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Plantilla CRÍMENES (1)
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Dian Fossey.

Crímenes que cambiaron la historia: episodio 23

El misterio detrás del asesinato de Dian Fossey

La brutal muerte de la primatóloga continúa siendo un misterio, pero dejó un legado inolvidable en el ámbito de la conservación. Te contamos más detalles sobre su turbulenta pero apasionante vida en este episodio.

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Dian Fossey.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

27 de diciembre de 1985; Centro de Investigación Karisoke, Ruanda. Hacia las seis y media de la mañana, dos trabajadores del centro despiertan a Wayne McGuire, un primatólogo americano que desde hace meses trabaja para Dian Fossey. Fossey, de 53 años, es la directora del centro y máxima autoridad mundial en el estudio de los gorilas.

Hace casi dos décadas que fundó la base de investigaciones, y ha hecho de ella su hogar. Pero algo terrible ha pasado en este lugar remoto de la montaña africana. Alarmado, McGuire se levanta, entra en la cabaña de Fossey, y se la encuentra como si hubiese sido sacudida por un huracán.

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Hay mesas tumbadas, papeles tirados por el suelo, cajas y muebles bloqueando la entrada… McGuire se abre paso como puede, se dirige al dormitorio, y ve a la mujer tumbada en el suelo, junto a su cama. Inicialmente, teme que haya sufrido un ataque al corazón.

Se acerca para intentar ayudarla, y entonces ve que tiene la cabeza y el pelo manchados de sangre. Un vistazo más preciso le revela una imagen espeluznante: su rostro está marcado con lo que parece ser un golpe de machete, y tiene otro idéntico detrás de la cabeza. A su lado, en el suelo, una pistola… con un cartucho que no es el suyo.

Fossey ha intentado defenderse de su atacante, pero le ha fallado la vista, y ha cargado el arma con el cartucho equivocado. McGuire no puede creer lo que ve. Dian Fossey, una mujer valiente, combativa y dura, yace inerte como una rama caída, asesinada brutalmente en el único lugar que consideró su hogar.

Las teorías sobre quién ha asesinado Dian Fossey no se hacen esperar. A lo largo de su carrera, la primatóloga ha acumulado logros brillantes, pero también ha hecho un buen puñado de enemigos.

En el momento de su muerte, sus rivales más notorios son los cazadores furtivos que llevan años intentando intimidarla; así que, al saltar la noticia de su asesinato, la opinión general es que Fossey ha muerto a manos de uno de los furtivos a los que había declarado la guerra.

Pero la realidad no es tan simple. Los que conocían a Dian Fossey saben que era una mujer compleja; podía ser encantadora o despótica, dulce o implacable. Durante los casi veinte años que dedicó al estudio de los gorilas de montaña, su vínculo con estas criaturas se hizo cada vez más fuerte, a la vez que sus relaciones personales se enfriaban. Para algunos, la muerte de Dian Fossey fue tan intrigante como lo fue su vida.

La vida y la muerte de una dedicada primatóloga

Dian Fossey nació en 1932, en una familia adinerada de San Francisco. Cuando era niña, sus padres se divorciaron y su madre se volvió a casar. Fossey perdió el contacto con su padre, y su padrastro era un hombre estricto y frío; tanto, que no permitía que la niña compartiese mesa con él y su esposa, y hacía que comiese en la cocina con la asistenta doméstica.

Pero Fossey pronto encontró en los animales el afecto que no recibía en casa. De adolescente le encantaban los caballos, y se pasó un verano trabajando en un rancho. Intentó estudiar Veterinaria, pero lo encontró demasiado difícil, y se cambió a Terapia Ocupacional.

Tras licenciarse, trabajó en varios hospitales de California atendiendo a enfermos de tuberculosis, y más tarde la contrataron en un centro para niños discapacitados en Louisville, Kentucky. Movida por su amor a los caballos, se instaló en una granja. Y fue entonces cuando empezó a pensar en hacer realidad un sueño que llevaba tiempo rondando su cabeza.

A los 31 años, Dian Fossey decidió coger todos sus ahorros (más un préstamo) y lanzarse a descubrir la fauna salvaje de África. En Tanzania conoció al paleoantropólogo Louis Leakey, cuyos descubrimientos habían revolucionado el estudio de los orígenes del ser humano.

