Alejandro Dumas lo contó en El vizconde de Bragelonne y Leonardo di Caprio lo encarnó -entre otros- en el cine. Hablamos del misterioso Hombre de la Máscara de Hierro, que estuvo preso en la Bastilla y otras prisiones francesas durante más de tres décadas de la segunda mitad del siglo XVII y cuya identidad nunca se ha podido clarificar. Ello ha originado multitud de teorías y las más atractivas son, como vemos, las que los artistas han aprovechado para sus obras. Ahora bien ¿cuánto hay de real y cuánto de ficción en esa historia?

La referencia más antigua que hay sobre ello es una carta que François Michel Le Tellier, marqués de Louvois y a la sazón secretario de estado de guerra de Luis XIV, le envió a Bénigne d’Auvergne de Saint-Mars, por entonces oficial a cargo del donjon (torre principal) de la fortaleza de Pinerolo, localidad actualmente rebautizada Pignerol y ubicada en el Piamonte, Italia (por entonces territorio francés).

No se trataba de una prisión normal para delincuentes comunes, sino que estaba destinada a condenados por delitos especiales que afectaran a la seguridad del estado, así que habitualmente tenía pocos reos y bastante exquisitos.

El Fuerte de Exilles, una de las prisiones donde estuvo el Hombre de la Máscara de Hierro/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Por allí pasó Antoine Nompar de Caumont, duque de Lauzun, que había renegado del rey después de que éste le prohibiera casarse con la duquesa de Montpensier. También Antonio Mattioli, político transalpino al que mandó secuestrar Luis XIV acusándolo de traición y sobre el que, en el siglo XIX, se generalizó la creencia de que era el Hombre de la Máscara de Hierro debido a su estancia en Pinerolo y a que al morir se escribió mal su apellido en la lápida, poniendo Marchioliv (aunque en realidad no pudo ser él porque nunca estuvo en la Bastilla). Otro ilustre recluso de la fortaleza fue Nicolas Fouquet, marqués de Belle-Île y vizconde de Melun et Vaux, depuesto de su cargo de superintendente de finanzas de Francia por malversación y lesa majestad; en su encierro tuvo como valet (ayuda de cámara) a Eustache Dauger.

¿Quién era ese asistente? En la citada carta, Louvois informaba a Saint-Mars de la próxima llegada de un prisionero todavía más singular llamado Eustache Dauger, al que se debía mantener en relativo aislamiento y ordenarle mantener silencio absoluto sobre las razones de su reclusión. Asimismo, debía asignársele una celda con varias puertas sucesivas para evitar que se le oyera desde fuera y visitársele únicamente una vez al día, para proporcionarle comida o lo que necesitara (que no sería mucho porque, decía el ministro, sólo se trataba de un criado).

Nicolas Fouquet, marqués de Belle-Île y vizconde de Melun et Vaux, retratado por Èdouard Lacretelle/Imagen: dominio público en Wimiedia Commons

En el documento original se aprecia que el texto está escrito con una letra y el nombre con otra, lo que indicaría que la misiva fue redactada por un secretario y luego otra persona, quizá el propio ministro, lo añadió para mantener el secreto hasta el último momento. Por supuesto, eso no impidió que empezaran a circular rumores, entre ellos que se trataba de una identidad falsa y que el individuo en cuestión era el mismísimo mariscal de Francia; se da la circunstancia de que no consta en los archivos que nadie ocupara ese cargo en 1669. Pero Eustache Dauger (o D’Auger) de Cavoye, que tal era su gracia completa, existía, obviamente.

Nacido en 1637 e hijo de un miembro de la guardia del cardenal Richelieu, se convirtió en cabeza de su familia a la muerte de sus progenitores y de varios de sus once hermanos. Su vida, a tenor de los registros, fue bastante turbulenta, viéndose mezclado a menudo en cuestiones tan excéntricas como espinosas, desde una bacanal celebrada durante la Pascua de 1659 en el castillo de Roissy-en-Brie (con agresión incluida al abogado del cardenal Mazarino) hasta una misa negra en la que un cerdo fue bautizado como una carpa para permitir a los participantes comerlo, ya que era Viernes Santo. Asimismo, mató a un joven paje borracho que le insultó, lo que le supuso perder su puesto en palacio. Eso y el ser desheredado, le llevó a meterse en algo más turbio todavía.

