82 años de ‘Pinocho’, el clásico más tenebroso de Disney
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82 años de ‘Pinocho’, el clásico más tenebroso de Disney

Con el estreno de la versión de Guillermo del Toro en Netflix echamos la vista atrás hacia uno de los clásicos más especiales de Disney.

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El 8 de abril de 2020 se estrenó en España la versión Live-Action de ‘Pinocho’ de parte del italiano Matteo Garrone y con Roberto Benigni encabezando el reparto. Ahora, en diciembre de 2022 llega a Netflix tras una gran aclamación crítica y un breve paso por cines la versión de Guillermo del Toro. Pocos meses antes, este mismo 2022, Disney ha sacado su propia versión Live-Action. ¿Qué demonios ocurre ahora con Pinocho? Pues que al contrario que muchos cuentos antiguos y clásicos de Disney, las enseñanzas, lecciones y aventuras de este cuento italiano están más vivas y son más necesarias y actuales que en su estreno, hace más de ochenta años. Fue entonces cuando la mejor Disney nos trajo la adaptación del cuento de Carlo Collodi, una que sigue siendo una de las historias más particulares del fantástico imaginario Disney. No, ni la versión Live-Action remake de Disney, ni la 'Pinocho' de Matteo Garrone, ni siquiera la genial versión de 'Pinocho' de Guillermo del Toro han logrado acercarse al extraño y oscuro embrujo de la cinta original.

Todos recordamos al ‘Pinocho’ de nuestra infancia (la nuestra y la de nuestros abuelos) como una fábula para enseñar a los niños a portarse bien, ir al colegio y no mentir. Sin embargo, si le damos un vistazo adulto a la película, nos topamos con que para conseguirlo crearon la película Disney más tenebrosa, oscura e inquietante de nuestra infancia. Es mucho más que una pequeña fábula con moraleja para que los niños vayan a la escuela y no mientan. Si 'Pinocho' sigue vivo en nuestra mente no es únicamente por su moraleja educativo en cuanto al comportamiento infantil, si no por su reflexión sobre lo que es ser un niño de verdad. Quizás sea en este punto donde las versiones modernas están avanzando más con respecto a la clásica, pero nunca olvidaremos como esa lucha por convertirse en un niño de verdad fue para nosotros la más bella ambición protagonista de un clásico de Disney, lejos princesas, príncipes y amores. Repasamos en 8 puntos por qué ‘Pinocho’ es una de las películas más especiales y tenebrosas de Disney.

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El niño Frankenstein

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Al contrario que el moderno Prometeo del Doctor Frankenstein que creó Mary Shelly, la vida del relato de Collodi viene dada por la magia. Una estrella, que en realidad es un hada, concede el deseo del carpintero Gepetto de insuflar vida a su muñeco. Estamos habituados a que los protagonistas de los relatos Disney sean monoparentales, o incluso huérfanos, pero no a muñecos que cobran vida. Si le damos una vuelta, el relato de Pinocho no se diferencia mucho del monstruo de Frankenstein. La lucha de ambos está marcada por conseguir ser aceptados en la sociedad como seres vivos reales, pese a que su forma de nacer ha sido artificial. Que para dar vida al primero entre la maquinaria del hombre y en el segundo un hada mágica es lo de menos. Dar vida a lo que no la tiene siempre ha sido un elemento algo siniestro y ‘Pinocho’ parte directamente de ese concepto zombi.

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¿Qué es ser de verdad?

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Del mismo modo que el monstruo de Frankenstein fracasaba en su intento, ahogando a una niña con la que intentaba jugar, Pinocho erra todas en sus primeras prueba como ser vivo. Pero es que, según el hada de la película, solo hay ciertas cosas que hagan ser a un niño de verdad. Pinocho tiene que demostrar valor, sinceridad y falta de egoísmo para convertirse en un pequeño de carne y hueso. Aunque entendemos que esto es un elemento moral para que nos portásemos bien ¿no es precisamente todo lo contrario lo que nos hace humanos? Pinocho aprende a ser un ser humano pero también que toda libertad está relacionada con las malas personas.

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“¿Para qué querría conciencia un actor?”

