Marruecos en moto. Viaje al reino de los sentidos - Super7moto

Marruecos en moto. Viaje al reino de los sentidos

Escrito por Enrique Vera. Publicado en Reportajes

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Viajar- Marruecos. Nuestra mente piensa en lugares exóticos, desierto, riesgo, peligros, viajes con guía y seguros de repatriación. Y si además el viaje es en moto nos vienen a la cabeza ruedas de tacos, cubrecarter, depósito extra y herramientas para equipar un taller. Viajar por Marruecos es mucho más sencillo que todo eso, es una experiencia al alcance de todo el mundo si se observan una serie de fáciles consejos. Y para tratar de entenderlo y sobre todo disfrutarlo, nada mejor que hacerlo en moto.

En esta ruta de 6 días sobre Benelli TRK 502 recorreremos una parte de Marruecos, con muchos paisajes diferentes, que nos darán una idea de lo que podemos encontrar en este enorme y fascinante país que tenemos justo al lado. 2500 kilómetros desde el norte hasta entrar en el desierto del Sahara, y subida de nuevo atravesando las montañas del Atlas. Solo 2 personas y una moto, la tercera componente de nuestro equipo. Nuestra moto era totalmente de serie, unicamente estaba equipada con un gran baúl trasero de 58 litros y 2 alforjas laterales, con capacidad más que suficiente para toda la semana. Un pequeño GPS sujeto al manillar y un mapa de carretera nos indicaban nuestra ruta. El seguro de asistencia en carretera de nuestra moto fue suficiente para nuestro viaje.

Marruecos es para disfrutarlo despacio. Cuando vas muy rápido apenas puedes levantar la vista del camino. Prisa mata dicen ellos. Y allí es algo muy cierto. El concepto seguridad vial es algo desconocido. El estado y limpieza del asfalto, la cantidad de gente por la carretera, animales, bicicletas, coches que se caen a trozos, camiones sobrecargados que circulan temerariamente… Más vale dejar mucho margen de seguridad, no llevar nada de prisa e ir muy concentrado. Aquí las grandes kilometradas no sirven. Etapas de 300 o 400 km al día es lo ideal. El ritmo del tráfico es lento, y hay muchos motivos para parar con frecuencia.
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A cambio la monotonía es solo un recuerdo. La cantidad de estímulos por kilómetro es enorme. El país está lleno de niños camino del colegio, mujeres trabajando en el campo, hombres cuidando a millones de cabras, ovejas, vacas o camellos… Las montañas del Atlas son enormes, los bosques de cedros te dejan con la boca abierta, y sus vehículos merecen un párrafo aparte…

Un apasionado de los coches clásicos disfrutaría mucho. O quizás no tanto... Coches con 40 años que en nuestro país ya solo se ven en reuniones de clásicos, allí siguen funcionando a diario, andando a duras penas, remendados con piezas de quien sabe qué origen, echando humo y contando los días para llegar a un merecido descanso. En Marruecos no hay desguaces, los coches se aprovechan hasta el infinito. Los taxis Mercedes aún se cuentan a miles, aunque los Dacia son ya mayoría, todos cargados hasta arriba y con una baca en el techo.

Las furgonetas Mercedes son incombustibles y muy queridas en todo el país. Hay miles de ellas para transportar gente y mercancías en su interior o en su techo… El límite de peso es algo desconocido también en los camiones. Se cargan hasta que ya no cabe nada más. Y aun así se siguen cargando. Todavía se ven muchos Bedford ingleses de los años 60 y Volvos enormes con morro.
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Y por último las motos. Las motos chinas de 50 y 125 de todo tipo y pelaje, van sustituyendo a las clásicas Mobylettes. Los nuevos reyes son los motocarros, vehículos ideales para un país como este, mulas de carga modernas, fruto del amor entre una moto y un pick-up, con cabinas de diferentes tipos, flecos en el manillar, parabrisas, faros, techos y carrocerías increibles. Sus marcas no tienen desperdicio, Jampo, Yamazuki, Top Moto, Skygo o Docker. Fascinantes.

Cada vez que cruzo la frontera tengo la misma sensación de retroceder 30 o 40 años en el tiempo. Y esa sensación va creciendo cuando salgo de las ciudades y entro en zonas rurales. Me sigue sorprendiendo lo distintos de nuestros países, casi otro mundo. Las costumbres, la religión, el idioma, el dinero, la concepción de la vida, las pertenencias y la felicidad. No es más feliz el que más tiene, desde luego. En un momento se caen muchos mitos. Y a lo largo de la semana caen muchos más. Siempre observando con la mente abierta, desde el respeto a sus costumbres, muy diferentes a las nuestras. Y percibir ese contraste es enriquecedor y muy atractivo.

