Historia y Western crepuscular: “El gran Jack” (1971) | El correo de la historia >
Carlos Rilova

El correo de la historia

Historia y Western crepuscular: “El gran Jack” (1971)

Por Carlos Rilova Jericó

Quienes siguen fielmente el correo de la Historia, desde hace ya diez años, sabrán que no es esta la primera vez que se habla aquí del llamado “Western crepuscular”. Y seguramente no será ésta la última, tampoco. Y eso, sin duda, planteará la cuestión del porqué a un historiador le interesa tanto esa parte de un género no muy bien considerado por la crítica cinematográfica más exquisita.

La respuesta, para mí, para el historiador, sin embargo, no es demasiado complicada. Y explicarla, me parece, puede ser, una vez más, una provechosa lección sobre la Historia, sobre cómo la percibimos a través de los grandes medios de comunicación de masas y cómo queda fijada en el imaginario histórico (que reemplaza, muy a menudo, la Historia como tal) en nuestras sociedades.

Todo esto es algo que se puede hacer, además, echando mano de casi una sola película. En este caso sería una entre las decenas que hizo John Wayne a lo largo de su prolífica carrera. La película en concreto se tituló en España “El gran Jack”.

La fecha de producción y estreno era ya significativa: el año 1971. Tan sólo eso ya nos dice que los grandes protagonistas del Western clásico, como el propio John Wayne o Robert Mitchum, pese a sus inercias mentales, habían andado listos y captado el cambio de tendencia en el público que ya se adivinaba gracias al Eurowestern -nombre dignificado para el “Spaghetti Western”- que había dado, para entonces, cumbres del género como “El bueno, el feo y el malo” de Sergio Leone.

Comentaba yo el 8 de junio de 2020, en otro de esos correos de la Historia dedicado al Western crepuscular, una anécdota reveladora acerca de esta cuestión según la cual John Wayne se había enfadado bastante con respecto al modus operandi de Clint Eastwood que, en esos momentos, amenazaba con desplazar a viejos héroes del Viejo Oeste de Howard Hawks y John Ford como él. La anécdota en cuestión indicaba que alguien de Hollywood con el que habitualmente trabajaba Wayne, le había señalado que, en efecto, la sociedad consumidora del producto cambiaba y quería más realismo -incluso realismo sucio- en lo que veía en gran pantalla. Uno del que le proveían argumentos y personajes antiheroicos como el Hombre sin Nombre de la Trilogía del dólar. Ese que interpretaba Clint Eastwood y que disparaba rápido y con ventaja si era preciso. Algo a lo que Wayne se negaba en rotundo, tal y como espetó a su interlocutor en esa ocasión, diciendo que si ese “chico nuevo” (Eastwood) hacía eso en sus películas, él, John Wayne, el ayudante del sheriff de “Río Bravo”, el centauro del desierto, no lo iba a hacer.

Pero, sin embargo, como vemos en “El gran Jack”, el John Wayne hombre de negocios de Hollywood, pronto se dio cuenta de que tenía que tomar la delantera a tipos como Eastwood y Leone, que, de eso no cabía duda, venían pisando fuerte con su nueva versión del Western que, además, estaba arrasando en taquilla.

Así, cinco años después del estreno mundial de “El bueno, el feo y el malo”, en 1971, Wayne estrenaba “El gran Jack”, lo que demostraba una atenta observación de lo hecho por Leone en Europa, en España, y que había irradiado -desde Burgos y Almería- toda una revolución estética -y ética- en el género del Western.

En efecto, John Wayne, secundado por Christopher Mitchum -un hijo de Robert Mitchum, su inseparable compañero de la trilogía de los Ríos (en “Río Bravo” y “El Dorado”)- articulará así en “El gran Jack” todo un paradigma (aunque ahora pueda parecer algo primitivo) de ese Western crepuscular que tanto nos fascina o interesa a algunos historiadores.

