(DOC) Matheo García Pumacahua y la Participación de la élite indígena en la vida política de Cusco, dos primeras décadas del s. XIX - VI Congreso Nacional de Historia Cusco 2014 | Gonzalo V. Topayupanqui Escalante - Academia.edu
VI Congreso Nacional de Historia – Cusco 2014 Matheo García Pumacahua y la Participación de la élite indígena en la vida política de Cusco, dos primeras décadas del s. XIX Lic. Gonzalo Valderrama Escalante UNSAAC Introducción El Cusco fue el último bastión del virreinato peruano, una región que hasta en los periodos contemporáneos de la república es uno de los departamentos con una población indígena mayoritaria. ¿Cuál fue el ambiente pre revolucionario en el Cusco de las postrimerías del virreinato? Y en ese contexto ¿cuál fue el papel que jugaron -en el mantenimiento del orden social primero y luego en la participación en las movilizaciones pro independentistas- los miembros de la élite indígena cusqueña? Para establecer un marco temporal, en el cual buscar las respuestas, elegimos empezar la investigación a partir de la figura del Brigadier Matheo García Pumaccahua quien es elegido Presidente Interino de la Real Audiencia de Cusco en 1812, y se encarga de difundir y hacer aplicar la Constitución de 1812, de corte liberal, producto de las cortes de Cádiz. Scarlett O´Phelan, ha analizado los matices de la participación de Pumaccahua en la aplicación de esta constitución, en su ensayo “Dos indios nobles frente a las cortes de Cádiz”. La población originaria se constituye así en actor importante en esta época, en la que el virrey Abascal restaura las milicias, puesto que en la zona de Cusco éstas –en su mayoría- están constituidas por la población natural, y organizadas, comandadas y costeadas por los nobles caciques de las parroquias de indios. Así, la institución del Cabildo de los Veinticuatro Electores del Alférez Real de Indios, será otro de los actores, uno corporativo, en la vida política (festiva y simbólica) del Cusco Virreinal del siglo XIX. Entonces los momentos que la investigación se propone estudiar estarán centrados en la Rebelión de 1814, y luego en la última elección del Alférez Real de Indios Nobles en 1824, en vísperas de la llegada de Bolívar a la ciudad de Cusco. Este segmento de la población, la elite indígena, los indios nobles del Cusco, nos permiten hacer un seguimiento de la posición de las grandes masas indígenas de la región, Luis Durand también hará referencia a lo Inca en los Informes a la corona después de la gran rebelión. Mata linares el 6 de agosto de 1785 se dirige al ministro Gálvez comentando las consecuencias de el estudio y verificación de la genealogía incaica tenía entre los indios: “El mismo sistema que siguió el rebelde Túpac Amaru lo adoptará mañana otro, se figurará descendiente del inca que se le antoje, y como los Indios habrán visto que en la Capital se los reputa, respeta, conserva como tal por los jefes, no tendrá dificultad en creerlo y vencido este primer paso no faltará quien lo eleve y de ideas bien dañosas”. (Durand: 378) “Mata Linares reclamaba se aboliese la elección de un Alférez Real indígena, el cual desfilaba con estandarte distinto al español (singularidad que se daba en Cuzco, pero no en Lima, Buenos Aires o Chile). Sacar dos estandartes –comenta Mata- es “conservar y fomentar más la separación” a la cual califica de “idea de independencia”. (Durand: 378) en la medida en que su prestigio histórico y simbólico les permitía movilizar a la población que estaba bajo su área de influencia. Sobre la idea del inca y de lo inca a principios del XIX Luis Durand en su libro sobre el proceso de la independencia en el sur andino dice: En el Perú y Bolivia el inca y el incanato (el Tahuantinsuyo) llegan a ser mitos que perduran a través de los siglos, dentro de dimensiones y calidades que no hubo en el México de los aztecas”. (Durand: 199) “El inca era la representación mas legítima de la americanidad (lo no español) en la época