médano


También se encuentra en: Sinónimos.

médano

(Del lat. vulgar metulum < lat. metula , pequeño mojón.)
1. s. m. GEOGRAFÍA Montículo de arena formado por el viento en la playa y en los desiertos. duna
2. GEOGRAFÍA Montón de arena cuya elevación queda a escasa distancia de la superficie, en una zona donde el mar es poco profundo.
NOTA: También se escribe: mégano, medaño
Gran Diccionario de la Lengua Española © 2022 Larousse Editorial, S.L.
Sinónimos

médano

nombre masculino
Diccionario Manual de Sinónimos y Antónimos Vox © 2022 Larousse Editorial, S.L.

médano:

dunamontículo, arenal,
Traducciones

médano

dune

médano

SM medaño SM (en tierra) → sand dune; (en el mar) → sandbank
Collins Spanish Dictionary - Complete and Unabridged 8th Edition 2005 © William Collins Sons & Co. Ltd. 1971, 1988 © HarperCollins Publishers 1992, 1993, 1996, 1997, 2000, 2003, 2005
Ejemplos ?
Discernimos todavía que entre un centón de rimas seudo jermánicas i una poesía de Quintana o Núñez de Arce, hai la distancia del médano al bloque de mármol.
Junto al médano que finge ya un enorme lomo equino, ya la testa de una esfinge, bajo un aire de cristal, pasa el gaucho, muge el toro, y entre fina flor de oro y entre el cardo episcopal, la calandria lanza el trino de tristezas o de amor: la calandria misteriosa, ese triste y campesino ruiseñor.
Escudriña el horizonte; pronto nos ve, y al conocer que venimos varios hombres y muchos caballos, se para un rato en la cima del médano, como pequeña estatua en un gran pedestal, y luego desaparece.
Al menor ruido, el venado alza la cabeza, presta el oído, y corre algunos pasos para despertar y tener alerta la tropilla que le sigue; el avestruz se endereza y también echa a correr, inflando las alas; el padrillo relincha y junta sus yeguas, y de uno a otro, cunde el pánico, como si donde mayor es la soledad, mayores fueran los peligros. Al anochecer, encontramos en un hueco, una especie de cueva cavada en la tierra al pie de otro médano, techada con paja.
poco comprometedor, doña Baldomera, la cocinera, se apresuró a decirle: -«Señor, salió a repuntar los carneros.» Refunfuñó don Ramón, pero quedó medio apaciguado por la piadosa mentira de la vieja; y ésta volvió a su cocina, añadiendo entre dientes: -«Si la madre fue perra, lástima que no seas el padre; los dos hubieran hecho buena yunta.» Y mientras tanto, el guacho, por una hora, encontraba la vida buena y digna de ser vivida; su caballo escondido en la hondonada de un médano, estaba él en acecho, con su fiel compañero, Baraja, un perro sin abolengo conocido, lo mismo que él, mirando ambos, sin moverse y sin respirar, la boca redonda de una cueva misteriosa, tratando de percibir cualquier ruido que de ella saliera.
Salidos de la laguna, salvado el pantano, se da con un gran médano de arena, imposible de franquear con rodados, que corta todo el camino con sus murallas casi a pique.
En la cima del médano, dominando la laguna de agua dulce, donde, durante siglos y hasta ayer todavía, se daban cita los indios, para repartir el botín de sus malones, un destacamento de soldados de línea, armados de palas y picos, se apuran en cavar zanjas y en elevar una fortificación de aspecto primitivo.
Y sin embargo, envuelto en la densa nube de tierra que levanta el incansable troteo de la tropilla, sediento, quemado por los rayos oblicuos de un sol ardiente; fastidiado y dolorido por el largo galope; sostenido en la cruzada, más que por la fuerza de su voluntad adormecida, por la idea que, una vez en el camino, hay que llegar, el viajero, de repente silba la madrina, arrolla los fletes, y los hace trepar al galope, jadeantes, enterrados en la arena hasta la rodilla, resbalando y haciendo fuerza, hasta la cumbre del médano, donde se paran, con relinches de alegría.
nterminable, el camino chileno hace serpear por la llanura, su cinta ancha, de múltiples huellas paralelas, buscando las lagunas de agua dulce, dando vueltas repentinas para evitar un médano o buscar el vado de un arroyo, cambiando de dirección a cada rato, sin más motivo aparente que la fantasía y el capricho de las tribus salvajes, que han ahondado sus sendas con el casco silencioso de sus caballos, al venir a comerciar con los cristianos o a invadir las estancias fronterizas.
El médano iluminado por la luna, la arena negra y movediza donde se entierran los pies, el brazo que se cansa, la vista que se turba, el indio que desaparece, vuelve, me acosa, se encorva y salta con furia fantástica de gato embrujado, y cuando el palo va a desprenderse de mi mano, un bulto que huye y el brillo de la faca que pasa sobre mi cabeza y queda temblando como víbora de plata clavada en el árbol negro y retorcido de una cruz hecha de dos troncos chamuscados...
Y mientras tanto, el Guacho, por una hora, encontraba la vida buena y digna de ser vivida; su caballo escondido en la hondonada de un médano, estaba él en acecho, con su fiel compañero, Baraja, un perro sin abolengo conocido, lo mismo que él, mirando ambos, sin moverse y sin respirar, la boca redonda de una cueva misteriosa, tratando de percibir cualquier ruido que de ella saliera.
Las imágenes salieron en procesión por la plaza con las comunidades eclesiásticas, en las iglesias se hicieron ardientes rogativas, y al dejar las divisiones el pueblo, los que conducían las andas de los santos las indinaron hacia la trepa, queriendo significar que ellos les daban su bendición. Tuvo lugar poco después la batalla del Médano.