La historia real detrás del trágico accidente que protagoniza la nueva película sobre Ferrari | Relevo
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La historia real detrás del trágico accidente que protagoniza la nueva película sobre Ferrari

El español Alfonso de Portago es uno de los grandes protagonistas del nuevo film, que se centra en las Mille Miglia de 1957.

La actriz Linda Christian besa por última vez a Alfonso de Portago durante las Mille Miglia 1957. /Archivo
La actriz Linda Christian besa por última vez a Alfonso de Portago durante las Mille Miglia 1957. Archivo
Sergio Lillo

Sergio Lillo

Una vida que bien merecería una película propia. Un pionero en los albores del automovilismo. Una familia de renombre y una tragedia de leyenda. Así se resumen los 28 años de Alfonso Antonio Vicente Bias Ángel Francisco Borjia Cabeza de Vaca y Leighton, más conocido por Alfonso de Portago, por su título de marqués, o Fon, como le gustaba que le llamaran. Él es el protagonista de las escenas más impactantes del nuevo biopic sobre Enzo Ferrari -Ferrari-, centrado en aquel controvertido año de 1957.

En la película dirigida por Michael Mann -desde el 9 de febrero, en cines en España- el actor italiano Gabriele Leone es el encargado de interpretar al piloto español. Aunque las licencias creativas son múltiples en la cinta de Hollywood protagonizada por Adam Driver y Penélope Cruz, la figura de De Portago destaca no solo por sus pinceladas de dandi o su arrojo al volante, sino también por la escena más impactante en las casi dos horas de duración.

El incidente ocurre durante la XXIV edición de las Mille Miglia -una carrera entre Brescia y Roma, ida y vuelta, por las carreteras italianas y con cerca de 1.600 km de recorrido-, una cita que se antoja clave para Ferrari, según la película, por la rivalidad que en esos momentos le enfrentaba a Maserati. De hecho, ambas marcas habían batallado los meses antes por ostentar el récord del Autódromo de Módena, donde en unos test falleció Eugenio Castellotti al volante de un vehículo de la marca de Maranello. Este accidente también aparece recreado en el filme, y el coche del italiano acaba empotrado en las gradas vacías del circuito, como ocurrió en realidad aquel 14 de marzo de 1957.

Eugenio Castellotti, en una foto de archivo.  Ferrari
Eugenio Castellotti, en una foto de archivo. Ferrari

Pero la gran tragedia llega hacia el final de la película. Un 12 de mayo de 1957. Casi dos meses después del primer accidente. Las escenas, grabadas en territorio italiano, son sobrecogedoras e incluso demasiado explícitas por momentos, como lo fue el accidente real.

De Portago y su copiloto, el periodista estadounidense y expiloto de la RAF Edmund Nelson, llegaron a cerca de 240 km/h a los alrededores de Guidizzolo, a 40 km de la meta de Brescia. Marchaban terceros en la clasificación, por detrás de otros dos Ferrari y se habían visto con Il Commendatore -como llamaban a Enzo Ferrari- en el último repostaje. Pero nunca pudieron llegar a subirse al podio de una carrera que De Portago nunca quiso correr.

Tras golpear un ojo de gato (pequeño dispositivo metálico y reflectante que separaba ambos carriles), su neumático delantero izquierdo quedó dañado, reventó y le hizo perder el control del nuevo prototipo Ferrari 335 S, con motor V12 de 4,1 litros, que el español nunca había probado antes de la carrera, dado que estaba previsto que corriese sus primeras Mille Miglia con el 250GT al que estaba acostumbrado.

El vehículo salió propulsado hacia una acequia tras pasar por encima de varios espectadores presentes en la cuneta. Nueve de ellos murieron en el acto (cinco de ellos niños), otros cuatro resultaron heridos y los dos ocupantes del biplaza murieron trágicamente. Las crónicas de aquel momento cuentan que el cuerpo del marqués quedó atrapado bajo el coche y separado en dos mitades.