Así es. “El gran Jack” comienza con algo casi inusitado para el Western clásico que habían protagonizado durante décadas John Wayne y el padre de Christopher Mitchum. Se trata de una serie de imágenes en las cuales el mundo del Salvaje Oeste es situado en las coordenadas temporales, históricas, en las que realmente existió. En un tiempo histórico real que está ausente en la mayoría de los Western clásicos, donde esas referencias históricas son mínimas. Poco más allá de saber que son historias que se desarrollan poco antes, durante o poco después de la Guerra de Secesión.

En “El gran Jack”, por el contrario, se nos habla, con imágenes de archivo, de la más sofisticada Costa Este de Estados Unidos que recibe la alta cultura europea de la “Belle Époque”, con recitales del célebre Enrico Caruso en grandes teatros de Ópera que rivalizan con los del Viejo Mundo. Situando magistralmente el contexto histórico de la película, que deja claro que el mítico Salvaje Oeste es, en realidad, un territorio atrasado, pero que convive con la sofisticada civilización europea de finales del siglo XIX, con la Era victoriana (aludida en ese repaso inicial de “El gran Jack”) con la que nada parece relacionarlo, en cambio, en películas como “El Dorado” o “Centauros del desierto”, o incluso en “Río Lobo”, Western de transición y último rodado por Hawks.

Tras ese primer baño de realidad histórico, “El gran Jack” continúa por ese derrotero. Nos sitúa así en un Salvaje Oeste aún recorrido por bandas de forajidos (que a veces han estado del lado de la ley) pero que no es ya la frontera donde todo lo resuelven los revólveres de seis disparos y los caballos, sino otro lugar en el que, además del tren y el telégrafo, han llegado los teléfonos, los coches, las motocicletas y las pistolas automáticas… Aunque, quizás en una concesión a los viejos tiempos de Hawks y Ford, John Wayne escenifica en esta película que los frágiles coches del 1900 todavía no son competencia seria para los viejos exploradores apaches a caballo -que también cabalgan por esta película, aunque con mal e irrelevante fin- o los fiables Colt 45. Sin embargo en “El gran Jack” se sabe muy bien cómo dosificar ese cambio radical que el público ya estaba pidiendo desde hacía varios años atrás.

Así, la película se resuelve en una simbiosis entre el viejo Western clásico y el nuevo Western crepuscular. Uno en el que la motocicleta y el lechuguino -educado en el civilizado Este- que la monta (armado de una pistola automática y rifle con mira telescópica) no son tan inútiles para que el viejo centauro del desierto lleve a cabo su misión salvadora, propia del Western más clásico.

Toda esta reflexión, sobre un Western sumergido en la corriente histórica en la que aquel mundo se movía realmente, como verán, es algo sencillamente fascinante para un historiador, que descubre aquí más solidez en la trama de esa historia narrada en imágenes que en otras en las que sólo se utiliza el marco del “Salvaje Oeste” -y sus reglas y códigos peculiares- para narrar, una vez más, “La Odisea” de Homero. Aparte de para hacer una obra de Arte inmortal, claro.

Y con esto además -hay que dejar constancia también histórica- John Wayne creaba escuela, adelantándose a títulos ya míticos de ese nuevo Western como “Agáchate maldito”. O daba alas a seguir con el experimento en obras posteriores de Clint Eastwood como “Joe Kidd”, que, al igual que “La balada de Cable Hogue” o “Grupo salvaje” de Sam Peckinpah (ambas previas por muy poco tiempo a “El gran Jack”) abordan -aunque más levemente- la cuestión del momento histórico en el que realmente se desarrollaba ese mítico escenario cinematográfico que identificamos hoy con lo que fue el “Salvaje Oeste”.

Esa es, pues, la gran virtud que hay que reconocer a “El gran Jack”: la de haber dado toda una sólida lección de Historia (menos liviana de lo que podría parecer) sobre en qué tiempo real, histórico, se desarrollaban esos Western que nuestra sociedad occidental ha consumido por toneladas. Algo sobre lo que John “Duke” Wayne daría su última palabra en otra película antes de dejar este mundo: “El último pistolero”, del año 1976, y de la que, quizás, hablaré de nuevo otro día. Pues, como “El gran Jack”, bien merece ser sacada de un olvido un tanto injusto…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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