Durante esta visita, Leakey le habló del trabajo que Jane Goodall estaba llevando a cabo con chimpancés gracias a su apoyo, y Fossey vio por primera vez a un grupo de gorilas de montaña. Esta experiencia marcaría un antes y un después en su vida. Según escribiría ella misma en su libro Gorilas en la niebla,

“Creo que fue en ese momento cuando, quizá de forma inconsciente, se plantó en mi cabeza la semilla de que algún día volvería a África para estudiar a los gorilas de montaña”.

Tras su aventura africana, Fossey volvió a Louisville. Retomó su trabajo en el hospital infantil, pero no olvidó su experiencia en Tanzania, y consiguió publicar varios reportajes de su viaje. Tres años más tarde, Louis Leakey visitó la ciudad para dar una conferencia, y Fossey vio la oportunidad de retomar el contacto con él. Leakey estaba preparando un proyecto de estudio de gorilas en África, y buscaba a alguien que lo liderase; alguien como ella.

Su teoría era que el mejor perfil para este tipo de trabajo era una mujer soltera, sin ataduras ni responsabilidades, y sin formación científica. Según él, las mujeres se llevaban mejor con los nativos, y eran más tenaces y observadoras que los hombres; según otros, a Leakey simplemente le gustaba rodearse de mujeres jóvenes.

En cualquier caso, su propuesta fue música para los oídos de Fossey. Leakey le dijo que, si la aceptaba, tendría que quitarse el apéndice preventivamente antes de viajar a África. Unas semanas más tarde, le escribió para

decirle que, en realidad, solo le había dicho esto para poner a prueba su determinación, y que no hacía falta que se operase. Pero ya era tarde: Fossey había pasado por el quirófano sin pensárselo dos veces, y se estaba preparando para dejarlo todo y poner rumbo a África.

A finales de 1966, Dian Fossey aterrizó en Kenya. Su destino eran las montañas Virunga, una cadena de volcanes en la frontera entre Ruanda, Uganda, y el Congo. De camino, paró en Tanzania para conocer a Jane Goodall y tomar nota de sus métodos de trabajo con chimpancés.

Cuando llegó al territorio congoleño de la montaña, Fossey montó su campamento con ayuda del documentalista británico Alan Root y varios hombres locales que había contratado. Allá arriba, los recursos escaseaban, la comida consistía en latas y patatas, y el único espacio personal del que Fossey disponía era una tienda de campaña de dos por tres metros que le servía de dormitorio, cuarto de baño, oficina y lavandería.

Las condiciones de vida eran duras, y la soledad acechaba. Pero Fossey estaba decidida a no dejarse hundir, y para eso se centró en su objeto de estudio: los gorilas de montaña. Con la ayuda nativos que sabían rastrear gorilas, aprendió a buscar el camino hacia ellos. El primer día, tras apenas diez minutos de caminata, Fossey se encontró un gorila solitario tomando el sol plácidamente.

Al verla, el animal se escondió entre la vegetación, pero el encuentro fue una inyección de motivación para ella. En las semanas siguientes, Fossey aprendió a observar a los gorilas desde la distancia, y, poco a poco, ellos se acostumbraron a su presencia. Descubrió que imitando sus sonidos y gestos los animales se relajaban, como si empezasen a verla como una más del grupo. Fossey entendió que:

“Cualquier observador es un intruso en el territorio de un animal salvaje, y debe recordar que los derechos de ese animal están por encima de los intereses de los humanos”.

Dian Fossey trabajó sin descanso en su estudio de los gorilas, pero la situación política en el Congo era muy inestable, y, seis meses después de su llegada, estalló la guerra civil. Hubo revueltas en la provincia de Kivu, donde estaba la base de Fossey, y un día varios soldados congoleños rebeldes la fueron a buscar -supuestamente por su seguridad- y la retuvieron durante dos semanas.

Según un amigo suyo, durante su cautiverio, los soldados abusaron de ella. A pesar de su situación, Fossey consiguió idear un plan de huida. Convenció a los guardias de que la llevasen en su todoterreno a Kisoro, en Uganda; a cambio, dejaría que se quedasen el coche y les daría algo de dinero.

