El genio impresionista | Renoir y el miedo a la emancipación de las mujeres: «Las nuevas generaciones harán el amor muy mal» - XL Semanal
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El genio impresionista Renoir y el miedo a la emancipación de las mujeres: «Las nuevas generaciones harán el amor muy mal»

«La más hermosa creación divina, para mi gusto personal, es el cuerpo femenino», afirmaba el célebre impresionista francés. Renoir pintó la belleza desde una mirada celebratoria de la vida y aunque su visión de la mujer hoy aparece como retrógrada, él la atribuía a su admiración por ellas: «hacen que la vida sea soportable».

Por Berta Blanco

Miércoles, 29 de Marzo 2023, 13:54h

Tiempo de lectura: 9 min

Cuando ya era un anciano famoso y los admiradores que iban a visitarlo desde todos los rincones del mundo le preguntaban por su técnica, Renoir respondía: «Yo pinto como un niño. Pongo delante el objeto y empiezo; sin reglas ni métodos. Cualquiera que me vea trabajar verá que no tengo secretos».

Pero, claro está, sí los tenía. Uno es un secreto a voces: su infatigable amor por la vida. Otro, más inadvertido y no menos decisivo, su formación artesana: los años que pasó decorando abanicos y porcelanas.

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Al desnudo. Deformado y acribillado por los dolores, Renoir pintó, sin embargo, hasta el final de su vida, desnudos femeninos lozanos y turgentes. Izda.: Bañista peinándose, de 1885./ Cordon

Tenía 14 años cuando su padre, un sastre de Limoges que se había trasladado a París con sus cinco hijos en busca de oportunidades, lo colocó de aprendiz en un taller donde imitaban piezas de Sévres.

'Monsier Rubens' lo llamaban sus compañeros. Aunque a él los artistas que ya entonces le arrebataban eran Watteau, Fragonard, Boucher, y los 'visitaba' casi a diario en el Louvre, mientras los demás iban a comer.

Toda la fascinación del arte de Renoir –la inocente sensualidad, el suntuoso colorido, la afabilidad de la mirada– arranca de esa admiración y de ese aprendizaje de la delicadeza sobre porcelana que tan bien se ajustaba a su carácter. Pero el progreso se impuso. Su fábrica cerró cuando los diseños rococó empezaron a imprimirse a máquina.

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El ejemplo de Velázquez.La mujer fue el tema por excelencia con el que Renoir plasmó no sólo su ideal de belleza, sino su idea de la pintura. «Todo el arte está ya en el lazo rosa de la infanta Margarita –decía admirando un cuadro da Velázquez en el que ella aparecía–. Viéndolo, se te quitan las ganas de pintar... Te das cuenta de que todo está ya dicho»./ Museo del Prado.

Tenía 17 años y unos ahorros. Con ellos se matriculó en la escuela de Bellas Artes y en el estudio de Gleyre para dibujar con modelo del natural. Allí es donde arranca su carrera de pintor y donde su amistad con el rebelde Monet, con Bazille, Pisarro y Sisley lo enfrenta por primera vez al dilema que lo atormentará toda su vida: escoger entre la ebriedad de la percepción directa y la austera enseñanza de los clásicos; entre la naturaleza y el museo.

Entonces no le cuesta elegir. Contagiado del entusiasmo de sus amigos por retratar la vida al aire libre, deja de pintar oscuro y realista a lo Courbet. Comparte con ellos el desprecio por 'los pintores literatos', que asocian la pintura al relato de un tema. Pero no llega a convertir la pintura a secas en el tema de su obra, como Monet o Cézanne.

Su padre, sastre, se marchó a París con sus cinco hijos en busca de mejor vida. A los 16 años, Renoir ya trabajaba como un adulto

Para él, el tema siempre será, más allá de los cambios de estilo por los que atravesará, la belleza de la vida.

Con ese objetivo se lanzó con Monet a pintar el animado ambiente a orillas del Sena, donde había un restaurante y un balneario llamado De las Ranas, no por la abundancia de batracios, sino de jóvenes de moral ligera… Encontraba allí el joven Renoir modelos para sus cuadros, tan bellas como complacientes; entre ellas, Lisa Trèlot, su amante de esos años y la protagonista de sus primeras obras impresionistas. Las pinturas sobre el balneario estaban de moda y se vendían bien, pero no las de Monet y Renoir. No eran lo suficientemente anecdóticas. En cambio, operaban a base de manchas inconexas de color que producían una extraña sensación de inacabado. No vendían nada, pero la extrema pobreza no empañaba su determinación estética.