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Esta frase la enuncia Pepito Grillo al pensar en abandonar a Pinocho, tras dejar la escuela para convertirse en actor. En su camino por dejar de ser un “monstruo”, Pinocho conoce todo lo que le apetece hacer. En vez de ir a la escuela, le gusta ser actor y bailarín. Más tarde, querrá irse a jugar, hacer pellas con los amigos y probar suerte en juegos de azar. La película de Disney cataloga al instante todo elemento divertido como tentaciones oscuras que, o te mantienen como un monstruo o te convierten en uno. Lo único que un niño debe hacer para portarse bien y ser auténtico es ir de casa a la escuela y de la escuela a casa. Priorizar la educación nunca es algo malo, sin embargo, la película, una obra artística por definición, derrapa al enfrentar el mundo artístico con la escuela. Los actores, el circo, el baile y, en definitiva, toda libertad artística se plantea como lo opuesto a estudiar. Era 1940 y eso de que el mundo de los actores y actrices tenía poca moral estaba más extendido que ahora. Sin embargo, su retrato oscuro de un mundo al que, por definición, pertenecen un cuento y una película, no deja de ser chocante. Se puede ser un niño de verdad siendo muy malo en la escuela, estudiando medicina, baile o dibujando caricaturas en clase de mates.

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Una familia extraña

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Repasemos, Gepetto es un hombre soltero de la tercera edad, con nariz colorada y mucha pinta de borrachín, que, un día antes de acostarse, enuncia su leve deseo de que su muñeco fuese de verdad. Vive con un gato negro llamado Fígaro que le hace a las veces de sirviente, y un presumido pez con sombra de ojos al que llama Cleo. De repente, esta disfuncional familia tendrá que criar al niño que la impulsiva hada ha decido revivir. Bueno, en realidad Gepetto y sus dos mascotas no tienen mucho que ver en la crianza del niño. La primera mañana lo pierden y no lo vuelven a ver hasta que este les salva del estómago de la ballena. Es decir, Pinocho recibe toda la educación y los conocimientos que necesita para convertirse en un niño de verdad (entiéndase bueno y responsable) sin ninguna ayuda o guía del pobre carpintero.

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La conciencia es un bicho

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Pero el narrador de todo esto, el enlace entre la fantástica historia y el público, es Pepito Grillo. El insecto es el mayor acierto de la historia y el personaje más carismático de la película. Por encargo del hada, que lo pilla en la casa de Gepetto por casualidad, se convierte en la conciencia física y viva del niño de madera. Pepito no es otra cosa que la representación de lo que en realidad quiere tratar la película, que una de las claves de crecer es aprender a distinguir el bien y el mal. Pero, como Pinocho no es un ser vivo, al igual que le ocurre a las máquinas, necesita de ayuda externa para discernir o juzgar lo que es o no. Su presencia es el mejor hilo conductor de la película, aunque su ayuda como conciencia dista bastante de ser de mucha utilidad. Sin embargo, ni este personaje se salva de contribuir al ambiente sombrío que tiene el relato. Al fin y al cabo, es un insecto. Sí, es un grillo cantarín, pero los pobres bichos no se caracterizan precisamente por ser los personajes más luminosos de las historias, ni los más adorables del reino animal.

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No te vayas con desconocidos…

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Juan Honesto y Giddy son dos zorros que, a diferencia del resto de animales de la película, tienen atributos y comportamiento humanos. Ellos son los vagabundos estafadores que engañan a Pinocho por partida doble. Gepetto, en su única mañana como padre sorpresa y con un hijo recién “nacido”, no tuvo tiempo para decirle que no hablara con extraños. Se ve que tampoco para llevarle él mismo hasta el colegio la primera vez que pisa la calle… En fin, lo importante es que ambos representan a esos malvados desconocidos con los que no te debes de ir por muchas cosas que te prometan. La primera ocasión, Pinocho acaba en manos de un feriante llamado Estromboli. Aquí es donde la historia representa la explotación infantil. Como le pasaba a otros monstruos y sucesos extraños de la naturaleza, Pinocho, como King Kong, es un gran negocio como atracción de circo. El joven que deseaba emprender una carrera en los escenarios acaba encerrado en una jaula. La explotación infantil y el tráfico de seres humanos son los dos males de los que nos advertía este clásico. Pero su segunda aventura es más siniestra todavía.

