La pasión de Jaime Humberto Hermosillo | Tierra Adentro
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Cartel de "Doña Herlinda y su hijo" (1985) de Jaime Humberto Hermosillo.
Cartel de “Doña Herlinda y su hijo” (1985) de Jaime Humberto Hermosillo.

La noche que Jaime Humberto Hermosillo murió, Canal 22 transmitió La pasión según Berenice (1976), película que dirigió y en la que actuaban Martha Navarro y el bigotón de Pedro Arméndariz Jr. La película narra la rutina de Berenice entre sus faldas largas y tableadas, sus clases como maestra de taquimecanografía, los rumores sobre las razones de su viudez y un posible incendio provocado que circulan entre sus vecinos, o cuidando a su abusiva madrina en las calles de la provincia mexicana, en la que no puede faltar el cine con intermedios, un restaurante, la tienda de guayaberas y una iglesia: la catedral que resguarda las oscuras confesiones de sus habitantes, lujuriosos y llenos de culpa por haber nacido con genitales que parecen tener vida propia y aterrados del infierno.

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Hay dos escenas que considero geniales y que se quedaron grabadas en mi memoria desde la primera vez que la vi el largometraje en aquel canal de cable nacional, “De Película”, que resguarda la filmografía de Hermosillo con la prolijidad que se merece: aquella en la que Berenice, homenajeando el lascivo arrebato de los personajes de Patricia Highsmith, persigue sigilosamente a Rodrigo, el joven médico interpretado por Armándariz Jr, hasta perderlo en una esquina polvorienta. Cuando su tosca figura desaparece de las pupilas, Berenice se jura a si misma, con la fuerza de un juramento militar: “te voy a tener”.

La otra escena es un auténtico puñetazo punk: Berenice, cegada por la envidia de toparse con Rodrigo en el cine del pueblo rodeado de parejas hetero que se dan besos en los cachetes con las manos sudadas, se dirige al baño, cierra la puerta del cubículo del wáter y, sin desabotonarse el cuello de su asfixiante blusa negra, suelta bruscos movimientos de lo que pareciera ser una masturbación instantánea pero que no estamos seguros porque Hermosillo lo deja a nuestra morbosa imaginación. Hasta que Berenice deja el retrete, nos damos cuenta que lo que hizo fue pintar, encabronada, una verga erecta con huevos y pelos sobre la puerta. Fade out. De vuelta a su lugar, junto a la manipuladora de su madrina y el costumbrismo que la rodea.

Al ver de nuevo aquella secuencia tuve una especie de deja vu esquizofrénico. No tanto con la imagen. Era la sensación de sudorosa frustración sexual la que resonaba en mi memoria. Finalmente di con recuerdo exacto al que me remitía: Erika Kohut, interpretada por Isabelle Hupert, espiando a las parejas de jóvenes teniendo sexo en los asientos traseros del autocinema, oliendo papel higiénico usado de los baños públicos en La Pianiste (2001) de Michael Haneke. La semejanza entre los deseos reprimidos de Erika y Berenice es perturbadora. Con la diferencia que Hermosillo exploró estos deseos 25 años antes que Haneke, con todo y el conservadurismo mexicano propio de aquella época.

Eso era Jaime Humberto Hermosillo. Un director de cine transgresor y adelantado a su tiempo. Fue de los poquísimos directores que hundió su cámara en las tripas de la doble moral mexicana, sin juzgar a sus personajes con el desdén de los que se asumen liberales.

Además de entender a la cámara como un personaje en si mismo con sus propias complejidades analíticas fue, tal vez, el primero en entender las ventajas del cine digital y usarlas a favor del morbo tan arraigado en la cultura mexicana. Intimidades en un cuarto de baño (1989) y La Tarea (1991) son sus ejemplos más sublimes de esa combinación de innovación, video y deseo sexual atravesado por los valores familiares entendidos según la culpa mexicana.

De hecho, a diferencia de Haneke, cuyas cintas explotan las teorías del psicoanálisis desde un pesimismo intelectualizado, Hermosillo era un voyeur que exprimía las delicias de los fetiches eludiendo las trampas de las moralejas sociales y la pretensión. De algún modo, sus personajes siempre encuentran la forma de salir airosos de las condiciones que los oprimen, como los hombres de la compleja y escandalosa película El cumpleaños del perro (1974), que aborda la homosexualidad a punto de explotar en dos matrimonios heterosexuales, sin dejar de reflejar la realidad machista mexicana.

Jaime Humberto Hermosillo fue un pionero en el visibilizar la homosexualidad en México y el deseo femenino, que hierve y se satisface a pesar de la opresión y los prejuicios. La icónica Doña Herlinda y su hijo (1985) retrató con maestría y descarnado humor, el eterno debate de la homosexualidad mexicana: la libertad de ejercer el homoerotismo en una sociedad donde se perpetúan las costumbres que alimentan la homofobia, en ocasiones, incluso por algunos miembros de la comunidad LGBTTTIQA.

Cachondo observador de la doble moral nacional, la filmografía de Hermosillo es abrumadoramente extensa y compleja como para querer saborearla completamente en un texto apresurado, como masturbarse en la oficina, que bien pudiera ser una escena típica del Jaime Humberto Hermosillo más puro.

Que su inesperada muerte sirva para repasar su filmografía donde la pornografía, nunca explícita, es un ejercicio de radiografía al sistema de valores mexicanos, y los deseos que le subyacen.