Utilizamos la línea marítima Tarifa-Tánger Ville. Son puertos pequeños, solo de pasajeros, con ferrys rápidos y salidas casi todas las horas. Normalmente saco los pasajes en el mismo puerto para el próximo barco que salga. Siempre hay hueco para las motos, aunque el barco vaya lleno. En una hora estamos ya en África, aprovechando el trayecto para sellar nuestros pasaportes. Los papeles de la moto hay que sellarlos en la aduana a la salida del puerto en un trámite muy rápido, esta vez sin necesidad de bajarnos de la moto. Ojo con el papel que nos dan. No debemos perderlo o tendremos problemas para sacar la moto del país…
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Justo pasado la aduana aprovechamos para cambiar euros por dírhams en las oficinas móviles oficiales que allí hay. En caso de necesidad se puede también cambiar en bancos, hoteles o casas de cambio. Hay que evitar los cambistas no oficiales, por lo que pudiera pasar… También suelen aceptar euros, sobre todo en grandes ciudades, cambiándolos a 10 Dh-1€, pero es mejor llevar dinero local. No está tan extendido el uso de las tarjetas de crédito como en España. No las suelo usar salvo caso de necesidad.

Damos nuestros primeros pasos en África, y ya debemos cambiar nuestro chip de la conducción. Esto no es Europa. Hay que tener todos los sentidos alerta, mucho cuidado con las inesperadas reacciones de los demás conductores. Es mucho mejor ir atento y dejar mucho margen de seguridad. Desde luego debemos reducir la velocidad por seguridad, el número de coches, motos, camiones, taxis, furgonetas, motocarros, bicicletas y carros tirados por burros es enorme. También lo es el número de controles de velocidad, sobre todo a la entrada o salida de los pueblos y ciudades, mucho ojo con esto. Hay que evitar circular de noche. La cantidad de trampas sin luces en la carretera es muy grande.

Poco a poco vamos saliendo de Tánger en dirección sur pegados a la costa, evitando la autopista. Nuestro objetivo en este viaje es conocer el país a su ritmo, y para eso la carretera es ideal. Pasamos Asilah, un precioso pueblo costero que dejaremos para otra ocasión, y seguimos en dirección Alcazarquivir. Los nombres de las ciudades nos recuerdan el pasado español de esta zona del país. Tras una parada para descansar y tomar un té en un bar a la entrada a la ciudad, donde nos entretenemos viendo pasar a los locos cacharros con los que se mueven aquí, seguimos dirección sur hacia Sidi Kacem y nos desviamos ligeramente para pasar por las ruinas romanas de Volúbilis, que vemos de lejos sin bajarnos de la moto. Un poco más adelante paramos a comer en un bar de carretera. Tajine, brochetas, harira, ensalada, comida sabrosa y natural. El pan marroquí es exquisito, y nosotros traemos hambre. Comemos de todo y no tenemos problemas intestinales. Eso sí, el agua siempre embotellada. Una comida para 2 no suele subir de 10 € al cambio.
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También aprovechamos para repostar la moto después de 440 kilómetros. El gran depósito de 20 litros y el bajo consumo de la TRK, por debajo de 4 litros/100 km en este viaje, da una autonomía muy interesante para turismo de largo alcance, aunque mejor no apurar mucho. En Marruecos hay más gasolineras que en España, pero a veces se quedan sin gasolina durante días…

Tras nuestra primera comida en Marruecos seguimos nuestro camino dirección Meknes, que atravesamos cuanto antes. El tráfico en las ciudades no es agradable, y nuestros pulmones notan que los vehículos contaminan mucho más que en Europa.

Siguiendo rumbo sur, dirección Azrou, pasamos por el bosque de cedros y paramos para ver a los monos a pie de carretera. Son de la misma especie que hay en Gibraltar, nada asustadizos, se acercan a la gente para que les den de comer. Seguimos y la carretera cada vez asciende más, la tarde va cayendo, estamos atravesando el Atlas y rozamos los 2000 metros de altura. Ya de noche y con frío en el cuerpo llegamos a nuestro destino, Maison d´hotes, un humilde hotel en Zaida, un pequeño pueblo en un cruce de carreteras. Una simple llamada de teléfono es suficiente para reservar una habitación con colores y estilos indescriptibles, pero cálida, cómoda y con baño, y una cena casera que sienta genial. Todo ello a 22 € por persona, copioso desayuno incluido. Antes de cenar damos una vuelta por el pueblo, los mercados en este país están abiertos hasta bien entrada la noche, compramos frutos secos y mandarinas, y seguimos alucinando con los coches y motos de hace varias generaciones. Nuestra Benelli dormirá tranquila en la calle acompañada por grandes trails con matrícula alemana. Nada que temer en este país, al menos en estas zonas rurales. La sensación de seguridad es tan grande o más que en España.
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Tras desayunar salimos a la calle con un sol de justicia, y con montañas nevadas de más 3000 metros mirándonos a lo lejos. Allá vamos rumbo sur. Dejamos atrás Midelt rodando por un paisaje cada vez más desértico. La carretera va alternando los tramos rectos con lentos puertos de montaña, con camiones humeantes y autobuses con las puertas abiertas. No conviene forzar el ritmo. La carretera está llena de gasoil, y detrás de una curva te puedes encontrar una cabra o un burro en tu carril. Mejor disfrutar del paisaje, y aprovechar la agilidad de nuestra moto para adelantar poco a poco a toda la caravana de coches.