Los restos del Ferrari 335 S con el dorsal 531 de Alfonso de Portago y Edmund Nelson en 1957. Getty Images
Los restos del Ferrari 335 S con el dorsal 531 de Alfonso de Portago y Edmund Nelson en 1957. Getty Images

Avisados por Renzo Castagneto, uno de los organizadores de la carrera, Romolo Tavoni, director deportivo, se desplazó al lugar del accidente. Allí fue recibido con gritos de "¡Delincuentes, habéis matado a nuestra gente!". Y lo que vio el joven directivo fue algo que nunca olvidaría: "Restos humanos, sangre por todos lados, los cascos de los pilotos en la acequia, las zapatillas negras de ciclista de De Portago sobre la hierba, una decena de cuerpos desgarrados", según recoge Luca dal Monte en su biografía referencia Ferrari Rex, biografia di un grande italiano del Novencento.

"Cuando llegué a Guidizzolo, al lugar de la tragedia, fui a un mortuorio del cementerio. Vi restos de De Portago y Nelson junto a otros de otras víctimas. Me impactó. De Portago estaba en dos trozos: piernas por un lado y torso por otro, mientras que Nelson tenía solo media cabeza. Algo horrible. Me encontré realmente mal. Durante un largo periodo de tiempo tuve pesadillas y gritaba por la noche", recordó Tavoni en una entrevista con Scuderia Ferrari Club Riga.

"El accidente de De Portago fue un gran problema, incluso a nivel social. Era un grande de España; su mujer gestionaba sus bancos en América; su madre vivía entre Deauville, Florida y París. Después del drama su madre escribió una carta a Ferrari y nadie más volvió a verla nunca. Estuve con él en Brescia en la mañana de la salida. Desayunamos juntos para decidir las últimas estrategias. Estaba alegre; quería participar en la aventura. Se levantó de la mesa, una chica le pidió un autógrafo y al volverse, sin querer golpeó a un camarero, que derramó la bandeja de leche y té sobre él. Le miré a la cara y de repente se quedó petrificado y pálido. Su mirada había cambiado y era como si estuviera asustado. Yo pensaba que no era nada grave, pero él me miró y me dijo 'Tavoni, en mi país derramar leche y té es malo, es sinónimo de mala suerte. Hoy será un mal día", aseguró el italiano.

"Era muy supersticioso y estaba muy triste sobre ese pequeño incidente, un hecho sin importancia, pero para él fue algo premonitorio. El marqués no estaba convencido de correr y el viernes 10 de mayo le había ofrecido a Luigi Musso que le tomase el relevo. Pero el romano aún estaba recuperándose de una enfermedad y declinó la oferta. Inmediatamente olvidé la bandera caída y las palabras de De Portago... pero cuando llegué con urgencia al lugar de la tragedia, aquellas palabras resonaron en mi mente como pedruscos".

Alfonso de Portago y Edmund Nelson, durante las Mille Miglia 1957. Ferrari
Alfonso de Portago y Edmund Nelson, durante las Mille Miglia 1957. Ferrari

Tras lograr llegar a una villa cercana, Tavoni logró llamar por teléfono a Enzo Ferrari y explicarle lo que había visto. Este, descompuesto, le pidió que facilitase el trabajo de la policía y los carabinieri, y estuvieron en contacto cada poco tiempo durante el resto de la jornada. Mientras tanto, Piero Taruffi (Patrick Dempsey en la película) había logrado ganar la que a la postre sería la última edición jamás disputada de las Mille Miglia, por delante del conde Wolfgang von Trips.

Más allá del escarnio público y editorial -Enzo Ferrari había visto cómo varios pilotos habían fallecido en los últimos años al volante de sus vehículos-, la investigación policial y judicial retuvo a Enzo Ferrari -sin pasaporte ni carnet de conducir- durante los siguientes cuatro años y medio en Maranello por posible "homicidio improcedente". Pero finalmente la justicia le daría la razón, exonerándole de toda culpa y devolviéndole los vehículos requisados.

El duro revés a Ferrari tras el accidente de 1957

La realidad es aún más dura de lo que la película deja entrever. Incluso diferentes organizaciones relacionadas con la Iglesia llegaron a publicar artículos realmente duros contra el empresario italiano, al que la justicia le retiró el pasaporte y el carnet de conducir tras abrir una investigación por "homicidio imprudente".

Los tribunales, según la sentencia a la que ha tenido acceso Relevo a través de la autobiografía del mítico empresario italiano, le investigaron por "haber usado en la XXIV edición de las Mille Miglia en los coches de la Scuderia y en particular en la que llevaba el dorsal 531, pilotada por Alfonso Cabeza de Vaca, marqués de Portago, neumáticos construidos por la empresa Englebert (...) que debido a sus características de construcción y puesta a punto no estaban adaptadas a las prestaciones de los coches".

