Canción para Jenny - Levante-EMV

Canción para Jenny

Rosana Corral-Márquez se dio a conocer con la novela ‘Si me llegas a olvidar’, una biografía novelada de la anarquista asesinada por el franquismo María «La Jabalina». Ahora en ‘El muro’ nos lleva a un hospital en crisis durante la reforma psiquiátrica de los setenta.

Canción para Jenny

Canción para Jenny

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Vida de tu sombra ¿qué quieres?

Alejandra Pizarnik

Hace unos años leí la primera novela de Rosana Corral-Márquez. No recuerdo cuándo, exactamente. Me entra demasiada pereza para regresar a las fechas antiguas. Y la wikipedia me provoca sarpullidos, aunque a veces recurro a sus medias verdades para ver si la realidad y lo que allí encuentro asumen una mínima correspondencia. Bueno, hace unos años leí Si me llegas a olvidar, una biografía novelada de María la Jabalina, joven anarquista asesinada el 8 de agosto de 1942 en el cementerio de Paterna, en el ,lugar conocido tristemente como el paredón de España. Por favor, dejemos de llamar fusilamientos a los asesinatos franquistas, ¿vale? No puede ser fusilamiento si esa condena viene de un juicio ilegal, sin garantías de defensa, con las sentencias ya firmadas antes de la vista judicial.

Pero bueno, ahora escribo de la segunda novela de una autora que, por las propias circunstancias de su oficio, indaga en lo más profundo de sus protagonistas. Eso que podemos llamar -no siempre con buenos resultados, lo que no es el caso que nos ocupa- psicología de los personajes. Miedo me da muchas veces cuando leo eso. Miedo me da. Sabe de lo que habla esta escritora. Y escribe, por lo tanto, de lo que sabe. Me detengo aquí un instante: escribir de lo que se sabe no quiere decir que la escritura sea algo que discurre sin dificultad. Al revés. Lo decía Faulkner: vamos sabiendo de aquello que escribimos conforme vamos avanzando en la escritura. Así en este libro de hondas y exigentes raíces formales que van iluminando las zonas más oscuras de la condición. Aquellos versos de Anne Carson: «Seguir siendo humano supone romper un límite». Romper un límite. O traspasarlo. ¿Traspasar el muro que se levanta entre el adentro y el afuera de la locura? ¿Para qué ese muro? ¿Con qué intenciones plantarlo entre la realidad y la imaginación? Encarar, atreverse con esos asuntos ya dice bastante y bueno de las intenciones arriesgadas de la autora a la hora de enfrentarse a esas preguntas. Socavar los cimientos de una valla que ciega la posibilidad de un entendimiento entre la reclusión y una libertad que no acaba de cuajar en un tiempo en sí mismo difícil y lleno de complejidades: la transición de la dictadura a la democracia en España. La antipsiquiatría estaba en el candelero. Aunque no supieras nada del asunto (yo mismo), leíamos hasta lo que no estaba escrito. En València, cambiaron de sitio el «manicomio» de Jesús y lo llevaron a Bétera. Empezaban otros tiempos para casi todo. La libertad era la apuesta. Abrir las puertas del encierro y sacar al aire libre los conflictos. ¿Dónde los conflictos, entonces?

Aquí los personajes principales de esta novela tan brillante como -ya lo dije- arriesgada. Porque sabe Rosana Corral-Márquez que sin conflicto no hay buenas novelas y menos aún si se trata de historias como la que se cuenta en El muro (por cierto, hasta ahora no había sacado el título). La doctora Buendía, esa eminencia de la psiquiatría que es Gumbau, y la que para mí es la estrella del relato: esa Jenny que parece sacada de una canción de la Velvet o de los Deep Purple. «Cuando todo acabó, tuvimos que buscar otro lugar…», cantan estos últimos en Smoke on the water, la canción que da pie a uno de los capítulos de la novela. Qué difícil encontrar un sitio para vivir cuando la vida se te ha convertido -o peor: la han convertido otros para ti- en una emboscada. Pero nada de lo que se cuenta, por muy interesante que resulte, valdría la pena si no fuera por la escritura. Una buena historia la arruina una escritura que avergüenza. ¡Ay, cómo abunda hoy día esa escritura! ¡Buena parte de las redes -no todas, claro- erigidas en supremas maestras de la crítica literaria! ¡Qué cruz tantas veces esa crítica analfabeta para la escritura decente! Me paso a otro párrafo porque me van a salir exabruptos irreproducibles para oídos y corazones sensibles.

Novela excelente llena de esos conflictos que juntan las vidas que se viven a un lado y otro del muro. La pregunta que se hace Forugh Farrojzad en uno de sus poemas: «Yo soy un monstruo, pero tú, ¿qué eres?». Regreso al principio de este texto: el adentro y el afuera de la razón y la locura. La muerte que se abisma a cada paso mientras los nuevos tiempos no encuentran la manera de escapar de los viejos tiempos. Qué hacer para no ser otros según las horas del día o de la noche en que los rostros que nos encontramos son como máscaras en un baile de disfraces, un baile que será como la danza macabra de una tragedia anunciada. Dónde fueron a parar las esperanzas, lo que hubo de riesgo en la batalla, los sueños de cambiar el mundo antes de convertirse en pesadillas. El pequeño mundo en que personajes que no fueron grandes protagonistas descubren la grandeza que se esconde en los pliegues de lo cotidiano, lejos ya de las grandes aspiraciones, de lo que pudo haber sido y si llegó a serlo fue de una forma tan distinta… No hablo de abandono, claro que no. Pero sí de no engañarnos a nosotros mismos cuando el mundo sigue a su bola, como en aquella obra maestra y casi clandestina de Fernando Fernán Gómez. Ese final tan agridulce. Un diálogo entre Gumbau y Soledad Buendía en que él le habla de la libertad triunfante en su parcela profesional y en la de los nuevos tiempos. Y la respuesta de la mujer, como si el tiempo tuviera ya un peso desmesurado en sus vidas: «La libertad ya no nos necesita, Paco…». Y la memoria de Jenny que se quedó a un lado y otro del muro. La memoria de Jenny…