Canova, Antonio - Colección - Museo Nacional del Prado
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Canova, Antonio

Possagno, Treviso, 1757 - Venecia, 1822

Principal figura de la escultura neoclásica junto al danés Bertel Thorwaldsen. En 1768 comienza a trabajar en el estudio de Torretti, escultor local que le introduce en el ambiente artístico veneciano, y frecuenta la Academia de Bellas Artes de Venecia. Acabada su formación, abre taller propio y realiza las primeras obras que le dan fama, "Orfeo y Eurídice", de 1773-1776, y "Dédalo e Ícaro", de 1779, en las que se muestra claramente la influencia de Bernini. En 1779 se inicia su primera estancia en Roma, como huésped del embajador Gerolamo Zulian en el Palacio de Venecia. Zulian, gran mecenas de los artistas vénetos, le procura su primer trabajo y le encarga él mismo obras como "Teseo y el Minotauro", de 1781, y "Psique", de 1793. En este periodo romano esculpe los monumentos fúnebres de los papas Clemente XIII y Clemente XIV, influenciados todavía por la tradición barroca, el retrato de María Cristina de Austria y numerosas obras mitológicas como "Venus y Marte", "Perseo venciendo a la Medusa" y una de sus obras más bellas y celebradas, "Amor y Psique". Cuando los franceses ocupan Roma en 1798 abandona la ciudad y vuelve a Possagno, donde se dedica a la pintura. En 1800 retorna a Roma, todavía bajo el gobierno de Napoleón, y se inicia un periodo muy fecundo para su obra, en el que realiza los retratos de Napoleón, de Leticia Ramolino y, el más famoso, el de Paulina Bonaparte en Villa Borghese. A partir de ese momento, logra numerosos encargos, trabaja para emperadores, papas y soberanos y su fama se extiende por toda Europa. Tras la derrota de los ejércitos de Napoleón en Waterloo y la caída de éste, Canova, que se encontraba en París, consigue que se devuelva a Italia un grupo numeroso de importantes obras de arte que Napoleón había incautado. En agradecimiento por este logro, el papa Pío VII le nombra marqués de Ischia. Su escultura busca el ideal de lo bello a través de lo antiguo, que no se ve como un frío modelo, sino como una realidad bella y perdida que debe recuperarse y revivirse. Su obra se fundamenta en la realización de temas mitológicos, dotados de una deliberada frialdad que no llega a ser completa. En sus esculturas podemos distinguir cierta emoción, cierto erotismo adolescente y una sensualidad refinada, sin ardor, que no se manifiesta en la obra del otro gran escultor neoclásico, Bertel Thorwaldsen. Participa, por encargo de Carlos IV, en la decoración escultórica de la Casita del Labrador de Aranjuez (Pancorbo, A. en E.M.N.P. tomo II, 2006, pp. 615-617).

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