Restos del Ferrari 335 S de De Portago y Nelson. Archivo
Restos del Ferrari 335 S de De Portago y Nelson. Archivo

El escrito inicial además especifica que mientras que los Ferrari llegaban a rozar los 280 km/h, dichos neumáticos solo estaban diseñados para una velocidad máxima de 220 km/h. Pero el juez deja claro en sus conclusiones finales que "la acusación es manifiestamente infundada", y que estaba basada en afirmaciones del peritaje inicial, que mostraba "contradicciones" e "imprecisiones". Así, se exoneró a Ferrari y a la compañía de neumáticos belga y se le devolvieron los vehículos requisados, así como sus documentos.

"Mis coches fueron secuestrados, fui arrojado a la condena moral públicamente y finalmente denunciado ante los tribunales. Yo callé durante más de cuatro años en espera de la sentencia. [...] Durante cuatro años y medio he estado atrapado, sin pasaporte, en Maranello. No ha sido fácil... ", son las palabras del propio Ferrari, en su autobiografía Enzo Ferrari, le mie gioie terribili; storia della mia vita (mis alegrías terribles; historia de mi vida), publicada en 1962 y revisada en 1980.

La última carta de Fon

La llamada de Ferrari días antes de la carrera para encargarle al marqués de Portago que pilotara uno de los tres nuevos 335 S que iba a alinear en las Mille Miglia sorprendió al español, que no esperaba tener que competir por los mejores puestos de la peligrosa carrera entre las carreteras italianas.

En su última carta escrita la noche antes para su novia, la actriz mexicana Linda Christian -con la que se iba a casar en los próximos meses-, primera chica Bond (1954), De Portago dejaba clara su incomodidad: "Como ya sabes, mi amor, no quería correr, pero Enzo Ferrari me llevó a hacerlo. Espero equivocarme, pero tal vez va a ser una muerte temprana. No me gustan las Mille Miglia, no importa lo mucho que entrenes y memorices la ruta, es casi imposible recordar cada curva de la carretera y el mínimo error de pilotaje puede matar a 50 personas, dado que no se pueden evitar a los espectadores en las calles".

Alfonso de Portago, en una foto dedicada a un amigo suyo.  Archivo Vocento
Alfonso de Portago, en una foto dedicada a un amigo suyo. Archivo Vocento

El español ya había mostrado pare de su carácter en los últimos meses. En una entrevista a comienzos de mayo de 1957, aseguró: "Si muero mañana, lo haré habiendo vivido 28 años de maravillosos".

Quién fue Alfonso de Portago

Nacido el 11 de octubre de 1928 en Londres del matrimonio de Olga Leighton y Antonio de Portago, se crio entre Reino Unido, Francia, España y Estados Unidos y desde su niñez fue un amante del deporte. Su padrino de bautizo fue el rey Alfonso XIII. Ostentaba los títulos de conde de Mejorada, conde de Pemia, marques de Moratalla, marques de Portago y duque de Alagón.

Su pasión por la acción le llevó a sacarse la licencia de piloto de aviación con 17 años... pero la perdió prácticamente de inmediato tras participar en una apuesta por 500 dólares en la que estuvo a punto de estrellar el avión al pasar por debajo de un estrecho puente.

Entre los múltiples deportes que practicó -natación, pelota, tenis, polo...- destacó su presencia en el Grand National de hípica en 1950 y 1952 y su participación en los Juegos Olímpicos de Invierno de Cortina d'Ampezzo en 1956 en el equipo español de bobsleigh.

Alfonso de Portago, compitiendo en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1956. Archivo
Alfonso de Portago, compitiendo en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1956. Archivo

Su estilo desenvuelto, festivo y arrollador iba acompañado de una chaqueta de cuero, el pelo moreno desaliñado y un cigarrillo al borde de sus labios. Cuentan los que le conocieron que nunca llevaba equipaje. Reservaba habitación en hoteles de cinco estrellas y encargaba que le trajeran una muda nueva cada mañana junto a unos pantalones y una camiseta corta negra. Todo nuevo, por supuesto. Después, lo dejaba como regalo para el conserje.