emancipadora en América del Sur”. (Durand: 202) La investigación se propone entonces ahondar en el tema de la relación entre esta elite indígena y la población india del Cuzco, ante el cambio de época durante la independencia. Superposición de imágenes, pasado presente en el portal Pumaccahua, Plaza San Martin. Retro foto: Alex Cruz Herrera. “Los portales Pumacahua y Zela de la Plaza San Martín, construidos en 1926 bajo el diseño de Rafael Marquina le dieron la monumentalidad que este espacio abierto de Lima necesitaba”. Alex Cruz Herrera 1. De traidor a Prócer de la Independencia. ¿La conciencia de su rol en la historia y la representación de su casta? La plaza de Sicuani es un espacio bien logrado; expresa una combinación armónica entre lo tradicional y lo contemporáneo. (… ) la casa Manzanares, donde se firmó la Confederación Perú Boliviana y que simboliza la unidad del gran espacio andino. Por su parte, el centro de la plaza también es singular; el marco lo componen unos dátiles altos y esbeltos, que muestran el extraño vínculo entre los Andes y el mediterráneo. Pero, al centro se halla la estatua de Pumacahua, un controvertido personaje que despierta odios y pasiones; aún hoy, casi doscientos años después de morir ahorcado. La estatua está inclinada y la mirada caída, dicen los lugareños que se debe a un atentado que sufrió por un profesor de la Universidad del Cusco, quien junto a sus alumnos la derribó, arrastrándola con una camioneta. Resulta que Pumacahua fue clave en la derrota de Túpac Amaru. Cuando la gran rebelión, los curacas se dividieron y mientras algunos apoyaron a Condorcanqui, los otros sostuvieron al Rey. (…) Pumacahua fue recompensado con el grado de Brigadier General, el más alto del ejército colonial en el Nuevo Mundo. Pero, al envejecer, 33 años después de haber derrotado a Túpac Amaru, Pumacahua se sumó a la rebelión de los hermanos Angulo. (…) Esa rebelión fue crucial, porque su dirección reunió a criollos, mestizos y a la elite indígena. Además, teniendo como escenario al sur andino y haciendo del Cusco un vértice de la nacionalidad emergente. Si el Perú hubiera nacido en esa ocasión, otra sería la historia. (…) Al acercarse 200 años de la independencia, su trayectoria merece ser recordada como un caso único. Expresa la progresiva pérdida de poder de la elite nativa, que se desvaneció luego de su gesta. Después de Pumacahua, lamentablemente, el Perú naciente no tuvo dirigentes indígenas. (Zapata 2009) La historia del atentado contra la estatua de Pumaccahua es algo más que anecdótica, viene a representar lo que Zapata señala bien, odios y pasiones en torno al nacimiento del Perú como República, y sobre el rol de las grandes mayorías poblaciones y sus élites, indígenas y criollas. Y su gesta, al igual que la de José Gabriel Condorcanqui se presta a la ucronía, a imaginar un Perú diferente y más justo para con las grandes mayorías de ascendencia indígena. Sin embargo, esta participación indígena en la larga gesta por la emancipación se circunscribe al debate de la independencia concedida, versus el estallido social de las masas en las primeras décadas del XIX. David Cahill en su texto “Una visión andina: el levantamiento de Ocongate de 1815” nos puede servir como marco referencial para establecer un derrotero de investigación. Así, Cahill parte de la siguiente observación: “el hecho de hasta qué punto el movimiento de 1814 fue un movimiento indigenista, ha sido sin embargo poco considerado”. (Cahill: 134) Argumenta que la documentación sobre el levantamiento es pobre, y el grueso de ella se refiere al aspecto urbano de ésta en menoscabo de los sucesos y participación de los sectores rurales, por eso: “no es sorprendente que los principales estudios modernos sobre la revolución hayan estado necesariamente circunscritos al carácter urbano de la documentación existente (Cornejo Bouroncle 1956; Aparicio Vega 1974; Aparicio Vega, Manuel Jesús. El clero patriota en la revolución de 