Los hombres aceptaron la oferta, y se pusieron en marcha. Pero ella tenía un as en la manga: al llegar a Kisoro, consiguió que las autoridades ugandesas arrestaran a sus acompañantes. Fossey estaba a salvo, pero esta experiencia traumática haría que desconfiase más de las personas, y se refugiase en la calma y la seguridad que encontraba entre los gorilas de montaña.

En otoño de 1967, Dian Fossey montó un nuevo campamento en las montañas Virunga, esta vez en territorio ruandés. Esta zona era uno de los últimos bastiones del gorila de montaña, que en aquel momento estaba en grave peligro de extinción.

Cuando se instaló allí, Fossey no imaginaba que aquel campamento humilde formado por dos tiendas de campaña se convertiría en una prestigiosa base de investigaciones que atraería a estudiantes y científicos de todo el mundo: el Centro de Investigación Karisoke. Fossey tuvo que ganarse la confianza los gorilas de la zona para que le permitiesen continuar los estudios que había empezado en el campamento anterior.

Los gorilas son criaturas tímidas por naturaleza, y temen a los humanos, así que el reto no era fácil. Para ayudarles a confiar en ella, Fossey utilizó técnicas que incluían caminar como ellos -a cuatro patas-, comer apio cerca de ellos o reproducir sus gruñidos.

Gracias a esto pudo recoger información muy valiosa sobre los hábitos, la comunicación y la estructura social de los grupos de gorilas. Poco a poco, los animales la aceptaron en su grupo, y la que un día había sido una niña solitaria encontró su hogar entre grandes simios.

En 1968, la National Geographic Society envió al fotógrafo Bob Campbell a hacer un reportaje sobre el trabajo de Dian Fossey con los gorilas de las montañas Virunga. Al principio, a ella no le hacía mucha gracia la visita porque la veía como una intrusión, pero acabó haciéndose amiga de Campbell.

Las imágenes de Fossey entre gorilas causaron sensación en todo el mundo. Una de las secuencias tomadas la muestra a ella sentada junto a uno de ellos. El animal le coge la libreta en la que ella está escribiendo, la examina con delicadeza, y se la devuelve amablemente; una interacción increíblemente amistosa y conmovedora que quedó grabada en muchas mentes.

El reportaje lanzó a Fossey al estrellato inmediatamente, y cambió para siempre la imagen de los gorilas, de bestias peligrosas a criaturas dóciles y pacíficas que merecían ser protegidas.

Tras publicarse el reportaje de Campbell, Dian Fossey se convirtió en un icono feminista en Estados Unidos y el Reino Unido. En Ruanda, alcanzó la categoría de leyenda. Los nativos la llamaban “La mujer que vive sola en el bosque”, y le tenían el máximo respeto y admiración.

Además, en esta época se quitó una espina que tenía clavada: la de no tener estudios científicos. Decidida a conseguir un título que le permitiese sentirse más segura de sí misma y ser tomada más en serio, se licenció en Zoología por la universidad de Cambridge.

Su paso por el mundo académico le permitió conocer a estudiantes que se llevó a Ruanda para ampliar sus estudios sobre los gorilas. Trabajar con Dian Fossey era un sueño para muchos; uno de ellos era Wayne McGuire. Como otros estudiantes y científicos que trabajaron con ella, McGuire conoció a la Dian que admiraba -la primatóloga entregada y hecha a sí misma-, pero también a una Dian que cada día parecía tener menos paciencia para los humanos.

A finales de la década de 1970, los cazadoresfurtivos estaban matando a un número alarmante de gorilas en Ruanda. Lo conseguían a base de sobornar a los vigilantes de los parques naturales, que les dejaban entrar en estas zonas protegidas y poner trampas.

Aunque el objetivo principal de los cazadores eran los búfalos y los antílopes, a menudo aparecían gorilas muertos o mutilados en sus trampas. Esto enervaba a Fossey, que empezó a utilizar métodos poco ortodoxos para combatir a los furtivos: los perseguía con una máscara para asustarlos, quemaba sus trampas, pintaba con aerosol al ganado de los pastores, y se enfrentaba directamente a todos ellos.