Se conoce como L’affaire des poisons (Asunto de los Venenos) un escándalo que sacudió el país entre 1677 y 1682, cuando se descubrió que varios eminentes aristócratas estaban implicados en una trama de asesinatos de sus cónyuges para quedarse con sus herencias. Esa red incluía brujería, alquimia, misas negras y comercio de polvos de herencia (nombre eufemístico que se dio al veneno). Fueron ejecutadas treinta y seis personas y muchas más condenadas a galeras o prisión, pero Dauger logró desaparecer. Posteriormente, documentos familiares demostraron que estuvo cumpliendo condena en la cárcel de Saint-Lazare y falleció en ella, lo que indica que a pesar del nombre no eran la misma persona.

Voltaire retratado por Nicolas de Largillière/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En fin, volviendo al tema principal, todas las peculiaridades que envolvían la triste situación de aquel misterioso preso resultaban secundarias al lado de la que de verdad le dio un aura enigmática y pasar a formar parte de la historia anecdótica de Francia: tener que llevar constantemente una máscara que ocultaba su rostro. Fue Voltaire quien desveló ese detalle dos veces. La primera, en Le Siècle de Louis XIV, una crónica del período del Rey Sol publicada en 1751 y tratada desde una amplia perspectiva (histórica, política, cultural, etc). La segunda, en Questions sur l’Encyclopédie, su obra más larga pero seguramente también la menos conocida, un compendio de las opiniones personales que tenía sobre una variada gama de temas, desde religión hasta historia, pasando por arte y literatura, que escribió entre 1770 y 1774.

En esos libros, Voltaire sienta las bases del imaginario que rodearía al personaje en lo sucesivo. Se basó en testimonios de compañeros presos, a los que entrevistó durante uno de los encarcelamientos que sufrió en la Bastilla. Puesto que había pasado más de medio siglo desde la muerte del reo, que fue en 1703, es más que probable que los datos recabados por el famoso filósofo hubieran experimentado la típica deformación de lo que se transmite oralmente. Por eso le adjudicó al preso una máscara de hierro que en realidad probablemente era de tela o terciopelo -no eran raras en la moda femenina de los siglos XVI y XVII, por ejemplo-, al igual que se atrevía a identificarle; y lo hacía con alguien acorde al secretismo que lo envolvía: sería el hermano mayor de Luis XIV, ocultado por ser hijo ilegítimo. Su alcurnia explicaría por qué, máscara y condena al margen, recibía un trato bastante digno en prisión.

Retrato ecuestre de Luis XIV por Pierre Mignard/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Respecto a esa identidad atribuida, seguramente Voltaire también ignoraba la existencia de la carta de Louvois, así como otros datos referentes al presunto Dauger que escribió el ministro, como que fue arrestado en Calais por el capitán Alexandre de Vauroy, comandante de guarnición de Dunkerque, sin que se informara al gobernador local.

Al parecer, ese militar estaba ausente a menudo con la misión de detener soldados españoles que cruzaban por error la frontera entre los Países Bajos (por entonces parte de la corona de España) y Francia, lo que resultó muy conveniente. Desde allí le trasladaron a Pinerolo, donde llevó una existencia tranquila, contrastando con la de otros presos como el mencionado duque de Lauzun, que enloqueció y trató de escapar varias veces.

Voltaire describe al Hombre de la Máscara de Hierro como alto y hermoso, cosa peculiar teniendo en cuenta que nadie podía verle la cara y estaba atendido por un criado sordomudo. También se decía de él que era elegante en el vestir y que hasta sabía tocar la guitarra. Como Saint-Mars dejó escrito que le veía continuamente «dispuesto a la voluntad de Dios y al rey», solicitó a sus superiores que se permitiera al prisionero servir de valet de Nicolas Fouquet, como reseñamos antes, puesto que el criado de éste, llamado Le Riviére, había enfermado. La petición fue aceptada porque Fouquet tampoco era conflictivo, pero se impusieron dos condiciones: sería sólo hasta que Le Riviére se restableciera y siempre que no hubiera un tercero presente. Ese trabajo parece desmentir que tuviera sangre azul.

Antoine Nompar de Caumont, duque de Lauzun (por Alexis Simon Belle)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Fouquet había sido condenado a cadena perpetua y falleció en prisión en 1680. Al registrarse la celda para recoger sus pertenencias, se descubrió un agujero simulado que comunicaba con la de al lado, ocupada por Lauzun, lo que evidenciaba que ambos habían estado en contacto y que posiblemente el segundo hubiera visto al ayuda de cámara. En consecuencia, se ordenó el traslado del duque a la celda del otro, informándosele de que se debía a la muerte de su compañero y que tanto Le Riviére como su sustituto habían abandonado Pinerolo porque sus servicios ya no eran necesarios. Lauzun debió creerlo, pues fue liberado al año siguiente y nunca dijo nada al respecto.