1814 Cusco, 1973, 353 p. Hamnet 1978; Fisher 1979)”. (Cahill: 134) El estudio de Cahill nos sirve como punto de partida en tanto se trata de “una insurgencia indígena en la provincia de Quispicanchis, centrada en Ocongate, que inicialmente formó parte del movimiento de 1814, pero que difería en los ideales de los revolucionarios del Cuzco en muchos aspectos importantes. Al hacerlo se espera restaurar la dimensión “andina” de la revolución de 1814” (Cahill: 134). El autor comienza exponiendo el panorama y las complejidades de los cambios económicos y políticos de las últimas décadas del XVIII y primeras décadas del IXX, periodo signado por una mayor presión fiscal y cambio de las capas intermedias que ejercían en control directo de la población aborigen entre 1783 y 1814. Las matriculas de contribuyentes de 1783 y 1785 fueron rehechas luego cada cinco años, evitando el ocultamiento de contribuyentes, hasta esas fechas se hacían cada 30 o 50 años, o incluso cada 100 años. Eso provocó un malestar social, porque se redistribuían las tierras después de cada revisita. Se socavó de esta manera la estratificación social indígena, puesto que; quienes nunca habían sido tributarios, los indios nobles, o los indígenas miembros de batallones militares, pasaron a tributar. Esta estratificación social del Cusco, recordemos los argumentos de Rowe en su ensayo sobre el Movimiento Nacionalista Inca del s. XVIII: “era en esencia una continuación del altamente estratificado sistema social del Cuzco incaico”. (Cahill: 136). La participación o no de caciques en la rebelión de 1780 hizo que luego se desgastase la estructura de la autoridad indígena en la sierra sur. Hubo una “captura” de los cargos indígenas por criollos y mestizos. Entonces, ¿cuál fue la respuesta?, la hipótesis de Cahill es que la Gran Rebelión y los levantamientos oscurecen que: “el principal medio de resistencia indígena en el periodo colonial no era la protesta política pública expresada en motines, revueltas, rebeliones e invasiones de tierras, sino más bien el litigio a través del sistema judicial, corrupto, aunque esto era generalmente a nivel local”. (Cahill: 138) En 1787 se funda la Real Audiencia de Cusco. Esto hizo fácil y barato hacer llegar protestas, pero hacia 1800 la gente india se dio cuenta que tanta protesta era inútil. Sin embargo, después de la gran rebelión, la fuerte presencia militar en la zona de Cusco hacia que una revuelta violenta fuese incluso “suicida”. La posición de Pumaccahua como Presidente Interino de la Real Audiencia de Cusco debió colocarlo en una posición extremamente conflictiva, para con todas las partes involucradas en las demandas que allí se atendían: “Cuando estalló la revolución de 1814, la Audiencia de Cuzco fue vista, paradójicamente, como enemiga por los criollos locales, cuya excesiva explotación de los ayllus trató de controlar, y por la sociedad indígena, precisamente porque la Audiencia no logró controlar tales abusos”. (Cahill: 140). No obstante, si nos ponemos en los zapatos del Brigadier, sus numerosos méritos y reconocimientos, debieron llenarlo de una sensación de optimismo respecto al futuro de su patria y de los suyos, aquellos de naturaleza índica. Ya que en el interregno liberal entre 1808 y 1814, capturado Fernando VII, tal y como siglos atrás lo fuera Atahuallpa, nuevas puertas se abrían para la configuración de un orden social y político radicalmente distinto al del absolutismo español de los borbones, quienes se veían ahora derrotados y humillados, una suerte de justicia histórica caía sobre ellos, “todos sabían, el tayta español había sido barrido del poder por un conquistador extranjero, de la misma forma que el ultimo Inca había sido capturado y humillado por Pizarro”. (Cahill: 147) y tras tres siglos de dominación, las élites indígenas no sólo se sentían en capacidad de dirigir y ocupar los puestos de los antiguos amos, sino que en la practica habían ganado muchos espacios de poder y de