Seguimos rumbo sur y llegamos a las gargantas del Ziz, el gran río que nace en el Atlas y desemboca en el desierto, después de alimentar los enormes palmerales de Errachidia, Erfoud y Rissani. Paramos tras el túnel del Legionario a descansar, sacar fotos, y sentirnos hormigas entre tanta grandeza…

Tras pasar Errachidia estamos ya bien metidos en el desierto, y es obligado admirar desde el mirador el inmenso palmeral del Ziz donde se produce la mayor parte de los dátiles de Marruecos. Pasado Erfoud paramos en Rissani, una de las ciudades imperiales de Marruecos, donde tomamos un té en un bar y visitamos el siempre interesante mercado, repleto de animales, verduras, especias, perfumes y todo lo que uno pueda imaginar. Imprescindible el regateo para comprar cualquier cosa. No hay problema por el idioma. Ellos se esfuerzan el hablar el tuyo, sea el que sea. También hablamos con unos españoles que tenían su moto en un taller. Su bicilíndrica austriaca era muy grande para lo que están habituados, pero Marruecos es el hogar de los mecánicos más imaginativos que puedas encontrar.
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Continuamos camino para llegar a Merzouga cayendo la tarde. Las impresionantes dunas de Erg Chebbi nos muestran a esta hora su color más anaranjado, que va cambiando a lo largo del día. El Riad Mamouche nos esperaba como un oasis tras un largo día de carretera. Entre el desayuno y la cena solo habíamos tomado unos frutos secos y algo para picar que llevábamos en el equipaje. La cena con tajine, harira, cous cous, aceitunas, ensalada, fruta y hasta cerveza nos supo a gloria. Antes de irnos a dormir admiramos el firmamento en el desierto, un soberbio espectáculo que te deja hechizado.

A la mañana siguiente, desayuno sin prisas, pagamos el hotel (30€ por persona, habitación de lujo, cena y desayuno) y salimos a visitar los alrededores, comprobando que una moto cargada se hunde muy fácilmente en la arena... El viento no era agradable y la visibilidad había bajado mucho, por lo que en vez de quedarnos en la zona cambiamos de planes, una gran ventaja de no llevar apenas nada reservado. Tras llenar el depósito compartiendo surtidor con participantes en un rallye de clásicos, nos dirigimos dirección Tinerhir por la carretera de Alnif, casi 100 kilómetros por pleno desierto, con una tormenta de arena que me tenía un poco preocupado. Había sitios donde el viento lateral era tan fuerte que la carretera apenas se veía, todo era una nube de arena, pero nuestra moto se mantenía sobre raíles a pesar del viento huracanado y de la carga que llevábamos.

En Alnif repusimos fuerzas con un té y una ensalada marroquí riquísima, y continuamos hacia Tinerhir, donde vimos su palmeral y paramos en las Gargantas del Todra, impresionante cañón de más de 100 metros de alto y solo 20 de ancho. Siguiendo dirección norte de repente desaparecen los turistas y aparecen los agujeros en la calzada. Cientos de ellos que hacen que tengas que ir bien atento. Aquí se agradece la suspensión de largo recorrido de nuestra moto, que protege nuestras espaldas cuando no puedo esquivar algún bache. Pura carretera trail, que sube y sube, hasta llegar a 2700 metros de altura, con una desolación que te deja impresionado. Se disfruta mucho en estas carreteras vacías, donde el sonido del escape se mezcla con el del viento. Apenas hay tráfico y a veces la carretera se convierte en pista de tierra por obras y derrumbes. Después de muchos kilómetros llegamos a Agoudal, un pueblo desolado donde buscamos alojamiento. Tras atravesar calles de tierra perseguidos por niños, elegimos el Hotel Kasbah Citoyenne situado a las afueras. Me encantan los hoteles en Marruecos. Son el polo opuesto a los hoteles occidentales, una mezcla entre lujo asiático y sala de estar de tu casa. Comida casera y colchas desparejadas. Compartimos cena con unos viajeros ingleses en BMW y una familia de franceses tocando el tan tan. Ya en la habitación, que estaba en la azotea del hotel, el viento se colaba por las rendijas de la puerta. Habíamos bajado casi 20 grados en solo un centenar de kilómetros.
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A la mañana siguiente desayuno fuerte y mucha ropa encima, que el frío aprieta. Partimos dirección norte hacia Imilchil donde por fin repostamos tras 320 kilómetros desde la anterior gasolinera. Tuvimos que parar de nuevo para ponernos casi toda la ropa que llevábamos, niebla y llovizna, todo un contraste el tiempo del Atlas con el calor del desierto del día anterior. Poco a poco fuimos bajando altura por valles de montaña, conduciendo con mucho cuidado por carreteras mojadas que en algunos tramos perdían el asfalto. Paramos a comer un exquisito Tajine en un bar en un cruce de carreteras, donde el frío hizo que hasta nos pusiéramos el pijama debajo de la ropa. Las alforjas iban casi vacías…

