Estrenarse en el cine interpretando a la improbable pareja de Prince en la película Under the Cherry Moon (1986), dirigida por el fallecido músico de Mineápolis, bien podría haber acabado con la incipiente carrera de cualquier actriz, pero en el caso de Kristin Scott Thomas (Redruth, Cornualles, 1960) solo fue el inicio de una larga trayectoria que se ha prolongado durante más de tres décadas y ha dado lugar a cerca de 60 títulos, algunos de ellos parte de la historia del cine. El último, ¡Que suene la música!, una feel good movie que le permite volver a demostrar que nadie mejor que ella para dar vida a la arquetípica señora bien inglesa: elegante, fría y altiva. En esta ocasión, en forma de la esposa de un militar de alto rango que decide montar un coro, con el talento justo y cero empatía, para mitigar su propio dolor y ayudar a otras mujeres a hacer más llevadera la ausencia de sus maridos. “Me atraía la idea de hacer una película que celebrara el poder emocional de la música y la catarsis que puede provocar cantar juntos”, explica Scott Thomas. Pero detrás también estaba el deseo de regresar al pasado y rendir homenaje a su padre, comandante de la fuerza aérea británica que murió en un accidente aéreo cuando ella tenía cinco años, y a su padrastro, que falleció en idénticas circunstancias tiempo después. Acontecimientos que, como ella misma ha reconocido, le obligaron a acudir a terapia. “Crecí en una base militar y sé el increíble sacrificio que las familias del personal del ejército deben hacer. Constantemente desarraigados y obligados a ir de un sitio para otro, tienen que lidiar con la soledad y el miedo, y todo eso mezclado con un gran orgullo y un espíritu de servicio admirable”, cuenta.

"que suene la música"
A Contracorriente

Una inglesa en París

Tal vez fuera esa infancia nómada la que la llevó, con 19 años, a hacer las maletas e instalarse en París. O, más probable, la decepción de que su profesor de interpretación en Londres, donde se ganaba la vida como dependienta tras abandonar el colegio, le augurara un futuro muy negro como actriz. En la capital francesa se reconvirtió en au pair y retomó las clases con el fin de aprender el idio- ma. Una constancia que dio sus frutos cuando Prince, al que ella adoraba, la descubrió en un pequeño papel en una serie. A partir de entonces, todo fue muy deprisa. Participó en varios films franceses e ingleses menores, hasta que le llegó su gran oportunidad por partida doble con Lunas de hiel (Roman Polanski, 1992) y Cuatro bodas y un funeral (Mike Newell, 1994). Un anticipo de la que sería la película que la elevó a la categoría de estrella: El paciente inglés (Anthony Minghella, 1996), interpretación por la que fue nominada al Oscar como Mejor Actriz. Imposible que Hollywood no cayera rendido ante Scott Thomas, la perfecta combinación de allure francés y distinción británica. Y viceversa. Así, se convirtió en pareja de Robert Redford en El hombre que susurraba a los caballos (Robert Redford, 1998) y Harrison Ford en Caprichos del destino (Sydney Pollack, 1999), experiencias de las que no salió muy satisfecha.

¿Hollywood? No, gracias

“No me gustó la envergadura; era todo muy grande y había demasiada gente a la que complacer. Nunca sabías muy bien para quién estabas trabajando: ¿para el director?, ¿para los productores?, ¿para los publicistas?”, se preguntaba la actriz en una entrevista que concedió al canal TCM. Para entonces, ya llevaba más de una década casada con el ginecólogo francés François Olivennes –del que se separó en 2015–, estaba a punto de tener a su tercer hijo y renunció a formar parte del star system norteamericano. “Desde un punto de vista personal, mi corazón estaba en Europa y me resultaba muy difícil perseguir el espejismo de Hollywood, pero ahora lo lamento. Si hubiera estado más centrada, si no hubiera tenido la mitad del cerebro y el corazón al otro lado del mundo, habría podido funcionar mejor como actriz”, continuaba.

Con el cambio de siglo, Scott Thomas se centró en el cine hecho a este lado del Atlántico, donde brilló en películas como Gosford Park (Robert Altman, 2001), Hace mucho que te quiero (Philippe Claudel, 2008) o Suite francesa (Saul Dibb, 2014), pero en 2014, fiel a su fama de no morderse la lengua, confesó al diario The Guardian que había perdido la motivación por el cine –“No soporto las largas esperas en las caravanas de lujo, la profesión me aburre hasta la muerte”– y se quejó de la falta de papeles interesantes para mujeres maduras. “Me he prometido a mí misma que solo trabajaré en el cine por placer y por devoción. Prefiero hacer teatro o, simplemente, dedicarme a la vida contemplativa”, afirmó. Dicho y hecho. Volvió a las tablas para cosechar premios con Electra o La gaviota y afinó el radar para detectar los proyectos que merecían la pena. “Rodar películas inteligentes, como The party o El instante más oscuro, con guiones y directores magníficos, es una experiencia maravillosa. Estas son el tipo de cintas que quiero hacer”, reconocía. Afirma que se ha convertido en una vieja cascarrabias, pero, recién cumplidos los 60, parece que Scott Thomas se siente feliz y en el lugar exacto que ha escogido estar. Se permite el capricho de interpretar a una lesbiana en la serie de su admirada Phoebe Waller-Bridge, Fleabag, será Mrs. Danvers en el remake de Rebeca (Ben Wheatley), va a rodar Tomb Raider 2 (Ben Wheatley) y se prepara para debutar en la dirección con la adaptación del libro The Sea Change (Todo cambia), el último de la exitosa saga de los Cazalet escrita por Elizabeth Jane Howard. ¿Quién dijo que no le importaría nada retirarse?