prestigio, incluso a pesar de las restricciones recomendadas por Mata Linares. Estas expectativas se veían reforzadas por las noticias de ultramar, y por los discursos que empezaban a bullir entre los peninsulares durante las Cortes de Cádiz: “en la teoría jurídica española había un corpus de obras que sostenían que, en caso de que el monarca estuviera ausente o fuera incapaz de reinar, la autoridad debía volver al pueblo. Esto era lo que proveía la base para la validez de las juntas revolucionarias de España y, finalmente, de las cortes de Cádiz. Por supuesto que los americanos la interpretaban como que la autoridad era devuelta a los americanos mismos”. (Cahill: 141) Pero, este optimismo pronto se vería enfrentado con la dura realidad de la derrota de Napoleón y sus planes. Fernando VII es Rey nuevamente desde diciembre de 1813 y lo sería hasta su muerte en 1833, época en la cual el absolutismo español renovaría sus ímpetus. A este periodo se le ha llamado como una etapa de “confusión administrativa”. Por ejemplo en agosto de 1811, los caciques y los ayllus reales de San Jerónimo pagaron 176 pesos 4 reales por el arrendamiento de sus propias tierras, que eran suyas desde varias generaciones atrás. Se trataba de una autentica falta de brújula, las noticias y rumores se sumaban a las expectativas de la población y de sus regentes: “En 1811 el cura de Yaurisque, partido de Paruro, explicó la abolición del tributo por las Cortes a sus feligreses de tal modo que ellos entendieron que en lo sucesivo no necesitarían tener consideración a cualquiera de los “jueces” (…) en 1812 se suponía que Marcos Garcés Chillitupa, el poseedor del prestigioso cacicazgo de Oropesa, había incitado a sus indios a desobedecer a cualquier “juez español”, y que ahora no tenían otro jefe que él (…) Quizás de mayor significado aún fue que él predicó que venía un tiempo en el que ellos regresarían a ´antiguo ser, y modo de vivir por haberse coronado ya en el Perú un descendiente del último rey del Perú´”. (Cahill: 144) La Fuente: ADC Intendencia, legajo 149 “Sumaria información recevida a pedimento del D. D. Juan José Palomino Cura propio de la Doctrina de Oropesa, contra Dn Marcos Chillitupa”. 1813 Es interesante ver que esta subversiva posición fue pasada por alto por el oidor, en razón a una obviedad, que Pumaccahua era entonces el Presidente Interino de la Audiencia. Y que Marcos Garcés Chillitupa era considerado como uno de los miembros más importantes de la nobleza indígena cuzqueña. Su estirpe se remontaba hasta Huayna Capac, por sus credenciales y documentos presentados por él entre 1771 y 1783, derechos por los cuales había reclamando el cacicazgo de Zurite. Además Marcos Chillitupa, había luchado junto a Pumacahua en 1780, comandando tropas. “Aún en 1812, como teniente coronel, su prestigio y experiencia militar lo hacia potencialmente un peligroso foco de descontento. Si nada salió del caso Chillitupa, queda como una muestra clara del potencial transformador que la influencia de los acontecimientos e ideas peninsulares entre 1808 y 1812 podía tener en los, hasta ahora, miembros leales de la nobleza indígena, especialmente entre aquellos de rango militar”. (Cahill: 146) Si bien fue un tiempo de “confusión administrativa”, esta desorientación debió abarcar más campos del orden social del Cusco de la época, teniendo un indio noble como máxima autoridad, la élite criolla no se sentía cómoda del todo, de ello será representativa una patética carta del Brigadier quejándose ante el Virrey del menosprecio del que es sujeto por su “naturaleza índica”. En este contexto es que Cahill describe los acontecimientos del “movimiento de Ocongate”. Para empezar el Alcalde de Ocongate Mariano Damasio Aparicio era un criollo, de ideas “progresistas” si cabe la palabra, por su adhesión a los principios de la Constitución de Cádiz, y por su inicial apoyo al accionar de las masas indígenas en su jurisdicción. Entre agosto de 1814 y febrero de 1815, un