«Washed Away» es un cortometraje dirigido por Ben Kallam y pretende ser una crítica a ciertas situaciones que se viven en la iglesia protestante. Es importante resaltar que es un video para adultos y con criterio formado. 

El video toca un tema muy delicado, pero frecuente no solo en la iglesia protestante. En la iglesia católica la situación no es desconocida. Especialmente cuando se tiene una participación muy cercana e involucrada en grupos o pastorales juveniles.

No quiero hablar de la situación en sí. Quiero hablar de la importancia del secreto en la confesión, del arrepentimiento, del perdón y el daño tan grande que hacen el juicio apresurado y la vergüenza.

1. El secreto en la confesión

La confesión tanto sacramental como fuera del ámbito sacramental (ejemplo un acusado con su abogado, o un paciente con su psiquiatra) se hace en secreto o en privado no para ocultar las cosas, sino para proteger la intimidad de la persona en primer lugar. Es algo que nace tanto del derecho natural como del derecho divino.

El secreto de la confesión sacramental es sumamente importante. Si bien el secreto sacramental y el secreto que se da en otras instancias tiene el mismo principio, en la Iglesia se adiciona algo aún más grande. Custodiar la presencia de Dios en lo íntimo del ser humano.

Así pues lo dicho en confesión a un sacerdote debe quedar en absoluta reserva, incluso si la persona penitente fallece. Es más, ni al mismo penitente puede hablársele de sus pecados sin permiso suyo, ni obligarlo a confesarse.

El Código de Derecho Canónico, canon 983,1 dice: «El sigilo sacramental es inviolable. Por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo».

Así pues, la confesión no puede ser obligada, ni puede confesarse en nombre de alguien más. La confesión tiene que ser un acto de absoluta libertad, con dolor de corazón y propósito de enmienda. Pero también con la humildad de saberse frágil, necesitado de Dios y amado por Él incondicionalmente.

2. El arrepentimiento y el perdón

Dios nos ama más que nadie, nos conoce mejor que nadie y entiende nuestra fragilidad. Él es nuestra roca y fortaleza. Suena tan sencillo, tan hermoso, pero requiere tanto tiempo y definitivamente de la gracia de Dios para comprenderlo.

El arrepentimiento está ligado a esta comprensión. Entender que nos hemos hecho daño y que hemos ofendido a aquel que nos ama tanto, es la semilla para el arrepentimiento.

A veces los padres podemos entender un poquito mejor esto. Llega un momento en la formación de nuestros hijos en que ellos mismos van descubriendo su camino, van haciendo uso de su libertad. Nuestras enseñanzas de pronto son un fastidio.

Llega el enfrentamiento y de pronto nuestro hijo amado en medio del calor de una discusión nos grita: «¡Te odio!», el padre que ha escuchado esto sabe el dolor que ocasiona. El tiempo nos da la sabiduría para entender que fue el calor del momento, la inmadurez de la edad, el dolor de una herida, en fin.

El amor por encima del dolor

Aunque el dolor persiste, sabemos que por encima de él está el amor que sentimos y el perdón a nuestro hijo llega pronto. Cuando hacemos daño a alguien que amamos profundamente, es natural que llegue el arrepentimiento. Pero primero necesitamos amar.

Podemos estar muchos años en un grupo parroquial. Nos encanta lo que compartimos, los amigos que hacemos, las pláticas, las actividades, y aún así nuestra relación con Dios es pequeña, nuestro amor superficial y la comprensión de nuestra fragilidad pobre.

Por otro lado nuestro orgullo puede ser grande, y nuestra sensación de estar «a salvo» por pertenecer a la iglesia, engaña. Somos frágiles y a veces muy soberbios. Es difícil entender que algo es pecado cuando lo deseo tanto.

Es difícil pensar que he ofendido a Dios con algo que me es tan satisfactorio. Más aún en nuestros días en que la compresión del sacrificio y del amor verdadero han sido o mal enseñados o peor aún, reemplazados por la autocomplacencia y el pasarlo bien siempre.

Parece ser que Dios no es Dios, sino más bien una fuerza universal que se mueve a nuestro antojo si la aprendemos a manejar. Ilusos, si supiéramos algo del amor tan grande que en realidad es Él.

3. La vergüenza y el juicio público. Los grandes enemigos de la Iglesia

Siendo que mi fe es pequeña y mi deseo grande, la confusión y conflicto interior no tardan en llegar. Más aún si se sufre una intrusión a la intimidad. La soledad, el sentirse incomprendido, avergonzado y además ajusticiado públicamente por aquellos a quienes considerabas tus amigos, es algo terrible.

No es raro el rechazo a Dios, a la Iglesia y a todo aquello que me lo recuerde. Cuántos han abandonado la Iglesia a causa de esto. Aquellos que tenemos una mayor formación en la fe, los que participamos de la formación de otros, nos estamos por encima de nadie a nivel jerárquico.

Más bien somos los primeros en servir a Dios. En tratar a cada uno de sus hijos con la ternura y delicadeza correspondiente. Necesitamos ser atentos en nuestro consejo, prudentes en nuestra acción y sobre todo necesitamos revestirnos de caridad y misericordia.

Ayudando primero a que el amor a Cristo sea descubierto y no siendo aquellos que ajusticiaron y enseñaron un amor obligado, castigador, un amor que solo ama al perfecto y desprecia al pecador.