Los amantes astronautas (Argentina-España/2024). Guion, edición y dirección: Marco Berger. Elenco: Lautaro Bettoni, Javier Oran, Iván Masliah, Agustín Frías, Mora Arenillas y Ailín Salas. Fotografía: Mariano Da Rosa. Dirección de arte: Aixa Torres. Sonido: Sergio Cabrera y Mariano A. Fernández. Música: Pedro Irusta. Duración: 116 minutos. En Competencia Argentina.


Si un autor es aquel que sostiene a rajatablas una mirada propia, que es fiel a sus obsesiones, que maneja una independencia y un control absoluto sobre sus materiales, entonces Marco Berger lo es en todas sus formas y dimensiones. De hecho, para bien y para mal, cada uno de los títulos que integran la filmografía de este guionista y director parecen un capítulo más de una única y gran película. Podrán cambiar los personajes, los lugares y hasta las excusas argumentales, pero en verdad cada nuevo proyecto es como una mínima variación, una nueva versión más pulida de todo lo visto anteriormente.

Esta apuesta provoca una doble sensación: por un lado, la fascinación por apreciar cómo el realizador va mutando y profundizando los temas que más le interesan (el amor gay, la amistad sobre todo entre hombres, las tentaciones, las pulsiones sexuales, el erotismo, la seducción, los celos, los prejuicios y cómo subvertirlos); por otro, y más allá de las leves innovaciones o actualizaciones, una sensación de cierta reiteración, algo de déjà vu o de reciclaje de ideas ya trabajadas.

En Los amantes astronautas, la llegada de Pedro (Javier Orán), un joven español pero también “algo argentino”, a una casa ubicada en una zona balnearia donde varios amigos están disfrutando de un período veraniego generará un cimbronazo, un sacudón, un súbito e inesperado interés en Maxi (Lautaro Bettoni), un muchacho que acaba de romper con su novia Sabrina (Mora Arenillas) y siempre se ha autopercibido como un varón hétero.

Entre bromas, provocaciones, simulaciones, juegos de palabras y frases irónicas y cargadas de doble sentido que intentan disimular lo que cada uno despierta en el otro (Pedro, que es gay, aparece como bastante más franco y abierto), se va construyendo una relación en la que van emergiendo la atracción, los deseos, pero también los miedos y las represiones.

La cámara de Berger se concentra prácticamente todo el tiempo (la película dura casi dos horas) en Maxi y Pedro, aunque la mirada muchas veces de incredulidad y por momentos de complicidad de los otros (y de nos-otros) está puesta en los personajes secundarios que los rodean y deambulan también por los mismos lugares: desde la mencionada ex de Maxi hasta Lula (Ailín Salas) y Lucas (Iván Masliah).

Berger consigue que la mayoría de las situaciones y de los no pocos diálogos (algunos quizá demasiado elaborados, sobreescritos y cancheros) fluyan con llamativa naturalidad a partir de intérpretes absolutamente consustanciados con su propuesta. Y, también como en casos anteriores, la película maneja en su trasfondo algo de la tensión y el suspenso propios de un thriller psicológico, aunque con un tono menos cínico y perverso y más sensible e ingenuo que en films precedentes. En definitiva, una serie de bienvenidas variaciones dentro del recurrente universo autoral de Berger.


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