indio de Ocongate, Jacinto Layme viajó cuatro veces al Cuzco a ofrecer sus servicios a Pumacahua y los Angulo. Dijo haber sido nombrado general de los indios, para apoyar la “revolución de la patria”, como era conocido a nivel local el movimiento. Luego en el proceso que se le hace en 1817, un testigo dijo que el alcalde en un primer momento dio apoyo a Layme, dio dinero y coca, e instrucciones para armar y organizar militarmente a la indiada. Pero luego, cuando vio que 3000 indios rodeaban Ocongate a mando de un antiguo subordinado suyo, y que amenazaban “acabar con todo español”, Aparicio tuvo “un nuevo y muy personal entendimiento del significado potencial de una revolución en los Andes. No es sorprendente que cambiara de bando, ciertamente forzado a hacerlo por las circunstancias aún antes de la contra revolución en la ciudad del Cuzco y de la llegada de la expedición comandada por Ramírez”. (Cahill: 149). ADC, Intendencia, Causas criminales, Leg. 116: “Expediente criminal seguido contra Jacinto Layme y su hijo Carlos Layme por la complicidad en la rebolucion de Ocongate”, 1817; f. 1 Estos tiempos confusos debieron ser extremamente turbios, puesto que José Angulo hizo arrestar a Layme en el Cusco, una muestra clara de la solidaridad entre criollos. Cuando Angulo cae, sus prisioneros son liberados por una mano anónima, huyen hacia el Collao. Allí se encontraron con el cura Ildefonso delas Muñecas, que resistió a los realistas hasta mayo de 1816. Posteriormente Layme negaría haber servido con el cura, es de entender eso, en un proceso de tortura y de confesión, guardarse mayores culpas En 1816 Layme se une a los insurgentes de Marcapata, contra un cura cacique abusivo, recluta más tropas indígenas y marcha sobre Ocongate para recobrar sus bienes embargados. Saqueando los bienes de los criollos de allí, a quienes querían matar. En el mismo expediente citado, esta el testimonio de un runa de Marcapata capturado mientras era centinela que dijo que la idea era “el de acabar con todo español, y mestizo, y existir solamente los indios”. “Hay aquí, entonces, una diferente visión del significado de la revolución del Cuzco de 1814-1815: como una oportunidad para devolver la tierra a los nativos andinos; un momento de venganza, de arreglar cuentas con los opresores de tres siglos, tanto criollos y mestizos como chapetones. La visión del centinela capturado sirve para recordarnos que cada individuo, clase o casta aportaba un significado particular a su participación en la rebelión de 1814, así como en 1780”. (Cahill: 152). Cahill se pregunta por la capacidad de convocatoria de este personaje, allí se introducen otras variables, tales como la persistencia de una religión ancestral, y de la práctica de cultos prehispánicos aún hoy muy arraigados entre la población del sur andino. Si era un simple labrador cómo movilizo tanta gente, Cahill responde que algunos de los testigos lo identificaron mas bien como “de oficio danzante”. La Real Audiencia de Cuzco después de 1787 hizo esfuerzos para limitar las actividades de los bailarines de la región, en parte por que disminuía sus excedentes para tributar pero principalmente “por su potencial para encender disturbios políticos”. Cahill sugiere ver su texto de 1986. Además en el legajo se sugiere que su esposa era una “bruja”. Cahill resalta estos detalles para el tipo de autoridad que tuvieron en ese contexto. El texto de Cahill de 1986 es “Etnología e Historia: los danzantes rituales del Cuzco a fines de la colonia”, Boletín del Archivo departamental del Cuzco, II. 2. Pumaccahua, el León y su reivindicación (¿premeditada?) ante la historia En 1914, El Instituto Histórico de Cuzco, edita una semblanza de Pumaccahua y su gesta con motivo del centenario de su levantamiento, el encargado de la redacción del folleto es Uriel García, y este texto se publica para su circulación gratuita y masiva. Cien años después de su hazaña, prima sobre él la figura del prócer por sobre