Si Kaili Blues había llamado la atención -entre muchas otras cosas- por un plano secuencia de 40 minutos que seguía a los personajes por todas partes en un intrincado derrotero, en Long Day’s Journey Into Night Bi Gan redobla la apuesta con una búsqueda aún más compleja: el plano sin cortes dura más de 55 minutos (la hora final del film) e incluye audacias tales como un largo vuelo de los dos protagonistas (un hombre y una mujer) sobre una ciudad y un momento en que los personajes giran como si fuera una calesita. Ah, además es en 3D (en la mitad de la película aparece el título y recién entonces hay que ponerse los anteojos) por lo que además es una experiencia realmente inmersiva. Alguno podrá sospechar que se trata apenas de un desafío formal, de un ejercicio de estilo, de un mero capricho, pero lo que esa última parte transmite en términos dramáticos y líricos no es solo un deleite visual (que igual, apreciando semejante proeza, no sería poca recompensa): es cine en estado puro.

Con una apuesta entre melancólica y con muchas escenas nocturnas (por ejemplo, en el marco de un festival musical pueblerino), el film arranca con un preciosismo que remite al cine de Wong Kar-wai con un hombre buscando a su amor perdido, pero luego se va volviendo cada vez más surreal y existencial (hay un permanente uso de la voz en off). La trama tiene sus complejidades (flashbacks al año 2000, recuerdos trágicos como el de la muerte de un amigo, enfrentamiento con un mafioso, etc.).

Si el trayecto laberíntico del protagonista, las relaciones con las mujeres y las insospechadas derivaciones resultan por momentos complejas de entender en todas sus dimensiones, sutilezas y alcances, la construcción del film ya es de por sí algo subyugante, una propuesta sensorial inolvidable. Algo queda claro: con apenas dos largometrajes, Bi Gan está llamado a ser uno de los grandes maestros del cine de los próximos años.






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