Faces es la forma de plural de faz, que puede referirse al rostro de alguien, a sus mejillas, o a cada uno de los lados o superficies de algo. Fases, en cambio, es la forma de plural de fase, que se refiere a cada una de las etapas sucesivas de un fenómeno o evento. La grafía fazes constituye una incorrección ortográfica y debe evitarse.
Faces y fases son consideradas palabras homófonas, ya que en la mayor parte del mundo hispanohablante se pronuncian exactamente igual, salvo en España, donde son palabras parónimas, pues existe oposición entre la c y la s.
Cuándo usar faces
Faces es la forma de plural de sustantivo femenino faz. Una faz puede ser el rostro o cara de una persona, uno de los lados de una cosa (anverso y reverso), o las mejillas de alguien.
Por ejemplo:
- Una moneda tiene dos faces.
- Se plantó frente a mí con una faz seria.
- Me agarró por las faces y me apretó.
Cuándo usar fases
Fases es la forma de plural del sustantivo femenino fase. Una fase es cada uno de los estados o etapas de un fenómeno o evento, sea de tipo natural (las fases de la luna, del ciclo del agua) o humano (una situación, un negocio).
Por ejemplo:
- He superado las distintas fases de la carrera para convertirme en profesional.
- Estoy en una fase de tristeza.
- El negocio entró en la fase final: el acuerdo.
Soy catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, ciudad en la que nací en 1968.
Hice el bachillerato de Ciencias; a los catorce años es difícil tener una orientación definida. En Preu me pregunté: “¿qué hago yo aquí, si a mí lo que me gusta es la literatura?”, y me pasé a Letras. En segundo de carrera la vocación se afirmó con la conciencia clara de que solo podía dedicarme a la investigación y a la docencia en Literatura. Pero mi preferencia estaba, no por la Contemporánea, sino por la literatura de los Siglos de Oro. Ya estaba iniciando la tesina sobre los cancioneros de Amberes de Jorge de Montemayor, cuando asistí al curso de José-Carlos Mainer sobre la “Edad de Plata”. Aquello removió mi fondo de lecturas juveniles, y pude verlas a una nueva luz. Cambié a Montemayor por Pérez de Ayala, y fui adentrándome en esa época fascinante: el “fin de siglo” y los treinta primeros años del XX.
No abandoné la literatura de los Siglos de Oro; en la docencia siempre me he dedicado a esta época con verdadera pasión. En los más de cuarenta años que llevo en las aulas, siempre he asumido la docencia de los siglos XVI y XVII, con preferencia, este último. No hay nada, en mi profesión, comparable a tratar con detenimiento sobre el Quijote. Para mis colegas soy un investigador en Contemporánea; para mis alumnos, un profesor de Renacimiento y, sobre todo, de Barroco.