la del realista. El acercamiento a estas fuentes, y visiones sobre su figura nos da luces sobre la percepción en el tiempo sobre su figura, y sobre el cambio de discursos en torno al nacimiento del Perú Republicano. Todo este material a continuación es una veta rica en postulados no sólo sobre el XIX sino sobre cómo desde la actualidad podemos hacer una relectura de los cimientos de nuestro país plurinacional. Magna revolución que en 1814 se produjo en el Cuzco merced a la iniciativa patriótica de un grupo de ilustres cusqueños (…) Si concluyó en fracaso, no culpemos a los hombres que harto se esforzaron en pro de la patria… reprochemos la inacción suicida, especialmente de los limeños que no procuraron distraer la fuerza realista en la capital del virreinato, porque a haber sido así, la derrota de Humachiri no hubiera sido la pérdida definitiva de la causa emancipadora. (García: 2). Cien años nos separan de los comentarios sentidos de J. Uriel García, y el país sigue polarizado entre los capitalinos, entre la población urbana y la clase media emergente frente a las grandes mayorías de población andina, rural, quechua. Definitivamente el nacimiento del Perú como estado nación no acaba de terminar, y este largo parto, este largo salir de la matriz no está exento de la maldición divina del nacer con dolor. Mientras escribo estas líneas, el Cuzco se halla levantado contra las políticas neoliberales del actual gobierno, y el otro Cuzco, Cajamarca pide la vacancia del actual presidente. Dos siglos nos separan de Pumaccahua, y el tiempo, en su amplitud ilusoria nos sirve para recordar la fragilidad de los grandes personajes. El 9 de diciembre de 1812 llegó a Cuzco la tan ansiada Constitución de Cádiz. Se encontraba de “Presidente accidental de la Real Audiencia e Intendente Interino” el Brigadier Don Matheo García Pumaccahua “que por sus servicios a la corona real había conseguido colocarse en expectable posición, lo que ninguna persona de raza aborigen”. (García: 4). Apenas cinco días después, el catorce de diciembre el abogado Doctor Don Rafael Ramírez de Arellano junto a treinta vecinos de la ciudad presentaron ante el Brigadier una petición para la inmediata jura de la Constitución. Ello nos pinta un escenario de efervescencia social en pro de los cambios liberales que la nueva constitución legitimaba, pero también que quienes por ello reclaman son la élite criolla de la ciudad, y en una suerte de paradoja, quien viene a representar el statu quo precedente es un indígena. Un fragmento de dicha carta esta transcrito en el documento editado por J. U. García: El pueblo conoce su dignidad, respira con honor aquel aire de libertad justa, sacude ese su abatimiento que en su servil sopor le hizo abandonar sus derechos, rinde gracias a la Nación, posee ya una privativa autoridad de transmitir él solo la jurisdicción ordinaria i económica en los Alcaldes y Regidores, mira a los actuales en un esqueleto descarnado de todas sus facultades; por consiguiente no reconoce alguna de estos para poder tolerar ni obedecer otros creados por ellos ni un momento más después del 31 de diciembre; que se sigue: que o se verifica todo lo que exige en lo que resta del mes o se ve el Cuzco acéfalo en Alcaldes i Regidores. Que nadie obedecerá pues ya las gentes para consigo han jurado unánimemente la Constitución i saben que mejor es obedecer la lei”. Esta carta fue firmada por treinta vecinos notables de la ciudad, la respuesta de Pumaccahua corresponde a la de un funcionario de la corona, manda apresar al cabecilla de dicho reclamo. Y a partir de la fecha el Cuzco se verá envuelto en una serie de conspiraciones e intentos de motín. El 9 de octubre de 1813 sucede una intentona de tomar el cuartel. ¿Quién es Pumaccahua a dicha fecha?, no solo es un indio noble, con derecho a portar la Mascapaycha como Alférez Real de Indios nobles, sino es además una persona cercana a las altas esferas de poder del Virreinato. En 1812 el propio