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Aline, una gran señora. A los 49 años, Renoir se casó con Aline Charigot, de 24 (en la foto, con él; a la izda., un autorretrato). Convivieron durante 32 años –ella murió a los 56, de diabetes– y tuvieron tres hijos. Fueron aparentemente felices, aunque su descripción de ella es singular: «Guisaba recetas de ensueño y las conversaciones de invitados como Zola, Verlaine, Rimbaud, Monet y Mallarmé la enseñaron a quedarse callada... Lo que no disminuía su rango de gran señora»./ Museo del Prado / Cordon

«No comemos todos los días. Vivimos de unas pocas invitaciones a cenar, pero estamos de buen humor.» En 1874 se celebra la primera muestra del grupo de los impresionistas. Renoir tiene 33 años y expone su primera gran obra, El palco. La vende por los 425 francos que le debe al casero, frente a los 45.000 que se pagaban por las de estilo académico. «Yo pinto por placer. Si encima me cubrieran de oro, sería demasiado», escribe. A la segunda exposición del grupo lleva obras maestras como Desnudo al sol, La lectora, Primera fiesta, El Moulin de la Galette… Las críticas arrecian y una, la que lo acusa de pintar a la mujer como un plato de carne en descomposición –a él, que ama por encima de todo el esplendor de la belleza femenina– le hiere en especial.

En cualquier caso, sólo hacia 1880, cuando ya había cumplido 40 años y tenido innumerables modelos a su disposición, decide abordar el desnudo femenino.

A partir de entonces será para él el tema con mayúsculas. Igual que detestaba los avances del progreso, porque pensaba que convertía a los individuos en seres vulgares y manejables, defendía una imagen de la mujer muy 'antiguo régimen': «¿Por qué enseñarles a las mujeres esas tareas engorrosas de las que se ocupan tan bien los hombres –los abogados, los médicos, los periodistas– cuando están tan dotadas para un oficio que nosotros no podemos siquiera soñar en desempeñar: hacer que la vida sea soportable? Lo que ganan en instrucción lo perderán en otras cosas. Me temo que las nuevas generaciones harán el amor muy mal». Sus desnudos, en todo caso, son tan castos como la naturaleza en que se inspiran.

Monet y él no vendían nada. «No comemos a diario. Vivimos de invitaciones a cenar, pero estamos de buen humor»

Y, antes de abordar los desnudos, perseguía la belleza de la mujer allí donde la encontraba de su gusto: en el Montmartre de las modistillas que bailaban en el Moulin de la Galette. Con una de ellas se casó, Aline Charigot. El tenía 49 años; ella, 24.

Por entonces ya había participado con éxito en los Salones Oficiales. Y había conocido a Georges Charpentier, el editor de Zola, Maupassant, Daudet; anfitrión de políticos y artistas que lo introdujo en la buena sociedad. A través de él empezó a recibir encargos. Parecía a punto de convertirse en un retratista social. Pero donde terminaban sus penurias económicas empezaban las estéticas. El impresionismo que triunfaba ya en todo el mundo le parece un callejón sin salida.

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En el lienzo. Muchacha haciendo ganchillo, 1875.

Tras diez años de luchas se siente atrapado en lo que llama «el cepo de la luz del Sol»: «Al aire libre, la luz juega un papel excesivo. No se tiene tiempo para pulir la composición, para reflexionar sobre lo que se hace…».

Defendía una mujer a la antigua: «Lo que ganan en instrucción lo perderán en otras cosas. Las nuevas generaciones harán el amor muy mal»

Su amistad con Cézanne y un viaje a Italia, donde descubre a Rafael, despejan sus dudas. En realidad no hace sino volver sobre sus primeros pasos. Al magisterio de los clásicos. A la figura humana que, por encima del paisaje, siempre fue el centro de su interés. Pinta entonces Los paraguas, Baile en el campo, Las grandes bañistas… Durand-Ruel monta una antológica con 100 cuadros. El Estado francés compra uno por primera vez.