Tras la reparadora comida seguimos bajando, dirección El Kebab y Jenifra, donde tomamos una pequeña carretera de nuevo hacia las montañas en busca de les Sources de Oum Er Rbia, el nacimiento de uno de los ríos más importantes de Marruecos. Fue uno de los momentos más intensos del viaje, la carretera serpenteaba entre bosques de cedros inmensos, hasta que el asfalto se acabó, metiéndonos por pistas mojadas con bastantes pendientes, que con nuestros neumáticos de carretera y la moto tan cargada no estaba seguro de poder subir. La reducida altura del asiento, donde puedes apoyarte con los 2 pies al suelo fue una gran ventaja en estos momentos. Tras unos 20 kilómetros de aventura offroad llegamos a nuestro destino, un lugar encantador con muchos kioscos y restaurantes a pie mismo del agua, muy alejado de los círculos turísticos occidentales.
Continuamos la ruta, ya por carreteras asfaltadas dirección Azrou, donde helados y tras preguntar en 3 hoteles por fin encontramos habitación en el Hotel Panorama. Una buena cena y un rato delante de la chimenea nos volvió a dejar el cuerpo entonado.

Al día siguiente salimos dirección norte con un tiempo bastante desapacible. Un corto chaparrón nos hizo parar a ponernos los trajes de agua, que ya no nos quitamos el resto del día para mantener el calor del cuerpo. Y es que Marruecos no es solo desierto. También llueve, hace frío y hay bosques enormes.
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Los kilómetros iban cayendo por unas carreteras muy agradables y entretenidas. En Marruecos nunca te aburres, siempre hay cosas curiosas que ver dentro y fuera del asfalto. Tras comer unas brochetas en un restaurante de gasolinera, llegamos a nuestro destino, Chefchauen. Escogimos un pequeño hotel junto a la medina, un poco más caro que en otras zonas, pero merecía la pena por lo céntrico del lugar. La moto durmió en la plaza justo al lado. Siempre hay hueco para aparcar una moto, otra ventaja sobre viajar en coche. La tarde la empleamos en pasear por este precioso y pintoresco pueblo pintado en tonos azules, lleno de turistas de dentro y fuera de Marruecos.
Al día siguiente, desayuno marroquí en un bar, tortilla, aceitunas, queso, miel, tortitas, mantequilla, tostadas, café y zumo de naranja. Potente manera de empezar la jornada. Tomamos la carretera hacia Oud Laou, en la costa mediterránea, por una zona preciosa, muy escarpada. Ya junto al mar fuimos subiendo dirección Tetuán por una carretera espectacular, que iba copiando todos los recovecos de la costa, que me recordaba a la Costa del Sol de hace 40 años, cuando aún quedaban playas vírgenes y pueblos de pescadores.

Desde Tetuán una autovía con rotondas y mucho tráfico nos llevó hasta Tánger, donde gracias a ir en moto pudimos adelantar en la fila de la frontera y subir al primer barco en apenas media hora.
Ya de vuelta en España los kilómetros pasan monótonos, los arcenes apenas tienen vida, se ve muy poca gente, añoras la diversidad de Marruecos, la sonrisa de su gente, la emoción de la aventura, no saber que te vas a encontrar un poco más allá. Un veneno que te hace volver más tarde o más temprano.
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No hace falta llevar una moto de 20000 euros para viajar lejos. Nuestra Benelli TRK 502 ha demostrado ser una moto magnífica para este tipo de viaje, amplia, cómoda, con motor más que suficiente, buenos frenos y suspensiones, gran capacidad de carga, baja de asiento, con gran autonomía, económica de compra y de mantenimiento. Muy pocas motos tienen todas esas cualidades juntas. A pesar de los kilómetros, de la carga, de lo exigente de la ruta y de las inclemencias atmosféricas, no ha tenido ni un solo fallo, acompañándonos como la tercera integrante de esta pequeña aventura. Con ella la imaginación se dispara en viajes de meses por rutas aún más lejanas… Como dicen en nuestro país vecino, Insallah!!

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