Abascal, como medida política, por la enorme ascendencia que éste tenía sobre la población india del Cuzco, la cual le daba el tratamiento de Inca, lo nombra Presidente accidental de la Real Audiencia e Intendente Interino del Cuzco, esto tras su regreso triunfal sobre los insurrectos del alto Perú. Y también en el contexto de que en Argentina se hacía apología a la separación total de la metrópoli, la cual había usurpado y tenía bajo su yugo a los hijos de los incas. En ese contexto, tener un descendiente Inca encumbrado en el poder era una respuesta política a dichos argumentos. Colocando a un indio al frente del Gobierno de Cusco, el Virrey Abascal asestó, ¡Qué duda cabe!, un golpe moral a los insurgentes rioplatenses, que hablaban exactamente de liberar a los “hijos de los Incas”. Pero no midió las consecuencias mediatas de aquel hecho, las reacciones cuzqueñas esencialmente y sobre todo la forma como Pumaccahua sufriría el desdén criollo y mestizo”. (J. J. Vega: 268). Sería un tiempo duro para Pumaccahua, que luego de no ser renovado en su cargo, se retira a su palacete de Urquillos, a la vida hogareña y cómoda, propia de alguien de su posición. Allí recibe la noticia del golpe del 2 de agosto de 1814 protagonizado por los hermanos Angulo. Ya para esa fecha, y en el tiempo entre su salida del cargo y la inestabilidad e incertidumbre política y futuro del virreinato el viejo Brigadier se habría dado cuenta ya de que “Dentro de las estructuras virreinales su raza, su clase –indio noble- nada tenía que hacer, salvo en roles secundarios. Un tardío nacionalismo quechua o indígena afloraría en él, ocultamente, en su altivo corazón de indio segregado”. (J.J. Vega: 268). 1814 sería entonces un año confuso, Pumaccahua recibiría quizás con asombro las noticias sobre el motín en Cusco del 2 de agosto, y en opinión de J. J. Vega, seria esta sorpresa mayor por de quien venía, el Obispo Pérez Armendáriz, quien tuviera participación durante la Gran Rebelión, y más aún por la presencia entre los conjurados del Coronel Saturnino Castro, Jefe de los Dragones de Cusco, quien en la guerra contra los rioplatenses en el Alto Perú fuera uno de los más fieros exterminadores de rebeldes. Pumacahua debió realizar que definitivamente los tiempos eran otros, quizás un Pachakuti empezaba, y la historia reclamaría para sí a héroes y traidores. Y se encontraba ante un tiempo (el kaypacha) que pedía coraje, sangre y una vez más sacrificio. Si las actuaciones de la élite indígena fueron corporativas, como bien señala Mac Cormack, Sabine en: “¿Inca o español? Las identidades de Paullu Topa Inca”. En: Boletín de Arqueología PUCP. Nro. 8. Lima, pp. 99-109. 2004. Pumaccahua para llegar a donde llegó mucha sangre de la suya había derramado: En su campaña contra Túpac Amaru, en la Batalla de Mita Mita, en alrededores de Tinta, en uno de los combates más sangrientos de aquella lucha había perdido en esa sola batalla “trece deudos suyos entre tíos, hermanos y primos”. También había sobresalido en actos heroicos, “En Condorcuyo era él quien se había lucido, salvando inclusive la vida del entonces joven Coronel Avilés, futuro Virrey del Perú”. (J.J. Vega: 258) El 24 de marzo de 1814 queda en libertad Fernando VII, y con ello el absolutismo español intentaría recuperar su pleno dominio de las Américas. Pero los tiempos eran ya otros a este lado de la mar océano. El domino de España sobre sus colonias había recibido un golpe del que ya no se recuperaría. En este contexto es que la figura de Pumaccahua se vuelve emblemática, y es osado aventurarse a intentar penetrar en sus pensamientos, en el coraje que guiaría sus acciones. Juan José Vega intenta una aproximación a su persona y sus acciones: Se dirá que gran parte de su vida peleó por el Rey. Sí, pero lo hizo con coraje propio de los guerreros incaicos. Y aunque mucho más aún, se pueda sostener todavía en pro y en contra del gran jefe quechua evitemos de no exigirle lo que tampoco pedimos a otros