protagonista se acaba haciendo larga, muy larga y repetitiva, sin que la historia avance apenas. Faltan ideas, puntos de interés.

Bajo Ulloa lo centra todo en la angustia de la madre que desea recuperar al bebé sin ser descubierta. Para ello se vuelca en el aspecto visual, recarga la ambientación, el sonido de las pisadas, el uso de escondrijos. En su favor hay que decir que no recurre al susto fácil, sino que prefiere generar turbación por medio del barroquismo en la decoración, de la mugrienta mansión, de las raros habitantes de la casa… Bastante tópico, sin embargo, resulta el manido recurso de la imaginería religiosa. Y hay además en el director vitoriano un cierto gusto por el feísmo, que puede resultar desagradable. La protagonista se pasa todo el tiempo sucia y harapienta y se incluyen momentos escatológicos como vomitonas, juegos de orina, heces. A todo esto hay que añadir su casi maniática atención a los animales (insectos, reptiles, arácnidos, mamíferos, aves), un zoológico silvestre que puebla toda la narración –a veces con imágenes poderosas como la de la araña en el chupete– y si acaso coloca a las mujeres de la historia como una clase más de seres vivos que se alimentan de la debilidad de sus semejantes.

En cuanto al reparto, otra de las audacias del film es que está interpretado exclusivamente por mujeres. Entre ellas, Bajo Ulloa ha contado con dos actrices internacionales para encarnar a las protagonistas, la joven Rosie Day y la veterana Harriet Sansom Harris. Su trabajo es meritorio. Menos convincente está la española Natalia Tena, cuyo personaje no acaba de tener su lugar adecuado en la historia.