Jaime García Terrés en su centenario
Por
Manuel de J. Jiménez
El pasado 8 de mayo, El Colegio
Nacional conmemoró el centenario del natalicio de Jaime García Terrés con una
mesa coordinada por Christopher Domínguez Michael y donde participamos Selma Ancira
y un servidor. El siguiente texto es una versión recuperada de la primera parte
de mi intervención, editada y ajustada para ser leída, donde intento situar al
homenajeado en el mundo de los abogados-escritores y visibilizar los hallazgos
de su tesis de licenciatura.
Primero, plantear mi situación
anómala en esta sala, no solamente quizás por lo que se dijo de la nueva
generación, sino porque –si ustedes vieron el afiche o el cartel– dice Facultad
de Derecho o UNAM ¿Por qué vengo de la Facultad de Derecho? ¿Por qué me
interesó Jaime García Terrés? Pues, como muchos de ustedes saben, Jaime García
Terrés fue abogado de formación: estudió todavía en la Escuela Nacional de
Jurisprudencia.
Yo desde hace tiempo he estado interesado
en revisar las relaciones interdisciplinarias entre derecho y literatura. Era
el típico alumno de la Facultad de Derecho con crisis vocacional. Por un lado,
me interesaban las letras, palpitaban en mi corazón y en mi ser y, por otro
lado, tenía que acudir –como diría Nicolás Guillén– a la aridez de las clases, dentro
del aula de los abogados. Tarde o temprano, me di cuenta que había una gran
tradición de abogados que se dedicaron a la literatura, ya sea como escritores,
editores o traductores –los menos– y, entre ellos, estaba don Jaime García
Terrés que, si para ellos (Christopher y Selma) es “don” Jaime, para mí sería
“don-don” Jaime o algo así…
En ese sentido, me di cuenta que
en Estados Unidos existía un movimiento que hermanaba estos saberes, que es
conocido como Law and Literature Movement, y existían grandes juristas,
grandes filósofos del derecho y también gente de letras, como Stanley Fish, que
trabajaban esto. Entonces yo dije, bueno, qué hay de nuestra tradición en
América Latina y México. Por eso me he dado a la tarea de buscar a esos
intelectuales, a esos abogados, a esos escritores que justamente hicieron este
puente. ¿Qué era lo que pasaba? Que muchas veces se acababa la carrera de
derecho únicamente como un trámite en una cultura letrada, institucional, de
principios del siglo XX, todavía hasta cierto punto vigente, y ya después se
dedicaban a las letras, a lo que les apasionaba. Quiero pensar, por ejemplo, en
Carlos Fuentes, quien termina la carrera, todos los créditos [sin titularse],
aconsejado por Alfonso Reyes, quien a su vez aconseja a Jaime García Terrés.
El propio García Terrés menciona
que, en la dedicatoria de Visión de Anáhuac, Reyes lo conmina a creer en
los votos entre las letras y las leyes. Yo creo que así lo hizo, porque
realmente uno puede rastrear que en muchas partes la formación jurídica, el
pensamiento legal, sobre todo, pensando esto a la luz y el horizonte de la
justicia, se palpa en sus ensayos y poemas. Tiene algunos poemas políticos muy
interesantes, una “poesía cívica” –que él mencionaba– y en sus ensayos, por
supuesto. Ahorita que Selma hablaba de El reloj de Atenas, García Terrés
describe justamente toda la labor diplomática y el estertor que se dio en ese
golpe de Estado que instaura la “dictadura de los coroneles”. Entonces también
uno palpa el oficio diplomático de don Jaime y su conocimiento amplio del
derecho internacional público. No dejó de ser abogado, mucha gente cree que se
dedicó completamente a la edición o a la traducción o a la poesía –que
realmente el centro es la poesía, es el epicentro de su actividad intelectual–,
pero ahí está también el elemento jurídico que se puede ir observando entre
líneas, si se quiere.
Por eso me interesó la figura de
Jaime García Terrés, investigando me di cuenta que su primer libro –que lo
tengo aquí– Sobre la responsabilidad del escritor, de 1949, es su tesis
de licenciatura. Es una tesis de licenciatura completamente vanguardista desde
mi punto de vista –no en el sentido de la vanguardia estética, sino en el
sentido de adelantada– por varias cosas. Vemos, por ejemplo, que en esa
tradición de los abogados-escritores, tenemos a los ateneístas. Alfonso Reyes
escribe una tesis sobre la teoría de la sanción, Julio Torri –a quien he
trabajado– escribe una tesis que se titula Breves consideraciones sobre el
juicio verbal en 1913 –un año difícil para nuestro país–, Pedro Henríquez
Ureña escribe una tesis sobre la Universidad y así van varios. La diferencia es
que Jaime García Terrés escribió una tesis donde hace colindar derecho y
literatura. Ya desde el título nos damos cuenta sobre el asunto: sobre la
responsabilidad del escritor. Habría que preguntarnos: ¿qué tipo de
responsabilidad? Pues don Jaime habla sí de la responsabilidad jurídica, porque
es una tesis de leyes, pero también habla de la responsabilidad moral en una
tradición larga donde el intelectual, el escritor, tenía que responder ante los
problemas de una sociedad. Quiero pensar en la amplia literatura del siglo XIX,
donde había una labor de educación cívica, donde había también un
desdoblamiento en favor de la ciudadanía: el escritor tenía un papel activo. Don
Jaime recupera esto. No solamente desarrolla esta situación; estudia la censura
externa, la censura interna –que nosotros la entenderíamos como autocensura–, habla
también del carisma del escritor, el papel social, como ya se dijo.
En una parte, muy interesante,
que tiene que ver más con aspectos puramente jurídicos-constitucionales, nos sugiere
que el Estado tiene la responsabilidad de brindar los bienes y servicios
culturales para que el escritor pueda desenvolverse. No solamente tiene que
garantizar la libertad de expresión en el contexto de las garantías
individuales, de la Constitución de 1917, también tiene que brindar estos
medios para la realización de su actividad. Eso, quiero decirles, es
relativamente reciente a partir de la reforma de junio de 2011 donde se consagran
en el artículo cuarto los derechos culturales y los derechos humanos. Entonces
vean el horizonte adelantado, de pensamiento jurídico, que tenía don Jaime. Ya
su tesis de licenciatura, de una u otra manera, nos da cuenta de esto.
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