protagonistas del drama peruano durante la independencia (…) bajo las banderas del Rey combatieron La Mar, Santa Cruz, Castilla, Gamarra (…) de los cambios de José Baquíjano y Carrillo y sobre todo de las desagradables flaquezas de Torre Tagle y Riva Agüero, que acabarían pactando con los españoles tras ser jefes de Estado del naciente Perú libre. Injusto sería, pues reprochar a Pumaccahua lo que la historia oficial no exige a tantos que involucionaron. (J. J. Vega: 279). Juan José Vega señala que “en un raro arrebato emocional” Jorge Basadre escribió que a la revolución de Pumaccahua vemos: “Con anhelante solidaridad desear su triunfo, lamentar su derrota, porque el éxito de ese levantamiento hubiese sido el éxito del Perú fusionado, ni alejado de lo criollo como Túpac Amaru, ni alejado del indio como la Emancipación sanmartiniana y bolivariana”. En 1814, Pumaccahua a sus 73 años empuño sus armas y con todo su capital, económico, simbólico, su prestigio y su ascendencia se jugó por un Perú utópico para los de nuestra estirpe, las conjeturas exceden al trabajo del historiador y del científico social, pero es imposible no intentar aproximarse a uno de los hombres fundadores del Perú contemporáneo, con todas sus contradicciones, problemas y posibilidades. A la ucronía de Basadre, tengo que observar que el propio Juan José Vega incurre en otra: Indio bravo, Pumaccahua destaca más en este periodo postrero de la sublevación civil. En la misma misiva que le envió a su rival, al sanguinario Mariscal Juan Ramírez, antes de la batalla definitiva (Umachiri) lo amenazó con colgarlo: “le han de tremolar no sólo las manos y sí todo el cuerpo al tomarle cuenta de tantas extorsiones”. A quienes dudan de la actitud de Pumaccahua, les haría bien releer esta carta: su tranquilidad para expresar “vencer o morir que es lo natural a fe de Pumaccahua”, su ira para decirle a su rival que libre a su ejército de “caer en las garras de Pumaccahua, que es un león”. Sin duda la modestia no era su virtud principal; altivo, orgulloso y hasta vano, era ya por esos días Márquez del Perú y Mariscal de Campo. Tal vez, en su íntimo fuero, soñaba con ser Inca Rey. Esto es apenas una sospecha nuestra, pero que coincide con su carácter, encajaría con sus ambiciones; al fin y al cabo Túpac Amaru ya lo había sido y, en 1814 los rioplatenses más autonomistas lo que secreta o abiertamente predicaron la ruptura con España, no dejaban todavía de pensar en restaurar un descendiente de los Incas en el trono de las Américas”. (J. J. Vega: 274). Este esbozo de estudio sobre la figura de Don Matheo García Pumaccahua apunta a insistir en la necesidad de desarrollar estudios más a profundidad sobre sus acciones en el contexto del nacimiento del Perú republicano, así como el de otras figuras pertenecientes a su mismo estamento, como un actor colectivo, cuyas actuaciones fueron desicivas en aquellos momentos que cambiaron la historia del país. Empezando ya con las celebraciones del bicentenario de la Independencia del Perú consideramos necesario reivindicar la participación de la población nativa en esta gesta, entendiento que se trata de proceso, largo, continúo, y protagonizado principalmente por la población local, u originaria. Retrato de Pumaccahua, Templo de Chincheros, Cuzco. Bibliografía Bernales Ballesteros, Jorge. 1971 Pumacahua y los "clarines de chincheros". Cahill, David 1988 Una visión andina: el levantamiento de Ocongate de 1815. En: Rev. Histórica. Pontificia Universidad Católica del Perú-- Vol. 12, no. 2 Cornejo Bouroncle, Jorge 1956 Pumacahua: la revolución del Cuzco de 1814: un estudio documentado. Imprenta Cuzco, H.G. Rozas, 709 p. Eguiguren Luis Antonio 1959 Apellidos y fisonomía moral de Pumaccahua. 1935 La sedición de Huamanga en 1812: Ayacucho y la independencia. Libr. e Impr. Gil. Lima. Durand Flórez Luis 1993 El Proceso de Independencia en el sur andino. Cusco y la Paz 1805. 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