Fossey se refería a esto como tácticas de “conservación activa”, y argumentaba que, si no se llevaban a cabo acciones inmediatas y decisivas para combatir la caza furtiva, los objetivos de conservación a largo plazo no tendrían sentido, porque no quedarían animales que conservar.

Pero estas soluciones no eran muy populares entre la población local, que vivía en la pobreza y a veces recurría a la caza furtiva para subsistir. La imagen de Fossey entre algunos nativos empezó a deteriorarse, hasta el punto de que llegaron a acusarla de practicar magia negra para proteger a los gorilas.

A finales de 1977, Digit, el gorila favorito de Dian Fossey, apareció muerto. El primate murió defendiendo a su grupo de una emboscada de cazadores. Los demás gorilas consiguieron escapar, pero los hombres lo atraparon, lo apuñalaron varias veces, y le cortaron las manos y la cabeza. A esta muerte la siguieron las de varios gorilas más.

Entonces, la cruzada anti furtivos de Fossey se convirtió en una lucha personal y obsesiva. Fossey endureció sus ataques -a menudo físicos- contra los cazadores, y denunció la situación con una campaña mediática. Utilizó la trágica historia de Digit para ganar apoyo para la conservación de los gorilas, y estableció la Fundación Digit para recaudar fondos.

Aunque todo esto sirvió para atraer atención positiva hacia su causa, la pérdida de Digit la afectó muy profundamente, y cada día se mostraba más áspera e irritable con el personal de campamento. Según ellos, a veces Fossey no trataba bien a quien no hacía las cosas como ella quería. Esta relación inestable con sus empleados sería un elemento crucial en la investigación de su asesinato en 1985.

En la mañana de aquel trágico 27 de diciembre, el médico que acudió a la escena del crimen para redactar el informe forense quedó horrorizado. Tanto, que dijo que no hacía falta hacer autopsia: la causa de la muerte era evidente. El ataque había sido rápido, efectivo y relativamente limpio; fuese quien fuese el asesino, sabía muy bien lo que hacía.

En las horas siguientes al crimen, algunos trabajadores ruandeses del centro encontraron huellas frescas cerca de la cabaña de Fossey. Eran pisadas de pies descalzos. Esto les hizo sospechar que la persona a la que pertenecían era nativa: los occidentales solían ir siempre calzados en esta zona, pero los ruandeses de la montaña sabían moverse con facilidad descalzos.

Cuando llegó la policía, los hombres señalaron las huellas enseguida, pero los agentes no les prestaron mucha atención. De hecho, según el personal de la base, las precauciones para proteger la escena del crimen fueron más bien escasas. Tampoco se analizó el cuerpo de Fossey en busca de restos de

alcohol, drogas o veneno. La policía se limitó a tomar algunas fotos de la escena del crimen, y entonces abrió una investigación para dar con el asesino de Dian Fossey… o, al menos, para encontrar a alguien a quien culpar del crimen.

Para las autoridades ruandesas, el asesinato a sangre fría de una eminencia mundial en su territorio era motivo de vergüenza y preocupación. La noticia podía atraer publicidad negativa hacia su país, y el gobierno de Estados Unidos estaba presionando para que se solucionase el caso, así que se centraron encontrar un culpable cuanto antes.

Tras unas semanas investigando a base de interrogatorios más que de pruebas físicas, la policía señaló a dos sospechosos. Uno de ellos era el ruandés Emmanuel Rwelekana, uno de los mejores rastreadores de gorilas de Karisoke. Su relación Dian Fossey había sido más bien volátil. A veces, Dian se enfadaba con un trabajador y lo despedía; después se olvidaba del incidente y lo aceptaba de nuevo.

Rwelekana había sufrido esto en sus propias carnes, y se había enfrentado a Dian varias veces. Antes del asesinato, había decidido dejar el centro, pero se dijo que Dian lo había echado y él estaba resentido. Esto sirvió de base para su acusación.

El segundo sospechoso de asesinar a Dian Fossey, según la policía ruandesa, era el propio Wayne McGuire, su último asistente. Semanas después del asesinato, McGuire fue visto dentro de la cabaña de la primatóloga. Esto lo convirtió en sospechoso automáticamente. ¿Por qué?

