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Muere Jerry Lee Lewis, la �ltima leyenda del rock and roll, a los 87 a�os

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Fue uno de los cantantes m�s influyentes e importantes del rock y un pianista el�ctrico que revolucion� los modales sobre el escenario al ritmo de temas ya cl�sicos como 'Great balls of fire'

Jerry Lee Lewis en una imagen ya m�tica..
Jerry Lee Lewis en una imagen ya m�tica..Michael Ochs ArchivesMUNDO

Las noticias eran malas desde hace tiempo. Jerry Lee Lewis estaba ya muy cerca del final. La �ltima fotograf�a, con su disc�pulo y compinche Kris Kristofferson haci�ndole entrega de la medalla que acreditaba su ingreso en el Country Hall of Fame, ol�a a crep�sculo inminente. A fin de fiesta de un tiempo exagerado. Cuando los j�venes aspirantes, encelados de nostalgia, excitaci�n y furia, absorbieron los conceptos de los viejos maestros, los caminos del blues y el gospel, para parir la m�sica que rompe el siglo como un parteaguas o una avalancha.


Ha sido su publicista, Zach Farnum, el encargado de dar la mala nueva. A los 87 a�os, en su casa de DeSoto, Mississippi, mor�a el �ltimo pr�ncipe del rock and roll. Leg�timo aspirante al t�tulo de rey de los pesos pesados. Lo sac� de la circulaci�n, demasiado pronto, el esc�ndalo de su matrimonio con su prima de 13 a�os, Myra Gale Brown, su segunda esposa, descubierto por los tabloides brit�nicos durante su primera y exitosa gira, en 1958. Para entonces ya hab�a tomado la delantera en Billboard, con singles abrasadores, mitol�gicos y jadeantes, como Whole lotta shakin y Great balls of fire. Debajo de los focos, donde brillaba como una luci�rnaga at�mica, o arrinconado por los medios, del cielo al infierno y viceversa, como sucesor de Elvis Presley en Sun Records o estilista del country, celebrado o contra las cuerdas, fue due�o de un duende inigualable, empapado en todos los g�neros esenciales.

Nacido un 29 de septiembre de 1935 en Ferriday, Luisiana, Jerry Lee Lewis fue un perfecto exponente de la white trash, los pobres blancos del sur de los Estados Unidos. Aquel era un ambiente tan duro como estimulante, mezcla de extremismo religioso e influencias nutricias del blues negro. Cuentan que empez� a tocar muy pronto. Que devor� cl�sicos. Que para cuando llam� a las puertas de Sun Records, los m�ticos estudios levantados por Sam Phillips, meca del rock en Memphis, su arte ya estaba completamente formado. Lleg� en el momento justo, adem�s: Elvis acababa de fichar por RCA y la peque�a discogr�fica necesitaba un sucesor. Lo fue, aunque su propensi�n por el lado salvaje, su actitud kamikaze, le hicieron descarrilar de forma prematura. Como Little Richard o Chuck Berry, cada uno por razones distintas, estaba destinado a ejercer su magisterio sin catar la adoraci�n de la que s� disfrut� Elvis.


Desde luego, impon�a. As� como Johnny Cash ten�a la porte imperial, esp�dica pero sobria, Elvis la gracia felina, Carl Perkins la sombra del maldito y Roy Orbison una melancol�a ahumada, Jerry Lee pose�a un carisma inquietante. Peligroooooso. Su forma de aporrear las teclas ol�a a tugurio barrido por el whisky. Sus berridos eran puro sexo. Su combinaci�n de rythm & blues y rock and roll ol�a a dinamita. Las an�cdotas de su vida estaban a la altura del lienzo. Tiroteos, detenciones, �lceras de est�mago, hijos muertos, tragedias y excesos para acompa�ar su tr�nsito del rock primigenio al country donde encontrar�a un remanso cuando fue expulsado de la primera divisi�n.


De los discos del rock el aficionado y el ne�fito har�an bien con hacerse con sus grabaciones primeras para Sun, de las que existe una magn�fica boxet, con 126 cortes, Sun essentials, que resume aquel periplo m�gico, del 57 al 63. Conviene complementar con el directo Live at the Star Club, Hamburg, que como recordaban en la revista Rolling Stone, �m�s que un disco, es la escena de un crimen. Ni country, ni boogie, ni bop ni blues sino rock and roll como un tiroteo�. Y luego est�n los extraordinarios discos vaqueros, como el sensacional Whos gonna play this old piano, de 1972, con sus vientos mestizos, hijos de Nueva Orleans. M�s recientemente grab� discos muy estimables, especialmente Rock & roll time, de 2014, que lo mostraba erguido, orgulloso, delante de la fachada de Sun. Una rodaja sucia, como mandan los c�nones, que mezclaba originales y versiones; algunas can�nicas, como Little Queenie, de Chuck Berry, y otras insospechadas, como Stepchild, de Bob Dylan, que hab�a grabado antes otro rey, Solomon Burke.


�Nadie ten�a un enfoque m�s creativo de la m�sica o un enfoque m�s incendiario para interpretarla�, le ha dicho Peter Guralnick, bi�grafo de Elvis Presley y Sam Cooke, al New York Times. �Ten�a la capacidad de poner su sello en todo tipo de material que grababa�, ha a�adido. Para comprobarlo basta con enchufar pr�cticamente cualquiera de sus grabaciones. Derrochaba tanto y tan grasiento sentimiento, tanto pellizco, que ni siquiera en pleno declive era capaz de no cantar cuadrado. En su garganta todo encajaba en una geometr�a donde el comp�s reina pluscuamperfecto. Este cronista, que lleg� a verlo en directo, da fe de que lo suyo, incluso machacado por las enfermedades y variados pasotes, fue siempre algo sobrenatural. Para prenderle fuego al piano no necesitaba gasolina.


Hay muy pocos int�rpretes a su altura. Los citados t�tems de Sun, Louis Armstrong y Sidney Bechet en el jazz primero, gigantes del blues como Charley Patton, Son House y Robert Johnson, seguro que Billie Holiday. James Brown, Ray Charles y Sam Cooke. Los bluesmen que emigraron al norte. Pocos m�s. The Killer ha muerto. Pero su obra majestuosa, sus discos como truenos, perdurar�n mientras haya mundo y gire.

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