Tuvo dos hijos (Andrea y Antonio) con su mujer, una de las primeras supermodelos, la estadounidense Carroll McDaniel, siete años mayor que él, pero su carácter mujeriego le llevó a vivir numerosas aventuras, la última y más reconocida, la de la actriz Linda Christian.

Así se definía él mismo en una entrevista meses antes de su muerte: "Si hubiese vivido hace 600 años, habría estado matando dragones o ayudando a damiselas en apuros, pero actualmente el único hombre que puede ayudar a una damisela en apuros es un médico".

Otra de sus frases definitorias fue: "Hay un momento en el que el dinero te aburre e incluso las mujeres no te satisfacen más. En ese momento descubres una droga que se convierte en tu todo. Esa droga se llama riesgo".

Alfonso de Portago, con un Ferrari. Archivo
Alfonso de Portago, con un Ferrari. Archivo

Con Enzo Ferrrari entabló una gran relación desde principios de los 50, tras correr con sus vehículos en carreras de resistencia, dar el salto en 1956 a la Fórmula 1 (convirtiéndose en el primer español en hacerlo para la marca del Cavallino Rampante) y su podio en el GP de Gran Bretaña 1956 -el primero de un español en la categoría reina-, en su segunda carrera con el D50 en el Gran Circo.

"Era un hombre de extremo coraje físico, que lo llevaba de una pista de bobsleigh a un circuito automovilístico, de una carrera hípica a no sé qué otro campo deportivo en el que hubiese algo que arriesgar. No sabía retroceder ante ninguna dificultad: después del primer accidente automovilístico en Inglaterra, su empeño y su ambición se hicieron aún mayores. Y era, en términos generales, un hombre insólito, siempre seguido de una fama de Don Juan internacional, no sabría decir cuánto de merecida, siempre parecía como una especie de vagabundo magnífico, por su comportamiento descuidado, su sorprendente estética, su barba larga, sus cabellos largos, la omnipresente chaqueta de cuero y el caminar desgarbado. Entre las mujeres, sin lugar a dudas, impresionaba mucho, porque además era un joven alto y guapo. Pero a mí me ha quedado grabada para siempre su figura de señor, que sabía emerger siempre de la deseada tosquedad en su aspecto", lo definió Ferrari en su autobiografía.

Las revistas deportivas de la época llegaron a decir de él: "Un hombre como De Portago aparece una sola vez en cada generación y sería más certero decir que tan solo una vez en toda la vida. Hace todo de manera impecable; sea el deporte que sea, y es capaz de hablar fluidamente en cuatro idiomas. Puede ser el mejor jugador de bridge del mundo si se lo propone, un gran soldado y, sospecho, un escritor bueno".

'El beso de la muerte'

Una de las imágenes más impactantes de la película y que quedará para el recuerdo es la del beso de Linda Christian y Alfonso de Portago en el repostaje de Roma. Allí, la actriz se acercó a dar ánimos a su pareja sentimental y los fotógrafos inmortalizaron una instantánea de mucho significado. Que se llegó a bautizar como Il bacio della morte en Italia (el beso de la muerte).

El relato de la actriz mexicana aquellos días de 1957 sobrecoge: "Estaba aterrorizada cada vez que sabía que iba a competir y rezaba por él muchas veces. Nunca quería escucharme y me respondía 'Ni por el amor más grande del mundo podría renunciar a correr. No abandonaré el motor hasta que haya sido campeón del mundo'. Sobre todo las Mille Miglia me asustaban. Le pedí que no participase porque era una carrera demasiado peligrosa. Me pidió que le esperase cuando pasara por Roma, donde estaríamos entre los primeros".

Recreación del beso entre la modelo mexicana Linda Christian y Alfonso de Portago con la actriz Sarah Gadon y Gabriele Leone.  Diamond Films
Recreación del beso entre la modelo mexicana Linda Christian y Alfonso de Portago con la actriz Sarah Gadon y Gabriele Leone. Diamond Films

"Allí estuve y le vi por última vez. Fue un encuentro de apenas 45 segundos, lo justo para darle un beso. Le di también un papel, en el que le había escrito la posición de los diferentes rivales en español, para que pudiera gestionar su ritmo. Al final del papel le añadí tres palabras, las últimas de amor que le dediqué: te quiero mucho".