Según la policía, McGuire estaba intentando robar los papeles de Dian, sus notas de trabajo, para publicarlas bajo su nombre y hacerse famoso. Lo presionaron para que firmase una confesión, y, temiendo por su vida, lo hizo. Las autoridades ruandesas concluyeron que Rwelekana y McGuire habían conspirado para asesinar a Dian Fossey, uno por rencor y el otro por envidia.

La teoría no tenía demasiado sentido. No había pruebas de nada de esto. De hecho, los dos hombres ni siquiera podían comunicarse: McGuire no hablaba ruandés ni suajili, y Rwelekana no hablaba inglés. Pero eso poco importaba: el gobierno ruandés quería solucionar el problema, y eso había hecho, a su manera. La embajada americana envió a McGuire de vuelta a Estados Unidos antes de que lo detuvieran, y gracias a eso se salvó.

Rwelekana no tuvo tanta suerte: fue encarcelado y, meses después, apareció muerto en su celda en circunstancias extrañas. Con un presunto asesino fuera del país y el otro muerto, el gobierno ruandés dio el caso por cerrado.

Casi cuarenta años después del asesinato de Dian Fossey, la historia oficial sigue siendo poco convincente. La investigación fue poco profesional, y McGuire fue juzgado in absentia y condenado a pena de muerte, una condena basada en pura especulación y cero pruebas.

¿Cómo fue posible este despropósito judicial? Una de dos: o las autoridades ruandesas eran altamente incompetentes, o en realidad no querían resolver el crimen. Esta segunda teoría ha ganado peso en los últimos años gracias a un papel que fue ignorado por la policía y que podría contener la clave del misterio.

Tras el asesinato de Dian Fossey, uno de sus compañeros de Karisoke encontró en su cabaña una carta que la primatóloga había escrito un mes antes de morir. En ella, explicaba que tenía pruebas de que el último cazador furtivo al que había atrapado se dedicaba también al contrabando de oro entre el Congo y Ruanda.

La carta parece indicar que Fossey había descubierto una red de tráfico ilegal de oro, y que alguna autoridad relevante del país estaba implicada en ella. Fossey había tenido una relación complicada con el gobierno ruandés. Si tenía información comprometida sobre alguien de las altas esferas, ese alguien podría haber decidido deshacerse de ella para protegerse.

De hecho, Fossey había firmado un contrato para rodar una película sobre su vida, y había prometido revelar cierta información delicada en ella. Así que, aunque tradicionalmente se ha culpado del asesinato a los cazadores furtivos, a día de hoy se sospecha que había fuerzas poderosas interesadas en silenciar a Dian Fossey.

Durante la guerra civil de Ruanda, a mediados de los años noventa, los documentos sobre el caso Dian Fossey fueron destruidos. No ha sobrevivido nada, que se sepa. Lo más probable es que nunca sepamos la verdad sobre lo que pasó. Pero quienes conocieron a Fossey creen que este es el final que ella hubiese elegido para su historia.

Ella se veía a sí misma como una guerrera que luchaba contra un enemigo mortal, y fantaseaba con un gran enfrentamiento final. Lo que sí sabemos es que el extraordinario trabajo de Dian Fossey sobre los gorilas de montaña fue vital para su conservación; sin ella, se habrían extinguido. Sus métodos se siguen utilizando en la actualidad, y gracias a ella la humanidad conoce mejor a sus parientes más cercanos.

La película Gorilas en la niebla, estrenada en 1988 y con Sigourney Weaver como protagonista, fue un éxito mundial. Su popularidad hizo que el nombre y el legado de Dian Fossey ocupasen más titulares que nunca, y los gorilas de montaña recibieron una avalancha de interés que se tradujo en apoyo para su protección.

En los últimos años, el gobierno ruandés ha dedicado grandes esfuerzos a la conservación de los primates; el turismo de gorilas se ha convertido en una fuente de ingresos muy importante para el país, y el número de gorilas en las montañas Virunga es prometedor y sigue en aumento.

Dian Fossey fue enterrada entre las tumbas de sus gorilas, los animales que nunca le hicieron daño. Su historia es una historia de lucha, constancia, y esperanza; porque, como escribió en su diario la noche antes de su muerte:

“Cuando te das cuenta del valor de la vida, te preocupas menos por el pasado y te concentras en asegurar el futuro”.