'L'amour fou', la repesca de un título clave y poco visto de Jacques Rivette

'L'amour fou', la repesca de un título clave y poco visto de Jacques Rivette

Una película muy distinta, muy parisina, muy de 'entonces' y muy transparente para ver esas esquinas prestigiosas del cine de ahora

Oti Rodríguez Marchante

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El festival de Cannes proyectó el año pasado una versión restaurada de 'L'amour fou' y ahora se estrena en las salas de aquí, lo que hay que considerar como un acontecimiento. Es el tercer largometraje de Jacques Rivette, uno de los puntales de la 'nouvelle vague' y un cineasta incomparable, con un gran desahogo estilístico, con una mirada compleja, un raro sentido del humor y una cultura enorme, lo que deja en la mayoría de sus títulos un poso denso y aromático, como un café turco.

Tras 'París nos pertenece' y 'La religiosa', Rivette se lanzó al rodaje de 'L'amour fou' (1969), con el 'mayo francés' aún en reverberación y con un París que se creía nuevo, y con Bulle Ogier en una de sus primeras e impactantes apariciones en el cine.

No es una película, digamos, fácil, pues a su intensidad pasional le añade una duración de 'serie de plataforma', cuatro horas y cuarto de narrativa variada, expectante, insistente, que atiende, por un lado, a los ensayos teatrales de 'Andrómaca', la obra de Jean Racine; a otra filmación interna y dispersa de esos ensayos, con entrevistas y testimonios sobre la marcha, y también atiende, fuera del teatro, a la relación tormentosa, apasionada y cálida del director de la obra teatral (Jean-Pierre Kalfon) con su mujer (Bulle Ogier), actriz de la compañía que abandona los ensayos por no sentirse en disposición de interpretar a Andrómaca.

Y en esos tres terrenos narrativos, y con un montaje entrelazado y creativo (y hoy, de tan antiguo, muy moderno), Rivette ensarta lo escénico con lo enfermizamente romántico y con unas calles de París y cafeterías como recién horneadas. Las interpretaciones son curiosas, pues se dan de un modo muy atonal en la lectura de los textos de Racine durante los ensayos, y completamente trastocadas y perturbadas en 'la vida real', en el piso que comparte ese matrimonio especial, infantil y delirante.

No se trata abiertamente de hilar el interior de la historia de Andrómaca con los interiores de esos dos personajes inaprensibles, un director ensimismado con su obra y con su mujer y una actriz que no encuentra ni el tono interpretativo ni el tono vital. Pero da continuamente la impresión de sondear a esos personajes al compás, Andrómaca y Claire (Ogier). De la relación de la pareja, además de chispas, recelos, desgarros y 'amor loco', brota una especie de humor frívolo, pueril, en la construcción y destrucción de su vida en común. Sobre las tablas del teatro, la obra es una labor que avanza con torpeza; sobre el piso del hogar, avanza rápida la depresión.

Una película muy distinta, muy parisina, muy de 'entonces' y muy transparente para ver esas esquinas prestigiosas del cine de ahora.

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