Las 4.000 obras que constituyen su legado dan fe de su infatigable fecundidad... y de la sobrehumana voluntad con que la mantuvo, ya inválido, los últimos 20 años de su vida. Tenía 56 cuando una caída de la bicicleta le desencadenó un proceso reumático que consumiría lenta e implacablemente su cuerpo.

A comienzos de siglo, Renoir se ve confinado a una silla de ruedas. La artritis le ha reventado las articulaciones. Debe sujetarse el pincel a la mano completamente deformada con esparadrapo; él lo llama «ponerse el pulgar». Pero sigue pintando y no pierde el humor. Su estilo, lejos de agriarse, se dulcifica en extremo durante este periodo, en el que predomina el tono rojizo. Y como siempre, una modelo muy concreta, en este caso Gabrielle, la niñera de sus hijos. Recibe la Legión de Honor, pero su modestia no cambia.

El final de su vida coincide con la Primera Guerra Mundial. Su mujer muere a los 56 años víctima de la diabetes. Sus dos hijos son gravemente heridos. Renoir pesa 47 kilos. Tiene 78 años cuando recibe un homenaje muy especial: lo llevan al Louvre en su silla de ruedas para que, a modo de pontífice de la pintura, pueda ver sus cuadros predilectos. Muere cinco meses después. Antes de que el nuevo siglo acabara definitivamente con su mundo.


Por Suzana Mihalic

La mujer de Monet, por Renoir

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/ Museo del Prado.

1. La modelo: la esposa de otro gran maestro. La retratada es Camille-Léonie Doncieux, la primera musa y esposa de Claude Monet, al que Renoir visitaba mucho en Argenteuil, a 12 kilómetros al noroeste de París, hacia 1870. La mujer –conocida como ‘La Monette’, una criatura encantadora a la que Renoir pintó en al menos otras dos ocasiones– murió de tuberculosis a los 32 años. El óleo, Retrato de Madame Monet, fue realizado entre 1892 y 1895.


2. Decoración interior: influencia japonesa. Detrás de Camille, la pared está decorada con tres uchiwas, abanicos redondeados de papel japonés. Se cree que podían haber sido un regalo del propio Renoir, ya que era costumbre regalar tres abanicos para el estreno de una casa. Asimismo refleja el gusto por el arte japonés que se apoderó de los impresionistas franceses a mediados del siglo XIX, especialmente por las xilografías del Ukiyo-e (técnica de grabado policromo). Sus dos modelos preferidas eran Madeleine y Clotilde Pignel.


3. La obra: ¿retrato o pintura de género? Camille se nos muestra tranquila y relajada leyendo un libro sobre un opulento canapé. Más que un retrato, la obra parece una pintura de género, en la que se muestra una escena de la vida cotidiana. Mientras en un retrato predomina el rostro y su expresión, aquí los rasgos de la modelo se pierden entre las numerosas pinceladas sueltas del entorno, realizadas en tonos similares tanto para la piel, los rojos de las mejillas y los labios o los párpados como para los diseños del canapé.


4. La composición: en diagonal. La postura del cuerpo de Camille y la tira central del caftán marcan el eje de la composición como la aguja de una brújula. Así, el peso está ligeramente desplazado hacia el iluminado lado izquierdo, con un fondo más cargado. La asimetría aleja la obra de la composición pictórica clásica y, a través de posturas no buscadas, resalta lo espontáneo del instante situando a la modelo en un ambiente íntimo, privado y relajado.


5. La vestimenta: una bata de lujo. En varias ocasiones, Camille fue retratada con este magnífico vestido de seda azul –ornamentado con amplias cintas de bordado rico en oro– y con los zapatos a juego. Aunque este tipo de ropaje disimulaba la silueta del cuerpo tapándolo desde el cuello hasta el tobillo, las mujeres de clase media de la época lo solían llevar solamente en la intimidad de sus hogares. Una excepción podría ser la presencia de algún amigo cercano a la familia, como lo habría sido Renoir.


6. Los ornamentos: buscando la compensación. El canapé revela una tapicería delicada, un lujoso tejido estampado con intensas rosas centifolias –un tipo de rosas antiguas, con una floración muy abundante– y pájaros de gran tamaño sobre un fondo crema. Por la forma del cuerpo, el ave recuerda a un pavo real. Para coordinar los demás aspectos de su esquema pictórico con el tapizado, Renoir utiliza una paleta mucho más uniforme en la pared y el vestido azul creando así un vinculo visual entre ambos elementos.


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