En realidad se los llevaría consigo Saint-Mars ese mismo 1681, cuando le cambiaron de destino y nombraron gobernador del Forte di Exilles, un castillo medieval ubicado en lo que hoy es la comuna de Exilles (Piamonte, cerca de Turín), que había formado parte del entramado defensivo de los Saboya y ahora estaba en manos francesas. Le Riviére murió seis años más tarde y entonces Saint-Mars y su prisionero recibieron orden de un nuevo traslado, esta vez a Île Sainte-Marguerite, la más grande de las Lérins (un archipiélago que está en el Mediterráneo, frente a Cannes), donde había otra fortaleza denominada Fort Royal, usada como cárcel; allí estaba encerrado, por ejemplo, Claude-François-Dorothée, marqués de Jouffroy d’Abbans e inventor del barco de vapor antes que Robert Fulton.

El complejo se ha aprovechado hoy en día como Museo del Mar (el ferry tarda quince minutos) y la rehabilitación incluye la celda en la que fue internado el Hombre de la Máscara de Hierro. Allí permanecería once años y para entonces su existencia no sólo era ya de dominio popular sino que ese viaje desde Italia fue el que originó la leyenda que recogió Voltaire de que la máscara en cuestión era de hierro, quizá por confusión si alguien la vio fugazmente o de lejos. En cualquier caso, en 1698 Saint-Mars fue puesto al mando de la Bastilla y de nuevo se fue con su recluso, al que «acomodó» en una celda con cama y muebles, pero aislada, de la torre Bertaudière (había ocho torres, cada una con un nombre y el de ésta hacía referencia al albañil medieval que la construyó).

Fort Royal, en Île Sainte-Marguerite/Imagen: Bernard DUPONT en Wikimedia Commons

Un guardia apellidado De Rosarges era el encargado de llevarle la comida, aunque esa exclusividad debió ser relativa si tenemos en cuenta que también el ayudante de Saint-Mars, Etienne Du Junca, lo vio y hasta dejó testimonio de que el reo llevaba una máscara; de terciopelo negro, para ser exactos.

Es más, en 1711, la princesa Elisabeth Charlotte, cuñada de Luis XIV (estaba casada con su hermano pequeño, Philippe), escribió a su tía Sofía de Hannover sobre el personaje, asegurando que era muy piadoso y se le daba cuanto pedía, aunque también le escoltaban dos mosqueteros que debían matarlo si se quitaba la careta. Lo más seguro es que sólo se hiciera eco de las habladurías populares.

Porque, de hecho, el cautivo había expirado el 19 de noviembre de 1703, inhumándose el cuerpo en el cementerio de Saint-Paul -donde se enterraba a los que morían en la Bastilla-, con el mencionado error de la lápida. El óbito no hizo sino agrandar la leyenda. Como dijimos antes, se rumoreó que era un mariscal de Francia, pero también se le identificó con el general Vivien de Bulonde (condenado por abandonar Cuneo ante el asedio austríaco en 1691) y François de Vendôme, duque de Beaufort, encarcelado en 1643 bajo la acusación de planear atentar contra el cardenal Mazarino. Puestos a elucubrar, incluso se habló de Henry, el hijo de Oliver Cromwell, que se habría exiliado de Inglaterra tras la restauración monárquica.

La Bastilla en 1647, dibujada por Jacques Callot/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ninguna de esas teorías tiene fundamento y a la larga la que hizo fortuna fue la de Voltaire: el Hombre de la Máscara de Hierro sería el vástago que tuvo la reina Ana de Austria con el citado Mazarino.

No hay nada que lo demuestre, claro, pero la idea siguió latiendo con múltiples variantes, como que era el padre natural del Rey Sol e intentaba extorsionar al trono o, rizando ya el rizo, un hijo ilegítimo del monarca inglés Carlos II. De todas, la más exitosa fue la que escribió Alejandro Dumas en su novela: se trataba de un hermano gemelo de Luis XIV.

Como ese libro (del que a veces se publica ese episodio de forma independiente) es la tercera parte de la saga de Los tres mosqueteros, también circuló la hipótesis de que el célebre prisionero era D’Artagnan (el verdadero, se entiende, que pasó nueve años en la Bastilla entre 1702 y 1711). Al fin y al cabo, si el Hombre de la Máscara de Hierro continúa dando que hablar hoy es, sobre todo, gracias a las adaptaciones literarias y cinematográficas de Dumas.



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