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La isla del placer

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Los zorros tienen un jefe, un anciano regordete que podría parecer inofensivo si no fuese por la risa y expresión de su mirada. El personaje aparece como representación del gran peligro que corren los niños a los que no les gusta la escuela. Sin embargo, mirando todo lo que le rodea con ojos adultos, el momento es mucho más sombrío. Este hombre se dedica a recoger a todo niño poco estudioso con la promesa de llevarlos a la Isla del placer, ofreciendo una gran cantidad de dinero a quien le suministre a los pequeños. Repito, la Isla del placer. La sombra de la pederastia asoma por sí sola. En el que es el pasaje más siniestro de la cinta, descubrimos que isla en cuestión es una feria en donde los niños, incluido Pinocho, pueden jugar al billar, beber alcohol o fumar puros. Es decir, pueden darse a la mala vida, a las tentaciones. Pero hablamos de un relato infantil, no vamos a ver ni rastro de incitación al sexo o al crimen con los pequeños. La metáfora, sin embargo, se nos ha quedado a todos los que vimos esta cinta de pequeños. Los jóvenes vagos se transforman contra su voluntad en burros. Se asuntan y lloran queriendo volver con sus madres pero ya es demasiado tarde para muchos. Vemos a decenas de ellos condenados a esa maldición mientras que el protagonista escapa a mitad de la conversación. Está claro que es la representación literal de la frase “estudia si no quieres ser un burro”, pero la secuencia es toda una pesadilla. En la actualidad, la película no seguiría adelante sin que alguien salvase a todos esos niños condenados que Pinocho, sin embargo, deja atrás.

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Moby-Dick y Tim Burton

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Para algunos, la gran ballena de la ficción es la Moby-Dick de la novela homónima de Hermann Melville que, más que un animal, representa una obsesión vital. Para otros, quizás la gran mayoría, la ballena que les marcó de pequeños fue esta, gigante, terrorífica, furiosa y llamada Monstruo. Como un tiburón no era suficiente, ‘Pinocho’ convierte a las plácidas ballenas azules en cetáceos furiosos, con una mandíbula llena de dientes y capaz de tragarse barcos enteros. La gran idea de Pinocho en el clímax de la película sucede dentro del estómago del animal, y no es otra que la de hacer una hoguera. Puntualicemos que el niño de madera lo soluciona todo quemando todo lo que encuentra del material que lo conforma. El animal se llena de humo y estornuda expulsando el barco. Sin embargo, en la persecución posterior, podríamos decir que Pinocho muere, si es que algún día estuvo vivo. Su sacrificio, sin embargo, le vuelve a dar la vida, esta vez como un niño de verdad. Insectos consejeros, niños que fuman puros, ancianos secuestradores, gamberros que acaban llorando con el quejido de un burro y estómagos de monstruos gigantes… Tim Burton dirigió ‘Dumbo’ pero, recordando ‘Pinocho’, quizás le hubiese dado mucho más de sí la historia del niño de madera que cobra vida. ‘Pinocho’ nos enseñó a portarnos bien pero también nos regaló muchos elementos para poblar nuestras pesadillas. Si ‘Pinocho’, tanto hace ochenta años como ahora, no da un poco de miedo, que nos crezca la nariz en este instante.

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Rafael Sánchez Casademont

Rafael es experto en cine, series y videojuegos. Lo suyo es el cine clásico y de autor, aunque no se pierda una de Marvel o el éxito del momento en Netflix por deformación profesional. También tiene su lado friki, como prueba su especialización en el anime, el k-pop y todo lo relacionado con la cultura asiática.

Por generación, a veces le toca escribir de éxitos musicales del momento, desde Bizarrap hasta Blackpink. Incluso tiene su lado erótico, pero limitado, lamentablemente, a seleccionarnos lo mejor de series y películas eróticas. Pero no se limita ahí, ya que también le gusta escribir de gastronomía, viajes, humor y memes.

Tras 5 años escribiendo en Fotogramas y Esquire lo cierto es que ya ha hecho un poco de todo, desde entrevistas a estrellas internacionales hasta presentaciones de móviles o catas de aceite, insectos y, sí, con suerte, vino. 

Se formó en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Murcia. Después siguió en la Universidad Carlos III de Madrid con un Máster en Investigación en Medios de Comunicación. Además de comenzar un doctorado sobre la representación sexual en el cine de autor (que nunca acabó), también estudió un Master en crítica de cine, tanto en la ECAM como en la Escuela de Escritores. Antes, se curtió escribiendo en el blog Cinealacarbonara, siguió en medios como Amanecemetropolis, Culturamas o Revista Magnolia, y le dedicó todos sus esfuerzos a Revista Mutaciones desde su fundación. 

Llegó a Hearst en 2018 años y logró hacerse un hueco en las redacciones de Fotogramas y Esquire, con las que sigue escribiendo de todo lo que le gusta y le mandan (a menudo coincide). Su buen o mal gusto (según se mire) le llevó también a meterse en el mundo de la gastronomía y los videojuegos. Vamos, que le gusta entretenerse.   

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