La historia de Juana la Loca

La historia de Juana la Loca

¿Estaba Juana I de Castilla tan loca como afirmaban algunos, o fue víctima de un complot político para controlar el poder? Así fue la vida de la hija de los Reyes Católicos.

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Más conocida como Juana la Loca, la hija de los Reyes Católicos y su sucesora en el trono vivió gran parte de su vida bajo ese estigma, lo que la llevó a un confinamiento largo y tedioso en un castillo de Tordesillas durante gran parte de su vida pero… ¿estaba Juana realmente loca o era una estrategia para quitarla del medio?

Juana I de Castilla nació en 1479 y es la tercera hija de la reina Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Sus padres concertaron su matrimonio con el archiduque austriaco Felipe el Hermoso cuando ella tenía 17 años. El objetivo era aumentar la influencia de las coronas de Castilla y Aragón por encima de las de la corona francesa de los Valoise.

Juana sintió desde el principio una tremenda atracción por Felipe el Hermoso, algo que también le pasaba a muchas otras jóvenes y doncellas. Felipe tenía fama de no rechazar casi ninguna propuesta indecente, lo que le llevó a ser infiel a Juana, además de que nunca llegó a demostrar ningún interés por ella.

Juana concibió seis hijos con Felipe, pero era consciente de las infidelidades de su esposo y, a diferencia de otras esposas más sumisas, se sintió celosa y desaprobaba este comportamiento, algo que muchos historiadores tildaron de celos patológicos.

Legítima heredera del trono

En 1497 y 1498 fallecieron sus dos hermanos mayores, y en 1500 el infante Miguel de la Paz, lo que convertía a Juana en heredera del trono de Castilla y Aragón. El príncipe Felipe, debido a su cargo nobiliario, pasaba largas temporadas en Flandes. Juana, que estaba profundamente enamorada de Felipe, sufría al no poder acompañar a su marido en estos viajes, ya que sus padres, los Reyes Católicos, se lo impedían.

En 1504, Juana pudo ir al país flamenco a ver a su esposo, pero después de haber discutido con la reina Isabel y haber incurrido en desacato. Debido a estos episodios de nerviosismo y ansiedad que sufría cada vez que se tenía que separar de su esposo, empezó a estar bajo vigilancia en todo momento. La reina Isabel falleció a finales de ese mismo año, y es a partir de entonces cuando empiezan los problemas en cuanto a la sucesión del trono de Castilla.

Según algunos historiadores, la reina habría desheredado a Juana por su falta de compromiso con la Iglesia pero, sin hacer caso de los deseos de la difunta reina Isabel, su marido decidió nombrar reina a Juana y siguió gobernando en su nombre, pero sin tenerla muy en cuenta.

Juana era una mujer culta, sensible y con carácter, algo que no era muy frecuente en la época. Además, se creía que a las mujeres sensibles había que apartarlas del poder ya que con tales lindezas podían perjudicarlo. Además, Fernando vio en Felipe un posible rival y trató de apartarlo del trono de todas las maneras posibles. La disputa por hacerse con el control de Castilla entre su padre y esposo atrapó a Juana en un fuego cruzado del que terminó siendo la principal víctima.

El gobierno de Felipe I como rey de Castilla fue muy breve: solo dos meses para ser exactos, debido a su repentino fallecimiento cuando solo tenía 28 años. Durante el cortejo fúnebre que llevó el cuerpo de Felipe el Hermoso por buena parte de Castilla fue cuando surgieron los primeros rumores sobre la locura de Juana.

Viendo aquí una oportunidad clara de aumentar su poder, Fernando el Católico recluyó a su propia hija en Tordesillas, alegando problemas mentales, y asumió el control hasta que Carlos, el primer hijo de Juana y Felipe, pudiera gobernar.

El infante Carlos llegó a España en 1517, hasta entonces había vivido en Flandes y apenas hablaba castellano. Fue nombrado rey y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1520, lo cual no gustó al pueblo, ya que lo veían como extranjero e inexperto.

Carlos mantuvo el encierro de su madre en Tordesillas e intentó imponerle una serie de normas en relación a su falta de fe cristiana. Juana de Casilla murió el 12 de abril de 1555 en Tordesillas, tras 46 años de encierro. Una vida de soledad, depresión y desprecio, avivados con un encierro perpetrado por razones políticas y que padeció también por ser mujer y expresar lo que pensaba.

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