Maigret (2022), de Patrice Leconte

Adaptación de una de las novelas policíacas de Georges Simenon perteneciente a su prolífica saga del comisario parisino Jules Maigret, a cargo de Patrice Leconte, quien decididamente ha conocido tiempos mejores, a no ser que los títulos que le dieron la popularidad, como El marido de la peluquera, estén un tanto sobrevalorados.

En esta ocasión Maigret debe investigar la muerte de una anónima joven gris, que ha sido acuchillada. De modo concienzudo y sin alharacas, el comisario va tirando del hilo hasta sacar el ovillo, localizando el pequeño apartamento que ocupaba, y relacionando a la asesina con una antigua inquilina, ahora actriz de segunda fila y comprometida en matrimonio con un hombre de posición acomodada, que vive con su madre.

Leconte se pliega a esas señas de identidad algo anodinas que conforman las investigaciones policíacas típicas de Simenon, que tanto fascinaron a Claude Chabrol, y que sirven para atrapar ambientes sórdidos y perversiones pequeñoburguesas. Sin embargo, lo que en el papel puede tener fuerza, aquí no fascina, uno tiene la sensación de estar contemplando una nadería, en que casi nada importa. No se consigue despertar la lástima del espectador por la víctima, y la verdad es que no hay muchas sorpresas en el modo en que discurre la narración. Hasta Gérard Depardieu está un poco hierático en su tristón personaje, algo que se confunde con la sutileza; y eso que es un goloso papel, que ha tentado a actores del nivel de Jean Gabin.

Es verdad que resulta sugerente apenas insinuar el matrimonio del protagonista, y la hija que tuvieron, que de algún modo evocaría Jules a la hora de resolver el caso que tiene entre manos, como si de algún modo se lo debiera a ella. Pero en general, e incluso subrayado por la paleta de apagadísimos colores, el film quiere devenir en una especie de loa al aburrimiento y las vidas sin brillo, algo que sabe un poquito a decepción. Queda el pequeño homenaje al cine, en una especie de autocita y justificación: las imágenes de la pantalla sirven para evadirnos, pero no dejan de atrapar nuestra irremediable mediocridad, vendría a decir el pesimista Leconte.